Tiempos de profundas correcciones... para evitar lo peor

Desde que Chávez anunció en el año 2006 la creación de una organización revolucionaria unitaria de las fuerzas que apoyan el proceso bolivariano, mi expectativa fue que sería un partido inédito. El 18 de marzo del año 2007, expresaba opiniones sobre este tema (http://venezuelareal.zoomblog.com/archivo/2007/03/18/javier-Biardeau-El-partido-de-la-revol.html) que muestran mi apoyo a una propuesta de tal naturaleza.

Consideraba que la trágica experiencia de la vía chilena al socialismo permitía asegurar que "la ausencia de una línea compartida y las debilidades de radicalismo de unos y de moderación de otros, le abrieron un campo ventajoso a los adversarios del régimen de Allende". El debate de la reforma ha generado estas mismas divisiones, desgastes y desgarramientos.

He dado mi apoyo a la unidad de mando, pero bajo una dirección compartida y colegiada que acompañe (al presidente Chávez) con una metódica democrática. Para mi es claro que con una conducción vertical y unipersonal no habrá transición al socialismo. Para quebrar al neoliberalismo, y a un sistema bipartidista en retirada, bastaba el liderazgo que movilizaba Chávez, pero la construcción del socialismo requiere de nuevas capacidades políticas, intelectuales y ético-culturales. Se habla mucho de hegemonía en sentido gramsciano, justo en el momento cuando se tienen debilidades ostensibles de dirección intelectual y moral para construir un nuevo bloque histórico.

La tesis de la transición al socialismo ha desencadenado una serie de situaciones y procesos políticos entre Gobierno y oposición; y dentro del campo político de apoyo al Gobierno, que están dando cuenta de la viabilidad histórica del socialismo como planteamiento para la sociedad venezolana. El camino escogido para la construcción de la viabilidad política de una reforma, que se consideraba como una bisagra jurídica de la transición al socialismo demostró ser incorrecto. El proyecto de reforma estuvo mal diseñado y fue mal tramitado ante la opinión pública, en la propia Asamblea Nacional y en el seno de las bases de apoyo de la revolución. Existían temas de fondo que desbordaban los límites formales y materiales de una reforma constitucional. Tampoco el modelo socialista era una superación del viejo socialismo burocrático, y la ausencia de debate contrastaba con la metódica utilizada en el año 1999 para debatir el tema constituyente. El campo minado de la reforma constitucional explotó en el terreno electoral, y no se pudo avanzar. Así mismo, los desacuerdos han llevado a nuevas divisiones y desgarramientos que desgastan el estilo vertical de hacer política. Las decisiones, si pretenden construir legitimidad, no se imponen, sino que deben deliberarse. Esta es una palabra clave que debe contextualizar el llamado a revisar, rectificar y reimpulsar el proceso revolucionario: DELIBERAR. Pero para deliberar no solo basta un parloteo, sino que se asimilen los argumentos a través de una altísima capacidad de escucha. Una jefatura política que no escucha, un gobierno que no escucha, es victima de su propia sordera. Una “jefatura política” que se distancia y pierde sintonía con sus bases de apoyo genera una crisis de legitimidad. Y este es el panorama en el seno de las fuerzas sociales y políticas de la revolución: una crisis interna de legitimidad, que tendrá severas repercusiones en el año 2008. Muy probablemente el panorama electoral no será tan dramático como durante el referendo de la reforma constitucional (Ocho estados importantísimos no la apoyaron), pero ante el jurásico parque de posibles candidaturas de la oposición y del gobierno, hay certeza para pronosticar una altísima abstención; así como ocho elecciones regionales, tan catastróficamente equilibradas, que la prospectiva indica alta conflictividad y dosis de violencia.

Los cinco motores, que eran una suerte de guerra relámpago de Chávez, lucen apagados. Esta guerra relámpago partía de un diseño estratégico: las siete líneas y lo que ahora llamamos el primer plan socialista. Sin embargo, las grandes líneas tácticas del diseño estratégico fueron prácticamente interrumpidas en el año 2007. La reforma fracasó como medio de desmantelamiento jurídico-constitucional del estado burgués. Este propósito, y esta es una lección que todavía no se asimila en el campo bolivariano, solo es viable políticamente en un cuadro favorable de correlación de fuerzas que impulse una iniciativa constituyente, no a través de reformas o enmiendas. Este propósito requiere además la construcción de facto de un bloque popular-patriótico organizado y movilizado, no para fines electorales, sino para fines constituyentes. Y para tal tarea se requiere un programa político de unidad revolucionaria para la transición ¿Transición hacia que? Hacia un gobierno realmente socialista y a la vez radicalmente democrático, primero. Y segundo, hacia una transformación de signo socialista, y a la vez democrática, de la sociedad. Si no se demuestra la viabilidad de lo primero, faltará mucho camino por recorrer para lo segundo. Lo más sencillo es postergar indefinidamente todo este debate y centrar la atención en la lucha por la postulación continua de Chávez, a través de una enmienda puntual. Pero esta decisión puede ser un arma de doble filo.

Si miramos el panorama de las fuerzas sociales y políticas que se declaran como socialistas, no vemos iniciativa de peso alguna para construir un programa de tal naturaleza. La esterilidad ideológica de los dogmas de la vieja izquierda, impiden la construcción de un nuevo imaginario socialista. No basta la palabra, no basta la consigna, no basta apelar a la tradición, es momento de innovación radical, de renovación radical tanto de planteamientos como de liderazgos. Los modelos socialistas del siglo XX entraron en una severa crisis de fundamentos y de legitimación política. Cuando la revolución se hace ritual y compulsión a la repetición de mitos-dogmas, entramos en su fase de agotamiento. Ni los modelos del comunismo soviético, yugoslavo, chino, checoslovaco, vietnamita o cubano del siglo XX, pueden ser fórmulas ni recetas para el nuevo socialismo en Venezuela. Tampoco la decadente tesis de la socialdemocracia reformista; y menos aun, el liberalismo social de la “tercera vía”. Con una verdadera inmersión en la experiencia originaria de la socialdemocracia revolucionaria que selló el vínculo entre socialismo, revolución y democracia, pudiera aprenderse a desmontar múltiples dogmas. Pero, una visión teóricamente empobrecida de la tradición socialista impide salir de los impasses ideológicos del siglo XX.

Ha llegado la hora de construir capacidades intelectuales, estéticas y ético-culturales para renovar el socialismo, y para hacerlo se requiere un verdadero balance de inventario. Y a ciencia cierta, en Venezuela no hay debate orgánico alguno que permita hasta los momentos realizar tal tarea político-estratégica. Lo que tenemos son traducciones de experiencias ya realizadas, réplica de políticas y programas, pero muy poca innovación. En el campo revolucionario se parte de la falacia de que hay suficiente claridad y consistencia ideológica para impulsar la vía venezolana al socialismo. Sin embargo, la izquierda gubernamental y la dirección político-partidista, no luce con suficiente iniciativa intelectual y política para motorizar la transformación. No basta desempolvar viejos libros para plantear nuevas ideas y transformar las experiencias. Preservar las concepciones burocrático-despóticas del socialismo, y los viejos formatos organizativos del llamado “centralismo democrático”, y a partir de esa instancia la figura del Comité Central y la del Secretario General del Partido Revolucionario, no llevarán sino al fracaso.

Escuchando los discursos mas difundidos sobre el desmantelamiento del Estado burgués, para construir la transición hacia el socialismo, uno no deja de contrastar los argumentos con los de Marx, de Lenin o de Gramsci. Pero el contraste apunta hacia otra figura: el fortalecimiento de una nueva forma-estado, Stalin. Estadolatría (una deformación ideológica), como dice Gramsci. Sin un debate sustantivo sobre la democratización radical de la forma-estado de transición no habrá nuevo socialismo. Y sin una adecuación a las peculiaridades de la economía, la política, la sociedad y la forma-estado de Venezuela, no habrá vía venezolana al socialismo. El capitalismo rentístico o el capitalismo de Estado con grandes ingresos fiscales producto de la renta petrolera, genera un sistema de estratificación y desigualdad atípico, que delimita un perfil específico de las luchas por la apropiación y distribución del excedente económico, luchas alrededor de las formas de propiedad, así como luchas sobre el control de recursos de poder. El esquema de interpretación para orientar las luchas, no coincide término a término, con un análisis de clases clásico. Las fracciones sociales dominantes que controlan directa o indirectamente las palancas económicas más fuertes del Estado, donde se aseguran los excedentes económicos, acceden a las decisiones para apalancar procesos de inversiones, de crédito y financiamiento. Estas fracciones, sin ser propietarios directos de los recursos, funcionan como una suerte de “burguesía de Estado”, alrededor de la posesión efectiva de la renta petrolera. La pregunta de fondo es si esta burguesía, y toda la fracción empresarial que gira alrededor de las contrataciones y subsidios del Estado, que en apariencia acompaña el proceso, tiene un proyecto nacionalista de desarrollo o tiene como aspiración, una pretensión de nueva clase económica dominante, o una alianza como socio menor, al capital transnacional. Si a esto agregamos, lo que Federico Brito Figueroa denominaba la acumulación delictiva de capital, el tema de la viabilidad económica de la transición al socialismo encuentra dos grandes interrogantes sin respuesta. Lo mismo, la apelación a una alianza con los sectores medios. ¿Con cuáles? ¿Con los que defienden la ideología-mundo que justifica las prácticas transnacionales de consumismo y el imaginario del “globalismo trilateral hegemónico”? ¿Cuáles son los vectores ideológicos que permiten plantear que existen fracciones burguesas nacionalistas y sectores medios mayoritariamente progresistas? No hay que confundir deseos con realidades.

Comenzamos el año 2007 con ambivalencias ideológicas sobre denominar al partido naciente como único o unido. Terminamos el año 2007 con un severo revés electoral en una reforma mal diseñada y tramitada. Así de lamentables son los vacíos ideológicos, en un clima que generaliza la tesis que afirma que "no hay nada que discutir, todo depende de Chávez". Algunos hablan de encrucijada llena de peligros, pero creo que las cosas son peores. Si no hay una renovación radical de los planteamientos y de los liderazgos políticos en el campo bolivariano, la crisis de legitimación estará a la orden del día.

He aprendido que en la historia, hay muchos ejemplos de partidos leninistas o jacobinos "incorruptibles" o de vanguardias guerrilleras sacrificadas que acaban su trayectoria bajo la forma de nomenclaturas anquilosadas y oportunistas. Como dice Marc Sain-Úperi: “En el marco de la borrachera rentista, la nueva clase burguesa burocrática con Rolex y Hummers que domina el proceso venezolano (y que dominará el PSUV, no quedan muchas dudas sobre esto) empezó su ascenso social y político con una gran piñata petro-bolivariana. De ahí no hay marcha atrás hacia la pulcritud revolucionaria. Por muchas boinas rojas y muchos retratos del Che que se enarbolen, no hay cómo transformar este plomo en oro. Tampoco habrá la "revolución dentro de la revolución" con la que sueña la izquierda radical chavista para acabar con toda esta podredumbre, y eso por dos razones. Primero, porque la nueva clase (tal vez más una capa que una clase social orgánica) está demasiado enquistada en las estructuras socioeconómicas, aliada y a menudo económicamente asociada con el ejército, y cobijada por el líder que la necesita para gobernar a pesar de sus discursos sobre la belleza de la pobreza evangélica y lo malo de ser rico. Segundo, porque la población no es para nada "socialista" en el sentido en que los radicales creen. Para la mayoría del pueblo chavista, el "socialismo" es algo muy nebuloso, una mezcla de vagas prédicas sobre el altruismo y la caridad cristiana y de versión más personalista, más mesiánica y más plebeya de la redistribución rentista al estilo Carlos Andrés Pérez (en su primer mandato); no es una nueva institucionalidad y un nuevo modo de producción socioeconómica a la vez más justo y más eficiente, noción muy problemática sobre la que la mayoría del pueblo no tiene la menor idea, como tampoco la tiene la jerarquía chavista.”

Tal vez, estas palabras sea muy duras para algunos oídos, pero hay que escucharlas. Es preferible corregir a tiempo, que caerse de las altitudes de las ficciones que nos pintan las mitologías de una revolución que sigue estando en deuda con el pueblo en cuestiones de pobreza, democracia y eficiencia gubernamental, para no hablar de justicia, alteridad y liberación. Hay que evitar lo peor. Para salvar el pie, hay que cortar el dedo.

jbiardeau@yahoo.com.mx>


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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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