Reforma y Revolución

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No hay revolución sin partido revolucionario, afirmó Lenin. Una revolución depende de un instrumento político coherente, orgánico y eficaz. Los movimientos sociales espontáneos desencadenan marejadas históricas; para encauzarlas hacen falta organizaciones ideologizadas, disciplinadas y comprometidas. El proceso bolivariano es único en la Historia por su incesante constitución y desmantelamiento de los aparatos que le agenciaron el triunfo. Disolvió el MBR200, desbandó los Círculos Bolivarianos, licenció las Unidades de Batalla Electoral y mandó a romper filas al MVR en aras de la futura integración del PSUV. Esta sucesión de descartes podría obedecer al intento de rectificar desde cero el rumbo de organizaciones que quizá habían empezado a distanciarse de las masas. Pero también a la dificultad para institucionalizar los vínculos entre pueblo y poder. Quizá fue demasiado audaz lanzarse a una confrontación decisiva después de desmantelar el partido más próximo al proceso y antes de consolidar el sustituto.

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No hay partido revolucionario sin ideología revolucionaria, añadió Vladimir Ilich. Sólo se transforma el mundo a partir de una visión verídica. Una ideología revolucionaria interpreta y valora al mundo, formula un proyecto alternativo con metas específicas, y define las acciones necesarias para alcanzarlas caracterizando los adversarios a vencer, los aliados a convocar y el agente de las modificaciones. El aparato sin ideología es piñata ante la cual todos se arrodillan para recoger caramelos y se marchan al concluir la rebatiña. Blasonaba el PSUV de seis millones y medio de inscritos. Evidentemente, la conciencia de cerca de dos millones de estos revolucionarios no les bastó para invertir media hora de un domingo en apretar un botón para legitimar la construcción de un mundo nuevo o defender la educación, la salud y la seguridad social para todos.

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No hay partido revolucionario sin revolucionarios, acotamos. Convocar a todos es no convocar a nadie. Quimérico resulta acometer un cambio radical admitiendo sobras del Opus Dei y de partidos confesionales, derrelictos de secesionismos regionalistas, saldos de burocracias socialdemócratas, mediocridades engreídas, nulidades consagradas, oportunistas, promotores de casinos o privatizadores de las aguas. Para quien no tiene conciencia, más fácil que cambiar el mundo es cambiar de bando.

4

No hay revolucionarios sin comprensión de los métodos contrarrevolucionarios. Decía Marx que la Historia se repite, la primera vez como drama, la segunda como comedia. La contrarrevolución insistió en 2007 en todas y cada una de las tácticas ensayadas en 2002. Renovó su financiamiento por organizaciones dependientes de potencias extranjeras. Reprodujo sus movilizaciones violentas con saldos de policías heridos. Reincidió en el terrorismo y asesinó ciudadanos. Reiteró la sofocante agresión mediática violatoria de todas las normas constitucionales y legales, que presentó a las víctimas bolivarianas como agresores y falsificó el contenido de la Reforma. Recicló su pronunciamiento militar, con amenaza de golpe de Estado. Reestrenó el sabotaje de los suministros, para quebrar al pueblo con desabastecimiento. Pero su arma más poderosa fue la apariencia de que esta brutal y delictiva violación de normas constitucionales y legales constituía un divertimento democrático y no una confrontación de vida o muerte en la cual un bando respetaba todas las reglas y el otro ninguna. Las autoridades revolucionarias no impidieron la repetición anunciada de una sola de estas agresiones. En vano la Coordinadora Simón Bolívar acudió ante Conatel a reclamar una vez más que aplicara la Constitución y las leyes. Desmotivado por autoridades que no parecían interesadas en defenderse, el pueblo no se movilizó para protegerlas, ni adoptó la masiva acción de calle que derrotó al golpe de Estado y al cierre patronal y sabotaje petrolero de 2002.

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No hay revolución sin ofensiva revolucionaria. En media hora instauró Lenin las bases del primer Estado Socialista; en dos años sentó Fidel las bases del socialismo cubano; en ocho meses lanzó Juan Bosch la Reforma Agraria y nacionalizó empresas estadounidenses, en tres años Allende nacionalizó el cobre. Chivo que se devuelve se esnuca; revolución que se estanca se ahoga. Contra todo proceso que pierde dinamismo opera el desgaste. La corrupción y la ineficacia lo agravan. Hasta el presente buena parte de los avances del proceso bolivariano se deben a acometidas frustradas de la derecha. El primer triunfo de la oposición se debe esta vez a una fallida iniciativa bolivariana. Dispuso el bolivarianismo de una mayoría de 360 contra 5 en la Constituyente y de cien por ciento en la Asamblea Nacional. No aprovechó su ventaja en la primera para construir el socialismo; todavía puede emplear su preponderancia en la segunda en la sanción de decisivas normas radicales.

6

No hay revolución sin aprendizaje de los errores. A pesar de sus fallas –que denuncié oportunamente antes de que fuera sancionada- la Constitución actual deja espacio para aprobar normas verdaderamente revolucionarias. En ella nada obsta para que sea sancionada una verdadera Ley de Reforma del Estado, una eficaz Ley de Reforma Agraria, una oportuna Ley de Nacionalizaciones, una contundente Ley de Inversiones Extranjeras. Nada impide que las autoridades apliquen las normas constitucionales y legales vigentes sobre los medios. Nada impide una radical reestructuración de las organizaciones revolucionarias. En fin, establece el artículo 345 de la Constitución que la iniciativa de reforma constitucional que no sea aprobada no podrá ser presentada de nuevo en el mismo período; Pero una reforma presentada por el Presidente es distinta de otra que presente la Asamblea Nacional o el pueblo en los años venideros. Veinte años no es nada; cinco son mucho si se aprovechan. Nadie devuelve el tiempo perdido; más irrecuperable es la oportunidad desaprovechada. Nada impide, en fin, que los liderazgos revolucionarios se sigan ejerciendo con independencia de las normas que consagren o descarten elecciones indefinidas. Hay quien está, y hay quien es, y quien es no lo es porque ocupa un cargo.

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Luis Britto García

Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo. http://luisbrittogarcia.blogspot.com

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