Como lo ha denominado Wallerstein, Mayo de 1968 ha quedado planteado como el “gran ensayo” revolucionario que cierra el ciclo de luchas socialistas del siglo XX, como generador de ideas que se proyectan más sobre el siglo XXI que hacia el siglo XIX y XX. Wallerstein plantea que la Revolución bolchevique de 1917 abandonó la democracia consejista y constituyó un capitalismo de Estado, consolidado durante la tiranía de Stalin, que entró poco a poco, en la lógica del sistema capitalista mundial, dando una batalla bajo una racionalidad análoga a la lógica de la dominación del capital y perdió. Así mismo, las revoluciones anticolonialistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron antisistema durante la guerra de liberación pero instalados los nuevos regímenes políticos entraron en los moldes de la guerra fría, primero, y de la reestructuración capitalista global, después. Como ha dicho Negri, los movimientos de liberación nacional no han encontrado nada mejor que el regalo envenenado del Estatismo autoritario, como también lo ha denominado Poulantzas.
La vieja izquierda estalinista, socialdemócrata y tercermundista se han convertido en callejones sin salida. Por tanto hay que romper estos diques de contención de las multitudes revolucionarias. El siglo XXI comienza en 1968. Aquella revuelta estudiantil y obrera, que conmovió al gobierno de Charles De Gaulle, que sacudió las inercias ideológicas que envolvía a la civilización capitalista durante la Guerra Fría, planteó interrogantes y problemas que todavía hoy no tienen respuestas definitivas. Lo que si ha quedado claro desde entonces, es que el mito de las dos izquierdas: la socialdemócrata-reformista y la estalinista han sido firmemente enterrado. Ha surgido un plural campo de izquierdas revolucionarias, para nuevos espacios contra-hegemónicos de justicia, libertad y liberación. Como ha sido reconocido en la obra de Simón Weil: de luchas contra las diversas figuras de la opresión. Y este campo plural de izquierdas revolucionarias todavía hoy, combate en dos frentes: contra el capitalismo global en su momentum de “globalismo trilateral”, y contra las inercias de las viejas izquierdas: contra el callejón estalinista-autoritario y socialdemócrata-reformista.
En esto consiste el difícil parto de la pluralidad socialista revolucionaria como herencia del 68, de su horizonte teórico, programático y organizativo, su carácter de “unidad no totalitaria en la diversidad”, de “movimiento de movimientos” global y poli-céntrico, del reconocimiento de las singularidades revolucionarias. Los jóvenes, que impactados por los movimientos anti-imperialistas de liberación en el Tercer Mundo, especialmente Viet Nam (ofensiva Tet), iniciaron en Nanterre un movimiento ignorando que había desencadenado una revuelta que dejaría una huella muy honda en la sociedad contemporánea. Sin embargo, el movimiento expresa en su desorden creador, que no hay un único centro de referencia ideológica como herencia del Mayo Francés.
Este simple dato genera una discontinuidad con relación al monolitismo ideológico del campo de la vieja izquierda: situacionistas, trotskystas, maoístas, teóricos críticos como Herbert Marcuse, como Castoriadis o existencialistas como Jean Paul Sartre, las intervenciones posteriores de Foucault, Deleuze, Guattari, el clima político y contracultural de la nueva izquierda norteamericana, o el autonomismo italiano, todos estos nodos intelectuales de un nuevo imaginario crítico, plantearon cuestiones novedosas que no se encontraban en el Diamat-Hismat soviético, en ninguna ortodoxia marxista ni en los criterios reformistas de la socialdemocracia. Impulsaron la necesidad de una nueva alianza entre las clases subalternas con la inteligencia crítica que abría un boquete de contestación en la vida universitaria, dejando de lado los "clasismos" abstractos.
Se rechazó como deshumanizadora a la tecnocracia y a la racionalidad instrumental, abjurándose de las burocracias de todo tipo. Fue proclamada la libertad de amar, la liberación del cuerpo y la palabra, dejando de lado prejuicios anacrónicos, se planteo abiertamente una mutación existencial de las costumbres y de la vida cotidiana, detonó con mayor fuerza la liberación femenina, se hizo indispensable la ecología radical y la defensa del ambiente, la desalienación generalizada era precondición para una revolución anticapitalista, anti-estatista y autogestionaria, donde las palabras autonomía y democracia abandonaron sus adscripciones a las formaciones ideológicas del bloque hegemónico.
Sostiene Wallerstein que los hitos revolucionarios del siglo XX no deben medirse por la Revolución bolchevique de 1917 ni los procesos de descolonización. Por el contrario, las revoluciones alumbradoras de lo nuevo fueron la de París en 1848 (primera Comuna) y la de 1968. La del 48 significó el triunfo de la burguesía republicana consolidando la revolución de 1830 y permitió el surgimiento del "cuarto estado" (el proletariado). La de 1968 fue el prolegómeno de lo porvenir que se vivirá en el siglo XXI.
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