El título del artículo, ya es por sí mismo un estímulo a su lectura. Si dijésemos que no es interesante y que carece de una construcción verbal y de profundo contenido, casi totalmente, irrefutable, seríamos mezquinos y nos opondríamos, por simple curiosidad de sectarismo chabacano, a las verdades que ya son pruebas de un pasado histórico que ningún ser humano, que ame la vida y respete a la muerte por la propia ley del desarrollo de la naturalidad de la primera, querría que se volviese a repetir o producir. Sin embargo, para un lector que no sienta afecto por la parcialidad que deje mocha o mutile la historia, el artículo del reconocido literato, refleja una intención de esas que buscan en lo que huela a comunismo casi todas las raíces de todas o casi todas las atrocidades sociales que se producen en el mundo actual, aun cuando no haya habido, de verdad verdad, ni siquiera un pesado testimonio irrefutable de una sociedad donde se haya construido con todas las características propias, como fin en sí mismo, el socialismo y, mucho menos, desarrollado siquiera el asomo de la nariz de la fase llamada por Marx: comunismo.
Si por “holocausto” se entiende exclusivamente la matanza de judíos, las lenguas o idiomas están padeciendo de un enorme vacío de terminología urgente de tapar o de llenar; es decir, habría que exigir, primeramente, a los lingüísticos que inventen o descubran un término o una palabra que identifique fielmente las atrocidades, las horribles y terribles matanzas de seres humanos y la depredación grotesca del medio ambiente que ha hecho y continúa haciendo el capitalismo salvaje, como su principio de comportamiento expansionista y reparto del mundo para la esclavitud de la mayoría de la humanidad, para lo cual el método de guerras de verdadero exterminio social, es el de su mayor preferencia. Los pueblos, que son los que sufren las peores consecuencias de la política guerrerista y de rapiña ejecutada por el imperialismo -cualquiera sea su expresión-, saben cómo identificar las matanzas, los genocidios o masacres que le cuestan miles de miles de vidas humanas. ¿Acaso no fue un holocausto las matanzas que produjo Estados Unidos en Hiroschima y Nagasaki? ¿Acaso no es un holocausto lo que están haciendo los estadounidenses e ingleses, esencialmente, en Irak con sus bombardeos indiscriminados y sus matanzas de terrorismo de Estado?
Para no desviarme del tema y volver al artículo del escritor Vargas Llosa, éste, en su inobjetable crítica al Parlamento Europeo, cita hechos donde gobiernos o parlamentos se atribuyen la potestad de decir qué es o qué no es una verdad histórica, dejando en los historiadores el simple papel de recolectores de datos, personajes y fechas, sin derecho al análisis científico que lleve a la conquista de la verdad histórica. Por algo, dijo ese extraordinario revolucionario y hombre de las letras, Víctor Serge, que entre las ciencias inexactas, la historia es aquella que lesiona más intereses materiales y psicológicos.
El destacado escritor Vargas Llosa, para sustentar y evitar dudas de sus verdades, se afinca en dos hechos irrefutables que acontecieron “sólo” en el campo de lo que se conocía como “mundo socialista del Este”, como si sólo en éste se materializara el crimen de lesa humanidad. ¿Acaso la ley Patriota en Estados Unidos no otorga la potestad al gobierno estadounidense de decidir qué es y qué no es la verdad?. Los campos de exterminio, descritos en El Archipiélago de Gulag de Solzhenitsyn, y el arrase destructivo de miles de miles de seres humanos que no pensaban exactamente igual a los propulsores de la célebre y triste Revolución Cultural China, bajo el mandato del camarada Mao Tse Tung, son los dos ejemplos vivificantes, expuestos por el escritor Vargas Llosa, como pruebas de autocracia, de negación de los derechos a la libertad de pensamiento y de expresión, y de ausencia de democracia verdadera. Eso, en verdad, no podemos negarlo y, más bien, hay que condenarlo. Fueron dos episodios ingratos, infortunios de concepciones que tergiversaron la esencia del marxismo y del socialismo proletario, sin duda, pero no resulta una prueba acabada de que el régimen propuesto por Marx y Engels e inevitable en el curso de la historia, haya perdido su vigencia o sea como lo describe el eminente escritor Vargas Llosa o lo crean los enemigos jurados del desarrollo histórico por fases y por modos de producción distintos e incompatibles, que cifran sus esperanzas en la eternidad del capitalismo.
El distinguido literato nada nos
dice de los crímenes horribles y masivos que han cometido y cometen, a través
del Terrorismo de Estado, los gobiernos de Estados Unidos, Inglaterra o Israel,
o de otros que ni siquiera sienten la menor simpatía por el socialismo y, más
bien, son defensores a ultranza del capitalismo en su fase más salvaje:
globalización de la miseria, la muerte, la tristeza y el dolor para los muchos,
y desglobalización de la riqueza, la vida, la alegría y el placer para los
pocos que mal gobiernan el mundo. Nada nos dice el escritor, en su extenso
artículo, donde destaca los crímenes en la extinta Unión Soviética y en
Sépase en honor a la verdad
verdadera y no procesal, que Lenin y no Stalin, por ejemplo, era el vocero real
del marxismo, del socialismo científico y del humanismo comunista, aun cuando
le correspondió gobernar en medio del tronar de la armas de la guerra y de la
muerte de un campo imperialista unido para derrocar a la naciente Revolución
Rusa y frustrar el sueño de redención del proletariado y pueblo rusos. Los
pedazos nacionales de lo que antes fue
Cuando el gobierno de los comisarios del pueblo, cuyo presidente era Lenin, se abrió de verdad verdad -y en medio de una violencia generalizada contra la revolución que la obligó a imponer el “comunismo de guerra”- las puertas de la democracia proletaria como la más auténtica de todas las democracias conocidas por la historia humana. Tal vez, aun con su elevadísimo nivel de cultura y de intelectualidad el literato Vargas Llosa, no haya tenido tiempo o no haya querido ocuparse por leer textos donde no se deja duda alguna del humanismo del más insigne de los dirigentes revolucionarios y marxistas del siglo XX en toda la faz de la tierra: Lenin.
Para una prueba, un botón. Nos dice Víctor Serge, víctima de las tropelías del termidor soviético dirigido por Stalin, que: “Releyendo últimamente un pequeño libro, deplorablemente traducido al francés, los Recuerdos de un comisario del pueblo, del socialista-revolucionario de izquierda Steimberg, he vuelto a encontrarme con esos dos significativos episodios. Habiendo sido disparados dos tiros contra Lenin a finales de 1917, una delegación obrera vino a decirle que si la contrarrevolución hacía derramar una sola gota de sangre, el proletariado de Retrógrado le vengaría con creces…Steimberg, que colaboraba entonces con Lenin, hace notar el embarazo de éste. El episodio no fue difundido, justamente para evitar consecuencias trágicas. Por otro lado, los dos socialistas-revolucionarios que dispararon fueron arrestados, perdonados y, más tarde, pertenecieron al Partido Bolchevique… Dos ex-ministros liberales, Chingariav y Kokochkine, al encontrarse enfermos en la cárcel, fueron trasladados al hospital. Fueron asesinados en sus lechos; cuando informaron a Lenin, éste, absolutamente trastornado, ordenó al gobierno abrir una investigación y descubrieron que los autores de los crímenes eran marineros revolucionarios, apoyados y protegidos por el conjunto de sus camaradas. Rechazando la “mansedumbre” de los que estaban en el poder, los marineros la habían suplido mediante una iniciativa terrorista. De hecho, la tripulación de la flota rehusó entregar a los culpables. Los comisarios del pueblo decidieron “dejar pasar” el asunto. ¿Podían, en el momento en el que el sacrificio de los marineros era cada día más necesario para el bien de la revolución, abrir un conflicto con el terrorismo espontáneo? En 1920, la pena de muerte fue abolida en Rusia. Se creía próximo el final de la guerra civil. Yo creía que todo el partido deseaba una normalización del régimen, el fin del estado de sitio, una vuelta a la democracia soviética, la limitación de los poderes de la checa o, mejor, su supresión. Todo esto era posible. El país, agotado, quería comenzar la reconstrucción. Sus reservas de entusiasmo y de fe continuaban siendo grandes”.
Esa larga cita, se crea o no en su contenido, habla por sí sola. Por eso no debe culparse ni al marxismo ni al socialismo, ni a Marx ni a Lenin, de lo que hizo que no debió hacer y de lo que no hizo y debió hacer el termidor soviético, en general, y Stalin, en lo particular, como tampoco en China, en lo general, ni Mao en lo particular.
Y, por último, no se puede estar de acuerdo con lo que al final de su artículo recomienda el escritor Vargas Llosa: “…pero dejemos a los historiadores ocuparse de deslindar las verdades de las mentiras históricas…”. Nadie, como los pueblos decididos hacerse libres, llegan a diferenciar con la mayor exactitud la verdad de la mentira. Por eso, se producen en el mundo las revoluciones que transforman a la sociedad desde los pies hasta la cabeza y desde la cabeza hasta los pies, incluyendo el lenguaje. No olvidemos que vivimos una fase en que la globalización capitalista, y sus historiadores esencialmente, mueven los rencores y los intereses para que actúen desnaturalizando la verdad histórica.