Marulanda

Andan diciendo por ahí que murió Marulanda. ¡Qué murió Marulanda! Pero ¿quién expresó tal locura? ¿Cómo puede morir quién es como el viento, y el agua que cae de las montañas? Pregúntesele por ello al campesino, al indígena, a los miserables, a los hombres y mujeres que se confunden en el monte, en los sembradíos, en los bordes de los ríos, para ver que contestan.

Recórranse los caminos y escuchen y oigan bien para conocer la verdad y así saber que Marulanda no muere, pues está en los silencios de los bosques y de las montañas y en los estruendos de las caídas de agua. Que está en el niño que recorre el surco del arado, en el anciano que cavila su desgracia, y en el grito que la denuncia.

El campesino sabe, y lo sabe desde que nace, que él es Marulanda; que campesino es sinónimo de Marulanda. Entonces, si pudiera morir Marulanda, moriría el campesino, y si eso ocurriera, la muerte del campesino, ya no habría vida porque eso es Marulanda Campesino, Campesino Marulanda, sembradores de vida, es esa pujanza que también podemos llamar aliento, vigor, vitalidad, que pugna hasta superar todo obstáculo que pueda encontrar.

¿Quién es entonces, al fin, Marulanda? Marulanda es el sueño del hombre del campo, ese sueño que le mitiga sus dolores y le arropa sus carencias y se representa tanto con el maíz, como el arroz, o el canto de ese pájaro insumiso que riega el infinito con su música. Es el aire corriendo libre, sin impedimento que pueda detener su marcha.

El niño nacido en el campo, hijo de una madre olvidada de cuidados y atenciones, que recorre su conuco cargando con él en su vientre, mientras siembra y también cuando recoge la cosecha, ese bien que la naturaleza le concede a su esfuerzo denodado, aprende desde ese entonces que Marulanda es esa simiente que es su Dios porque le alimenta; que Marulanda es la voz que invoca por esa lluvia que se demora y también la palabra con la que se reclama la injusticia que se padece.

Marulanda es, algo así como una mezcla de equidad y de justicia, un Romeo y un Cid Campeador, un Quijote y un Che. Amado por los ultrajados que en él se reivindican, por los desposeídos, por los depauperados, por todos los humillados de la tierra. Y también odiado ¡cómo no!, por los canallas señores del egoísmo, de la codicia y del crimen, por todo aquello que representa lo peor de la especie. Estos sí son sus enemigos. Pero Marulanda no los odia, que es una de esas cosas que nunca aprendió a hacer, odiar. Tal vez, pueda sentir por ellos lástima, compasión…

Cuando él comenzó su marcha, ese mundo era muy distinto al de hoy. Este en el cual vive al igual que nosotros, es mucho peor que aquel. No existe región que esté a salvo de la injusticia. Tal vez haya sido por eso que decidió acelerar su marcha, no olvidemos que no hablamos de un ser normal, sino de uno extraordinario que vino para luchar por los olvidados de la tierra. No nos extrañemos si nos dicen mañana nomás, que le han visto por las pampas argentinas o en algún lugar del Alto Perú. Tal vez pueda ser en México, en Chiapas o en Guerrero o en Oaxaca, quién puede saberlo…Aseguremos, sí, con total certeza que volveremos a oír de él…, eso, eso sí es seguro.


roosbar@cantv.net


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Roosevelt Barboza


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