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Esto de escribir periódicamente, incluso cuando lo hacemos como compromiso militante y no sólo como placer lúdico, genera estados mentales no siempre honorables. Adquiere uno, cuando se suelta a plasmar ideas por escrito, algunas actitudes engreídas, como por ejemplo el tratar de parecer absolutamente coherente. La gente que escribe por lo general diserta sobre las cosas que tiene mejor elaboradas en el cerebro. Es una delicia hablar y escribir desde las convicciones, pero casi nunca habla o escribe uno sobre o desde sus contradicciones.
Hoy quiero hablar precisamente sobre mis contradicciones. Al menos sobre una: la que me crispa pero también me mueve hacia delante dentro del Proceso, dentro de la Revolución y dentro del chavismo.
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Una de nuestras contradicciones como sujetos libertarios nos asalta no más colocarnos frente al incómodo dilema: soñamos con una sociedad sin jefes y sin esclavos, pero estamos en un punto en el cual las opciones son respaldar al Estado, respaldar a los liberaloides que quieren privatizarlo todo o convertirnos en guerrilla al margen de la sociedad. Somos chavistas a pesar de que la sociedad que sueña Chávez sólo es posible dentro del capitalismo. Nuestra tesis es que un Estado fuerte, capitaneado por alguien dispuesto a frenar y doblegar los apetitos de las tiranías empresariales, y dispuesto a echar las bases para construir una sociedad igualitaria, es una etapa necesaria antes de proceder a demoler las estructuras capitalistas y luego dar el salto hacia la demolición del Estado. Y por supuesto, esta no es una tarea que vaya a culminar en octubre o noviembre de este año. Hay que tener la suficiente humildad para aceptar de una vez por todas que esta es una misión de generaciones. Que todos los seres humanos vivos en esta fecha hemos de morir sin que esta sociedad que soñamos esté culminada, aunque sí iniciada.
A los neoliberales o estúpidos de corazón les causa gracia y regocijo el vernos metidos en semejante paquete. El desafío que reflota en sus análisis es más o menos éste:
“Ya que eres libertario y (por lo tanto) tu enemigo es el Estado, ¿por qué no te aplicas a liquidar de una buena vez ese Estado en vez de estar apoyando a un proyecto (el bolivariano o chavista) que atenta contra las libertades del individuo?”.
Trampa perfecta, o casi. Hasta que uno le mete la lupa al discurso con las claves correctas:
1) El liberal sólo considera individuos a los empresarios. Los pobres somos apenas mano de obra, elementos que ponen a funcionar la maquinaria productora de riqueza. De la riqueza de ellos, se entiende.
2) ¿Liquidar el Estado, sólo en Venezuela? La pinga: que los imperios liquiden antes los suyos.
3) La liquidación del Estado ahora, en este momento, haría que el poder y el control de los recursos del planeta quedaran en manos de las tiranías empresariales. Eliminamos el ente capaz de controlar a este gigante voraz llamado burguesía y éste nos aplasta; es preferible un mundo en el cual las formas de opresión se controlan y pervierten mutuamente, que uno dominado por la "libre competencia", con ventajas para ciertos participantes.
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Este último punto soporta unos cuantos chistes y otras tantas visiones dramáticas. Los empresarios liberales quisieran que comenzara ahora mismo un sistema mundial donde gobiernen la oferta y la demanda, donde todo sea convertido en mercancía, donde hay que pagar por los bienes, servicios y recursos naturales; donde sólo los más aptos sobreviven y el resto es enviado al basurero de la historia.
Empieza la carrera. Los competidores son, por una parte, un puñado de engreídos que estudiaron en Harvard, tienen un capital acumulado, son dueños de los medios de producción y/o disfrutan de fortunas heredadas. De otro lado compiten los desposeídos, los que han heredado sólo el derecho a ser esclavizados, los que no estudiaron ni viajaron por el mundo porque el mundo no está hecho a su medida. Esa es la competencia que ansía el liberal promedio: una en la cual ellos tengan la ventaja al decretarse el comienzo de la carrera. ¿Qué tal más bien una competencia con igualdad de condiciones para todos? ¿Qué tal si nos despojamos todos de lo que tenemos (de riquezas, de títulos, de dominios) y comenzamos a competir rumbo a una humanidad donde sobrevivamos todos y no sólo el ricachón y el poderoso?
Ellos tienen un estatus, una bola de billetes en el banco, la posibilidad de viajar por todo el mundo, propiedades por coñazos, esclavos que les mantienen su nivel de vida. Pero no son felices, no mi amor. Hay al menos un asunto que los perturba: a ellos les parece que en el mundo gobierna el socialismo. Olvídense de Bush y de los imperios: el socialismo es el culpable de los males que aquejan al planeta, así que éste debe girar a la derecha. El mantenimiento de su estatus (el del club liberal) pasa por la liquidación de la democracia, por la instauración de un capitalismo global (¿les suena?) sin Estados que controlen a los dueños de los holdings y grandes empresas. Es decir: todo el poder para los empresarios y nada de andar reconociéndoles poder o derechos humanos a los pobres. Para el pueblo, sólo los puestos de trabajo que estén vacantes, y eso sí, dependiendo de su grado de instrucción y de su habilidad para generar plusvalía y para jalarle bolas al patrón. Todo debe ser privatizado. La humanidad no es un problema de seres humanos sino de "gerentes" y "empleados".
Y por supuesto, el socialismo les parece atrasado, porque este sistema consiste en la distribución equitativa de los recursos del planeta. Todo cuanto suene a democracia o a izquierda les repugna. Su preocupación es bastante genuina: ¿cómo van a seguir amasando fortuna en condiciones de igualdad para todos? ¿Cómo mantener sus gigantescas casas y terrenos para el ocio si tuvieran que compartir el agua, el espacio y la energía con esa cantidad de latinoamericanos, africanos y asiáticos que ya no quieren trabajar para los empresarios sino para sí mismos?
El liberalismo pretende que sólo tienen derecho al confort y a la riqueza el gran empresario, el que acumuló capital, el visionario cosmopolita que tuvo el buen tino de esclavizar a varias personas y ponerlas a su servicio. Sólo al poderoso de hoy le convendría la supresión instantánea de los Estados, porque el poder que hoy comparten quedaría íntegro en sus manos. Aun así, soñamos con esa sociedad sin Estado. Empezar a construirla es empezar a liquidar los privilegios de los ricos. Ah, pero probablemente votaremos SI por una reforma constitucional que les garantizar a los ricos el derecho a tener propiedades y a esclavizar personas.
¿Seguimos contradiciéndonos?