Pobres desconcentrados

Es lógico que dentro de la cuarta república, el capitalismo en pleno apogeo, se invente lo de construirle casa a los pobres en sitios retirados al centro de las ciudades. Eso de “desconcentrarlos” con sus feos aperos, sus enfermedades, sus borracheras de fin de semana, sus cuerdas llenas de ropa vieja recién lavada, sus triponcitos y demás peroles es una práctica aceptable en una sociedad destinada a proteger y brindarle lo mejor a los ricachones y a los clase media con posibilidades de “ascenso social”.

Algún teórico del urbanismo hipermoderno decidió justificar tal acción con la idea de ir poblando los sitios deshabitados, darle más aire a las ciudades, combatir la concentración de personas en espacios reducidos y patatín patatán. Y todos aplaudimos muy conformes. Total, íbamos saliendo (al menos alejando de la vista) de esa gentará de mal vivir.

Resulta que con la llegada del proceso revolucionario, y se trata de un proceso profundamente humanista, y el anuncio del socialismo la cuestión sigue igual. Los mismos teóricos (cambian algunos nombres, ciertas poses) parecen repetir la receta: la desconcentración, “airear” las ciudades, poblar por allá y tatatá. En todo caso, los “desconcentrados” no cambian, son esos a los que nuestros ministros de vivienda, a la usanza de los escuálidos, presumo que llamarán chusma.

Y es que al igual que en el capitalismo más salvaje y nauseabundo, mientras envían a los pobres lejos de las ciudades, se aprueban en un santiamén los proyectos habitacionales para las clases medias y altas dentro de las grandes ciudades o, al menos, en una orillita bien cerca.

Basta fijarse que en Margarita se avienta a nuestros camaradas sin mayores recursos a “peladeros de chivos”, donde ni siquiera les construyen un parque lleno de verdor, ni les siembran árboles; mientras que, por ejemplo, en la vía Porlamar-La Asunción, cerca de la entrada al Valle se levanta un moderno complejo habitacional para gente con reales.

Igual por allí mismo se levantó un centro comercial. Así usted puede pasearse por la isla y verá como se repiten los casos. Es decir, en el lenguaje de nuestros ministros de vivienda (el hábitat sobra si nos atenemos a las urbanizaciones que están construyendo) la concentración en los centros urbanos no es problema si son los ricos los que habitan estos espacios.

Quizás alguien pudiese argumentar diciendo que esos terrenos son muy costosos, por lo que son adquiridos por el sector privado para construir casas y venderlas a precios muy altos.

¡Qué bien! ¿Y el socialismo? ¿Qué demonios es el socialismo? ¿No tiene la intención este socialismo de vencer las desigualdades? ¿Cuándo comenzamos a hacerlo? ¿Siguen los pobres siendo una “carga pesada” para el Estado dentro del socialismo? ¿Hasta cuándo los veremos así?

Uno entiende que el camino es lento, pero ¡vaya! ¿en qué momento empezamos a remontar la cuesta? Uno entiende que todavía estamos bajo la estructura de un Estado burgués y reformista, pero ¿cuándo demonios lo desmoronamos si un ministro de la vivienda no agarra un martillito de goma para darle un pequeño golpe?

Mientras esto sigue así, a nuestros pobres los seguimos desarraigando de sus lugares de origen y nuestros dirigentes populares terminan siendo unos desconocidos en áridas urbanizaciones ubicadas en sitios lejanos.

Los pobres siguen siendo un estorbo, ¡qué vaina!



salima36@cantv.net


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Pedro Salima


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