La globalización

Globalización es el concepto de moda. Quien no esté globalizado es porque sigue en la guerra anterior. Globalizarse es abrir de par en par las compuertas del idioma para dar entrada a incontables palabras anglosajonas que han sustituido en cuestión de pocos años a las locales, a las palabras castellanas inteligibles para todos. No estar globalizado supone descolgarse, pues, de la comunicación fluida. No estar globalizado obliga a estar al tanto de lo que en lingüística se llaman barbarismos, neologismos a base de palabras extranjeras que inundan el cada vez más escaso vocabulario coloquial. De palabras, todas, del mismo origen: estadounidenses o británicas…

Pero la globalización no es, como pudiera suponerse, el envolvimiento de las naciones, cada una con sus peculiaridades, a un fin o a una causa noble común. Como pudiera ser la sinergia al servicio de la paz o de un mejor entendimiento entre todas. No. La globalización gira, como la Tierra, alrededor de un eje. Y ese eje es el de la anglosajonización radical, salvaje. Eje que a su vez encierra numerosos aspectos. Unos, muchos, comerciales de considerable calado, y otros abstractos, como es la lucha por retener la hegemonía en el mundo el universo anglosajón y a su frente visible Estados Unidos.

Buena parte de culpa de esta transformación rápida de la lengua proviene de la cibernética, de la electrónica, de la informatización de todo lo habido y por haber. Y por ahí podemos encontrar ciertas disculpas para la ocasión. Pero conjuntamente con esa servidumbre irremediable y sin vuelta atrás, vienen las modalidades, las modas necias comerciales que son el vehículo que transporta el papanatismo y la desvergüenza nacional. Esa clase de vergüenza invocada por los ultra españoles que son los que más propalan y mejor digieren esa cesión de dignidad colectiva al mejor postor: el británico y el estadounidense. Halloween, Fridayblack… y otras costumbres que nos irán llegando, nos integran perfectamente en la globalización que tanto empeño vienen poniendo desde tiempo inmemorial los circuitos comerciales y las think tanks para, además, mejor someter a los pueblos, alejándoles paulatinamente de sus esencias, de su idiosincrasia y de su personalidad. Al cabo del tiempo, todos querremos ser anglosajones. Este es el efecto mariposa aplicado a la globalización de la cretinez…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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