“La extinción del Estado se llevará a cabo no ya por el debilitamiento de su poder, sino por su máximo fortalecimiento, lo que resulta indispensable para acabar con los últimos restos de las clases expirantes y para organizar la defensa contra el cerco capitalista.”(Stalin; 1930)
Dondequiera que se ha implantado el socialismo burocrático-autoritario, es decir, el sistema del comunismo de aparato estalinista, ha habido ciertamente una liquidación del capitalismo tradicionalmente entendido, de las antiguas clases dominantes y dirigentes, pero no se ha construido ningún socialismo, ni poder popular autónomo, ni democracia protagónica ni liberadora, en el sentido de su definición originaria y fundamental. Se trata de un fraude revolucionario, que en nombre del socialismo participativo y liberador ha dado vida a un régimen neo-oligárquico y despótico. El llamado “socialismo real” del siglo XX, no fue mas allá de un populismo despótico de partido único, una farsa democrática dirigida por una elite revolucionaria, por lideres indiscutibles, sumergida en la exaltación del imaginario jacobino. Por ello, el sentido del sintagma “revolución socialista” debe escindirse completamente del magma de significaciones que ha acompañado a las revoluciones reaccionarias del siglo XX.
El rapto de las revoluciones en el siglo XX por parte de las fuerzas reaccionarias solo puede comprender desde una verdadera ruptura con el comunismo de aparato, con el mito jacobino de la revolución y con cualquier figura de bonapartismo plebiscitario. El fraude a las aspiraciones legítimas de quienes sufren la opresión, la aspiración de la humanidad plural a la emancipación, lo cual significa mayores espacios de libertad y liberación, y no la el culto a la sumisión, implica romper con el fraude de las revoluciones que han transformado las aspiraciones en ilusiones, las ilusiones en fanatismo, y los fanatismos en crímenes psicológicos y físicos.
Por todas partes, la miseria - y no solo material – exige una gran revolución. Por todas partes aparecen energías que exigen sacudir yugos y cadenas. Pero hay que evitar que las energías revolucionarias sean capturadas y confiscadas en nombre de dispositivos ideológicos y mediaciones políticas, que las manipulan, recuperan e invierten su sentido. El camino de la esperanza de los socialismos participativos, liberadores y democráticos pasa necesariamente por la destrucción de las ilusiones de las revoluciones reaccionarias, con todos los semblantes de sumisión que las acompañan.
El desarrollo del socialismo, como nos lo dibujó la herencia de Marx, como una comunidad libre de individuos libres, constituye la crítica más efectiva para superar el capitalismo y las figuras despóticas del colectivismo oligárquico. Quienes desprecian e invisibilizan la cuestión de la libertad y de la liberación en Marx son aquellos que confiscan la revolución en nombre de ideas y valores reaccionarios. El pensamiento crítico socialista, los enfoques contra-hegemónicos, no son siervos de la política oportunista de quienes depositan la energía revolucionaria en la forma-estado o en el mito-cesarista. El pensamiento crítico no le teme a la lucha de las ideas, a los desacuerdos, a la potencia del pensamiento subversivo, el que plantea como requisito formas radicalmente democráticas de gobierno, a diferencia de toda la tradición jacobina y blanquista de la revolución, como por ejemplo, los bolcheviques rusos, que despreciaron la democracia radical, y el reconocimiento de tendencias socialistas, asumiendo el elitismo, el vanguardismo y la verdad autoritaria, consolidando a la postre las formas de gobierno burocráticas y los privilegios de la nomenclatura.
Por esta razón, sin pensamiento crítico no habrá revolución democrática y socialista. Habrá vanguardismos y masas a las que se les confiscaran sus aspiraciones de emancipación, habrá cesarismos, gestos jacobinos, anhelos de terror frente a la diferencia, el desacuerdo y la alteridad, habrá policías culturales y pensamientos domesticados; en fin el camino de construcción del socialismo será cada vez más lejano, mas falsificado y más abyecto.
El pensamiento crítico no puede ser siervo del poder del estado, ni del Líder, ni del partido único, ni de la línea política general. La auto-emancipación humana es obra de comunidades de liberación, de socialismo radicalmente libertario, de comunidades libres de individuos libres, sin chantajes, sin intimidaciones, sin coacción, sin comités de salvación pública, si amenazas ni presiones. El socialismo del siglo XXI está por construirse, porque el socialismo del siglo XX y sus inercias del presente, fue y será siempre reaccionario. En fin, cualquier invocación al estado socialista sin democracia radical ni poder popular autónomo es un fraude revolucionario.
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