El Siglo XXI ha sellado la muerte de la teoría mono-cultural y mono-lógica de la praxis revolucionaria. El fin de la falacia del dogmatismo burocrático en el terreno de la “caja de herramientas revolucionaria” no pude pasarse desapercibida sin graves errores. La superación del cientificismo y del absolutismo filosófico son lugares comunes en el terreno intelectual y cultural. Todo apunta a una recreación abierta de la tradición socialista de Marx, Engels, Luxemburgo, Gramsci, Luckacs, y otras voces descolonizadoras: Mariategui, Martí, Cabral, Fanon. La ortodoxia en el terreno revolucionario es un simple emblema de identidad para ritualizar la pertenencia a la cultura de aparato. Se abren nuevas rutas: la ana-dia-léctica, por una parte, entre otros enfoques, y la heteroglosia de lo nacional-popular por otra. Surgen nuevos valores-fuerza: el pluralismo popular, la diversidad cultural, el diálogo de saberes, la crítica radical a la ideología de aparato, la apertura a las singularidades históricas en el terreno de los modos de subjetivación.
Existe una clara tendencia de destitución político-cultural de los ideales castradores de una unidad revolucionaria sin diversidad radical-democrática. Sin conciencia histórico-cultural, una ciencia revolucionaria deviene en una recaída en el cientificismo y en el culto de la tecnocracia de izquierda. No hay saber de una expertocracia (de la vanguardia teórica) sobre el socialismo, hay diálogo y producción de saberes contrahegemónicos. La emancipación de las clases populares y subalternas será obra de ellas mismas, y no puede ser delegada en “intelectuales tradicionales”, en los términos de Gramsci, en la pedantería de voces infalibles, en el monopolio de un vocabulario hegemónico. La revolución socialista requiere de un trastocamiento de categorías y conceptos de la propia “lengua legítima” de la transformación; por tanto, de una revolución del discurso socialista convencional. No puede ser repetición de lo viejo, sino actualización y apertura a nuevas condiciones y experiencias históricas. El temor a no encontrar recetas es un sentimiento reaccionario que anhela certezas, seguridades, anclajes.
Malas noticias, no hay aplicación de recetas, se requieren múltiples ensayos de investigación/acción popular, de retroacción entre propuestas teóricas y acciones cotidianas de transformación. Los momentos teórico-críticos forman parte del despliegue de una diversidad de actividades humanas. Transformar relaciones sociales de dominación, de explotación, de coerción, de hegemonía ideológica, de exclusión y negación cultural, no es un asunto de recetas, ni de algoritmos, ni de determinismos. Es una sucesión de actos político-culturales, de creaciones, de discontinuidades instituyentes.
El futuro del nuevo Socialismo del siglo XXI vuelve a colocar en el centro del debate el tema de la dominación, de la coerción, de la hegemonía ideológica, de la discriminación, del control social, y de la exclusión como formas de opresión que no pueden confrontarse exclusivamente bajo los formatos de la política partidista. Una nueva forma-partido pasará inevitablemente a cumplir un papel subsidiario, mediador y articulador de otras formas de agregación de intereses, sin poder sustituirlas, convirtiéndose posiblemente en un traductor social, político y cultural de la nueva agenda de democratización del campo social.
Inevitablemente la forma/partido moderna ha sido destituida en su centralidad de los nuevos circuitos y niveles del intercambio político, y su viabilidad depende de un doble movimiento de renovación de sus diseños organizativos, lo que implica ajustarse a la forma/red-plataforma, y plantear relaciones de complementariedad horizontal con movimientos sociales y nuevos agenciamientos político-culturales. La forma/partido no ya no puede sustituir al poder popular constituyente, es solo una delegación democrática, una mediación político-estratégica y por tanto no un fetiche organizativo.
Allí adquieren relevancia los enfoques contra-hegemónicos, discurso/praxis teórica que asumen la crítica radical de la dominación social, política, cultural, religiosa, económica, mediática, tecno-científica, de género, etc. Discurso/praxis de impugnación de los múltiples rostros de la opresión. Existen diversas formas de opresión articuladas en heterogéneos sistemas de dominación y desigualdad social: razas, etnias, clases, géneros, edades, categorías socio-técnicas, campos culturales, conformando cada una su malla de poder/dominio. No se trata exclusivamente de la dominación de clase, y de la centralidad de la explotación del trabajo asalariado. Allí hay un eje, pero no es el único eje del conflicto social y político. Sin trabajo libre asociado no hay socialismo, tampoco sin consumo no fetichista, sin estadolatria, sin delegación autoritaria del poder, sin patriarcado, sin racismo, sin mono-cultura hegemónica, sin democracia protagónica, sin diálogo de saberes. Como ha planteado Esteban E. Monsonyi, se trata de patria, socialismo y diversidad cultural contra la muerte. Se trata de una lucha contra diversas expresiones de la barbarie.
Por tanto, los discursos no son inocentes, son emblemas de lucha que prefiguran experiencias. Esto sucede con el uso y abuso del término hegemonía. La hegemonía nace en la fábrica para Gramsci, pero también nace en otros espacios de poder, desde la familia hasta el centro comercial. La seducción, sugestión, influencia-persuasión coactiva son parte de los dispositivos de control, vigilancia y normalización social. Nuevos fenómenos de protesta colocan estos terrenos de lucha en la agenda, y no pueden abordarse con simples medidas represivas o de contra-propaganda política. El asunto es mucho más complejo, es una pedagogía de la liberación social y cultural la que esta a la orden del día. No se trata de hegemonía sino de liberar-nos de la racionalidad de la hegemonía. Es, en principio, contra-hegemonía, en segundo lugar, elogio de la diversidad político-cultural, del pluralismo socialista, no de una nueva hegemonía, de una nueva lengua-cultura de dominio social.
El término hegemonía deriva del griego eghesthai, que significa "conducir", "ser guía", "ser jefe"; o tal vez del verbo eghemoneno, que significa "guiar", "preceder", "conducir", y del cual deriva "estar al frente", "comandar", "gobernar". El nuevo socialismo del siglo XXI implica auto-gobierno popular, menos representantes, jefes y caudillos. Como ha dicho Simón Rodríguez, que el “pueblo aprenda a gobernarse”, no que se acostumbre y que sea programado ideológicamente para que lo gobiernen. Esto implica una pedagogía de nuevas autonomías críticas, de nuevos modos de subjetivación, mas allá del colectivismo uniformador (una nación orgánica-un ideal esencialista) y del egoísmo posesivo.
Por eghemonia el antiguo griego entendía la dirección suprema del ejército. Se trata pues de un término militar. Egemone era el conductor, el guía y también el comandante del ejército. En el tiempo de la guerra del Peloponeso, se habló de la ciudad hegemónica, a propósito de la ciudad que dirigía la alianza de las ciudades griegas en lucha entre sí. También, Hegemonía es un concepto clave en los Cuadernos de la cárcel de Gramsci. En las discusiones no siempre se precisa bien el concepto al que se hace referencia con la palabra, ni cuando se dice que tal partido o clase social aspira a la hegemonía, ni cuando se critica a los que dicen aspirar a ella.
La hegemonía alude al predominio y liderazgo del hegemon, del conductor o guía militar, del que va a la cabeza. Y, por extensión, se suele identificar la hegemonía con el primado de un estado sobre otros en las relaciones internacionales o con la dominación de una clase o grupo social sobre otros en el interior de las naciones. Todos estos usos de la palabra hegemonía connotan la idea de superioridad material sobre otros: primacía, primado, preeminencia o dominio. Y en los estados modernos y contemporáneos está idea conlleva la idea de coerción por la fuerza, en última instancia militar, aunque no siempre y necesariamente militar. También hay violencias simbólicas, imposiciones, adoctrinamientos y programaciones ideológicas. Toda una concepción bancaria-difusionista de los campos culturales. Todo un cuerpo de tecnologías de disciplina, normalización y control de masas.
En la tradición socialista que cuaja en el siglo XX, y que es la de Gramsci, la palabra hegemonía se ha seguido usando en la misma acepción. La mayoría de los teóricos social-comunistas del siglo XX ha empleado la palabra para referirse a la inversión del tipo de dominación existente bajo el capitalismo, o sea, al cambio de signo social y político del poder. Así se ha podido decir que las revoluciones del siglo XX han cambiado (o han aspirado a cambiar) el signo de la hegemonía social anteriormente existente. La mayoría de los teóricos social-comunistas ha mantenido que el proletariado aspira a la hegemonía, entendiendo por ello que pretende ocupar el lugar social, económico y político que anteriormente ocupaba la burguesía. Esta tradición ha pensado, por tanto, que la hegemonía sólo cambia de signo cuando la nueva clase, la clase subalterna, ha tomado el poder y puede ejercer la dominación sobre las otras clases sociales. Hegemonizar es mandar; y el mandar, con lo que tiene de coerción, es algo necesario mientras la sociedad esté dividida en clases sociales. Hoy sabemos que no solo se trata de controlar el monopolio de la violencia legal y legítima (el Estado-coerción), sino del monopolio de la función de mando económica (“la hegemonía nace en la fábrica” y de la violencia simbólica legítima (los aparatos y campos hegemónicos).
Este imperativo del hegemonizar como mandar continúa dándose incluso después de la revolución y de la toma del poder por sectores, grupos y clase (o las clases) subalterna(s). Por una razón muy sencilla, a saber: porque una clase social subalterna puede conquistar el poder político (estar en el gobierno) y no tener todavía el poder económico ni cultural, el cual, como se sabe, suele ser un prerrequisito básico del poder militar. Sin embargo, la palabra hegemonía no dice nada de la prefiguración del orden nuevo por-venir. ¿Es la misma lógica de dominio que se reproduce ad infinitum? Planteamos que no, que hay una discontinuidad si se trata de una transformación radical, que se trata de una transición desde la racionalidad del dominio a las razones y pasiones liberadoras, y esto significa pasar a la construcción crítica de un nuevo poder constituyente como poder popular radicalmente democrático.
Mientras el elitismo democrático es el paradigma por excelencia de la política liberal, una alternativa contra-hegemónica implica una superación de cualquier figura del elitismo (para no hablar en este momento del elitismo revolucionario que inspira diversos despotismos).
No se trata de hegemonía, y mucho menos de hegemonía estatal. Se trata del autogobierno nacional-popular, un autogobierno de singularidades revolucionarias articuladas en multitud. Pensar desde la hegemonía es reproducir la delegación de poder, anular el poder constituyente, así sea adjetivada como hegemonía alternativa. Se trata de desplazar gradualmente la subjetividad hegemónica, por subjetividades liberadoras. No se trata de la circulación de las elites, ni de una nueva “clase política”, ni del fetichismo del poder delegado, se trata de un trastorno, de una torsión del imaginario de la dominación, de la ruptura de la hegemonía incluso, como influencia intelectual y moral de un estrato dirigente sobre estratos dirigidos.
El postulado básico como horizonte de transformación radical es la democracia de los productores directos. También, de reproductoras directas, de nuevas autonomías y singularidades constituyentes. Allí confluyen democracia y socialismo.
El planteamiento de Gramsci es, por tanto, mucho más radical y libertario que una sustitución de una hegemonía capitalista por una hegemonía socialista, es la emancipación de toda forma de dominación y hegemonía. Se trata de pasar a una socialización del poder económico, político y cultural, y esto implica una radical democratización, una radical desconcentración del poder.
Gramsci nos da indicaciones precisas de la problemática que funda los estudios contra-hegemónicos. En los “Elementos de política” presentes en las notas sobre Maquiavelo y el Estado Moderno encontramos lo siguiente:
“En este dominio es preciso decir que los primeros en ser olvidados son justamente los primeros elementos, las cosas más elementales, y como se repiten infinidad de veces, se convierten en los pilares de la política y de no importa cuál acción colectiva. El primer elemento es de que existen realmente gobernados y gobernantes, dirigentes y dirigidos. Toda la ciencia y el arte político se basan en este hecho primordial, irreductible (en ciertas condiciones generales). Sus orígenes constituyen un problema en sí, que deberá ser estudiado en sí (por lo menos podrá y deberá estudiarse cómo atenuar y hacer desaparecer el hecho mutando aquellas condiciones que sean identificadas como actuantes en este sentido), pero permanece la consideración de que existen dirigentes y dirigidos, gobernantes y gobernados. Partiendo de este hecho habrá que analizar como dirigir de la manera mas eficaz (dados cierto fines) y por lo tanto cómo preparar de la mejor forma a los dirigentes (y en esto consiste precisamente la primera sección de la ciencia y del arte político). Pero habrá que analizar además, por otro lado, cómo se conocen las líneas de menor resistencia o racionales para obtener la obediencia de los dirigidos o gobernados. Para formar los dirigentes es fundamental partir de la siguiente premisa: ¿Se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes, o por el contrario, se desean crear las condiciones bajo las cuales desaparezca la necesidad de la existencia de esta división?, o sea, ¿Se parte de la premisa de la perpetua división del género humano o se cree que tal vez tal división es solo un hecho histórico, que responde a determinadas condiciones? Sin embargo, es necesario tener claro que la división entre gobernados y gobernantes, si bien en ultima instancia corresponde a una división de grupos sociales, existe también, en el seno del mismo grupo, aunque este sea homogéneo desde el punto de vista social. En cierto sentido, se puede decir que tal producto de la división del trabajo es un hecho técnico. Sobre esta coexistencia de motivos especulan quienes ven en todo, solamente “técnica”, necesidad “técnica”, etc., para no plantearse el problema fundamental. Dado que también en el mismo grupo existe la división entre gobernantes y gobernados, es preciso fijar algunos principios inderogables. Y es justamente en este terreno donde ocurren los “errores” más graves, donde se manifiestan las incapacidades más criminales y difíciles de corregir. Se cree que, una vez planteado el principio de la homogeneidad de un grupo, la obediencia no solo debe ser automática y existir, sin una demostración de su “necesidad” y racionalidad, sino que debe ser también indiscutible, (algunos piensan y lo que es peor actúan según este pensamiento, que la obediencia “vendrá” sin ser exigida, sin que sea indicada la vía a seguir). Es así difícil extirpar de los dirigentes el “cadornismo”, o sea la convicción de que una cosa será hecha porque el dirigente considera justo y racional que así sea.”
¿Qué nos enseña Gramsci? Una vía para la crítica radical de la separación entre dirigentes y dirigidos, entre gobernantes y gobernados. Así mismo, una crítica al “cadornismo”: El término proviene del General Luigi Cadorna, jefe del estado mayor del ejército italiano durante la retirada de Caporetto (1917), de la cual fue el principal responsable. Caporetto puso en evidencia el carácter erróneo de la conducción del ejército italiano, y el “cadornismo” simboliza aquí el burocratismo o el autoritarismo de los dirigentes que consideraban como superfluo el trabajo de persuasión de los “dirigidos” para obtener su adhesión voluntaria. En fin, la sustitución del mando vertical por el diálogo persuasivo, pedagógico y liberador: “obtener su adhesión voluntaria”. Se trata de una acción contra-hegemónica con la finalidad de argumentar las razones de una acción o decisión, y obtener adhesiones voluntarias. Nada de persuasiones coactivas, manipulaciones simbólicas o imposición de criterios.
Gramsci continua: “De allí que sea difícil también, extirpar el hábito criminal del descuido en el esfuerzo por evitar sacrificios inútiles. Y sin embargo, el, sentido común muestra que la mayor parte de los desastres colectivos (políticos) ocurren porque no se ha tratado de evitar el sacrifico inútil, o se ha demostrado no tener en cuenta el sacrificio ajeno y se jugó con la piel de los demás. Cada uno habrá oído narrar a los oficiales del frente cómo los soldados arriesgaban realmente la vida cuando realmente era necesario, pero cómo en cambio se rebelaban cuando eran descuidados. Una compañía era capaz de ayunar varios días si veía que los víveres no alcanzaban por razones de fuerza mayor, pero se amotinaba si por descuido o burocratismo se omitía una sola comida. Este principio se extiende a todas las acciones que exigen sacrificio. Por lo cual siempre, luego de todo acontecimiento, es necesario ante todo buscar la responsabilidad de los dirigentes, entendida esta como el sacrifico estricto (por ejemplo: un frente esta constituido por muchas secciones y cada sección tiene sus dirigentes. Es posible que de una derrota sean mas responsables los dirigentes de una sección que los de otra, pero se trata de una cuestión de grados y no de eximir de responsabilidades a ninguno).”
Aquí hay una lección sobre las consecuencias de una dirigencia irresponsable, que sacrifica a otros, o que los coloca en una situación de sacrificio sin liderazgo intelectual y moral. Se trata del poder corrupto y cínico, del cual tenemos ejemplos patéticos en el campo opositor.
Planteado el principio de que existen dirigentes y dirigidos, gobernantes y gobernados, es verdad que los “partidos” son hasta ahora el modo mas adecuado, de formar los dirigentes y la capacidad de dirección (los “partidos” pueden presentarse bajo los nombres mas diversos, aún con el nombre de anti-partido y de “negación de partidos”.”(P.41-42)
Para una revolución que aspira el autogobierno popular: “¿Se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes, o por el contrario, se desean crear las condiciones bajo las cuales desaparezca la necesidad de la existencia de esta división?, o sea, ¿Se parte de la premisa de la perpetua división del género humano o se cree que tal vez tal división es solo un hecho histórico, que responde a determinadas condiciones?”.
Allí esta el problema central de los enfoques contra-hegemónicos: ¿se construyen teorías liberadoras, que asumen en su interior las premisas para prefigurar una nueva forma de cooperación y asociación humana, o simplemente se abandona la crítica radical de las formas de dominación social, una apuesta por la diversidad cultural y el pluralismo? Este es un desafío central del nuevo socialismo del siglo XXI.
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