Hemos planteado (http://www.aporrea.org/ideologia/a39213.html) la ineludible tarea de des-dogmatizar y descolonizar el imaginario crítico socialista en función de plantear alternativas históricas al orden moderno-colonial del capital. Esta tarea implica una crítica radical del cierre dogmático, por una parte, y del euro-centrismo, por la otra.
Ambas tareas abren un inmenso programa de renovación del imaginario crítico socialista, que será parte de la inteligencia colectiva de los movimientos sociales, etno-culturales y de fuerzas políticas. Así mismo, ambas tareas tienen implicaciones directas para construir formas de “viabilidad histórica” del proyecto socialista, en tanto proyecto antagónico al orden del capital.
Ni el dogmatismo ni el colonialismo son aliados para construir la viabilidad de modelos socialistas con futuro. Cualquier modelo o proyecto de socialismo que no se distancie explícita y radicalmente del orden dogmático y del orden moderno-colonial podrá devenir en alternativa histórica al modelo hegemónico de civilización. El “cierre dogmático” ha presentado a partir del estrechamiento del imaginario socialista (socialismo=marxismo), dos modalidades:
a) la cosificación ideológica del marxismo como una doctrina ortodoxa de principios inmodificables (estalinismo-burocrático, maoísmo, leninismo, II Internacional bajo Kaustsky, etc). Aquí, lo significativo son los intentos de codificación, convencionalización, o doctrinarismo de un núcleo duro de teoría-ideología “marxista”;
b) la transformación “cientificista” del marxismo o el marxismo como “filosofema” del saber universitario (como la ha construido cierta lectura academicista de Marx hecha desde el mandarinato intelectual), llevándolo a cuerpo teórico subsumido a la taxonomía disciplinaria del aparato universitario moderno-colonial (el marxismo hegeliano, el marxismo estructuralista, el marxismo existencialista, el marxismo fenomenológico).
En fin, hay que liberar el imaginario socialista del “marxismo”, comprendido como cierre dogmático. Esto significa escuchar la multiplicidad de voces socialistas, más allá de la reducción de este imaginario a un reducido núcleo de marxismos burocráticos. Además significa que hay que liberar las voces contestatarias de Marx del “marxismo burocrático”.
Enfrentamos a dos grandes agentes portadores del cierre dogmático: a) los ideólogos-funcionarios, b) el mandarinato intelectual. En ambos casos, se trata de reducir a Marx a cierto “orden del discurso”; y al mismo tiempo, a cierto “discurso de orden”; es decir, a un discurso de cierto régimen de poder.
La des-dogmatización del marxismo pasa por la destitución de dos regimenes de poder: el poder de la forma/partido o de la forma/estado; y el poder del mandarinato académico, en la forma/aparato hegemónica “por excelencia” para la validación-legitimación social del “conocimiento autorizado”: las universidades, como cúspides de los aparatos hegemónicos educativos.
La dogmatización de la obra de Marx ha sido históricamente, una actividad de aparatos hegemónicos, de estructuras institucionales, de matrices organizadas de afirmación y sanción de ciertos centros de poder. Quien ataca dogmas, ataca la armadura de sentido de los poderes. Por eso, los aparatos hegemónicos, se organizan en función de luchas por la apropiación del sentido, de las palabras-fetiche, de los dogmas, de los principios, de los presupuestos, etc.
El consejo más sensato para una renovación del imaginario crítico socialista, es entra en relación directamente con la obra abierta de Marx, más allá de los filtros burocráticos ya mencionados; desafiando estos aparatos hegemónicos como estructuras que pretenden normalizar “lógicas de sentido”.
Ahora bien, el euro-centrismo ha estado estrechamente vinculado a los aparatos hegemónicos educacionales o políticos. Las tareas de reinvención del imaginario crítico socialista, del pensamiento crítico de izquierdas y de los enfoques teóricos contra-hegemónicos están estrechamente interrelacionadas. De allí, la necesidad de superar el dogmatismo, para pasar a abordar el imprescindible asunto de la descolonización epistémica del imaginario socialista, del pensamiento crítico y de las teorías revolucionarias.
Descolonizar es reconocer que desde la modernidad-colonialidad del sistema-mundo se ofrecieron tres grandes horizontes de interpretación de la realidad histórica, social y cultura: el conservadurismo vinculado a la matriz católica y al orden feudal en descomposición, el liberalismo vinculado a la matriz del las burguesías en ascenso, y el radicalismo, vinculado a matrices de resistencia e insurgencia político cultural de los movimientos subalternos de Europa.
Estos tres horizontes fueron profundamente euro-céntricos, y el marxismo no escapó a esta condición. Si no comprendemos que el cristianismo, el liberalismo y el marxismo son formaciones de discurso que responden a la expansión del sistema mundo moderno/colonial sobre estos territorios existenciales, que comenzamos a llamar “América Latina” por circunstancias y convenciones específicas, no podremos comprender los otros discursos no cristianos, no liberales y no marxistas que forman parte de Nuestra América; y que constituyen matrices culturales para fecundar la descolonización del imaginario crítico socialista.
Para que el socialismo indo-afro-latinoamericano sea algo más que calco y copia de la versión euro-céntrica del imaginario socialista hay que entrar en profunda relación con las narraciones y las experiencias existenciales distintas, con la alteridad y exterioridad de voces que no pueden ser tamizadas por el discurso cristiano, liberal o marxista. La gran riqueza existencial de Nuestra América multiétnica y pluricultural es que somos mucho más que la cristianización, que el liberalismo y que el marxismo. Y esto significa que, para la renovación de los imaginarios críticos socialistas, hay que reconocer que el término “socialismo”, es una palabra cargada de euro-centrismo. Que hay que descolonizar al imaginario crítico socialista.
¿Significa esto, liquidar la palabra, sus significados y sentidos históricos? No necesariamente. En algunos casos, significa que desde los pluricultural se encuentren analogías existenciales y semánticas con las tradiciones socialistas conocidas hasta la actualidad. En otros casos, significa apropiarse-seleccionar las redes de significación y sentido que potencian la liberación histórico-cultural de los pueblos, descartando los nudos simbólicos e imaginarios que refuerzan el coloniaje. Se trata de una reinterpretación selectiva, que pasa por un proceso de transfiguración de los campos ideológicos y matrices culturales. Apropiación y rechazo selectivo, asimilación y transfiguración, desarticulación y rearticulación político-cultural.
La construcción de identidades nacional-populares en Nuestra América debe evitar nuevas imposiciones simbólicas e imaginarias. Es imprescindible la condición de apertura al movimiento indígena (que es diversidad interna por cierto); al movimiento afro-americano y caribeño (que tiene expresiones plurales), al campo cultural de lo popular-subalterno, a la interculturalidad como horizonte.
Por eso, la descolonización del imaginario crítico socialista es mucho más que un desplazamiento de la modernidad occidental bajo los parámetros de la condición posmoderna. Se trata de otra referencia, de una emergente condición transmoderna, desde los territorios existenciales y voces de las exterioridades político-culturales de la condición moderna-postmoderna euro-céntrica. No se trata del transito de un socialismo moderno a uno posmoderno. Se trata de la construcción de un imaginario socialista no colonizado.
Sólo la visión hegemónica de la historiografía y sociología latinoamericanas, basada en el racismo de nuestras sociedades, sustentadas en la supremacía racial blanca-criolla-europea, impuesta por la invasión europea y la derrota de las naciones indias, racismo expresado sin ambages en las genocidas consignas tales como ‘civilización o barbarie’, u ‘orden y progreso’- sólo desde esa visión se puede intentar ocultar que ni la Revolución Norteamericana que estalló en 1774, ni la Revolución Francesa en 1789, son el comienzo de la emancipación de indo-afro-latinoamérica.
Hay evidencia histórica de emancipaciones histórico-culturales, de movimientos de descolonización que no se subsumían ni simbólica ni imaginariamente a estas “grandes revoluciones”. Sobre estas emancipaciones se ha impuesto un régimen de invisibilidad que se extiende a la mayoría de la historiografía occidental. El marxismo oficial ha calificado de socialismos utópicos, mesianismos o rebeliones todas las experiencias de emancipación anteriores a la reducción del imaginario crítico socialista a “socialismo científico”. Pero esta reducción tiene una fuerte carga euro-céntrica y neo-colonizadora. El propio Marx fue una expresión intelectual típica de estas limitaciones, a pesar de sus intentos de re-fundar el humanismo ético sobre bases históricas menos estrechas que las liberales y conservadoras. Sin embargo, es posible encontrar ideas y valores profundamente racistas y modernos-coloniales en Marx.
Hemos planteado cinco desafíos para la renovación de los imaginarios críticos socialistas: la cuestión ambiental, la cuestión intercultural, la cuestión social, la cuestión democrática, y la mutación existencial de los procesos de trabajo/producción/reproducción de la vida.
La descolonización del imaginario crítico socialista profundiza aún mas la conciencia de la muerte del mito de las dos izquierdas: de la división del la izquierda entre la socialdemócrata reformista y el marxismo-leninismo. Podríamos plantear que actualmente emergen un nuevo campo de izquierda y derecha civilizatorio, cultural y nacional.
La derecha civilizatoria es integrista, puede ser moderna occidental ó anti-occidental, pero asume los valores conservadores de las tradiciones diversas, como esencias culturales, mono-culturales y mono-lógicas. El llamado “choque de civilizaciones” es en realidad un choque entre derechas civilizatorias, entre etno-políticas todas esencialistas, mono-culturales y mono-lógicas.
La izquierda civilizatoria tiene la extraordinaria tarea de reorganizar el imaginario crítico, desde la interculturalidad de la emancipación, desde la multiplicidad de singularidades abiertas al respeto, intercambio liberador y la mutua fecundación. Hacia modalidades de transfiguraciones culturales que desbordan los horizontes estrechos con los cuales aún pensamos las culturas, civilizaciones y naciones. Allí aparece la transmodernidad, más allá del falso universalismo moderno, del particularismo posmoderno y de los arcaísmos anti-occidentales. Esto tendrá consecuencias para replantear las luchas a escala global.
Por otra parte, la mayoría de la “izquierda latinoamericana”, hasta hace pocos años, adhería a la propuesta de la revolución por etapas, siguiendo ante todo los lineamientos centrales del socialismo re a l o campo socialista. Se habla de etapa de liberación nacional, o de la revolución democrático-burguesa. Sin embargo, como lo ha advertido Quijano, para creer que en América Latina es necesario que ocurra una revolución democrático-burguesa basada en el modelo europeo es preciso admitir en América y más precisamente en América Latina: 1) la relación secuencial entre feudalismo y capitalismo. 2) la existencia histórica del feudalismo y en consecuencia el conflicto histórico antagónico entre la aristocracia feudal y la burguesía; 3) una burguesía interesada en llevar a cabo semejante empresa revolucionaria.
En América, sin embargo, como en escala mundial desde hace 500 años, el capital ha existido sólo como el eje dominante de la articulación conjunta de todas las formas históricamente conocidas de control y explotación del trabajo, configurando así un único patrón de poder, histórico-estructuralmente heterogéneo, con relaciones discontinuas y conflictivas entre sus componentes. A partir de esta consideración es posible reconocer que las únicas revoluciones democráticas realmente ocurridas en América (aparte de la Revolución Americana) han sido las de México y de Bolivia, como revoluciones populares, nacionalistas/anti-imperialistas, anticoloniales, esto es contra la colonialidad del poder, y antioligárquicas, esto es contra el control del Estado por la burguesía señorial bajo la protección de la burguesía imperial.
En definitiva, toda democratización posible de la sociedad en América Latina debe ocurrir en la mayoría de nuestros países, al mismo tiempo y en el mismo movimiento histórico como una descolonización y como una redistribución del poder. En otras palabras, como una redistribución radical del poder. Esto es debido, a que las “clases sociales”, en América Latina, tienen “color”. Eso quiere decir, definitivamente, que las clasificaciones racistas y etno-culturales no se realizan solamente en un ámbito del poder, la economía, por ejemplo, sino en todos y en cada uno de los ámbitos. La dominación es el requisito de la explotación, y la “raza” se ha convertido en el más eficaz instrumento de dominación que, asociado a la explotación, sirve como el clasificador en el actual patrón mundial de poder capitalista. En consecuencia, es tiempo de aprender a liberarnos del espejo euro-céntrico donde nuestra imagen es siempre, necesariamente, distorsionada. Como ha dicho Quijano, es tiempo, en fin, de dejar de ser lo que no somos. Y agregaríamos, para devenir en las posibilidades que emergen en el entre-hacernos como comunidades contra-hegemónicas de liberación. Dejar de ser lo que no somos, implica no entregar nuestras potencias sociales bajo la metáfora del espejo, sino reconocer la alteridad, al otro como otro, y a la vez como un análogo de uno mismo. En fin, poner en escena a la multiplicidad de las singularidades revolucionarias que devienen pasiones de liberación. Destituir la centralidad de los valores-fuerza moderno-coloniales de la revolución francesa. Desmontar este modelo de Revolución. Y comenzar a postular nuevos perfiles transmodernos: la liberación, la justicia, la alteridad y la vida como nuevos centros de la acción colectiva y del Imaginario Crítico Socialista.
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