Como encontrar al Bolívar socialista

La sentencia bolivariana de reconocer que la esclavitud era el comienzo de la sabiduría de la libertad, descarga la biografía de todo un pensar que luchó por la senda de una sociedad humana donde imperaba: LA UNIÓN, LA LIBERTAD, LA JUSTICIA Y LA IGUALDAD. El abrir tan solo ese pensamiento, el conferirle una explicita finalidad, hace que encontremos los propósitos de un socialismo donde el hombre plasma su propia historia y es el creador de la misma.

Craso error de aquellos que entienden que hoy se quiere meter a la fuerza a un “Bolívar Marxista”, creo que se deba a una ligera confusión, pues por encima de todo; en términos de civilización, los aspectos históricos de Bolívar a Marx, mantuvieron grandes distancias y desarrollaron muy, pero muy diferentes formas y métodos. Mas sin embargo si hemos venido insistiendo algunos estudiosos, que en Bolívar si se encuentra una doctrina social, humana, su denominador histórico no pasó de una simple ideología, no, él logró consolidar una unión de hombres y naciones, un reino social, donde ahogó las necesidades que para ese momento imponía miserablemente el imperio español, realizando toda una revolución la cual condenaba abiertamente las relaciones comerciales con el exterior, la política belicista emplazada por la conquista, la explotación y sumisión en que se mantenían a nuestros pueblos, con una radical critica a las formas de existencia y las relaciones de dependencia que vivía esta civilización.

El bolivarianismo se rebela contra el seudo bienestar de la constreñida humanidad, contra esa monarquía que se creía perfecta, contra ese dogmatismo religioso con que se disfrazaba y contra la absoluta comercialización y transformación del hombre como una mercancía. ¿Cómo se puede definir este pensamiento? Nadie podrá desentrañar el potencial liberador de la sociología bolivarianista, así como del marxismo histórico nacido mas tarde y con un proceso de desarrollo capitalista muy diferente.

En nuestra época, en los tiempos por venir, nuestra histórica existenciaria tendrá mucha discusión, pero nunca podrá ser descuidada, como si lo hizo descaradamente esa seudo democracia pasada que gobernó bajo la oscuridad durante más de cuarenta años. Tenemos que entenderla para poder continuarla, sin que otras historias que han desconocido las nuestras, nos vayan a sumir en un mundo de dudas.

No creo estar exagerando cuando señalo como fue el ideal de esa resistencia, venido de la lección que nos dejaron nuestros aborígenes y ahora que nosotros queremos continuar progresivamente. Más sin embargo, es indudable que no tengamos que debatir como proposición destinada a un nuevo futuro. El hombre no puede vivir en medio de las cosas sin forjarse ideas acerca de las mismas, regulando su conducta con arreglo de una conciencia para que sea la base y sienta la necesidad de analizarla y poder entonces aceptarla para que le sirva en su camino. Por eso sostengo que los documentos Bolivarianos expresan los fenómenos sociales introduciendo una orientación nueva y significativa para los pueblos de América, encontramos en ellos la atrevida afirmación de que la realidad de esa sociedad, el curso de su historia, el desarrollo del pensamiento, no ha introducido nuevas finalidades durante sus trescientos años de dominio y de poder.

Se enfrenta con total franqueza al coloniaje, al absolutismo y la opresión, señala en su búsqueda un cambio radical hacia la independencia, la democracia, la soberanía, la libertad, valores socio-político positivo para poder emprender la construcción de un nuevo continente. La revolución nacional decretada por el Bolivarianismo fue una lucha social de esclavos contra los señores, de campesinos enfeudados contra los terratenientes, de mulatos, zambos, negros, contra blancos, pero fue más allá porque fue el combate de los pueblos unidos contra el colonialismo opresor de la tiránica España. En sus documentos la política aparece en primera línea, es contundente dentro de su observación y su búsqueda, de ahí que se distinga de todas las doctrinas que nos hablan de libertad, de justicia, de igualdad, porque su procedimiento principal fue la unión y solo la unión la que podía realizar el triunfo para la toma del poder, pues sin ésta, es decir, sin la posesión de los medios del mando y de las palancas de la autoridad, nada podía hacerse en tan tremendo esfuerzo revolucionario. Pero los principales adversarios del bolivarianismo aparecen en la misma América y fueron muchos los tontos que se dejaron llevar por las intrigas y extrañas leyendas donde delineaban a un Bolívar ambicioso, perverso y cesáreo. El Decreto de Guerra a Muerte se utilizó para desfigurar su imagen y convertirlo en un vulgar criminal y en el seno de la sociedad civilizada granadina no se quería su presencia.

Criterios de que la unión de tropas granadinas y venezolanas era su oscuro plan bien encaminado a imponer el predominio de los generales venezolanos sobre los pueblos de Nueva Granada, se corrió por los pasillos de toda Cartagena en septiembre de 1814. Pero Bolívar se destaca, él es vanguardia de las vanguardias, es el líder y el jefe de esa lucha anticolonial, no podía perder el rumbo, porque eso significaría el error y el desastre Bolivariano. Bolívar aplicó lo básico y fundamental del verdadero dirigente revolucionario. Su espíritu de rebeldía, lo manifestó plenamente al combatir la tendencia a la intriga, a la resignación, al desbarajuste ideológico de sus hombres y de las masas. Siempre libró una batalla acertada gracias al deseo de luchar y al estudio de la realidad donde se movía.

Bolívar toma decisiones concretas en los momentos difíciles de su carrera como revolucionario, cuando en la Nueva Granda se comienza a discutir su autoridad y sus capacidades como jefe de la revolución y se generaliza una actitud de censura por el Decreto de Guerra a Muerte, de cuyos horrores se le juzgaba principal responsable, aparece el célebre brigadier Joaquín Ricaurte, quien convertido en su mas aserto acusador se dirige al congreso de Tunja con las siguientes expresiones:


“El bárbaro e impolítico proyecto de la Guerra a Muerte, que nos iba convirtiendo los pueblos y las provincias enteras en enemigos, no sólo hacia odioso el ejército, sino el sistema que éste sostenía. Y así es que los mismos pueblos que por su opinión nos recibían con la oliva en la mano y unían sus esfuerzos a los nuestros para lanzar a los españoles de su territorio, luego que observaban nuestra conducta sanguinaria, se convertían en enemigos nuestros, mucho mayores que antes lo habían sido de los otros… la necesaria consecuencia de los errores militares, que fueron tantos cuantos pasos se dieron, la opresión de los pueblos; la ferocidad que se les enseño; su ruina consiguiente a los robos; la falta de un gobierno y el espantoso despotismo y disolución de los jefes, fue la pérdida del país, pero una pérdida tal que jamás podrá repararse, mientras no se haga la guerra en regla, por quien sepa hacerla; mientras la política no borre las profundas impresiones que la impolítica ha hecho en aquellos pueblos, dispuestos antes a entregarse a los otomanos que a sus paisanos, y mientras al frente del ejército que emprenda nuevamente la reconquista, no se ponga un jefe que no sea de los que han mandado en la anterior desgraciada campaña”.


Bolívar comprende que además de luchar y luchar bien, hace falta luchar para hacer de su autoridad el motor de la revolución y ese era un momento decisivo, aquella situación difícil, aquel obstáculo aparentemente insalvable, especialmente porque lindaba con lo personal, necesitaba ser asimilado en su recibimiento y superado, puesto que los intereses confabulados contra él no tenían otra ambición que destruir su prestigio para poner término a todas las empresas destinadas a dar a la revolución liniamientos internacionales, tan poco gratas a los hombres sólo capaces de progresar en el fácil juego de las intrigas de provincia. Con la sonrisa en el rostro, con la profunda convicción de que estaba en lo cierto, de que ese documento de decreto de Guerra a Muerte, dictado por él en la madrugada del 15 de junio de 1813, en la ciudad de Trujillo, era una proclama de contestación política al incumplimiento de las condiciones a la capitulación de Miranda, una protesta y respuesta a los crímenes y felonías de Monteverde, fue el aviso decisivo de una lucha que ahora comenzaba y de la cual él era su expresión, era la voz de los colonos contra los opresores, era el esfuerzo político mas grande lanzado en medio de condiciones sociales y económicas desastrosas y donde con todo su horror combativo hacía un llamado a la unión americana para que se incorporara a la lucha de liberación contra el imperio español. En este documento Bolívar levantó la bandera más preciada de la justicia, la verdad, la belleza, la libertad y la razón. Nacía la primera fase de la rebeldía que sintetiza la práctica espontánea y la práctica teórica, haciéndola Bolivarianamente una práctica integral.

Ante los legisladores de la Nueva Granada, implacables jueces, dos inmensos partidos iban a librar una decisiva contienda: Por un lado estaban Joaquín Ricaurte y Manuel Castillo, para quienes Bolívar debía ser privado de toda autoridad y todo mando y llamarlo a capítulo por su conducta durante la campaña combativa que desarrolló en Venezuela, pues según sus determinaciones los problemas revolucionarios debían tratarse con prudencia y cordura, prescindiendo de todo acto que no garantizara seguros resultados, de toda aventura que condujera al sacrificio inútil de soldados granadinos en lejanas tierras. Del otro lado, estaba solo Bolívar, quien ya había expresado, ante una compañía de soldados venezolanos de la división que comandaba Urdaneta, y que habían llegado huyendo de las fuerzas del tirano Morales a la Nueva Granada; “Para nosotros, la patria es América; nuestros enemigos, los españoles; nuestra enseña, la independencia y libertad”.

Marx, se equivoco con Bolívar, se basó en falsedades y nunca tuvo en realidad en sus manos la verdadera causa de la guerra independentista nuestra, distorsionó su imagen, queriéndolo moldear con el rígido cartabón del “napoleonismo”.



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Víctor J. Rodríguez Calderón


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