Para enfrentar con relativa eficacia la crisis de identidad del proyecto socialista en la revolución bolivariana, hemos planteado que se requiere del coraje teórico y político para superar el mito de las dos izquierdas: tanto la estalinista-burocrática, como la socialdemócrata-reformista. Hay que superar a la vieja izquierda de aparato. Así mismo, es indispensable comprender el papel de lo nacional-popular-democrático, sin confundirlo con las experiencias y regímenes populistas-autoritarios., donde la nación, el líder y el pueblo, asumieron totalizaciones orgánicas, marcadas por el cesarismo regresivo y por las ideologías fascistas de derecha. Hay que construir formas de liderazgo colectivo, al intelectual colectivo, formas de dirección política participativa. Planteamos la importancia vital de la “revolución democrática”, de la radicalización de la democracia para dar paso a figuras de socialismo participativo y autogestionario, donde el protagonismo popular sea condición necesaria, indispensable, para cuestionar de raíz las lógicas de dominación social, para distanciarse del socialismo burocrático y del capitalismo de estado. Esto no se hace ni acontece por vía de decretos ni copiando modelos. Es una lucha con su propio ritmo, con un proceso de apropiación y aprendizaje colectivo, que desborda los tiempos del voluntarismo, de los aparatos y el culto a cualquier figura de “lo que diga el Líder”. El imaginario jacobino-blanquista es incompatible con la democracia socialista. En este punto, Lenin fue superado históricamente por las previsiones de Rosa Luxemburgo: “(…) el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va a curar; pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares ”. Hay dos errores que condenan a la derrota a una revolución: a) pretender sustituir al pueblo (vanguardismo); b) colocar en un estado de pasividad política al pueblo, convirtiéndole en clientela (reformismo). Ambos errores llevan a una degeneración burocrática del proceso revolucionario. Esta situación es aprovechada por los “sepultureros de la revolución”: dentro y fuera de ella. Superar a la izquierda estalinista implica una confrontación crítica con las experiencias del “socialismo burocrático”, con las figuras despóticas del “socialismo realmente inexistente”. La novedad no está en la búsqueda del “modelo único”, sino en el reconocimiento de la pluralidad radical de tendencias, como valor esencial del nuevo socialismo. La pasión que alimenta la fecundación de la diversidad de tendencias es su reconocimiento en el seno del campo de la izquierda, donde las interpretaciones antidogmáticas de la tradición socialista, puedan realizar simultáneamente el trabajo de recuperación crítica de la memoria histórica y de renovación no dogmática del imaginario socialista. La esterilidad teórica e intelectual del campo de izquierda depende de la continuidad del marxismo burocrático, de la hegemonía del modelo revolucionario bolchevique, del culto a la experiencia del socialismo irreal. Por ese camino, no hay futuro para el socialismo, y lo más probable es una re-ofensiva a corto plazo de la derecha. La izquierda despótica adolece de un bloqueo histórico. No es posible ni deseable, trasladar mecánicamente modelos socialistas agotados, experiencias históricas que no han mostrado signo alguno de haber logrado la emancipación radical. Italo Calvino comparaba a las ciudades con los sueños, y decía que las ciudades están construidas de deseos y miedos. Lo mismo ocurre con las sociedades socialistas, están construidas de deseos y miedos. Hemos cuestionado la propuesta de reforma constitucional, sobre todo por la nula capacidad de intervención creadora de la multitud en su diseño y puesta en debate. Se sustituyeron los impulsos y deseos del común por una receta jacobina, cancelando la participación y el protagonismo popular, apelando al apoyo incondicional, a la lealtad hacia el Líder (técnica reactiva por excelencia), y generando condiciones para que los miedos y los temores dominaran la escena social, en vez de que los deseos de emancipación social tomaran la agenda colectiva. Desde mi punto de vista, la propuesta de reforma fue un fracaso auto-inducido por las fracciones de la derecha endógena, para impedir el despliegue del poder constituyente real. El modelo de socialismo propuesto se parecía demasiado al imaginario despótico del socialismo burocrático. La alta dirección de la revolución cayó en el error jacobino de transformar la sociedad desde arriba., y no desde los deseos de liberación, desde la movilización creativa de las pasiones libertarias del pueblo. El imaginario de la vieja izquierda sepultó una oportunidad histórica constituyente. Corregir este rumbo será el costo indispensable para desplazar a la burocracia, a la nueva clase político-económica, a la dedocracia, a la nueva burguesía de estado, para que nuestra nomenclatura bolivariana pierda sus privilegios y sus espacios de poder, para que sea el pueblo organizado quién recupere el mando y determine la conducción del proceso revolucionario. Tal vez hay que repetirlo: que sea el pueblo organizado quién recupere el mando y determine la conducción del proceso frevolucionario.
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