Los movimientos sociales del siglo XXI. Apreciaciones y comentarios

Se cuenta a Edgar Morin entre los autores quienes han expresado la idea según la cual el siglo XXI comenzó a fines del siglo pasado, concretamente en Seattle, epicentro de los movimientos anti-globalizadores y punto de partida de la concentración de ideas y esfuerzos unificadores de un movimiento planetario que tenga como referencia la mundialización de las distintas manifestaciones del quehacer humano. Es decir, se discuten y se proyectan alternativas, desde ese entonces, tanto para los problemas comunes a la civilización mundial, como los atinentes a los rasgos particulares y específicos de las manifestaciones nacionales, populares y culturales diversas.

Es en ese marco donde debemos ubicar los aportes del libro: Los movimientos sociales del siglo XXI (JORALE EDITORES, México D.F., 2007), cuyo co-autor y coordinador es el periodista mexicano Ricardo Martínez, quien colabora con los diarios Rebelión de España y Co-Latino de El Salvador y, a su vez, colaborador de las revistas Zócalo y Alfilo. Además, es profesor del seminario Sujeto Indígena Latinoamericano de la Universidad Nacional de El Salvador y autor del libro. La memoria contra el olvido: la extradición de Ricardo Cavallo, 2005.

En primer término, debemos reconocer el indudable mérito de haber podido concentrar, en una sola agrupación de textos y autores, una temática que va desde las síntesis de experiencias de movimientos sociales concretos, contextualizados en el espacio mesoamericano; pasando por una diversidad de enfoques y de diferentes matices en relación a las distintas aristas del tema; hasta la inevitable reflexión en torno a la perspectiva de las luchas que hoy se plantean en cada uno de los escenarios donde los pueblos libran luchas de resistencia y de liberación.

Y, en segundo lugar, reelabora el concepto de lo mesoamericano a partir de la identificación de los actores sociales que buscan definirse como nuevos sujetos de la resistencia y del cambio revolucionario. Ante la interrogante de si hay alternativas reales para crear las condiciones para una vida mejor, Martínez no vacila en dar una respuesta afirmativa, tal como lo indicó el día de la presentación del libro: "Sí la hay, es la primera respuesta, y los caminos los marcara la diversidad de sujetos sociales comenzando por quienes producen la riqueza material, los trabajadores, pero acompañados por otros en situación de víctimas como los campesinos, indígenas, y mujeres, por su condición de género."

Martínez también se ubica en la línea de quienes pensamos en la necesaria reflexión en torno a los nuevos modos de concebir las transformaciones sociales. "Se trata de una revolución epistemológica, de darle cabida a los diversos pensamientos y utopías silenciadas por el monopolio de la interpretación, porque hay muchas formas de mirar la realidad, comprenderla y más aún transformarla. Necesitamos destruir el complejo de la interpretación formal con las armas de la razón y de la crítica, de una ciencia que venga de muchos mundos, comenzando por el mundo de los que producen la riqueza para satisfacer la vida y la riqueza para enaltecer el espíritu, insisto, los trabajadores."

El día de la presentación del libro, en la Universidad Centroamericana, José Simeón Cañas, a la par de los comentarios anteriores, compartimos algunos criterios que hemos estado explorando, desde la experiencia específica de la revolución en Venezuela, que, de alguna manera, están imbricados en la misma temática y pueden servir de referencia para el desarrollo de la misma.

Hemos señalado con anterioridad que compartimos con Dussel la tesis de la transmodernidad, ya expuesta en Las Lógicas de Chávez (El perro y la Rana, Agosto 2006) . Se deduce de esta postura que las transformaciones sociales del siglo XXI y en particular el Socialismo, si no transgrede el edificio conceptual moderno nos llevaría inexorablemente a repetir la experiencia soviética o sus similares.

Aquí hay que ver dos cosas: los conceptos del paradigma moderno no nos sirven para reconceptualizar la revolución, serán útiles sólo aquellos que ensamblen con un nuevo contexto histórico, social y político. Es decir, aquellos que se acoplen a los nuevos contenidos de la revolución. Libertad, igualdad, fraternidad, por ejemplo.

Parece poco probable que la transmodernidad pueda ser asumida desde el centro de la modernidad; hoy, esa tarea más bien parece ser un reto para la periferia de ella misma. Nunca los centros hegemónicos del capital cumplieron con la profética aspiración del filósofo de Tréveris, ni siquiera la revolución Rusa. Esto significa que la revolución que ello implica debe ser asumida desde la alteridad de la modernidad, nosotros, los pueblos del Sur, en el sentido tanto geográfico como metafórico que le ha dado Hugo Chávez. Si algún centro hegemónico del capital transita esa ruta hoy, bienvenido sea.

También pareciera que la nueva época revolucionaria nos involucra en esa otredad. Es desde los suburbios de la modernidad, desde su otra cara, como los condenados de la tierra de Fanon recuperarán el protagonismo que les ha sido negado secularmente. Estos seres invisibles a quienes alude Gustavo Pereira, emparentados con el Garabombo de Scorza, los movimientos sociales del siglo XXI, reseñados por Martínez, podrían ser redimidos por sí mismos como nuevos sujetos de la historia.

Por otro lado, el concepto de "partido" como tal es un constructo moderno, Maquiavelo dixit. Marx, planteó la necesidad de la revolución social y agregó que sin ella no habría revolución que valiera la pena. Con ese fin invocó un fantasma, el Manifiesto Comunista: la unión de los trabajadores del mundo.

Lenín, en las condiciones concretas de la revolución rusa, hubo de plantearse un partido que llevara la conciencia a la clase obrera desde afuera, los revolucionarios profesionales del ¿Qué Hacer? De allí a las perversiones de Stalin, un paso, la construcción de la "falacia" del marxismo–leninismo (Biardeau). Ese esquema lo reprodujeron los partidos comunistas del mundo, justo lo cuestionado por Alfredo Maneiro en Venezuela cuando se divide el PCV en 1971, experiencia de obligada referencia en los tiempo actuales.

Se preguntaba Maneiro en Notas Negativas:¿Por qué no plantearse la creación de una organización revolucionaria como un instrumento a medio camino entre el movimiento espontáneo de las masas y la sedimentación continua de una dirección que no sea un fin en sí mismo, ni se abrogue para sí la condición de iluminada? En constante redefinición organizativa, política, teórica, ideológica y filosófica. Un movimiento de movimientos, ni más ni menos, nuestro proyecto original cuando lo conocimos y, de paso, nos unificamos con Hugo Chávez.

De otra parte, no parece ser la "clase obrera", ni el único, ni el motor indispensable para avanzar en los cambios revolucionarios, aunque sin ella no habrá cambios en profundidad. Son múltiples los actores sociales que aspiran a la revolución, no digamos con un protagonismo teleológicamente establecido, o signado por una racionalidad científica inexorable (Socialismo científico), sino con uno más realista y menos dogmático o, al menos, más creativo. Creo que por allí esta la ruta. Si los Consejos Comunales u otras formas de militancia popular, como los trabajadores organizados, los estudiantes, los campesinos, entre otros, reivindican su condición de poder movimiental, constituyente, generador de nuevas relaciones de poder en la sociedad, podríamos estar pensando en la revolución propiamente dicha y en una institucionalidad de otro orden.

Como observamos, no es el sujeto individuo-propietario propio del capitalismo histórico, el eje alrededor del cual se plantea el tema de la revolución y sus formas de organización política y social. Son múltiples actores quienes reclaman confluencia de autonomías, protagonismo colectivo, democracia profunda, horizontes comunes en medio de la diversidad de movimientos, en fin, no el antiguo "contrato social" del capital, sino un nuevo estatuto, legitimador de nuevas relaciones sociales en construcción y de una hegemonía democrática, en el sentido gramsciano, protagónica y participativa.

La unidad de los revolucionarios en conjunción con la organización popular es lo que posibilitaría realmente la definición , tanto de una estrategia, como de un modelo socialista en Venezuela, en términos distintos a como han sido los ensayos socialistas precedentes, en particular el de la Unión Soviética, y, en consecuencia, se puedan superar las rémoras históricas del burocratismo, la reproducción del modelo industrialista de occidente, la tara del pensamiento único propia del verticalismo partidista y la cultura cimentada en la primacía de la racionalidad científico-técnica.

La complejidad, en la acepción que le da Morin a este concepto, de los retos actuales de la revolución venezolana obliga a pensar los cambios en profundidad. Sin transformación cultural sería cuesta arriba cualquier radicalización de la revolución. Y ello implica una gran politización de la vida social, no necesariamente una "partidización" de la misma, porque en la política es donde se decide en grande y en pequeño, sin embargo, sería insuficiente sino tiene simultáneamente una guía teórica y política, un instrumento que pueda sintetizar experiencias, generar nuevas lógicas del pensamiento y la acción.

Esta herramienta u organización sería el equivalente al "intelectual orgánico", en el sentido que le adjudicó Gramsci, no como un aparato construido desde fuera del movimiento popular, sino una instancia profundamente enraizada en él, producto de su dinámica, y que, a la vez, sea capaz de interpretar y orientarle con sentido estratégico. La construcción y consolidación de tal expresión organizativa no es cosa de días, e incluso de meses, podría ser de años de paciente labor. Sería un ejercicio real de una filosofía de la praxis.

Para información del libro escribir a otiyac@yahoo.com con Ricardo Martínez

wladimiruiz_t@hotmail.com


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Wladimir Ruiz Tirado


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