La Revolución Bolivariana ante los retos de descolonizar y des-dogmatizar el Socialismo: sobre Chávez y Baduel

El día 22 de julio desde el Camino de Los Indios, Hugo Chávez afirmó que el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) no tomará las banderas del marxismo-leninismo porque es una tesis dogmática que ya pasó y no está acorde con la realidad de hoy. Chávez señaló que tesis como la de la clase obrera como el motor del socialismo y de la revolución están obsoletas.

El día 24 de julio, Raúl I. Baduel, cuestionó la “ortodoxia marxista”, destacando que “En el orden político, nuestro modelo de socialismo debe ser profundamente democrático. Debe dilucidar de una vez por todas que un régimen de producción socialista no es incompatible con un sistema político profundamente democrático, con contrapesos y división de poderes. En este aspecto considero que sí deberíamos apartarnos de la ortodoxia marxista que considera que la democracia con división de poderes es solamente un instrumento de dominación burguesa. Como bien lo señaló nuestro Presidente Hugo Chávez en una entrevista concedida a Manuel Cabieses, Director de la revista Punto Final: Cito: "En la línea política uno de los factores determinantes del Socialismo del Siglo XXI debe ser la democracia participativa y protagónica. El poder popular. Hay que centrar todo en el pueblo, el partido debe estar subordinado al pueblo. No al revés".

Es visible la sintonía política de ambas intervenciones; el clima de presunciones que comparten, hecho que no debe extrañar si consideramos que ambas figuras son emblemáticas de la propia historia del movimiento bolivariano revolucionario, cuyos miembros siguen constituyendo hoy elementos determinantes del núcleo de conducción del proceso revolucionario. El asunto que ha generado polémica en la izquierda histórica venezolana (todo el archipiélago de tendencias de izquierda con antecedentes en el PCV, en URD o en AD), es la valoración de los aportes del programa teórico marxista para la revolución bolivariana en Nuestra América en pleno siglo XXI; la relación entre el programa teórico marxista, el Socialismo y la Democracia, y el balance de inventario de los logros y fracasos del socialismo burocrático soviético.

El PCV, y todos aquellos que sigue anclado a la ratificación de la ortodoxia marxista-leninista siguen reafirmando sus convicciones: “ser un Partido que se orienta bajo los principios del socialismo científico, del marxismo-leninismo y la vertiente revolucionaria del Bolivarianismo, aplicada a la realidad concreta que vivimos hoy” (Secretario Nacional Sindical y miembro del Buró Político del Comité Central, Pedro Eusse.) Allí Eusse declaró que “consecuente con ese principio, los comunistas reafirmamos que el sujeto histórico de una revolución socialista es la clase trabajadora, que unido a los demás sectores explotados de la sociedad, conforma la fuerza revolucionaria más avanzada para destruir el sistema capitalista e instaurar la sociedad socialista en Venezuela y el mundo”. Como vemos, ninguna referencia autocrítica al “socialismo científico” (¿Cuál ciencia, la del siglo XIX?), al marxismo-leninismo (¿Se refiere usted al catalogo de inventos estalinistas codificados luego de la muerte de Lenin?), a la vertiente revolucionaria del bolivarianismo (lo que implica que hay una vertiente no revolucionaria y nos pone en el dilema del bolivarianismo bueno y el bolivarianismo malo), aplicada a la realidad concreta del siglo XXI (lo que implica un detallado análisis de las tendencias y contra-tendencias fundamentales de las formaciones sociales siglo XXI, lo que no aparece en ningún documento hasta ahora).

Sobre el sujeto histórico, el eje de articulación sigue siendo la explotación, haciendo caso omiso a los problemas de las opresiones múltiples del sujeto nacional-popular: patriarcado, raza, género, etnia, explotación salarial, precariado, dominación, negación cultural y hegemonía ideológica. Eusse tendría que revisar la historia del pasaje del obrero indiferenciado (1848-1870) al obrero profesional (1870-1917), al obrero masa (1917-1968) hasta llegar al obrero social-multinacional (1968-¿?), así como la metamorfosis de la cuestión social, para dar cuenta del tema del precariado y la exclusión social como uno de los ejes del conflicto frente al capitalismo mundial. Como han repetido los dogmáticos de tantas épocas y pelajes, si la teoría no coincide con los fenómenos concretos, peor para la multiplicidad de lo concreto-real, que viva el dogma. Este es el destino del platonismo revolucionario.


¿Qué apreciación político-ideológica podemos hacer de estas intervenciones? En primer lugar, que hay extraordinarias condiciones para una discusión político-ideológica sobre el Socialismo en Venezuela, que compromete y tiene implicaciones políticas reales. Que este debate no es un debate de cafetín ni simplemente libresco, que afecta la política revolucionaria en la definición de líneas de dirección y tareas políticas, y que requiere de un extraordinario esfuerzo de asunción de una cultura de debate, que vaya más allá de la ratificación de convicciones, y que ponga en juego el criterio de la práctica histórica como criterio de validación, y no la fidelidad a una doctrina; es decir, que se abra la fecundidad de conexiones y retroacciones entre teoría y praxis revolucionaria.

En el continente entero se debate la relevancia del proceso de construcción de un nuevo modelo político, económico, cultural y social, denominado Socialismo del Siglo XXI. Que el término Socialismo no tenga un significado uniforme y homogéneo, es un hecho positivo que expresa la variedad de lo posible, la fecundidad de la diversidad socialista en Nuestra América. Esto implica asumir de entrada la pluralidad socialista y la pertinencia de superar la mentalidad colonialista de “calco y copia” que ha caracterizado a la izquierda política marxista en el Continente. De allí, la necesidad de asumir la pulsión de descolonización y des-dogmatización del programa teórico marxista, y de allí la vigencia, por ejemplo, de la obra abierta de Mariategui en estas tareas. Así mismo, implica asumir el reto de actualización en el debate epistemológico y gnoseológico de las ciencias sociales críticas en el contexto de las nuevas geopolíticas del conocimiento. Si de verdad se quiere hablar de fundamentación científica del Socialismo, el reto es pasearse necesariamente por la crisis de fundamentación que viven los saberes científicos en el siglo XXI, sobre todo las ciencias sociales históricas y la racionalidad instrumental derivada del clima ilustrado europeo.

Por nuestra parte, hemos apostado por una liquidación de los dogmas del estalinismo-burocrático en cuestiones de Socialismo (hay numerosos trabajos en aporrea), así como por una crítica al reformismo social-liberal en el que ha caído el programa socialdemócrata con la tesis de la “tercera vía” de Giddens-Blair. La doble crisis del marxismo-leninismo y de la socialdemocracia liberal, abren una extraordinaria oportunidad de invención y apertura a la “creación heroica” del Nuevo Socialismo, que asuma el complejo de tensiones, conflictos y contradicciones que recorren un proyecto estratégico de izquierda revolucionaria para Nuestra América: una izquierda que no puede recaer en el euro-centrismo (contradicción occidentalismo/post-occidentalismo), en el desarrollismo nacional con su anclaje en el productivismo (contradicción imperio/estado nacional), en el reduccionismo de clase (contradicciones entre las lecturas reductoras de la hegemonía obrera y una lectura abierta de la contra-hegemonía popular: el sujeto es una configuración revolucionaria de lo nacional-popular como multitud diversa).


Construir el Socialismo del Siglo XXI, ciertamente, implica la necesidad imperiosa y urgente de formalizar modelos teóricos propios y autóctonos de Socialismo que estén acordes a nuestros contextos históricos, sociales, culturales y políticos. Pero reconociendo que toda formalización es una simplificación del movimiento de lo real-concreto, y por tanto una cartografía limitada y parcial de la complejidad histórico-cultural. Ciertamente hay una relación entre incertidumbre y ausencia de modelos formalizados, pero es parte de la dinámica revolucionaria que se asuma un margen de creatividad y apertura a hechos constituyentes, a acontecimientos de multitudes, que no pueden reducirse a variables de control de un sistema cibernético. Toda crisis revolucionaria implica incertidumbre, como lo evidenció el propio 11, 12 y 13 de abril.


La "invención" el Socialismo del Siglo XXI será caótico; es decir, se abrirá a la construcción de ordenes precarios por fluctuaciones y turbulencias, valiéndose de las herramientas y el marco de referencia que nos da, no la vieja ciencia determinista, reduccionista y simplificadora del siglo XIX, sino la nuevas ciencias de la complejidad, el pensamiento critico y los saberes contra-hegemónicos. Ciertamente, debemos inventar nuestro modelo propio con la asunción de nuevas lógicas, con nuevos métodos, con el ensayo de escenarios y la creación de complejidades organizadas, en fin con nueva ciencia con conciencia crítica. Lamentablemente, en el discurso de Baduel hay una nostalgia por certezas que ya no existen en el mundo de las actividades científicas, al igual que Chávez, que sigue atado a los dogmas de la cuantificación y de la razón instrumental en el discurso científico. No es conveniente confundir los instrumentos ni convenciones de las prácticas científicas, con postulados ontológicos sobre lo real: “Dios habla a través de las matemáticas”, por ejemplo, solo puede ser un chiste, porque habría que ver de que dios se trata y de cual matemáticas.


Sin embargo, hay en Chávez y Baduel una superación del dogmatismo con relación al análisis del socialismo burocrático. Los errores no son solo de orden político. No debemos olvidar algo fundamental: El socialismo es, en sentido estricto, un sistema de producción económica, tal como el capitalismo al que debe sustituir es también un sistema de producción económica. Sin embargo, el problema, como ha puesto en evidencia la catástrofe ecológica mundial, es el modelo de progreso que los modelos de crecimiento y productividad económica van instrumentalizando. El industrialismo, el productivismo y el consumismo son una pesada herencia del socialismo burocrático. El concepto de riqueza es hoy un asunto de escala humana y ambiental, de calidad de los satisfactores, más que de cantidad de productos. La riqueza como lo decía Marx, por cierto, es de riqueza social y humana, del desarrollo del potencial humano, y no de fuerzas productivas y toneladas de productos. Hay errores de insuficiencia: desnutrición, por ejemplo, pero también hay errores de mal-suficiencia: malnutrición y obesidad, por ejemplo. Por estas razones, las medidas e indicadores del desarrollo se vienen transformando cualitativamente, no se trata solo de problemas por insuficiencia o carencia, sino de problemas de mal-suficiencia o de tenencia. No es los mismo no tener, que tener algo que anule el ser.

Los errores económicos de estos países del socialismo real como la URSS, incluyen no solo la insuficiente generación de riqueza sino el inadecuado concepto de una alternativa civilizatoria superior al capitalismo. El socialismo burocrático soviético logró una industrialización acelerada, una economía centralmente planificada y planes quinquenales, pero la economía soviética no solo no pudo ser rentable sino que fue inviable ecológicamente; en fin no planteó un modelo alternativo de desarrollo, con una escala humana y ambiental que superara la ideología del desarrollismo. También en la URSS se creo la nomenclatura y la nueva clase, además del la catástrofe del GULAG.

Como ha dicho Müller Rojas, para el caso venezolano, el Capitalismo de Estado ya existe, el Estado ya es el dueño de grandes medios de producción, y a través de el se ha construido una “burguesía de estado”, que disfruta de los privilegios de su posición de dominio económico y político. Esta es una realidad de la revolución bolivariana, la realidad de los nuevos privilegios, y esta es uno de los nuevos ejes de conflicto del nuevo socialismo del siglo XXI, que también encierra sus peligros y contradicciones. El modelo de acumulación, crecimiento y distribución del nuevo socialismo del siglo XXI pasa por una definición de la nueva economía mixta, del papel de la planificación y del mercado, así como de las modalidades de democráticas de gestión de los asuntos económicos, científicos y técnicos. No se trata de acabar solo con las inmensas desigualdades de ingreso o de acceso a la propiedad y control de medios de producción, sino además con la lógica consumista-productivista del estilo de desarrollo. Antes de repartir la riqueza, no solo hay que generarla, sino que hay que cambiar el paradigma de interpretación de la riqueza social.

A través del trabajo y el esfuerzo no solo se compran más productos, reforzando una sociedad adquisitiva, sino que se despliegan capacidades humanas multilaterales, se potencian dimensiones cualitativas de la existencia. Obviamente, se trata de transformaciones en el corto, mediano y largo plazo, pero sin olvidar el debate sustantivo de la racionalidad histórico-cultural de los cambios revolucionarios, que a decir del poeta Rimbaud, implican “cambiar la vida”.

Aquí entramos en el terreno más significativo a largo plazo del nuevo socialismo del siglo XXI, la cuestión intercultural y democrática. No solo se trata de la democracia política de las multitudes, o de la socialización del poder económico o de asumir la cuestión ambiental. Se trata del reto del diálogo intercultural. Existen evidencias sobre las tendencias hacia el fundamentalismo religioso o neo-integrismo moral en la vida cultural. Hay que tener mucho cuidado con la intrusión del debate teológico, moral y culturalista en el terreno del socialismo. El nuevo socialismo debe facilitar y catalizar el diálogo inter-religioso, la apertura cultural y aligerar las exigencias super-yoicas de cualquier moral. No se trata de devaluar la moral, pero si de asumir el debate anti-autoritario en el terreno ético-cultural. Nada de inquisiciones, ni de pensamientos y sentimientos únicos. Una regeneración de las costumbres se hace en el marco de la diversidad cultural y de la ampliación de los espacios de libertad, con una democracia radicalizada. Así como la biodiversidad es esencial para la recuperación de los sistemas ambientales, la diversidad cultural y una revolución liberadora en el ámbito ético-cultural de la vida cotidiana, permite que se fecunde la singularidad, base del desarrollo humano.

La tarea de la verdadera educación social y popular debe permitir la formación de una nueva ciudadanía republicana, que a la vez sea crítica, democrática y pluricultural. La escena intelectual del Siglo XXI en el sistema mundo moderno-colonial ha sellado la muerte de las teorías mono-culturales, euro-céntricas y mono-lógicas de la praxis revolucionaria. Hay que desmontar la mirada hegemónica del socialismo como continuación del occidentalismo moderno-colonial, y superar los presupuestos de la falacia desarrollista en el propio terreno del socialismo. El nuevo socialismo del siglo XXI debe ser un socialismo intercultural, asegurando la escala humana y ambiental de la transformación revolucionaria, lo que implica un régimen de necesidades cualitativamente distinto, y la construcción de verdaderas prácticas contra-hegemónicas, prácticas de liberación y agenciamientos de enunciación polifónicos. Polifónico significa una democracia de lo diverso, de un pluralismo socialista que puede fecundar sin monolitos ideológicos la unidad de acción revolucionaria. Sin liberarse del pensamiento colonial y sin liberarse del dogmatismo, el nuevo socialismo del siglo XXI será la repetición de errores del viejo socialismo burocrático, el de los aparatos y el de los universos concentratorios llamados gulags. A debatir entonces, cuál socialismo en los batallones socialistas y en la esfera publica.

jbiardeau@yahoo.com.mx






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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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