Principio y final del socialismo en Cuba

Al compás de las sacudidas a la secular correlación de fuerzas sociopolíticas que tiene lugar en América Latina la interpretación del proceso revolucionario cubano vuelve a ser objeto de especulaciones cotizables. Desde los centros de poder en Washington y la Unión Europea, pasando por círculos políticos e intelectuales de izquierda y derecha hasta la más variopinta comunidad de hechiceros mediáticos, orgánicos a dichos poderes o en zafarrancho díscolo, se refuerza la idea troyana de la transición en Cuba. Un hecho objetivo obliga a este denodado esfuerzo tergiversador del problema de la transición en Cuba.

En efecto: “En la actualidad no se conoce ningún otro proceso socioeconómico y político que, como el iniciado por la Revolución cubana, auto defina sin ambigüedades ideológicas ni malformaciones estructurales determinantes la decisión de avanzar por una trayectoria alternativa a las modelaciones de sociedad, economía y estado capitalistas que permanecen con vida, sean éstas más ilusorias como las del Norte o más descreídas de sí mismas como las del Sur. El hecho es de indiscutible trascendencia histórica. En juego sigue estando el desafío de hacer definitivamente viable una formación socioeconómica capaz de generar no una cualidad cualquiera, sino aquella que la convierta en una convincente opción cultural de desarrollo socio-humano1.

Importantes acontecimientos que se dan con Cuba y en Cuba agitan el mercado de las transacciones políticas. Para estabilizar los precios de las acciones de los mercaderes de profesión, los incautos de oído y los alquimistas de toda hora, nada mejor que poner las cosas en su impenitente perspectiva.

El tiempo histórico recorrido por el proceso revolucionario cubano sitúa su Proyecto Socialista en un momento especialmente álgido. Pero es un momento pautado por la edad contrastada de cambios políticos, económicos y sociales que hablan de una transformación cultural sui generis:

* En términos sociológicos, marcado por el logro de una universalización sin precedentes para un país del tercer mundo del acceso a servicios de elevado estándar en la educación y la salud públicas, un factor esencial de dignidad humana y base del desarrollo socioeconómico.
* En el plano económico la cualidad trascendental ha sido implantar un patrón de acumulación de capital y distribución de la renta antitético al determinado por la extorsión de la propiedad privada que define el resto de los sistemas políticos en el mundo.
* Desde el distintivo político, todo ello ha sido promovido por un sistema de partido que – siendo fruto de condiciones revolucionarias específicas no escapa a su propia negación dialéctica -, rompe con el tradicional modelo multipartidista de las llamadas democracias representativas burguesas. Bajo la forma del unipartidismo político se ha impulsado un sistema de centralismo democrático, cuyo ciclo de vida se enfrenta a la necesidad del tránsito hacia una democracia socialista.



Tales acontecimientos fundamentan la reafirmación de un cambio estructural que ha negado la formación capitalista predecesora para establecer así las condiciones básicas hacia una formación socioeconómica y cultural de nuevo tipo.

En Cuba se da un proceso de transición. Pero no es éste en ningún caso un proceso de transición socialista. Puesto que ello asumiría la falsa idea de haberse llegado al socialismo en Cuba. Al dar el socialismo por consumado, nombrándolo sagazmente el socialismo realmente existente, los mercaderes de la política tienen listo el objeto de su negación.

Lo que tiene lugar en Cuba es un inequívoco proceso revolucionario de transición poscapitalista. No es una transición sin rumbo, sino al mismo tiempo un complejo proceso sociopolítico, cuya razón se identifica justamente como la construcción del socialismo. Lo que en síntesis puede expresarse como la búsqueda de una organización cultural de la sociedad que cree las condiciones para vivir fuera de la coerción del capital y el trabajo.

Por lo tanto, tampoco puede hablarse en Cuba de la construcción de un nuevo socialismo. Ello estaría asumiendo la idea peregrina del fin del Proyecto Histórico de la Revolución2. A diferencia precisamente de la transición hacia el capitalismo de las experiencias del auto llamado real socialismo este-europeo y soviético, en Cuba permanece el desafío de la continuidad de un proyecto histórico de transformación social de la realidad, el cual se resiste al agotamiento que en aquellos impuso el estatismo político burocrático por encima de la necesidad de soberanía ciudadana. Justo la contradicción de fondo más importante del proyecto socialista cubano hoy.

Las múltiples manifestaciones de esa contradicción develan la puja de la voluntad del pueblo cubano porque el proceso de construcción del socialismo marque la diferencia cualitativa como un proceso de emancipación cultural del protagonista de la transformación. La tesis del centralismo y su antítesis, la democracia, no resultan más la síntesis dialéctica del centralismo democrático para el actual momentum de transformaciones revolucionarias.

La pugna entre la realidad y las expectativas de bienestar socio-material en un proceso sociopolítico como el cubano indica que las contradicciones irresueltas se acumulan porque la democracia socialista que se gesta permanece en profunda contradicción con el concepto y la práctica del centralismo democrático, la doctrina política de la participación que precisamente hoy la tiene atada. La naturaleza de esta contradicción es imposible de ocultar por discursos ideológicos pretendidamente revolucionarios.

El centralismo democrático ha sido un instrumento de gobernabilidad propio de las formas de socialismo de estado que venían a forzar toda la fase primera de la transición poscapitalista. Sin embargo, recorrido medio siglo, cuando el socialismo de estado ha logrado consolidar componentes determinantes del proceso de construcción socialista, como son la cualidad y la universalidad de los servicios de educación y salud, lo que la persistencia de la precariedad de la calidad de vida de la población manifiesta es la ineficacia sistémica de la modelación socioeconómica. Pero no es sólo calidad de vida en sí, sino la impotencia del ciudadano ante la coerción de su capacidad de emprendimiento creador. No es difícil entender la dialéctica de esta contradicción.

El socialismo de estado no ha podido auspiciar un desarrollo eficiente de la economía. La centralización de los procesos de inversión y gestión en el sector de los servicios sociales fundamentales no ha funcionado justamente en el sector que ha de sostener tanto ese desarrollo como el desenvolvimiento económico.

El crecimiento económico de los últimos 10 años (expresivo en 2005 y 2006 – 11,5% y 12.5% respectivamente), una vez remontada la pronunciada caída de 1991/93, podría interpretarse como un inequívoco síntoma de renovada salud del modo de producción y relaciones económicas imperante. Ello pondría fuera de cuestionamiento la modelación de socialismo estatista en andamiento. Una señal de tal razonamiento la expresa el Ministro de Relaciones Exteriores cubano cuando declara - en el documental de reciente factura “La guerra contra Cuba”3 - que el pueblo no debe desesperarse pues “ya se avizora la luz al final del túnel”. Otros argumentos de primera importancia vendrían a reforzar esta idea.

En efecto, puesto que el estado desarrolla un decidido programa de inversiones estratégicas en la economía en el marco de la decisiva cooperación con Venezuela y China. La infraestructura energética y el sistema de transporte de cargas (y pasajeros) son objeto de un acelerado proceso de recapitalización física y tecnológica. La revitalización del sistema de comunicaciones mediante la siembra de todo el territorio nacional con una red de conductores de fibra óptica así como el proyecto de inminente ejecución de un cable submarino propio para la conexión nodal coordinado con Venezuela, remarca una estrategia de inversiones de primera importancia para un desarrollo económico de extensas miras. La sostenida inversión en el desarrollo del complejo tecnológico industrial de la biotecnología ha conferido un sesgo cualitativo a la estructura del Producto Interno Bruto (PIB) en los dos últimos años que, junto con el continuado desarrollo de la industria del turismo, lo califica como propio de economías desarrolladas por el componente de valor agregado. El fomento de la inversión bruta de capital en una disimilitud de empresas estatales recupera y moderniza parte del parque industrial. Todo ello indica que estamos en presencia de un imprescindible proceso de inversiones estratégicas que sólo pueden ser asumidas desde el estado. No es una estrategia que puede ser reducida al concepto de desarrollismo estatal como algunos “teóricos del socialismo” pretenden evaluar. Sino que constituye una condición sine qua non del desarrollo estructural de la economía.

Sin embargo, el factor de inflexión clave para la consolidación de la trayectoria de desarrollo radica en el logro de la alta eficiencia del modo de producción y relaciones socioeconómicas. Contrariamente, lo que se constata es la cronicidad de su ineficiencia, tal que ha venido sumiendo el desempeño económico en el círculo vicioso de la economía de la carencia. Como consecuencia, ingentes recursos económicos e insondable energía social y moral se desperdician de manera irremediable.

La economía informal que sustrae y redistribuye los recursos materiales de las empresas estatales y consolida un “mercado negro” que suple en mucho las pronunciadas carencias materiales y alimentarias de la población; el proceso sumergido de acumulación privada de capital que alimentado por disímiles vías hace evidente la diferenciación de patrones de vida y concentra fuerza económica a la vista de todos; la profunda devaluación del poder adquisitivo de los salarios; la desmotivación social por el marcado desequilibrio de la correspondencia entre conocimiento, aporte productivo y remuneraciones; la sedimentación de las actitudes que alienadas por la lógica interna del estatismo burocrático ven en el cumplimiento de funciones la oportunidad para el tráfico de influencias y los privilegios (cuyos ejemplos el pueblo señala a voces); todo ello provoca en la sociedad reacciones propias de la necesidad de supervivencia ante la disfuncionalidad crónica del centralismo estatista. Lo escabroso de la realidad se riñe cada vez más con las expectativas de su superación.

Ese conjunto de fenómenos con sus complejas implicaciones sociológicas e ideológicas acompañan el proceso socioeconómico cubano desde hace décadas; se agudizan como válvula de escape de explosiones sociales con éxodos migratorios dramáticos como el del Mariel y “Los Balseros” o, ante el instinto de conservación biológica amenazado, de forma caótica y eficaz en momentos de crisis agudas como la de 1991/1993, y cobran vida sostenida ante la cronicidad de la disfuncionalidad de la economía estatal.

La disfuncionalidad del modo de producción y relaciones socioeconómicas consume el crecimiento económico en el extendido subsidio de la ineficiencia económica del sistema. Una constatación relevante expone la naturaleza de la contradicción. Hoy, en franco proceso de autofagia económica, funciona con pérdidas alrededor del 50% del total de las empresas del país. Lo que para los medios de comunicación y los informes de las instancias estatales y partidistas se sigue apreciando imperturbablemente como “problemas con la eficiencia y la disciplina”, en realidad refleja una crisis estructural del modelo socio-económico. Un cuadro de disfuncionalidad económica del sistema empresarial que se mantiene durante el medio siglo que experimenta el modo de producción establecido. Una disfuncionalidad que fue la causante del estremecimiento de los cimientos de la propia supervivencia nacional ante el colapso de las relaciones económicas con el antiguo “campo socialista”. No existen casualidades sino contradicciones de fondo.

Para el sistema de centralización administrativa de la micro-economía, propio del socialismo de estado, funcionar sin pérdidas no significa, no obstante, que las necesidades de consumo sean el fin primero de la producción y factor de desarrollo de las fuerzas productivas. El dogma ideológico que la doctrina política impone sobre la razón económica considera el consumo una antítesis de la necesidad, propio de la economía de mercado que el socialismo debe negar. Por lo tanto: “Consolidar cada sistema del perfeccionamiento (empresarial) - organización del trabajo, contabilidad, control interno, gestión de la calidad, contratación, costos, precios, sistemas de pagos -, solo tiene un objetivo que es la principal misión de una empresa (cubana) en perfeccionamiento: elevar su eficiencia y que esa eficiencia se refleje en un crecimiento permanente de las utilidades y los aportes en divisas para el Estado”4(sic).

La colocación anterior, definida por el actual (enero del 2007) Secretario Ejecutivo del Grupo Gubernamental de Perfeccionamiento Empresarial, refleja la filosofía del socialismo estatista. Si la ganancia ya no se identifica como el fin de la producción, prerrogativa de la carrera por el lucro que condiciona la propiedad privada, la misión social fundamental de la empresa en el socialismo no llega a ser la satisfacción eficiente de las necesidades materiales e inmateriales crecientes de la sociedad, sino la ganancia como fuente de la acumulación estatal de capital. La concentración del capital le permitirá al estado mantenerse como máximo empleador, inversionista exclusivo y poder administrativo de todo el movimiento socioeconómico.

Las principales consecuencias de este hecho siguen siendo la sostenida precariedad de la calidad de vida de la población y la impotencia social que cercena la capacidad de emprendimiento del pueblo. Lo cual expone claramente que el avance social adquirido dados los sistemas de educación y salud auspiciados por el socialismo de estado, no resulta una condición suficiente para la consolidación de la trayectoria de desarrollo emprendida. Pero lo más problemático a mediano y largo plazo es que la disfuncionalidad del modo de producción y relaciones socioeconómicas deviene una amenaza constante contra la infraestructura productiva que crean los programas de inversión central.

El estatismo centralista no está en condiciones de reaccionar racionalmente ante esa realidad. Así lo demuestra la incapacidad de todo su aparato de dirección económica y política para entender cómo la cuantiosa y sostenida ayuda financiera y económica de la ex Unión Soviética imposibilitó que afloraran las contradicciones de fondo del modo de producción y relaciones socioeconómicas. La ruptura de ese sistema de relaciones económico-financieras catalizó en 1990 la violencia de una crisis que se veía venir desde mediados de los años 19805. Cuando desde instancias del Estado y el Partido6 se habla del lógico impacto positivo que para la economía cubana tendría la supresión del bloqueo económico y financiero de los EEUU contra Cuba y al mismo tiempo permanece vedado el debate popular sobre las contradicciones de fondo que aquejan todo el movimiento socioeconómico, resulta evidente que desde el estatismo centralista se le ofrece a la sociedad un esquema de pensamiento de complacencia y resignación. Para el centralismo democrático la práctica ha dejado de ser por fuerza el criterio de la verdad. Pero la realidad se muestra tozuda.

Las potencialidades de las fuerzas productivas permanecen severamente restringidas por el corsé de un sistema de organización de la economía y las relaciones de producción anclado en los conceptos de la centralización extensiva tanto del movimiento micro-económico como de los procesos de acumulación de capital y del desenvolvimiento social. El impacto social y político negativo en la sociedad cubana de tal orden de cosas ya no puede ser subestimado. El desborde popular del modo de producción y relaciones socioeconómicas que han conformado hasta el presente el sistema de organización de la fuerza de trabajo viene socavando como un mar de leva las creencias en la viabilidad del Proyecto Socialista.

El error político, por lo tanto, está en la suposición que las contradicciones de fondo que genera el propio proceso sociopolítico son gobernables. La línea de pensamiento que se impone desde instancias del Estado y el Partido rehuye aceptar que las contradicciones encuentran solución y coadyuvan al desarrollo en la lucha y unión de los contrarios dialécticos que la determinan. El síndrome de la glasnot soviética que se ha venido tergiversando como la causa de la implosión de aquel real socialismo, se llega a utilizar como suerte de espantapájaros que hace valer el principio de democracia controlada y viene a inducir la inhibición de la palabra y la voluntad popular por el debate abierto. Es así que las contradicciones, enjauladas, crean el caldo de cultivo de las disidencias nihilistas y los derrotismos revanchistas. La cohesión social alrededor del proyecto sociopolítico queda profundamente minada, aunque desde la perspectiva de las ideológicas propaladas pueda parecer lo contrario.

Es importante advertir que para Cuba, sin embargo, asumir un otro supuesto, el de un entendido Socialismo del Siglo XXI, entraña la idea metafísica del socialismo como hecho temporal parametrado y no como proceso de transformación revolucionaria de la realidad y del ser social. Por contradictorio que parezca, esto último es justo lo que viene a corroborar el proceso de revolución bolivariana en Venezuela y lo que niegan los teóricos del pensamiento escolástico que la intentan definir.

Si el ser social ha de ser el sujeto de su propia emancipación, el socialismo no puede ser concebido como meta a la que se llega, sino como movimiento revolucionario, transformador y transformable de la realidad y sus protagonistas. No es un movimiento abstracto de la sociedad, sino un proceso sociopolítico que busca sentar las premisas fundacionales para que el ser social a través de sí mismo pueda protagonizar el proceso de auto emancipación cultural que elige como ámbito para su existencia.

De ahí la importancia crítica de las nuevas palabras a los intelectuales y a toda la sociedad cubana expresadas en el discurso de la Universidad de la Habana en noviembre del 2005. La afirmación sobre la potencial reversibilidad del Proyecto Socialista de la Revolución a manos de los propios cubanos y no de fuerzas externas, no fue puesta a debate de puertas cerradas, para así ser transfigurada por contradiscursos como el reflejado por la reciente respuesta de la Unión y Escritores de Cuba UNEAC a la toma de partido de los intelectuales en un debate contra la anti democracia beligerante. Tampoco lo fue para ser retorcida por las apreciaciones teóricas que descolocan la interpretación dialéctica de las contradicciones en las que se gesta una nueva forma histórica de organización socio-humana como la cubana.

Insistir en el debate de los problemas de fondo resulta imperativo, puesto que la viabilidad del Proyecto Socialista de la Revolución está sofocada por la acumulación implosiva de las contradicciones internas que lo configuran. Para ello, es necesario despejar el análisis de aquellos presupuestos que vienen a negar el hecho de la transición poscapitalista desde la que se incuba y adelanta el proyecto de desarrollo socialista en Cuba. Las interpretaciones sesgadas del proceso sociopolítico cubano impiden la identificación de sus verdaderas contradicciones y desvirtúan los significados de la necesidad de transformación del actual modo de producción y relaciones socioeconómicas.

Identificar “la contradicción que decidirá el futuro de la Revolución” (H. Dieterich Steffan)7 en la apreciación de que: “Cuba se sustenta, hoy día, como el resto del mundo, sobre una economía de mercado, cuya dinámica nacional es determinada por sus ventajas comparativas dentro del mercado mundial. Pero, a diferencia de la absoluta mayoría de los demás países del mundo, se trata de una economía de mercado no-crematística, es decir, que no gira sobre intereses mercantil-explotativos”8, plantea en sí mismo un conjunto de relevantes contradicciones conceptuales que vienen a desnaturalizar la esencia de las contradicciones del proceso de transición poscapitalista en Cuba.

Hablar de economía de mercado en abstracto, sin precisar que la acepción de la expresión se ajusta al modo de producción capitalista, descalifica la utilización del concepto para referirse a la realidad política en Cuba y conduce a la confusión sobre las interpretaciones de sus contradicciones objetivas.

El proceso revolucionario cubano ha desmontado de manera radical el sistema de propiedad privada sobre los medios de producción. Puesto que no ha sido sólo la nacionalización, vía estatización, de dichos medios, sino el desmantelamiento de toda la institucionalidad capitalista que soportaba dicho sistema de propiedad, el pilar fundamental de la economía de mercado.9 Este hecho posee un significado medular para interpretar la naturaleza política de la revolución social operada en Cuba.

Como he expresado en diferentes análisis, con la expropiación y nacionalización del capital privado en Cuba la correlación de fuerzas sociales se hace neutra en cuanto a los factores de poder económico y político que la van a determinar. Ello permitió situar en un nuevo punto de equilibrio el proceso de acumulación de capital. Lo cual constituye la primera transmutación de la naturaleza del capital hacia su democratización y ambos cambios vienen a definir el carácter socialista del proceso sociopolítico que se desencadena.

Igualmente falso es afirmar “que la dinámica nacional (de la economía cubana, es decir, esa supuesta economía de mercado) es determinada por sus ventajas comparativas dentro del mercado mundial”10. En primer lugar, la economía cubana es una economía sin un mercado propiamente articulado. Su dinámica nacional está determinada por las contradicciones que se dan entre el verticalismo del movimiento de su micro-economía, por la ausencia orgánica de mercado y sujetos económicos autónomos, y la extendida centralización de los procesos inversionistas, tanto económicos como sociales. El resultado es la mediatización del desarrollo de las fuerzas productivas. Mediatización no significa inexpresión. Es precisamente, tal como he podido explicar, el proceso centralizado de inversiones socio-económicas el que viene favoreciendo la expansión de la economía nacional. Con la peculiaridad que hoy, desaparecida la dependencia del real socialismo este-europeo y soviético, se avanza por una trayectoria de crecimiento dada no por ventajas comparativas, sino precisamente competitivas. Son dos conceptos que ameritan la cabal interpretación económica que poseen.

Para ilustrarlo baste destacar una vez más el sector de la biotecnología cubana que - considerado como un complejo científico tecnológico industrial avanzado a nivel mundial -, determina el sesgo cualitativo del crecimiento del PIB cubano de los dos últimos años, a favor del componente de alto valor agregado como el que caracteriza economías desarrolladas, es decir, altamente competitivas. El desarrollo del conocimiento humano y las tecnologías son ventajas competitivas y no comparativas para cualquier economía. Las ventajas comparativas que a las economías proporcionan recursos naturales y/o sobre-explotación no remunerada de la fuerza de trabajo no constituyen factores del crecimiento económico para Cuba. Las ventajas competitivas que comienzan a cualificar el crecimiento económico cubano son un resultado evidente del avance en Cuba de lo que se ha dado en llamar la sociedad del conocimiento. Sin embargo, lo que resulta de primera importancia política en el caso de Cuba es que las ventajas competitivas de su economía nacional sean puestas en mucho, como lo están, al servicio solidario de pueblos explotados por la economía de mercado.

Pero es también falso que la explotación social y económica de las economías de mercado esté dada por el carácter crematístico de sus relaciones socioeconómicas, interpretado de esta manera lo crematístico como lo determinante de lo “mercantil-explotativo”.

No es así puesto que: “la naturaleza de las relaciones socioeconómicas no ha dejado de estar determinada en primera instancia por el sistema de propiedad sobre los medios de producción. Es, por lo tanto, la naturaleza de las relaciones de producción derivadas lo que condiciona el carácter del mercado. El fetichismo de su objeto, la mercancía, permanece como la forma que envuelve el contenido: el fetichismo de la propiedad”11.

Pongamos las cosas patas abajo. El eufemismo “crematístico” disfraza lo que ha de ser cabalmente conceptuado como relaciones monetario-mercantiles. Las relaciones monetario-mercantiles son la consecuencia de una organización histórica superior de las relaciones socioeconómicas de producción e intercambio tal como se dan en las economías capitalistas industriales.

El proceso de transición poscapitalista cubano habiendo en esencia desarraigado el sistema de propiedad privada de los medios de producción se encuentra ante la posibilidad de poner al servicio de la construcción de la economía socialista aquellos instrumentos útiles de la economía de mercado capitalista que sólo puede negar dialécticamente. Útiles para el máximo desarrollo y la eficiencia de las nuevas fuerzas productivas. El sentido común, aunque llegue a ser el más raro de los sentidos para muchos, nos dice que un puñal en manos de algún psicópata es un arma peligrosa, a disposición de cualquier hogar resulta, en primer lugar, un utensilio de cocina. Pero las inducciones que de esta deducción común se hagan no pueden ser mecanicistas.

Las relaciones monetario-mercantiles en una economía con mercado (y no una economía de mercado), justo como ha de intentarse reorganizar en la economía cubana, no comportan en sí mismas ningún carácter de explotación del hombre por el hombre. Si de Cuba se trata, es así porque el modo de producción ha cambiado su naturaleza política, ha dejado de ser exponente de la explotación privada del trabajo entre congéneres.

En consecuencia, importa destacar que el carácter humanista de la Revolución no es consecuencia solamente axiológica de sus principios ético-morales, sino además, expresión de una comprensión dialéctica materialista de las relaciones socioeconómicas de producción. Entonces, no es que la característica humanista “aunque pueda parecer de poca importancia, es muy significativa y sin duda un gran logro de la Revolución”12, sino que ese humanismo constituye la esencia determinante de la construcción del socialismo en Cuba.

Afirmar, por consiguiente, que esa esencia “no convierte a la economía cubana en socialista - porque le falta la institucionalidad específica de la economía política socialista, la economía del valor y la democracia económica - pero conserva el elemento ético de una economía socialista”13, constituye, cuando menos, un profundo malentendido político no sólo de los fundamentos de la Revolución popular cubana, sino además sobre la propia idea de lo socialista. Pongamos también esto patas abajo.

La economía no será socialista porque se soporte sobre los presupuestos de una entendida “economía del valor”14, aunque a ello se le adicione como sufijo la democracia económica y ambas cosas se consideren - porque así lo pueda haber asumido el pensamiento de alguna iluminada escuela, así como ayer lo concibió a su manera la escuela soviética - “la institucionalidad de la economía política socialista”15.

La economía será socialista justo porque su determinante será la democracia económica. Es decir, porque el hombre (mujer), el ser social, no tendrá que pedir permiso para poder vivir. “Los burgueses tienen muy buenas razones para fantasear que el trabajo es una fuerza creativa sobrenatural; pues precisamente de la determinación natural del trabajo se sigue que el hombre que no posea otra propiedad que su propia fuerza de trabajo, en cualesquiera situaciones sociales y culturales, tiene que ser el esclavo de los otros hombres, de los que se han hecho con la propiedad de las condiciones objetivas del trabajo. Sólo puede trabajar con el permiso de éstos, es decir: sólo puede vivir con su permiso."16 Y en ello será absolutamente irrelevante lo crematístico de las relaciones monetario-mercantiles de la economía socialista. El dinero es anterior al capitalismo, y de su aparición en escena no puede explicarse el capitalismo.

La democracia económica, tal como he tratado de conceptualizar la idea, no tiene su ámbito en la esfera de la circulación mercantil (la esfera del intercambio) sino en las relaciones de producción. La democracia económica implica la gestión directa por los trabajadores de los beneficios de su trabajo. Ello sólo puede darse cuando el trabajador ejerce el derecho de “apropiación” o, más preciso, del derecho de gestión del producto del trabajo. Es decir, cuando los medios de producción no son objeto de propiedad privada alguna, sino instrumentos de trabajo al servicio de la producción socializada.

En mi trabajo “Hacia el socialismo en Cuba: ni propiedad ni excedente”17, expongo que: “El trabajador en el socialismo ha de ser, como concepto, el paradigma del trabajador-creador libre, que realiza su derecho a la autonomía de asociación laboral en condiciones de un régimen de disposición (que no propiedad) común de los medios de producción. Estos medios no son objeto de su fetiche. No le sirven para la explotación de sus congéneres, no son, por lo tanto, medios de acumulación privativa ni de concentración excluyente de capital. Constituyen simplemente instrumentos de trabajo. Son instrumentos que facilitan la reproducción social y cultural y la riqueza material propia y de toda la población. Una riqueza que no se da como resultado de la expropiación del resultado del trabajo ni la exclusión de otros. Es decir, una riqueza cuya producción no depende directamente de la propiedad sino del trabajo. Una riqueza que se forja sobre la acumulación social y la plena democratización del capital.”

Por consiguiente, cuando se afirma que “La economía cubana actual puede entenderse como una economía de mercado castrada por la ética igualitaria del proyecto socialista y su implementación vía el Estado”18; para punto seguido acotar que: “Existe una antinomia entre la lógica de la base de la economía mercantil y su lógica superestructural”19, ello significa, por no entenderse ni lo uno ni lo otro, interpretar un falso antagonismo de una falsa contradicción.

La economía cubana, puntualicemos, se encuentra en un proceso de transición poscapitalista hacia una economía de nuevo tipo. Por lo cual ha dejado de ser una economía de mercado sin que aún cristalice en lo que pudiese considerarse una economía socialista. En este proceso revolucionario dialéctico el componente ético de su equidad (que no “ética igualitaria”) no constituye castración alguna (de una inexistente economía de mercado), sino elemento inmanente de la naturaleza de la economía que ha de sustentar el Proyecto Socialista de la Revolución cubana. Obviar festinadamente o no que la construcción del socialismo constituye un empeño político, cuyo fin primero y último viene a ser la devaluación del homo economicus como paradigma de las relaciones entre los individuos, constituye la negación de la riqueza cultural del ser social en tanto elevación de la condición humana.

Desde el didactismo de la interrelación entre lo que se considera base económica y superestructura sociopolítica ha de precisarse lo siguiente. La base económica del proyecto socialista de la Revolución cubana está determinada en principio por el carácter no-privado de la propiedad. Sin embargo, la naturaleza asalariada del trabajo que bajo la propiedad estatal predomina induce el factor de su contradicción con las definiciones socio-éticas que la superestructura sociopolítica intenta hacer valer. Ello nos dice con claridad que una nueva ética social podrá auto sustentarse sólo desde una nueva ética del trabajo. Y es precisamente la transformación del sistema de propiedad estatal hacia un sistema de aprovechamiento (uso) socializado de los instrumentos de trabajo lo que le imprimirá a la base económica el carácter que ha de conformar una deseada economía socialista.

Para entonces la sociedad cubana habrá tenido primero que asumir un nuevo patrón de acumulación de capital. La característica determinante de este nuevo patrón de acumulación será la plena democratización del capital. Donde comunidades, asociaciones de productores (de bienes o servicios), creadores, familias e individuos podrán ser por derecho propio sujeto de la acumulación de capital. Nada del cinismo contenido en el grito de la sociedad burguesa: “enriqueceos todos”, cuando ello sólo es posible para aquellos que, gracias a la institucionalización de la apropiación privada sobre los medios de producción, pueden vivir de la explotación del trabajo asalariado. No es tampoco el prosaísmo de la riqueza material. Es precisamente el principio ético de la igualdad social, soportado sobre la plena socialización de la propiedad, lo que vendrá a ser el regulador de los equilibrios de la acumulación de capital y los consensos sociales solidarios.

Al asumirse la presunción de que: “… la implementación estatal de la ética del proyecto socialista (cubano) es cada vez menos compartido por sectores de la sociedad civil que asumen crecientemente actitudes y expectativas de la economía de mercado crematística20; se tuercen las interpretaciones políticas sobre la realidad cubana.

La ética humanista del proyecto socialista cubano no tiene carácter estatal ni se reduce a su valor moral. Constituye un principio político de la Revolución refrendado en la Constitución de la República. La obra social de la Revolución, no por casualidad uno de sus factores de cohesión clave, constituye la implementación práctica de su ética humanista. Las respuestas díscolas que el pueblo cubano da a las necesidades perentorias de su vida material y social, no son susceptible de entenderse en términos de negación de los presupuestos éticos del Proyecto Socialista.

La contradicción real que ello refleja está en la negación de un modo de producción que no es capaz de generar la oferta de bienes y servicios que demanda la sociedad ni ofrecer los espacios para el emprendimiento autónomo que lo lograría. Que en tales circunstancias el pueblo asuma por su cuenta las actitudes y expectativas que le ofrece la efectividad de las relaciones monetario-mercantiles, habla sobre la disfuncionalidad de un modo de producción administrativamente regulado, donde es precisamente la desarticulación del mercado un factor de su ineficiencia.

Lo que la superación de tal contradicción exige es colocar el mercado y las relaciones monetario-mercantiles dentro de una nueva cultura del trabajo que destierre su secular naturaleza asalariada. Es decir, bajo un modo de producción, cuyas relaciones socioeconómicas no estén determinadas por el fetiche de la propiedad. En dichas circunstancias las relaciones monetario-mercantiles no podrán ser más que instrumentos socialmente controlables al servicio de una economía socialista que ha de responder ante todo a la eficiente satisfacción de las necesidades socio-materiales. La transformación del sistema actual de propiedad estatal en esta dirección creará la sinergia de cambios necesarios entre base económica y superestructura política. Un proceso de transformación sistémica, cuya cualidad política no podrá ser otra que la soberanía ciudadana.

Ese concepto de soberanía del ser social será sin duda el aporte cultural de Cuba a la integración latinoamericana. Rotundamente desacertado resulta afirmar que: “La creciente e inevitable integración cubana en la economía de mercado latinoamericana y mundial reforzará esas tendencias crematísticas y “empujará” a la Revolución hacia la involución de su ética humanística, con el peligro de liquidar finalmente la verdadera razón de su génesis y de su ser” 21. Hemos visto lo falso del concepto crematístico como determinante de la naturaleza del modo de producción y relaciones socioeconómicas. Ahora se distorsiona el sentido de la integración de los pueblos por la que en estos momentos se lucha en América Latina.

El Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA) auspiciado por los EEUU ha sido derrotado precisamente por la corriente revolucionaria que aboga en Latinoamérica por la integración de los pueblos. En su lugar es el ALBA (Alternativa Bolivariana para la América), precisamente impulsada por Cuba y Venezuela, el nuevo modelo de integración de los pueblos y no de los mercados. Igual sentido de la integración latinoamericana cobra importancia en el seno del MERCOSUR, uno de los bloques económicos más importante del Sur, donde justo comienzan a reconsiderarse sus fundamentos mercantilistas.

“En consecuencia, es necesario señalar que el socialismo no será definitivamente el resultado de ejercicios cibernéticos de ninguna índole. Interpretar la ley del valor como un axioma que define la naturaleza de un modo de producción, no es más que poner patas arriba todo el sentido del materialismo histórico en la comprensión de los procesos de emancipación socio-humana. Buscar una modelación socialista de la sociedad a partir de la disquisición sobre el intercambio, propio de la esfera de la circulación y no de la producción, es intentar construir la casa por el tejado.

Pretender decretar el socialismo según una supuesta ecuación matemática que busque la eliminación del precio de mercado como categoría económica para sustituirlo por otra categoría económica, la del valor trabajo como medida de cambio - a los efectos, un precio metamorfoseado - y ver en ello la fórmula de una así entendida economía de equivalencias22, cual alquimia socialista que transforme el carácter de las relaciones socioeconómicas capitalistas no es otra cosa que declarar el fin de las ideologías de cara al siglo XXI. Con similares alquimias los agoreros del triunfo del capitalismo han venido decretando el fin de la historia desde la centuria anterior”23.

Debatir abiertamente sobre la naturaleza socialista de las relaciones de producción en condiciones de propiedad no-privada sobre los medios de producción, le permitirá a la sociedad cubana enfrentar con conocimiento de causa la necesidad de negar el dogma de la propiedad estatal en aras de la democracia económica.

La importancia capital de la transformación cualitativa del sistema de propiedad estatal está en dos argumentos básicos:

1) liberar todo el potencial emprendedor en el plano micro económico, tal que el crecimiento económico del PIB deje de ser, como hasta ahora, una fuente de subsidio de la ineficiencia económica ha dicho nivel.

Esta constatación exige que el pueblo debata sobre las contradicciones de fondo existentes. ¿Puede realmente la administración central del estado dar respuestas definitivas sobre el perfeccionamiento del sistema de organización y gestión empresarial o son los trabajadores los que debieran decidir de manera autónoma sobre cómo mejor emplear su fuerza de trabajo en aras de la satisfacción de sus necesidades?

2) La diferencia determinante de la cualidad de la participación del trabajador en el socialismo está en convertirse en sujeto de los procesos de transformación de su calidad de vida. Ello implica que la participación social en los procesos productivos sea asumida como sinónimo de soberanía ciudadana.

Esta cualidad de la participación ha de dominar los significados políticos de la transformación del modo de producción actual y de su sistema de relaciones socioeconómicas. No es consecuente hablar de un sistema de auto gestión productiva y distributiva (o “auto gestión obrera”, como más estrechamente también llega a definirse) sin concebirlo no como fin del modo de producción, sino como forma de soberanía ciudadana. El trabajo seguirá siendo la actividad fundamental de la reproducción de la vida, por lo tanto el socialismo no puede más que concebirlo como vía de emancipación socio-humana.

Asumir el movimiento horizontal autónomo de la micro economía significa poner en manos de los trabajadores la responsabilidad directa por el despegue cuantitativo y cualitativo y la sostenibilidad de la producción. Y sobre esta responsabilidad creadora deben discutir abiertamente los trabajadores en Cuba, sabiendo que en ello se define la suerte de su soberanía ciudadana.

Si el beneficio del trabajo ha de ser objeto de distribución democrática hacia el seno de las unidades productivas así como de redistribución social a través de los entes sociales e institucionales del estado, no existen razones políticas irrefutables para que un vasto sector de micro, pequeñas y medianas empresas asuma la gestión autónoma de los procesos de producción del más amplio espectro de bienes y servicios.

Su naturaleza no será las de empresas estatales porque la gestión de los beneficios pasa a manos de los trabajadores. Las pautas de inversión productiva y consumo son definidas por el colectivo de trabajadores. La acumulación de capital se descentraliza y viene a reconocer la facultad acumulativa autónoma de los entes productivos. El capital que se acumula no es objeto de apropiación exclusiva alguna. El trabajador-ciudadano transforma la relación de dependencia económica del estado en co-responsabilidad por la reproducción ampliada de sí mismo como fuerza de trabajo y ser social.

El estado socialista asume el papel de regulador macro económico del movimiento de la economía y regulador de los equilibrios de progreso social. Marco en el queda definida su co-responsabilidad por el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones socioeconómicas. Las pautas del desarrollo económico estratégico, el equilibrio económico, las condiciones de su sostenibilidad ecológica, la equidad de la distribución y redistribución de la renta, la universalidad y excelencia de la educación y los servicios de salud y asistencia social, el fomento del patrimonio cultural y los espacios para la creación artística y el ejercicio del deporte se consolidan como esferas de su transparente competencia reguladora. Así lo determina la voluntad popular al cederle al mismo los recursos financieros necesarios para la gestión institucional que, bajo el control social, habrá de garantizarlo.

La democracia económica se torna irrealizable bajo la concepción de socialismo de estado porque la propiedad estatal sobre los medios de producción y la acumulación exclusiva de capital necesita la concentración del poder económico y de un cuerpo institucionalizado con suficiente poder burocrático para poder funcionar. El poder omnímodo de decisión sobre el movimiento de los entes productivos y su capacidad económica de reproducción convierten al estado en un ente corporativista. El ejercicio político de gobierno se trasmuta en operación económico-administrativa minorista. La “razón” del ordeno y mando estatal suplanta la lógica natural decisoria de los actores socio-productivos. La decisión de producir una común juntilla para un utensilio doméstico se convierte en una decisión de estado. Mientras que, en el otro extremo, pero por la misma sin razón, un ente ministerial de gobierno no es del todo capaz de diseñar una estrategia adecuada para el sector energético. Todo el poder de la burocracia institucional reñido con la autonomía de movimiento de la economía y la sociedad.

El debate de la contradicción de fondo pasa por respuestas a la interrogante: ¿Cómo reorientar la distribución de funciones que retome el protagonismo del pueblo en el ordenamiento cultural de su vida socioeconómica?

¿Le corresponde a la Asamblea Nacional de los ciudadanos el papel de dirimir y tomar decisiones sobre las estrategias de desarrollo socio-económico o el foro parlamentario nacional contrasta y dirime sobre las visiones y propuestas de desarrollo que el pueblo pueda articular a través de los disímiles foros de participación directa? En consecuencia, ¿no ha de ser objeto de debate abierto en la sociedad el papel del Partido ante los nuevos desafíos del proceso sociopolítico cubano: instancia de debate y dirección política de los objetivos de desarrollo estratégico definidos por los ciudadanos a través de sus sindicatos y organizaciones comunales, o un ente, directo o indirecto, de poder y control administrativo del movimiento de la economía y la sociedad?

La cohesión social alrededor del proyecto socialista no es materia para decretos. Creer en el socialismo implica creer en su poder de emancipación socio-humana. ¿Tendrá el revolucionario orgánico, para serlo, que subordinarse a las estructuras normativas del poder estatal o partidista, tal como lo hace el ciudadano orgánico del estado capitalista? ¿O podrá ser definitivamente el pensamiento y la creación cultural conciencia crítica de su tiempo político?

El advenimiento de la Revolución cubana de 1959 abrió paso a la transición poscapitalista. La transición poscapitalista hacia el socialismo en Cuba puede ser perfectamente consolidada bajo el paradigma de la cultura como bien existencial determinante. Un bien con capacidad para ocupar el espacio y el tiempo que el prosaísmo beligerante del fetiche de la propiedad y el poder comportan. Por tal razón histórica el socialismo en Cuba se define en términos de un antes y un después del modo de producción y relaciones socioeconómicas capitalistas. Es ésa la universalidad de su significado y la importancia trascendente de su viabilidad.


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Roberto Cobas Avivar

Economista, activista político y social

 rcavivar@gmail.com

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