Quiero comenzar el año 2008 con una síntesis de todo lo escrito en más de dos años, por lo cual les pido desde el mismo principio disculpas si me extiendo un poco más de mi ya habitual extensión. Empecemos con una simple pregunta cuya respuesta no lo es tanto. Al menos así parecen ilustrarlo siglos de intento y búsqueda.
¿Por qué pese a la revolución económica y cultural, disponiendo de una sofisticada tecnología que nos permite viajar y comunicarnos por el espacio, los pueblos sudamericanos y caribeños no hemos podido salir del subdesarrollo ni tener gobiernos democráticos estables?
Desde los 60´s toda intención de dar respuestas concretas a estas circunstancias han sido abortadas violenta, sanguinaria y planificadamente. No han sido hechos casuales ni aislados, sino la reacción estructural de intereses e intenciones, confrontados por la búsqueda de alternativas de desarrollo para nuestro crecientemente empobrecido y desigual continente.
Entre tantos otros ejemplos, en el acontecer de la revolución cubana tuvimos la respuesta ante los ojos por cincuenta años, pero no supimos verla, reconocerla. Hoy en Colombia como resultado de los vientos continentales que soplan, se destapa la acumulación de hechos de esos mismos cincuenta años, trayendo a nuestro olfato aquellas aguas estancadas.
El destape de las circunstancias colombianas era inevitable si es que la revolución bolivariana, su democracia participativa y su política exterior de colaboración para la disminución gradual de asimetrías, ha de continuar su avance. Necesariamente nuestro intento de decisión soberana popular, tenía que chocar contra las instituciones internacionales, que hace cuando menos décadas, son paragobiernos superpuestos e impuestos a nuestros estados nacionales.
En otras palabras hay un centro manifiesto desde el cual se administran bienes y capitales, se deciden e imponen por la fuerza los destinos de la economía internacional y los pueblos. Por tanto nuestros gobiernos representativos no tienen otro recurso que seguir esas reglas, competir entre ellos para que el poder imperante les reparta algunas migajas. Obedecer esos lineamientos para sobrevivir sin ser despedazados a conveniencia de aquellos intereses, aún cuando ello incluya traicionar a los vecinos, especialmente si tienen pretensiones soberanas.
Cuando reconoces que todo es estructural e intencional, que no existen hechos aislados sino direcciones intencionales de hechos que dan coherencia al acontecer global, entonces ya puedes comenzar a comprender qué motiva las reacciones del poder central, global.
Porque si la política exterior de la revolución bolivariana, hasta por supervivencia busca la solidaridad y el desarrollo de sus vecinos naturales, y avanza en sus logros, pues los intereses imperiales necesariamente retroceden. Y cada paso de avance de las nuevas alternativas, deja en evidencia que todos somos vulnerables y ninguno todopoderoso.
Porque ese aparente poder no era sino el desarrollo de sus economías, culturas, formas de vida, a expensas de las nuestras. Simple parasitismo que solo era posible mantener por nuestra ignorancia, porque estábamos encandilados con el brillo virtual que nos llegaba de sus pomposas cortes y el infantil cuentito de que si nos portábamos bien, algún día seríamos como ellos.
Lo que no nos decían, era que para que eso fuese posible hacía falta otro mundo y pueblos que explotar, porque este ya se lo habían encontrado y apropiado ellos y no pensaban prestárnoslo. Pero nos cansamos de esperar e hicimos pedazos su sueño de dominio eterno. No solo nosotros vivimos entre infantiles cuentitos, también ellos creían que la vida era un mecanismo productor de bienes en cadena y el ser humano un robot programable, que podía sobrevivir y manipularse eternamente por el simple consumo de cuentos hollywoodenses.
Sin embargo llegó la revolución bolivariana, el Alba, Petrocaribe, el Banco de Sur, Telesur, la revolución energética, gasífera y petroquímica, como base de una nueva economía. Y ahora la propuesta de producir planificada y conjuntamente los alimentos para nuestro continente, ya que nos chantajean, boicotean y sabotean con la propuesta del biocombustible y el aumento ilimitado de los precios de los alimentos, así como su posible desabastecimiento.
Creo entonces que a grandes rasgos y sin necesidad de entrar en detalles, el escenario global va quedando claro. No es tan difícil ahora comprender que todas estas circunstancias convierten al territorio colombiano en el escenario central operativo, para desarticular todo posible avance de las nuevas alternativas en América Latina.
Desde allí tenemos la clave para interpretar por qué el señor Alvaro Uribe pidió la sede del primer encuentro de Unasur y la viene postergando, por qué pidió integrarse al Banco del Sur retrasando la firma del acuerdo y luego dijo no poder sumarse.
Del mismo modo no es tan difícil discernir todas las telenovelas montadas como foco de distracción y confusión, sobre el intercambio unilateral de rehenes cual apertura a un posible debate internacional de paz en Colombia, que pese a todo va dando sus pasos iniciales.
El señor Alvaro Uribe recitó en la telenovela, el argumento de que las FARC eran mentirosas y Dios ayudaba a los que decían la verdad. Bueno, a los hechos me remito. Las rehenes liberadas declararon que fueron bombardeadas en su camino hacia el punto de liberación. El niño Enmanuel fue secuestrado y la familia que lo cuidaba encarcelada e incomunicada.
No hay que hacer muchas cuentas entonces para que quede en evidencia que estos sucesos eran inevitables. Porque no son las diferentes geografías y climas, ni las economías y culturas a las que dieron lugar, las que se confrontan.
Es todo un sistema parásito de intereses el que está en juego, y busca frenar toda otra alternativa con el acostumbrado baño de sangre entre pueblos hermanos, pagando mercenarios, lejos de sus fronteras.
Todo es simplemente un negocio, ahora se trasfieren también los costos de las guerras a los gobiernos nacionales, es decir a los pueblos, y los únicos beneficiarios son las transnacionales de la guerra. Como dice el señor Fidel Castro, el regalo de fin de año de Papá Noel Bush para el Medio Oriente, fueron miles de millones de dólares en armas para rodear a Irán. Negocio redondo, venta de armas, destrucción y reconstrucción, todo administrado corporativamente.
Ese es el futuro inmediato que nos espera si pretendemos como lo hacemos, continuar con nuestras intenciones y hechos de libertad, justicia, democracias participativas. Y también si no lo hacemos, solo que nos iremos marchitando día a día a medida que nos veamos obligados a apretar cada vez más nuestros cinturones e ir matando nuestra dignidad.
Es este acontecer inevitable lo que declara y denuncia responsable, cristalina, transparentemente el gobierno bolivariano, haciéndolo del conocimiento de todos los pueblos. Sacándolo del escenario de las sombras de la conciencia, del desconocimiento y la ignorancia en que pretende moverse el lobo, hasta que ya sea demasiado tarde para hacer nada.
Es en este escenario entonces donde han de concentrarse las fuerzas continentales, internacionales, para decidir que dirección de hechos es la que ha de abrirse camino. Los tiempos de los sucesos señalan que este lugar y momento, es el escenario en el que se dirimirán las fuerzas e intereses en juego. Mañana podría ser muy tarde para sumar fuerzas.
Porque solo hay dos caminos, el de la guerra y el desastre final del ecosistema, que ya da señales de agotamiento y profundos desequilibrios, o el de neutralizar esas direcciones regresivas camino de la paz, único modo de comenzar a restablecer ese equilibrio alterado. Esta es una primera respuesta a la pregunta inicial que planteamos. Pero tiene otro nivel cualitativo en lugar de cuantitativo.
Ya el Ché Guevara preguntaba como mantener el impulso revolucionario más allá del estímulo situacional e inmediato de liberarnos físicamente del opresor. ¿Cómo evitar que ese impulso se adormeciera y volviera a su pobre y difusa economía vital, a sus hábitos anteriores, reproduciendo desde dentro el proceso que había superado fuera?
Por no irnos más lejos, digamos que nuestros hábitos y creencias los hemos configurado mirando hacia el norte. Todas nuestras instituciones no son sino los hábitos configurados mirando hacia ese centro de poder, dios todopoderoso en la tierra, rey de vivos y muertos, fuente y norte organizador de toda decisión de lo que con nosotros sucedería.
Las decisiones de ese centro de poder, son las relaciones que hemos establecido con nuestros vecinos. Del mismo modo que todo lo que se impone desde arriba, ya sea que provenga de Dios, del rey, del Estado o del líder, siempre intermediará y premeditará nuestras relaciones, impidiendo que pensemos, actuemos y nos relacionemos con libertad, con espontaneidad.
En otras palabras que nos relacionemos desde nuestros comunes y legítimos intereses en lugar de competir y pelear al servicio de los ajenos. Hay que comprender que no son intereses naturales ya lo que nos relaciona, sino intenciones humanas que disponen del conocimiento y las complejas instituciones que para ello desarrollaron, poniéndolo al servicio de sus intereses.
La acumulación de experiencia y conocimiento de todas las razas y pueblos nos ha lanzado a peregrinar en el tiempo, ha creado una distancia con las necesidades inmediatas de la vida natural, agrícola. Las tensiones de cada necesidad culminan en su satisfacción, las del conocimiento acumulado no. Se traducen a esa sensación que interpretamos como fluir lineal del tiempo desde el pasado hacia el futuro, se acumulan y fijan en la siquis colectiva.
Esto es lo que establece una dialéctica de interdependencia interminable entre dominadores y dominados. Porque en el fondo somos una cultura de juegos de intereses personales, que compiten entre si en el mercado de ofertas y demandas, que una vez más no son libres ni azarosas, sino flujos controlados desde la macroeconomía, sus leyes e instituciones.
Por ejemplo, termino de enterarme que en el estado de Maracaibo, que por cierto tiene gobernador de la oposición, salen todos los días entre cincuenta y sesenta camiones con productos de la misión Mercal hacia Maicao, la primera población colombiana fronteriza con Venezuela. Allá se venden en varias veces el precio regulado que tienen en Venezuela.
Dicho de otro modo, cada cual nos arreglamos como podemos, aprovechando las oportunidades que se nos presentan, así es como nos educamos dentro de este modelo, así es como pensamos, sentimos y actuamos, aunque declamemos ideologías y buenas intenciones de igualdad, justicia y paz.
Las conductas, las economías sicológicas, si bien comenzaron siendo ideologías y hasta mitos, tras cientos, a veces miles de años, se han concretado en hábitos y creencias operantes, en consensos colectivos desapercibidos y no cuestionados. Sin duda, aunque probablemente nunca lo hemos practicado y nos cueste imaginar como eso será posible, el único modo de evitar la guerra colectiva, global, es erradicar la violencia de nuestras conductas.
Esa es la dirección evidente y constatable en los hechos de la revolución bolivariana en sus nueve años. Más justicia, más democracia, más igualdad de derechos y deberes, como único camino de neutralizar la dirección sociocolectiva de la violencia y la guerra, de abrir caminos posibles a la convivencia pacífica.
Las revoluciones, (entendiendo por revolución más que sus ideologías epocales las aceleraciones del ritmo habitual de evolución, de los hábitos y creencias, su economía síquica y vegetativa), son tiempos colectivos, resuenan global o universalmente, humanamente, trascendiendo economías, culturas y religiones locales.
Allí comienza el cambio de economía, en el despertar de una nueva sensibilidad, de un nuevo impulso libertario, superador de todos los cercos domésticos en que nos autoatrapamos y limitamos. No se refiere por tanto a soluciones conocidas ni premeditadas, sino que se van configurando sobre la marcha, entre intenciones y actualizaciones de los hábitos imperantes.
En principio la nueva economía se trata sin duda, de un modelo de intercambio justo y solidario entre los pueblos. Pero esa economía no tendrá sustento real hasta que no reconozcamos que compitiendo y robándonos entre nosotros, solo instauramos y caminamos hacia mayores competencias y robos como forma de vida, alejándonos de la seguridad que buscamos.
Mientras no comprendamos que solo la justicia y la paz como direcciones de conducta reproducen más justicia y paz, que solo la solidaridad trae el bienestar y la seguridad que tanto anhelamos, pues nuestras emociones seguirán reflejando esa inseguridad y desconfianza en cada hecho de nuestras vidas, contagiándose social, colectivamente.
Ahora mismo estoy observando en Aló Presidente una oración colectiva, una expresión de los profundos anhelos del pueblo, expresada por una abuelita y refrendada por todo el grupo asistente. Amén. Y justamente allí quiero llegar, al tono del alma, de la conciencia colectiva, que es la fuente profunda de todo pensamiento y acción.
Seamos religiosos o no, creamos en Dios o no, todos podemos experimentar emociones profundas que motivan conductas colectivas. Ya sea que hablemos de temor y desconfianza o de fe y solidaridad, debería ya comenzar a quedar claro que son esas poderosas y contagiosas emociones, que no respetan espacios ni tiempos, las que diferencian y oponen a las personas con el gobierno o entre si, o las complementan y reúnen en la dirección común de acción.
Los problemas no son sobre qué haremos, porque eso es y siempre ha sido obvio. Lo que hemos de responder es cómo y para qué lo haremos. ¿Partiremos del temor y la desconfianza que son consustanciales con el deseo de beneficio y seguridad propios? Bueno allí tenemos ante los ojos y el corazón los resultados de una economía social excluyente.
División y enfrentamiento creciente entre las partes hasta que luchamos con nuestro vecino, hasta con nuestro cónyuge e hijos. Porque es la desconfianza la que interpreta cada hecho y dispara las conductas reactivas programadas. Así es como la red social se ha despedazado en personas solitarias y ensimismadas en su temor y desconfianza a todo lo que respira.
No hay pues revolución sin conciencia de cómo pensamos, sentimos, así como del alcance y consecuencias de nuestras acciones. Un nuevo hombre y mundo, implica un nuevo nivel de sensibilidad y la conciencia necesaria para abrirle caminos conductuales hacia el mundo, para configurar personalidades solidarias.
La conciencia de mis necesidades, de mi cuerpo, sensibilidad, pensamientos y acciones, no es un asunto colectivo. Comienza en mí, puede quedar atrapada y abortada en mis temores y desconfianzas, contaminando sufrimiento y violencia a mi entorno. O puede trascenderme conductualmente ampliándose en solidaridad activa hacia mis relaciones inmediatas.
La conciencia no es entonces solo la suma de conocimientos, puedes ser el más conocedor y simultáneamente el más explotador. La conciencia es además la que experimenta generosidad o mezquindad, organizando en consecuencia conductas solidarias o egoístas, que darán por sumatoria el mundo en que vive y experimenta su propia concepción conductualizada.
No hay otro testimonio de lo que eres y de cuan conciente de ello eres, que la vida que vives, que el mundo que construyes y compartes con tus semejantes. Es duro reconocerlo y desilusionarnos de nuestras creencias, pero no alcanza declamar ideologías ni buenas intenciones. Nuestras vivencias son el único testimonio real de lo que hacemos y somos.
Para finalizar esta reflexión digo que el destape de las circunstancias colombianas, es parte del grito silenciado del pueblo, de las barreras de distorsión que nos incomunican. Hoy en el Aló Presidente llegan finalmente las voces del pueblo a su presidente. Tal vez porque los gritos desbordaron las intermediaciones, tal vez porque abrió sus oídos, su conciencia.
El temor y su hijo el egoísmo, son esa barrera que desvía nuestros ojos y oídos impidiendo que miremos directamente a los ojos de la vida. Porque si aceptamos que lo que vemos es el resultado de lo que somos y hacemos, tendremos que sentir la vergüenza y el dolor de nuestro corazón y no nos quedará más remedio que dejar de mentirnos.
Ya sea que decidamos ser egoístas o generosos, pero asumiendo que elegimos dar espaldas a nuestro corazón y reducirnos a los placeres de los sentidos, que solo conducen al hartazgo de si mismo, alejándonos cada vez más de la confianza, la paz y la felicidad. O que decidamos ser fieles al corazón, emprendiendo el esforzado camino conciente de ascenso, contramano con nuestros hábitos y creencias ensimismadas, encerradas, insensibilizadas a su entorno.
Pongo de cabeza entonces la concepción y creencias imperantes. Y digo que si bien las condiciones revolucionarias son resultante histórica y condición colectiva, humana, el cambio real y sustentable, comienza en ti, en mi, y resuena, se contagia a nuestro entorno, al mundo. Puede ser que en principio esos cambios no sean evidentes, pero para cada corazón son una enorme satisfacción, que anticipa gozosamente el momento en que esa chispa salte el abismo del tiempo, entre conciencias de espaldas a su corazón. Puede ser que las economías no sean perfectas ni satisfactorias y que mil inconvenientes nos acucien.
Pero cuando el camino del corazón, de la calidez, de la solidaridad se abre, todo lo estático, rígido, difuso y penumbral se dinamiza, comenzando a crecer la certeza de que hemos puesto el fundamento inamovible para la nueva economía.
El mundo construido sobre el temor y el egoísmo puede temblar y desmoronarse completo, lo hará. Pero nuestro corazón estará firme y cierto en que eso es lo que realmente quiere y eligió manifestar, construir. Esa a mi modo de ver es la batalla decisiva que dirimimos tanto afuera como dentro de nosotros mismos. Ese es el diablo que tenemos que acorralar y hacer evidente a la conciencia, para que ya no la sugestione ni engañe.
Sintetizo en unas frases. Más allá de y en el corazón mismo de las personalizaciones y conductualizaciones de oprimidos-opresores, están los estados de ánimo. La generosidad florece y fructifica en conciencias, cuerpos, personalidades y mundos. La miseria y el egoísmo también. Ambas son fuente y raíz de toda economía posible. No nos vayamos por las ramas, que la vegetación no nos ciegue a lo esencial.
La única libertad posible es la que eliges y afirmas conciente, voluntaria, sostenidamente. Jamás la que las circunstancias o alguien deciden por ti y por ende te imponen. No hay buenos ni malos generalizados y para siempre, como el cielo y el infierno. Hay acciones solidarias y egoístas que solo puedes realizar a cada momento, en presente, una por vez. Ellas son las que acumulándose configuran gradualmente una u otra dirección, tropismos que terminan imponiéndose a tu conciencia.
michelbalivo@yahoo.com.ar