No hay nada más incongruente, desde el punto de vista de la democracia socialista, que la idolatría cesarista. Que no se confunda la crítica radical al mito-cesarista con un ataque al liderazgo político, personal o colectivo, reconocido por una base social y política de apoyo. No, se trata de otro fenómeno a cuestionar, de una modalidad conservadora de plantear la relación entre liderazgo y base de apoyo. Es conservadora por su apelación a la tesis del culto a los héroes, del arquetipo del Líder que simboliza la potencia omnipotente del genio individual, que exalta sus presuntas cualidades infalibles, su voluntad indoblegable o su razón indiscutible como atributos excepcionales, por encima de la experiencia de lo común, de lo grupal, de la voluntad colectiva. Se trata de una personalización de la tesis del elitismo en política, como representación indispensable del momento de la dirección y la función de mando. La elite, el representante, el personalismo son sustituciones de la voluntad popular. Por esto, hay que cuestionar el trasvase del mito-cesarista a la izquierda político-cultural. El horizonte socialista requiere de multitudes, de movimientos, de voluntades colectivas, de inteligencias sociales, de la superación de las viejas tesis sobre vanguardias y masas.
En la izquierda histórica, el elitismo revolucionario bolchevique, dio lugar a trágicas experiencias de personalización del poder: Stalin, por ejemplo. El déspota revolucionario que sustituía finalmente a un partido de cuadros, que representaban la figura mítica de la dirección política, como vanguardia política revolucionaria. El culto a la personalidad y el vanguardismo son dispositivos de anulación del protagonismo popular, y ambos son producto de culturas políticas con valores reaccionarios. Hay toda una psicología social del líder autoritario que dibuja los perfiles del mito-cesarista. El Duce en Italia, por ejemplo, es un típico ejemplo del cesarismo fascista. Pero lo fundamental a cuestionar del mito-cesarista es el modelaje político de la relación entre dirigentes y dirigidos en el proceso político, la cosificación de la separación entre gobernantes y gobernados, algo que comprendió con una profundidad ejemplar Gramsci en sus “Elementos de política” (Notas sobre Maquiavelo y el Estado Moderno). El “cesarismo progresivo” puede ser un momento transitorio de un sistema de movilización de masas, en función de un horizonte revolucionario, pero cuando una camarilla política lo convierte en formula de dominio-dirección política permanente, entramos en contradicción con el socialismo. Entramos en el campo de la conservación-ampliación de la dominación, de la función de representación o sustitución política. Entramos en el terreno de la voluntad de dominio. Este es el mito-cesarista, la necesidad para una camarilla política de un mito de legitimación de su función de mando.
El mito-cesarista no es un fenómeno carismático que depende de variables psicológicas exclusivamente. Las adjetivaciones superlativas del liderazgo personalista refuerzan las predisposiciones narcisistas y megalómanas del liderazgo político, así como el estado de pasividad-inconciencia de las fuerzas populares. Es allí donde las camarillas utilizan al mito-cesarista como revestimiento ideológico de un tipo de liderazgo carismático. Las camarillas obtienen a cambio prebendas de poder, obstaculizando así la formación ético-política, la autodeterminación de la multitud, el autogobierno popular. Por ejemplo, el manejo político-comunicacional del tema de la “re-elección presidencial continua”, fue hecho desde el formato del mito-cesarista. El sistema de movilización populista se ha convertido en ritual electoral, sin analizar que entramos en nuevos momentos del despliegue de las correlaciones de fuerzas y de los proyectos en conflicto. No es lo mismo, el clivaje neoliberalismo/justicialismo, que el clivaje capitalismo/socialismo. El segundo requiere de nuevas capacidades ético-culturales, intelectuales, morales y políticas. El socialismo como experiencia y tradición histórica requiere de revisiones, rectificaciones y reimpulsos. Agregaría otras R= Renovación radical. Sin una renovación radical del imaginario socialista no habrá posibilidad alguna de revisar, rectificar y reimpulsar la revolución. Hay que introducir novedades radicales en el socialismo como horizonte estratégico, y entre ellas, sellar el vínculo entre revolución democrática y revolución socialista. La idolatría cesarista requiere de un pueblo convertido en votante-espectador, y no en protagonista efectivo de los cambios. La alienación plebiscitaria consiste en conjurar la posibilidad de la democracia participativa. La viabilidad del horizonte socialista está en la radicalización de la democracia, no en su restricción, ni en la degeneración personalista del poder. Sectores opositores etiquetaron a la reforma constitucional como una “reforma de laboratorio”. Se hablaba de “menos y peor democracia”.
En fin, sus contenidos no eran la expresión de un proyecto socialista de carácter democrático, sino la pretensión de concentrar y centralizar el poder. Mando concentrado-centralizado, línea de mando y cadena de mando desplazaban al pluralismo político, en sus versiones liberal-democráticas. ¿Y el nuevo socialismo? En vez de una iniciativa popular tendiente a la mayor distribución y diseminación del poder, el mito-cesarista termino proyectando la imagen de una reforma que secuestraba la democracia y restringía derechos fundamentales. Conclusión: la dirección política revolucionaria no ha propuesto renovación alguna del discurso socialista. No logró plantear el pluralismo igualitario frente al pluralismo liberal, plantear la importancia de superar la tolerancia-indiferencia de las inmensas desigualdades de clase que reproduce el capitalismo, la indiferencia ante las inmensas discriminaciones sociales en el país. Frente al pluralismo liberal, que refuerza la tolerancia represiva hay que impulsar el pluralismo igualitario, la diversidad en la igualdad, el tratamiento conjunto de la igualdad y la diferencia. Sin idolatrías cesaristas, con liderazgos si, pero sin mitos reaccionarios. Entonces, socialismo con pluralismo político, y sobre todo, con pluralismo igualitario. Son tiempos de encrucijadas: de renovación o de compulsión al fracaso.
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