Mucho se ha insistido en que la crisis del socialismo traduce en parte, una crisis de lo que cada grupo, sector o clase social comprende por el significado del socialismo. Ya Wittgenstein decía, que el significado no era una esencia platónica sino un uso social, producto de “juegos de lenguaje” y de mallas de interacción social. Como nos legó Bajtin, de los acentos ideológico que cada palabra refracta en la lucha social y política. Cuando hablamos de Socialismo contra-hegemónico lo hacemos con precisa y clara intención polémica. Ya no basta decir, “sin teoría revolucionaria no hay praxis revolucionaria”. El asunto es más complejo, habrá que decir: sin polémica teórica revolucionaria no habrá praxis revolucionaria. El socialismo hegemónico ha tenido dos variantes: el socialismo realmente existente, o lo que es los mismo, todo lo que tradujo políticamente el campo socialista en el siglo XX a través de la ideológica “marxista-leninista” (estalinismo); y por otra parte, la gestión capitalista de reformas sociales por parte de la socialdemocracia revisionista, distanciada del programa teórico-político de Marx.
Desde nuestro punto de vista, hemos planteado desmontar el mito de las dos izquierdas. Para reinventar las articulaciones entre socialismo, democracia y revolución, hay que superar viejos hábitos de pensamiento, viejos obstáculos nocionales. Hay mas de dos izquierdas, hay pluralidad socialista, y es saliendo del maniqueísmo de las dos izquierdas, donde podrán habilitarse las articulaciones perdidas entre democracia, socialismo y revolución. El marxismo-leninismo liquidó la democracia y el socialismo humanista. El revisionismo socialdemócrata liquido la revolución y el socialismo en el altar de la democracia liberal. Como ha planteado Giddens, la muerte del socialismo, pero no de la izquierda. En fin, el capitalismo con rostro humano se ha liberado de su cinismo. De Bernstein a Giddens, el largo trayecto de sincerar su impotencia anti-sistémica, ha dado lugar a la identidad del “liberalismo democrático de reformas sociales”. No está mal como acto de sinceridad ideológica. Pero las reformas sociales son de cabo a rabo disciplinadas por los límites que impone la racionalidad de lo sagrado oculto de la Modernidad: el Capital.
Por el lado del estalinismo-burocrático, la sinceridad ha sido impuesta por el derrumbe de uno de los mitos colectivos de mayor anclaje en las representaciones sociales: que el “campo socialista” era efectivamente “socialismo”. Malas noticias para los nostálgicos de los desfiles del ejército rojo y lectores asiduos de Pravda. En nombre del socialismo, se legitimó uno de los experimentos de despotismo de izquierda que hicieron uso del significado socialismo, para nominar prácticas y experiencias cuyos aires de familia iban por otro lado. Llamémoslo colectivismo burocrático en vez de repetir Socialismo, o Socialismo de Estado si prefieren, pero todo menos democracia socialista. Y allí entramos, al meollo del asunto. Socialismos sin democracia socialista son figuras despóticas de la izquierda. Como les gusta decir a los posmodernos: totalitarismos de izquierda. Pero la naturalización del liberalismo democrático como fin de la historia, como cierre de la historia, es otra figura de pensamiento único. La democracia participativa y protagónica es la forma institucional de la democracia socialista. Pero también en nombre de la democracia participativa y protagónica se puede falsificar la democracia socialista. El siglo XXI ha despejado el terreno, no para regresar al siglo XIX, sino para “impensar” la tradición socialista en su complejidad y pluralidad; es decir, para re-pensarlo todo, para someter los presupuestos y mitologías del socialismo a una polémica, que es teórica, pero que es fundamentalmente práctica.
Repensar el Socialismo es imaginar y pensar que hay alternativas distintas al sagrado oculto de la modernidad: el Capital. Pero también alternativas distintas al Socialismo de Estado, al Socialismo Burocrático o al Capitalismo de Estado sin Monopolios privados. Como planteaba el folleto de la Liga de los Comunistas donde participaba Marx: “No nos encontramos entre esos comunistas que aspiran a destruir la libertad personal, que desean convertir el mundo en un enorme cuartel o en un gigantesco asilo. Es verdad que existen algunos comunistas que, de forma simplista, se niegan a tolerar la libertad personal y desearían eliminarla del mundo, porque consideran que es un obstáculo a la completa armonía. Pero nosotros no tenemos ninguna intención de cambiar libertad por igualdad. Estamos convencidos... de que en ningún orden social podrá asegurarse la libertad personal tanto como en una sociedad basada sobre la propiedad comunal... Pongámonos a trabajar para establecer un estado democrático en el que cada partido podría ganar, hablando o por escrito, a la mayoría para sus ideas...”. Si hay algo llamado comunismo del siglo XXI, es la democracia absoluta, la democracia sin fin… el fantasma que atormenta al liberalismo no tan democrático y al platonismo revolucionario, semillas de todos los bonapartismos.
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