Nuestra cultura política es el producto del resultado de un proceso histórico donde la lucha de masas logró importantes victorias contra la oligarquía. En este transcurrir, donde no todo desaparece, lo oligárquico y lo popular se mezclaron en una nueva clase que buscó una política capaz de controlar y dirigir a las masas movilizadas y de construir un Estado en su doble carácter de coalición y de clase. Tanto en el paternalismo de Estado como en el modelo neoliberal prevalece una lógica del poder y del lenguaje basados en la represión-negociación-concesión-convenio, que busca frenar, reencausar, recuperar o anular las manifestaciones políticas autenticas. Otro rasgo sería el mimetismo: la burguesía habla como proletaria, los intermediarios se disfrazan de pueblo, arrebatando banderas y símbolos. Una burocracia que no rompe con el vetusto orden reproduce los vicios colonizando todo proyecto de autonomía. Las consecuencias en los ciudadanos han sido la tendencia a la apatía, el cinismo, el conformismo o una cultura de la sobrevivencia que agarra aunque sea fallo. Son rasgos de una política inmediatista que no levanta horizontes ni cambios profundos. La cultura paternal insiste en ser intermediaria: tienes patria, tienes ejército, tienes protector, pero no autonomía de clase ni autogestión.
Esta cultura del poder establecido ha permeado a políticos, civiles, militares, profesionales, obreros, campesinos y colonos. El poder instrumental educa la conciencia y la voluntad para el orden establecido complementándose con autoritarismo, caudillismo, corrupción y particularmente con pasividad y sumisión. Los vacíos y vicios se han disfrazado de “razones de Estado” produciendo, en muchos casos, la autocensura del luchador social para no ser etiquetado. Esta sería la forma de poder que enfrentaría el contrapoder expresado en diferentes iniciativas que parten, entre otras cosas, de un Poder Democrático Local, la construcción de una multitud o lo que han dado en llamar Poder Popular
Para estos movimientos libertarios la iniciativa organizativa es lo importante; no son proyectos acabados. En lo inconcluso lo nuevo está por hacerse: se apuesta a una premisa fundamental: no a la toma del poder, no a los cargos gubernamentales, para ver qué tipo de políticas produce una organización de esa naturaleza. No es tomar el poder, es ejercerlo. El planteamiento principal tiene dos vertientes: una, abrir Otra forma de hacer política, y dos, abrir espacios emancipados para que sea posible hacer una verdadera revolución. La estrategia que se maneja es crear movimiento, movilización en esa sociedad civil, movimiento plural, amplio, a los lados y de arriba hacia abajo, con objetivos y metas muy concretas de un programa creciente diseñado desde la interioridad misma del pueblo. Los puntos de ignición y recomposición serían los cumplimientos de acuerdos con las comunidades, de modo que se vayan obteniendo espacios de participación y espacios de reconocimiento.
Sus criterios societarios están imbricados en lo que han llamado Nueva Cultura Política. Más que hablar de sociedad habla de comunidad. Más que de “unidad” habla de un constante consenso en una diversidad de unidad y lucha. No se trata de fijar la línea hacia la que hay que avanzar. Se trata de ir construyendo esa línea, construir otra forma de hacer política y eso tiene que ver con la forma del poder. No busca seguidores, sino interlocutores. La apuesta es que se logre construir un movimiento ciudadano lo más amplio posible, que presione a construir un programa de gobierno radical y a realizar un ejercicio de gobierno, a actuar de acuerdo con lo que dice la mayoría. No intentan organizar una fuerza política que dispute el poder, sino que organice una inversión del poder. Ahí está la apuesta, aunque ello choque, o se piense que no existe eso en teoría política. Por eso, la proposición no se pueda cuantificar en el tiempo.
Para que las funciones de representación no se constituyan en herramientas del poder parten de la resignificación de valores sociales sustentados en la democracia como deconstructora del autoritarismo. Solo es representable lo que esta ausente. A las comunidades no se les puede sustituir, apenas podrían ser articulables con otras comunidades. La soberanía no es alienable en ninguna persona ni institución. La multitud reconoce referencias más por el carácter ético que por el simple ejercicio del poder. En su horizontalidad uno de sus instrumentos de organización serían las redes: redes de resistencia. No es maleable sino autoconvocable por métodos de consenso. Su proposición organizativa no es una estructura vertical, es un correaje que no tiene centro rector ni decisorio, no tiene mando central ni jerarquías. La red debe ser todos los que resisten. El orden no se impone, se encuentra, se descubre, se teje. Esta proposición suena inadmisible para los burócratas del orden pero la creatividad social no nace de mecanismos de normalización disciplinaria.
Una evaluación histórica de la cuestión del poder en la lógica izquierdista de la tradición leninista y presente en las organizaciones de clase, colocó el poder en un lugar privilegiado: era un pensamiento que más que libertario buscaba la imposición de una nueva disciplina. El poder no sólo se planteó ante el enemigo de clase sino también en confrontación con lo que consideraron “sectores atrasados”, esto, en medio de un determinismo económico que impidió valorar, en algunas oportunidades, los procesos sociales y culturales, y como tal, nuestra diversidad como pueblo. Los procesos de trabajo eran subsumidos ontológicamente a la valorización del valor y los matices entre las relaciones sociales se resumían linealmente en la contradicción trabajo asalariado-capital, sin subvertir la visión autoritaria de la sociedad impuesta y practicada por el capital. Una lógica dominante frente a la dictadura burguesa fue la “dictadura del proletariado”. El poder no tenía que ser destruido sino conquistado.
Cuando un movimiento es complejo es más resistente a la cooptación y a la agresión y puede adaptarse sin traumas a los cambios. La lógica es ayudarlo a nacer resistiéndose a la tentación de dirigir y ser su “vanguardia representativa”. Podríamos acompañarlo, dialogar con respeto a su multitud, pero no actuar como estado. Asumiendo la conciencia de ser diferente y radical, apelando al poder genuino y creativo de los seres humanos que buscan, con autonomía, configurar su vida social.
Estos nuevos planteamientos empiezan a perfilar una desmitificación de la toma del poder: cuestionan la existencia de un mundo organizado sobre la base de las relaciones de dominio. La democracia como está concebida por ellos sería su la negación misma. Ello supone la construcción, desde abajo, de un nuevo proyecto civilizatorio.
La relación Gobierno–Comunidad, es planteada de forma que se puedan resolver problemas de gobierno sin la participación de políticos profesionales. El problema está más acá, en el sector social de los gobernados, sin referencia de clase social y de cómo se relacionan los gobernantes con los gobernados.
En cuanto al Estado y al poder han dado varios elementos: “Lo que está en juego (...) es mantenerse como un movimiento independiente del Estado, de no ser absorbido por la lógica del Estado”, dicen los zapatistas. Pareciera un renacer de los movimientos anti-estatales bajo otras perspectivas. El problema no es tomar el poder sino desarrollar formas de articulación política que obligarían a los que detentan los cargos estatales a obedecer al pueblo y en la medida en que la organización esté bien desarrollada, la separación entre Estado y sociedad quedaría superada y el Estado efectivamente abolido o con roles meramente administrativos, un Estado mínimo.
El Estado es visto como una fetichación de las relaciones sociales que reproduce la instrumentalidad del poder de diferentes formas. Al ser un engendro de la propiedad privada nada tiene de neutral. No se trata de adoptarlo ni buscar en él esperanzas anticapitalistas. Bajo su sombra los sujetos son marcados, formados y dañados por su anti-natura. El funcionario se deshumaniza por el despliegue de su poder instrumental; en él la dignidad pasa a ser una metáfora vacía. Las luchas sociales dirigidas desde allí son llevadas a cabo por sujetos enajenados y dañados por este ogro de la filantropía. No es posible combatir el status quo con sus propias armas y salir incólume. El sujeto se acostumbra al ejercicio de privilegios y no tendrá fuerza ni convencimiento para el cambio. Hay que ganar la batalla de las ideas, tener audacia para superar la ortodoxia y extirpar la alienación existente de los representados en los representantes.
Aunque los detalles no son claros y no lo pueden ser, ya que sólo se pueden desarrollar en el transcurso de la lucha, el punto central es que el foco de la lucha revolucionaria se desplaza del qué al cómo de la política. El problema no es elaborar un programa diciendo lo que haría el gobierno revolucionario, la cuestión está en el cómo articular las dignidades en diferentes formas de lucha y en una forma de organización social basadas en el reconocimiento de la dignidad. Sólo la articulación de las dignidades puede decidir qué debería hacerse: una sociedad soberana se tiene que determinar a sí misma. Una sociedad auto-creativa se debería auto-emancipar. “No es necesario conquistar el mundo. Basta que lo hagamos de nuevo”, dicen.
Resistencia y poder paralelo parecen intrínsecos en estos discursos. La resistencia, por definición no puede ser un partido: no está hecha para gobernar a su vez, sino para ... resistir. La revolución en este esquema sólo se puede concebir como la unificación acumulativa de las dignidades, la acumulación de luchas, la negativa de la humanidad a las degradaciones. Esto implica un concepto más abierto de la revolución: la acumulación de las luchas no se deja programar ni predecir. Es la construcción progresiva de la autonomía bajo una resistencia sin tiempo.
Ahora, ¿qué forma podría tomar? ¿Cómo podría conducir a la abolición del capitalismo la unificación acumulativa de las dignidades? No está claro, porque se trata de un proceso auto-creativo, una utopía abierta a diferentes posibilidades. No es cuestión de la claridad de las metas del futuro, sino más bien de la fuerza con la cual esas formas (sobre todo el Estado), que reproducen las relaciones sociales del capitalismo, son rechazadas en el presente. Busca reinventar una organización que transgreda el antiguo orden que hace ver normal la explotación. Se trata de inventar saltando la clasificación y la etiqueta, articulando redes que vayan tejiendo otro modelo de vida y un modo de desarrollo propio y consensuado.
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