La deriva del mito-cesarista como construcción fetichista de la derecha bolivariana

Stalin le dijo Radek: “Me han informado camarada Radek, que te expresas de mi de un modo irónico. ¿Has olvidado que soy el líder del proletariado del mundo?” “Discúlpame camarada Stalin – replicó Radek - , ese chiste en particular no lo inventé yo”.

Hay quienes suponen que la crítica al mito-cesarismo es una crítica al liderazgo histórico de Chávez. No han comprendido nada. La crítica al mito-cesarista, a sus rituales y a su rutinización parte de una crítica radical a nuestros dispositivos micro-fascistas, a nuestro populismo “bolivariano”, incrustado como corporativismo, prebendalismo, clientelismo, como usufructo capitalista de la “explotación política” por parte de la burocracia-nomenklatura bolivariana (Jeudiel Martinez); y sobre todo como culto a la infalibilidad y omnipotencia del líder “absoluto”, “fundamental”, “máximo”; es pocas palabras, el cretinismo hacia el líder. Ya es un ritual dirigirse a Chávez no como titular ocasional del poder del estado, no como “camarada, compañero Chávez”, ni siquiera como “comandante Chávez”, sino con los superlativos que invocan algo que esta incluso mas allá del superhombre, una suerte de deidad corporizada, que encierra todos los problemas de los complejos del “TITANISMO” y las estructuras medias de carácter social de la psicología de masas del fascismo (Wilheim Reich). Se trata de nuestra particular estupidez (cretinismo) para relacionarnos con el liderazgo de Chávez, sin convertirlo en mito-cesarista, para poder exigirle rendición de cuentas con el horizonte socialista. Para hacer realidad el mandar obedeciendo, que tan claro quedo en nuestro artículo 5-constitucional.

En este contexto, cabe hacer alusión a Rosa Luxemburgo, la mujer revolucionaria que le cuestionó a Lenin, su culto por la centralización-concentración de las funciones de dirección-disciplina:

“Lenin parece demostrar una vez más que su concepción de la organización socialista es bastante mecanicista. La disciplina que visualiza Lenin ya está siendo aplicada, no sólo en la fábrica, sino también por el militarismo y por la burocracia estatal existente: por todo el mecanismo del Estado burgués centralizado. Utilizamos mal las palabras y nos auto-engañamos cuando aplicamos el mismo término —disciplina— a nociones tan disímiles como son la ausencia de pensamiento y voluntad en un cuerpo con mil manos y pies que se mueven automáticamente, y la coordinación espontánea de los actos políticos conscientes de un grupo de hombres. ¿Qué tienen en común la regulada docilidad de una clase oprimida y la autodisciplina y organización de una clase que lucha por su emancipación? La autodisciplina de la socialdemocracia no es el simple reemplazo de la autoridad de la burguesía dominante por la autoridad de un Comité Central socialista. La clase obrera será consciente de la nueva disciplina, la autodisciplina libre de la socialdemocracia, no como resultado de la disciplina que le impone el Estado capitalista sino extirpando de raíz los viejos hábitos de obediencia y servilismo.”(Luxemburgo: Problemas organizativos de la socialdemocracia)

Como vemos, una crítica socialista, democrática y revolucionaria a la mediación despótica, a los principios jerárquico-militaristas, que anulan la vitalidad democrática del movimiento de movimientos del campo nacional-popular. Nada de centralismo burocrático-autoritario en cuestiones de organización política. Nada de disciplinas impuestas verticalmente, se trata de derechos y obligaciones concientemente asumidas en la lucha política por la emancipación. Recuérdese, emancipación. Por otra parte, nos exigen que aclaremos el mito-cesarista, que nos distanciemos de la crítica opositora al líder-Chávez. Que silenciemos la polémica revolucionaria porque no conviene. Lo que no conviene es callar ante el avance de la derecha bolivariana, ante el avance del “chavismo sin socialismo”, o del socialismo-cesarista-plebiscitario, que como sabemos es una total inconsistencia con relación al horizonte de emancipación del socialismo.

El mito-cesarista es una maquinación histórica, una construcción de la derecha ideológica bolivariana, que apropiándose de una burda psicología de masas, pretende sustituir el trabajo de formación ético-político de la izquierda nacional-popular, con la escenificación de la manipulación del imaginario social, y la administración de consignas que son montajes de pequeños núcleos de decisión, gestionando la imagen heroica de la revolución. Es decir, espectáculo de masas y no construcción de multitudes revolucionarias. El mito-cesarista es producto de la sedimentación de todos los simulacros que en el plano de la comunicación política, construyen la obra y logros del Gobierno Revolucionario, en formato mediático-capitalista. En fin, espectáculo sin fin, teatro revolucionario sin revolución de las condiciones y prácticas de explotación, coerción, hegemonía ideológica, negación cultural y destrucción ambiental. Los fabricantes del mito-cesarista enaltecen la obra de un genio individual, hasta llegar a convencer ocasionalmente a la persona, delirada como héroe insustituible de una trama narrativa, de una fábula colectiva, que sustituye al verdadero protagonista heroico de una revolución socialista: “la voluntad colectiva nacional-popular” (Mariategui-Gramsci), la multitud (Negri), producto de acontecimientos de enunciación colectiva, de multitudes de singularidades revolucionarias, de cada proletario y proletaria que reviente las cadenas de la sumisión, como decía Rosa Luxemburgo.

El tono cesarista, las imágenes piramidales, el fetichismo a la línea y cadena de mando, la frases calcadas del despotismo militar-capitalista, “sin retardos y sin excusas”, “obediencias incondicionales”, “sacrificios heroicos” con toda la violencia de los símbolos sociales, reaparecen en el imaginario de la revolución, pasando velozmente de la profundización-radicalización de la democracia a la tesis de licuar el poder abajo para concentrarlo arriba (Ceresole dixit). En fin, reemergencia del “Caudillo-Ejercito-Pueblo”, haciendo la salvedad que más que pueblo, tenemos una masa orgánica tutelada para la maniobra política. Este mito-cesarista es una fabricación de la derecha ideológica que usufructa la rentabilidad capitalista, que fortalece la burguesía y el capitalismo de Estado, que consolida el patronato bolivariano. El conflicto entre intereses económicos, políticos e ideológicos de clases, cruza transversalmente el conflicto gobierno/oposición, y a cada campo político en si mismo. Hay lucha entre fracciones de clase en el Gobierno revolucionario, entre fracciones dominantes de clase, y entre segmentos de la clase dominante y las clases subalternas. Todo esto queda sepultado imaginariamente por el mito-cesarista de la unidad nacional-revolucionaria orgánica hacia el líder fundamental. Un caso emblemático de bonapartismo de izquierda.

El mito-cesarista nos hace interrogarnos sobre el por que de la constitución “sin retardo y sin excusa” de una patronal bolivariana, y todavía no tenemos un sindicalismo clasista, democrático y revolucionario constituido unitariamente. El mito-cesarista nos hace interrogarnos sobre los conflictos de clase que atraviesan la composición de nuestro gabinete ministerial revolucionario. El mito-cesarista nos inquieta en la conformación del cuadro de dirección del futuro PSUV. El mito-cesarista nos conduce al manejo y diseño de la reforma constitucional, a su aceleración y la ausencia de debate, no de propaganda (que evidentemente satura la esfera imaginaria), sino de discusión efectiva que permita agregar/corregir/mejorar aunque sea un punto y una coma, sin necesidad de que la milicia popular se transforme, no se sabe por que presiones, en milicia nacional bolivariana, y la tradición histórica de un cuerpo de extracción fascista-franquista como la historia de la guardia nacional nos muestra, mantenga intacta prerrogativas de poder, sin pensar en la transformación de estos elementos represivos antipopulares históricos. Creo que ahora puede comprenderse de que se trata el mito-cesarista. Se trata de un asunto de poder de clases, sectores y grupos.

Quienes suponen que solo basta decretar jurídicamente un gobierno socialista, apoyándose en la idea falaz de que un plebiscito popular garantizará, por legitimidad carismática, el horizonte socialista, nos lleva a la deriva del mito-cesarista. El poder popular organizado y la democracia de consejos no se construyen de esta manera. Una revolución socialista es una obra colectiva, de una inteligencia general, de un intelectual colectivo, que escapa a la discrecionalidad de cualquier “líder fundamental”. La diferencia entre populismo y socialismo es emblemática con relación al ciclo vital del líder. La fecundidad del populismo acaba con el ocaso del líder. El Socialismo exige un programa de transición de la multitud, que desborda al ciclo vital del líder. Nadie duda de la necesidad de una dirección política, colectiva o no, recubierta de un amplio liderazgo intelectual y moral. Cuando se trata de proyectar y concretar algo cualitativamente distinto como la construcción del socialismo en el siglo XXI, no bastan arengas ni espectáculo/propaganda de masas, hace falta concretar en prácticas y experiencias de comunidades, movimientos sociales y políticos, el socialismo radicalmente democrático. Convocar la alienación plebiscitaria encierra un peligro de fondo y forma reaccionario. Todos sabemos en la izquierda revolucionaria que la lógica plebiscitaria es ajena a la lógica democrática de un referendo popular. Si discusión, que presupone la polémica revolucionaria, la deliberación informada y una calibración distinta de las pasiones, no hay debate. La alienación plebiscitaria encierra una debilidad de la madurez de la autonomía de la multitud como movimiento revolucionario.

La alienación plebiscitaria es un componente del cretinismo hacia el mito-cesarista. Si ustedes quieren un ejemplo de cretinismo plebiscitario de izquierda analicen el devenir de los jacobinos Franceses, de Robiespierre y Saint-Just. Si lo quieren ver por la derecha, vean a Mussolini y a Hitler. La democracia plebiscitaria es una invención liberal-elitista, primero, y luego, fascista, ante situaciones de crisis orgánica. Esta vía es extraña a la tradición de la izquierda revolucionaria, socialista y democrática. Para mi no cabe duda que mito-cesarista traduce una degeneración burocrático/autoritaria/capitalista de la revolución bolivariana. Y tiene sus defensores, aquellos que hacen silencio en cuestiones estratégicas de socialismo, pero levantan superlativos en cuestiones de infalibilidad del Líder.

Después de un tiempo en el que hablar sobre el socialismo implicó sostener una dura resistencia debido a los avances de la contrarrevolución neoconservadora-neoliberal, es indispensable que las corrientes clasistas, revolucionarias, democráticas y socialistas alcen su voz. La alternativa de O Socialismo o Barbarie no es solo mundial, también es nacional. Las fracciones capitalistas, estatales o paraestatales vienen dominando la política estratégica del gobierno, mientras se desarrolla una política social sin acumulación de fuerzas en el campo nacional-popular, entregando el “capital popular” a los brazos del mito-cesarista. El poder popular no es un asunto local, micro-espacial, es el asunto nacional y estratégico. El socialismo del siglo XXI, como consigna, como idea-fuerza, pero también como reto, como problema, como exigencia de recreación e invención de alternativas históricas, como acumulación de fuerzas sociales y políticas en el campo nacional-popular. No es lo mismo un soviet de soldados, ni una milicia popular revolucionaria, que un cuerpo armado a disposición del mito-cesarista. No es lo mismo un consejo de fábrica, que una concesión estatal a trabajadores tutelados. No es lo mismo una misión estatal de ideologización, que una experiencia-práctica de pedagogía liberadora en el campo popular. No es lo mismo el mito-cesarista que el liderazgo revolucionario, socialista y democrático.

Es inevitable interrogarse sobre la construcción del socialismo desde un bloque popular-bolivariano alternativo. Esto significa colocar el acento en el papel de las clases trabajadoras, en las comunas populares, en los campesinos, indígenas, en los sectores medios progresistas, en los militares revolucionarios, en la espiritualidad liberadora, en quienes cumplen funciones de trabajo intelectual y no sustituirlas por una vanguardia del aparato estalinista, y finalmente por el aparato-partido subyugado por el mito-cesarista. Esta secuencia es una cadena políticamente regresiva, en la cual el poder constituyente se convierte es una masa de maniobra de la “democracia plebiscitaria”. Se trata de la construcción de la multitud insurgente, de la democracia socialista contra-hegemónica.

Hemos dicho que uno de los retos del Socialismo del Siglo XXI es no confundir la democracia participativa, protagónica, revolucionaria con la democracia plebiscitaria, de extracción liberal y elitista-reaccionaria. Aquí no hay mesianismos algunos, ni personalismos, ni bonapartismos ni cesarismos. La única democracia revolucionaria que puede existir es la democracia donde las amplias mayorías de asalariados, campesinos pobres, soldados del pueblo y sectores populares puedan decidir y ejecutar de manera autónoma, desde sus organismos de poder, todas las medidas que consideren convenientes para profundizar la revolución, derrotar a la burguesía y al imperio, bajo un programa de transición. Desde el punto de vista político, reiteramos que es un error suponer que la revolución venezolana se vertebra a partir del mito-cesarista. La amalgama narrativa-pasional de Chávez ha tratado de fundamentar el nuevo modelo ideológico del socialismo bolivariano, pero no ha quedado claro en mismo el papel del liderazgo y el papel del poder popular organizado. Esta ausencia se recubre por maniobras de la derecha capitalista bolivariana (defensores del capitalismo de estado) en el mito-cesarista.

Chávez ha venido edificando una organización económica-social que, sin alterar en lo fundamental las relaciones de producción capitalistas (para utilizar una terminología marxiana) otorga al estado el control de los sectores estratégicos de la economía, así como también un fuerte poder de regulación en aquellos sectores no considerados prioritarios, pero sí sensibles. Esta política ha logrado un cierto grado de autonomía de centros nacionales de decisión frente a las potencias capitalistas centrales, socializando los beneficios del modelo de acumulación, crecimiento y distribución basado en la renta petrolera. De este modo los sectores populares, se han convertido en la base social del gobierno bolivariano, pero aun con base a mecanismos utilitario-clientelares y no a compromisos ético-culturales con el socialismo. Con esto, se ha conseguido salvar, por ahora, al Estado Nación de su crisis, pero no ha logrado consolidar un protagonismo popular autopropulsado, sino tutelado por órganos del estado, que manejan la administración de recursos. Este es el límite de la política cesarista en cuestiones de un socialismo profundamente democrático, y este es el salto cualitativo que las organizaciones políticas y sociales populares tienen que asumir: O reforzar el mito cesarista o asumir el protagonismo deliberativo del pueblo para construir escenarios democratizadores, revolucionarios y socialistas.

Una democracia socialista es una democracia contra-hegemónica, no es una democracia de jefes ni caudillos. El Socialismo es incompatible con cualquier forma de dominación personalista-carismática, aunque la voluntad de los dominados sancione positivamente esta situación, y sea ritualizando el plebiscito que la haga perdurable. Hay que distinguir entre democracia socialista y democracia plebiscitaria. La derecha capitalista quiere mantener la separación entre gobernantes y gobernados. La izquierda socialista quiere el autogobierno popular. El cesarismo pretende arbitrar esta encrucijada histórica.

El mito-cesarista es un obstáculo para la maduración de las condiciones subjetivas del auto-movimiento y auto-gobierno popular. Cesarismo, caudillismo, bonapartismo, personalismo político no son buenos consejeros en cuestiones de socialismo, revolución y democracia sin fin.


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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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