Trump ¿Manipulación del mercado o guerra de facciones dentro de la burguesía estadounidense?

Apenas tres meses después de asumir nuevamente la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump ha reactivado con fuerza la guerra arancelaria contra China, en una nueva fase marcada por su intento de reposicionar a EE.UU. en el tablero económico global. El 2 de abril de 2025, su administración anunció un paquete de aranceles recíprocos a gran parte de los principales socios comerciales del país, con especial énfasis en productos tecnológicos y manufacturados chinos. Sin embargo, pocos días después, Trump decretó una "pausa táctica" de 90 días, manteniendo no obstante un arancel permanente del 10% sobre sectores clave. Lejos de significar un retroceso, esta pausa busca reordenar alianzas internas y presionar a sus oponentes internacionales.

Algunos analistas han querido presentar esta jugada como una "manipulación del mercado", como si se tratara de un juego de ajedrez. Pero la realidad es más cruda y más profunda: estamos ante un enfrentamiento directo entre fracciones del capital que se disputan no solo el control del Estado, sino la orientación estratégica de la economía estadounidense en un momento de declive imperialista. Mientras el S&P 500 reaccionó momentáneamente al alza tras el anuncio de la pausa arancelaria, los grandes titanes del capital transnacional —Microsoft, Tesla, Netflix, Amazon, Apple, Nvidia, etc— continuaron en corrección, arrastrando al Nasdaq a nuevas pérdidas. La aparente calma fue solo superficial: el conflicto entre capital nacional y capital transnacional de Estados Unidos -los dos sectores de la burguesía- se expresa con nitidez incluso en el comportamiento bursátil. No se trata, por tanto, de un acto de manipulación sino de una pugna viva dentro de la clase dominante, reflejada también en los vaivenes contradictorios del mercado.

Este movimiento ha desatado una tormenta en las alturas del poder económico estadounidense. Uno de los episodios más llamativos ha sido el enfrentamiento público entre Elon Musk, CEO de Tesla y SpaceX, y Peter Navarro, asesor económico de línea dura, considerado el arquitecto del proteccionismo trumpista. Navarro, en declaraciones televisadas, acusó a Musk de ser "un ensamblador de coches" dependiente de piezas extranjeras y, por tanto, de debilitar la seguridad nacional. Musk respondió por X (red social que controla) llamándolo "imbécil" y "más tonto que un saco de ladrillos", reivindicando que Tesla es la empresa que más produce en suelo estadounidense. El choque no es anecdótico: es el reflejo de una fisura creciente dentro de la burguesía estadounidense.

Estamos, en efecto, ante una división dentro de la clase dominante, que revela las tensiones entre capitales con intereses profundamente distintos: por un lado, un sector más ligado a la producción interna, al capital nacional y al proteccionismo económico; por otro, las grandes tecnológicas globalizadas y el capital financiero que opera a escala transnacional.

Para los trabajadores y sectores populares, estas divisiones pueden abrir grietas en el edificio del poder burgués, pero solo si se interviene con independencia de clase y con un programa propio. Lenin, en su célebre texto "La bancarrota de la II Internacional" (1915), advertía con agudeza:

"Toda crisis de la clase dominante, cuando no se resuelve con una salida reaccionaria, abre la posibilidad de una intervención independiente de las masas."

Esto es clave, la guerra arancelaria de Trump no es simplemente una medida económica, sino un episodio más en la batalla entre fracciones dentro del capital estadounidense, cuyo desenlace tendrá consecuencias profundas, tanto a escala nacional como internacional. Y esta pugna —que se expresa también en la política exterior, en los mercados financieros y en el propio Partido Republicano— sólo puede resolverse en beneficio del pueblo trabajador si este levanta una alternativa socialista al margen de todas las alas del capital.

¿Qué sectores representa Trump? ¿Y qué sectores lo enfrentan?

Durante su primer mandato y aún más en su regreso al poder en enero de 2025, Donald Trump ha consolidado su imagen como representante político de una fracción específica del capital: el capital nacional estadounidense. Se trata de un sector ligado históricamente a la industria manufacturera, la construcción, la producción energética fósil y una parte del agroindustrial, cuyo modelo de acumulación depende de la protección del mercado interno, el proteccionismo, la inversión en infraestructura y una menor dependencia de las cadenas globales de suministro.

Esta fracción del capital, muchas veces empotrada en los estados industriales del "cinturón del óxido", ha visto con hostilidad cómo en las últimas décadas las grandes corporaciones transnacionales deslocalizaron la producción, optimizaron costos en el exterior y generaron beneficios colosales con la financiarización y la expansión del comercio mundial. Para estos sectores, Trump es una herramienta útil para reordenar las relaciones internacionales al servicio del poder económico interno, incluso a costa de choques con aliados tradicionales o de guerras comerciales que golpean el comercio global.

Enfrente, la burguesía transnacional y financiera —representada por Wall Street, Silicon Valley, BlackRock, Goldman Sachs, entre otros— se erige como la otra gran fracción del capital estadounidense, con intereses profundamente globalizados. Este sector depende de la estabilidad del comercio internacional, el libre flujo de capitales, el acceso a mercados y la integración de cadenas de valor que cruzan continentes, y ve en las medidas proteccionistas de Trump una amenaza a sus ganancias y a la hegemonía estadounidense en el capitalismo globalizado.

El conflicto entre Peter Navarro, ideólogo arancelario y asesor de Trump, y Elon Musk, magnate de la industria tecnológica con operaciones y proveedores en múltiples países, expresa con nitidez esta lucha intra-burguesa. Navarro representa el ala dura del proteccionismo, que acusa a Musk de buscar piezas extranjeras baratas a costa del empleo nacional. Musk, por su parte, responde desde la lógica del capital global: necesita mercados abiertos, insumos competitivos y estabilidad comercial. Que uno y otro formen parte de la misma estructura de poder político, y sin embargo se insulten públicamente, muestra la intensidad de esta pugna dentro de la clase dominante.

A esto se suma un elemento más profundo: la burguesía estadounidense en su conjunto, no tiene una salida clara frente al ascenso económico, tecnológico y geopolítico de China. Las respuestas oscilan entre el aislacionismo arancelario trumpista y el intento de reconstrucción multilateral impulsado por otros sectores, pero ambas estrategias han fracasado en revertir el declive relativo de Estados Unidos como potencia dominante. El problema no es solo táctico, sino estratégico: el imperialismo norteamericano ha perdido la capacidad de imponer reglas sin resistencia, y su clase dominante ya no cuenta con un consenso interno sobre cómo preservar su hegemonía global.

Como señaló Trotsky en El Programa de Transición (1938):

"La lucha entre los diversos grupos y fracciones del capital no sólo expresa la anarquía del sistema, sino también la crisis de su dirección y su capacidad de controlar las fuerzas que ha desatado."

Los aranceles, por tanto, no son simples instrumentos técnicos de política comercial, sino armas en una guerra por la hegemonía dentro de la propia burguesía imperialista estadounidense. La fracción representada por Trump pretende redefinir las reglas del juego, reindustrializar parcialmente el país y enfrentar a sus rivales —internos y externos— en una nueva etapa del capitalismo estadounidense, más conflictiva y menos estable.

Pero esta guerra no se da en el vacío. Tiene efectos concretos sobre el resto del mundo —especialmente sobre China, Europa y América Latina— y sobre la propia clase trabajadora estadounidense, que asiste a esta disputa sin una dirección propia.

El peso decisivo del mercado mundial

La guerra comercial entre Estados Unidos y China, especialmente con la imposición de aranceles por parte de Trump, ha dejado claro un aspecto fundamental del capitalismo global: las políticas nacionales son limitadas por la dinámica de la economía globalizada. Los efectos de estas políticas no solo afectan a los países directamente involucrados, sino que desencadenan una serie de reacciones que involucran a los mercados financieros internacionales.

La guerra comercial con China iniciada bajo el gobierno de Trump, está más allá de una simple disputa entre dos países. De hecho, es una manifestación de la lucha entre fracciones de la burguesía estadounidense que buscan resolver su crisis estructural. Como hemos señalado, las políticas de Trump han intentado resucitar el capital nacional en contraposición con las estructuras globales del capital transnacional. Sin embargo, a medida que esta guerra comercial ha avanzado, se ha hecho más evidente que la globalización capitalista limita gravemente las opciones de un país imperialista para manejar su propia economía de forma aislada.

Como Lenin señala en El Imperialismo, fase superior del capitalismo:

"El capitalismo imperialista ha llevado la división del mundo en esferas de influencia a tal extremo que cualquier medida que se adopte en uno de estos países no puede dejar de repercutir sobre el resto del sistema capitalista mundial. El mercado mundial está tan entrelazado que las políticas nacionales se ven rápidamente limitadas por el peso de los intereses internacionales."

Este análisis de Lenin resalta la contradicción inherente al intento de Estados Unidos de controlar el comercio global a través de políticas arancelarias. Si bien Trump intenta utilizar estas políticas para proteger a las industrias nacionales, como las manufactureras y las de energía fósil, lo que realmente está en juego es la capacidad de Estados Unidos de manejar su declive en el sistema económico mundial, especialmente frente a la emergente potencia de China.

En la misma línea, Trotsky, en su obra La Revolución Permanente, señala que:

"El imperialismo ha creado un sistema económico mundial interconectado, de tal forma que las luchas internas de los países imperialistas no pueden evitar estar determinadas por las dinámicas globales del capital. Las burguesías nacionales pueden intentar hacer ajustes en sus economías, pero siempre están subordinadas a la realidad del capital global."

Los aranceles impuestos no solo alteran las relaciones comerciales bilaterales entre países, sino que también modifican las cadenas de valor globales y la distribución de la producción a nivel internacional. Esto afecta a las industrias que dependen de insumos importados, lo que encarece los productos finales y distorsiona el equilibrio entre la oferta y la demanda. Además, provoca conflictos con los aliados tradicionales de Estados Unidos, quienes también se ven perjudicados por las medidas proteccionistas.

Un aspecto crucial que no podemos pasar por alto es el hecho de que la extrema interconexión de las economías nacionales en el mercado mundial ha sido una gran conquista del capitalismo. Esto ha abierto la posibilidad de administrar la producción a escala planetaria, solo que ahora se trata de darle una base socialista.

La capacidad de los países para depender unos de otros en términos de comercio, inversión y producción es una característica fundamental del capitalismo globalizado. Sin embargo, este desarrollo no ha sido para beneficio de la clase trabajadora o de las naciones en su conjunto, sino para consolidar el dominio de una burguesía transnacional que ha logrado imponer sus intereses en todas las esferas del comercio y las finanzas. Esto ha generado una profunda contradicción: la necesidad de una integración mundial en términos de comercio y producción se enfrenta a las limitaciones nacionales que intentan imponer políticas aislacionistas o proteccionistas.

El socialismo, con democracia obrera, emerge como la única alternativa viable a esta contradicción. La internacionalización de la economía sólo puede ser gestionada de manera eficaz si se da sobre una base socialista, donde los recursos y las decisiones estén en manos de la clase trabajadora y no de una minoría capitalista que los explota para su propio beneficio. Si queremos transformar las cadenas de valor globales para servir a las necesidades humanas y no al lucro privado, será necesario una transformación socialista mundial que solo puede lograrse a través de una revolución socialista internacionalista.

Trump como expresión del bonapartismo

El bonapartismo es un fenómeno político que surge en momentos de crisis estructural dentro del sistema capitalista, cuando las clases dominantes están divididas y no logran encontrar un consenso sobre cómo resolver la crisis. En términos marxistas, el bonapartismo describe una situación en la que un líder político se eleva por encima de las clases sociales, adoptando una apariencia de imparcialidad, pero, en realidad, su poder está subordinado a los intereses de una u otra fracción de la burguesía. Este tipo de liderazgo no es neutral, sino que actúa como un árbitro entre las fracciones del capital para mantener la estabilidad del sistema capitalista.

En el caso de Donald Trump, podemos ver cómo su regreso en 2025 encarna las características del bonapartismo en un momento de decadencia del sistema. Trump se presenta a sí mismo como un "outsider" del sistema político tradicional, un líder que no pertenece a la élite política establecida. Sin embargo, este discurso no es más que una estrategia populista que oculta la realidad de que su gobierno ha defendido los intereses de sectores muy específicos de la burguesía, especialmente aquellos ligados al capital nacional como los fabricantes, los grandes empresarios de energía fósil, y los constructores, entre otros.

El bonapartismo de Trump se manifiesta en su habilidad para utilizar el aparato estatal como un mecanismo de arbitraje entre las fracciones de la burguesía. A través de políticas como los aranceles a China, ha buscado restablecer el poder del capital nacional sobre el capital transnacional. En este sentido, el Estado bajo su liderazgo no actúa de manera independiente de la burguesía, sino que funciona como una herramienta para garantizar que las fracciones más poderosas del capital en los EE.UU. mantengan su hegemonía, aunque a costa de profundizar las divisiones internas del sistema capitalista.

Al mismo tiempo, Trump ha logrado canalizar el descontento de sectores obreros y de la pequeña burguesía hacia un nacionalismo reaccionario. Su discurso se ha enfocado en promover una visión de EE.UU. como una nación "asaltada" por las fuerzas extranjeras, ya sea China, México o incluso las élites globalistas, y ha apelado a los trabajadores descontentos prometiendo recuperar los empleos que se han perdido con la globalización. Sin embargo, este enfoque nacionalista no solo desvía las luchas de clase hacia una falsa confrontación con el "enemigo extranjero", sino que también actúa como un mecanismo para distracción, sin cuestionar las raíces del sistema de explotación capitalista que está en el centro de la crisis.

Trotsky, en su análisis del bonapartismo, describe cómo el poder de estos líderes está marcado por una inestabilidad inherente. En su obra La Revolución Permanente, Trotsky explica que:

"El bonapartismo no es un poder estable. Su existencia depende de un equilibrio inestable entre las fracciones de la burguesía y del control que el bonaparte pueda mantener sobre las masas. En última instancia, depende de la capacidad del régimen para mantener este equilibrio, pues la clase que se encuentra en el poder no tiene capacidad para gobernar sin la mediación de una figura que represente la armonización de las fracciones conflictivas."

En el caso de Trump, su poder se encuentra igualmente en un constante vaivén, dependiendo del equilibrio de fuerzas entre los diferentes sectores de la burguesía, así como de su capacidad para controlar las masas a través de una combinación de discurso populista y políticas autoritarias. Esta situación refleja la crisis orgánica del régimen burgués en los EE.UU., que no es capaz de resolver por sí mismo las contradicciones estructurales y se ve obligado a recurrir a un líder populista que represente una solución temporal a estas crisis, pero que, en última instancia, también se enfrenta a los límites de esa solución.

Trump, con su estilo autoritario y populista, es funcional a la decadencia del régimen burgués en EE.UU. Trump se presenta como la solución "autoritaria" que promete recuperar el control del país, pero su poder depende de un equilibrio precario entre las fracciones de la burguesía y el control sobre el malestar popular.

¿Y la clase obrera? ¿Qué papel puede jugar?

El conflicto entre las fracciones de la burguesía no es una solución para el proletariado, sino una expresión de las contradicciones inherentes al sistema capitalista. Como escribió Lenin en El Estado y la Revolución:

"La lucha de clases ha tomado una forma de una gran guerra civil entre las fracciones de la burguesía, pero esto no beneficia de ninguna manera a los proletarios, que no pueden esperar la solución de sus problemas dentro de las contradicciones de las clases dominantes. La cuestión es cómo las clases oprimidas pueden aprovechar estas contradicciones para avanzar en sus propios intereses." (Lenin, El Estado y la Revolución)

A pesar de la aparente inestabilidad de la burguesía, con la división y confrontación interna entre el capital transnacional y el capital nacionalista, ninguna de las alternativas burguesas ofrece una solución real a las problemáticas estructurales que enfrentan los trabajadores. Los problemas de la precarización laboral, el endeudamiento masivo, la destrucción de los sectores industriales y el desempleo no se resolverán con políticas arancelarias ni con una reorganización del capitalismo. El conflicto entre fracciones del capital no es más que una lucha interna por el control de la acumulación y la redistribución de la riqueza, mientras que la clase trabajadora sigue siendo explotada, sin que las políticas propuestas desde las élites puedan ofrecer una mejora sustancial en sus condiciones de vida.

Lenin también analizó este fenómeno, señalando que las divisiones dentro de la burguesía, si bien crean oportunidades para los trabajadores, no son en sí mismas la clave para la emancipación del proletariado. En su obra La Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky, Lenin escribió:

"Las luchas entre las fracciones de la burguesía son inevitables, pero no se deben confundir con las luchas del proletariado. Mientras que los obreros se lanzan a la lucha por sus propios intereses, deben ser conscientes de que las divisiones entre las fracciones capitalistas no pueden liberar a la clase trabajadora. Es una ilusión creer que la lucha de clases dentro de la burguesía va a llevarnos a la emancipación del proletariado." (Lenin, La Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky)

Es fundamental que la clase obrera no caiga en la trampa de las ilusiones de que alguna de las fracciones del capital será más favorable a sus intereses. Tampoco debe ceder al nacionalismo reaccionario, como el que impulsa Trump, que canaliza las frustraciones del proletariado hacia enemigos externos, como China o México, en lugar de enfocarse en los verdaderos enemigos internos: la explotación capitalista y la opresión imperialista.

El rol de los sindicatos, la juventud y la izquierda revolucionaria en este contexto es crucial. Los sindicatos deben elevar la lucha de clase hacia una perspectiva política revolucionaria, que trascienda las demandas económicas y laborales inmediatas. Deben luchar por la nacionalización de sectores estratégicos, como la energía, la banca, los latifundios, el transporte, la tecnología y la manufactura, bajo control obrero. Solo de esta manera se podrá comenzar a planificar una economía socialista, que no dependa de las reglas del mercado capitalista, sino de las necesidades sociales de la clase trabajadora.

La juventud tiene un papel especialmente importante en este proceso, pues son los sectores más precarios y los más afectados por el desempleo, la sobreexplotación y el endeudamiento. Los jóvenes deben ser parte activa de la lucha revolucionaria, reclamando no solo una mejor distribución de la riqueza, sino un cambio fundamental en la estructura de poder que permita avanzar hacia una sociedad socialista.

Por otro lado, la izquierda revolucionaria debe ser capaz de construir un programa que articule la independencia de clase del proletariado, centrado en un proyecto de nacionalización de los sectores estratégicos, planificación socialista de la economía, y la construcción del poder obrero. Es necesario que esta izquierda separe sus filas de las ilusiones reformistas que confían en que las fracciones capitalistas podrán reformar el sistema para el beneficio de la clase trabajadora.

En El Imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin argumenta que:

"El proletariado debe luchar por la revolución socialista, no porque confíe en una de las fracciones del capital, sino porque la lucha de clases ha hecho evidente que el capitalismo sólo puede ofrecer crisis, opresión y destrucción. El proletariado tiene la misión histórica de acabar con el régimen capitalista y reemplazarlo por el socialismo." (Lenin, El Imperialismo, fase superior del capitalismo)

De esta manera, el camino hacia la emancipación no pasa por las contradicciones internas del capital, sino por la organización independiente de la clase trabajadora, que debe levantar su propio programa de lucha, basado en la nacionalización de la producción, la planificación socialista y el poder obrero.

Lo que está en juego

La guerra comercial desatada por Trump, con su tensión constante, sus fluctuaciones arancelarias y la confrontación abierta con China, no es simplemente una coyuntura temporal ni una disputa aislada entre grandes potencias. Es, más bien, una expresión de la decadencia del imperialismo estadounidense. La agudización de las contradicciones internas dentro del bloque dominante de EE. UU., la creciente incapacidad del capital estadounidense para mantener su hegemonía económica frente a potencias emergentes como China, y la intensificación de las luchas internas entre distintas fracciones de la burguesía son síntomas claros de una crisis orgánica del régimen burgués. Como Lenin explicaba en su análisis sobre el imperialismo, esta decadencia del sistema capitalista imperialista no es un fenómeno aislado, sino una parte esencial del proceso de descomposición del orden económico global:

"El imperialismo es la fase superior del capitalismo, y en esta fase el capitalismo ya no puede desarrollarse de manera estable. El conflicto entre las grandes potencias, las guerras comerciales y la crisis de los mercados son inevitables, porque el imperialismo significa el dominio de los monopolios que, al enfrentar los límites del mercado, tienden a ser cada vez más agresivos y a explotar a los pueblos coloniales, mientras que internamente las contradicciones del sistema provocan su decadencia." (Lenin, El Imperialismo, fase superior del capitalismo)

Dentro de esta crisis, las divisiones en la clase dominante son más que simples diferencias tácticas; son un reflejo de una crisis de dirección. La fracción del capital que representa Trump, con su nacionalismo económico y sus políticas proteccionistas, está intentando salvar lo que queda de la hegemonía imperialista de EE. UU. en un contexto de creciente competencia global. Sin embargo, esta división dentro de la burguesía expresa una crisis orgánica del régimen, un régimen incapaz de garantizar la estabilidad tanto económica como política a largo plazo. La lucha interna de las élites, que busca reorganizar la acumulación de capital a favor de una fracción específica, puede llevar a una mayor polarización política, a un autoritarismo creciente, y a una agudización de las tensiones bélicas a nivel internacional.

En este contexto, la clase trabajadora tiene una oportunidad histórica, pero esta oportunidad no es automática. Si el proletariado no interviene con independencia, si no levanta un programa propio basado en la nacionalización de los sectores estratégicos y la planificación socialista, entonces la crisis será capitalizada por opciones autoritarias o reformistas impotentes. La historia nos ha mostrado cómo las crisis del capitalismo pueden dar paso tanto a movimientos fascistas como a opciones reformistas que, bajo el falso pretexto de "reformar" el sistema, no hacen más que preservar el orden existente, incluso cuando este se encuentra en proceso de descomposición.

Como señaló Trotsky en su análisis de las revoluciones en el siglo XX:

"La crisis de la humanidad es la crisis de dirección. Las clases opresoras, especialmente la burguesía, están condenadas a no poder salir de su crisis. En este período de crisis general del capitalismo, el proletariado no tiene más opción que intervenir con un programa revolucionario claro, pues de no hacerlo, los destinos de las clases dominantes se verán definidos por las fuerzas autoritarias o por los nuevos populismos reaccionarios." (Trotsky, La revolución traicionada)

Es urgente, por lo tanto, construir una dirección revolucionaria internacionalista que, lejos de ceder ante las presiones de las fracciones capitalistas, levante un programa socialista que apunte hacia la nacionalización de la producción, la destrucción del poder financiero y la planificación económica democrática bajo control obrero. Solo mediante una dirección política independiente de la clase obrera y la solidaridad internacionalista se podrá dar respuesta a la crisis y transformar la lucha contra el imperialismo en una lucha por la revolución socialista mundial.

En este escenario, el proletariado debe avanzar hacia la construcción de una internacional revolucionaria que sea capaz de enfrentar no solo las guerras del capital, sino también las guerras de clases que inevitablemente surgirán mientras los capitalistas busquen imponer sus intereses sobre las masas trabajadoras. La situación mundial y las condiciones objetivas están dadas para una transformación revolucionaria global; lo que queda por construir es la subjetividad revolucionaria, es decir, una dirección consciente que sea capaz de guiar al proletariado hacia una victoria histórica.

Con esto, el camino hacia el socialismo no solo depende de la lucha en Estados Unidos, sino de la solidaridad internacional de los trabajadores de todos los países, quienes deben unirse en un frente común contra el imperialismo, contra el capital y por la revolución socialista mundial.

 

el_mute@hotmail.com



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