El código genético de los fascistas tiene componentes singulares y la organización de esos componentes se presenta en arquitectura distinta al resto de los humanos. Analicemos, por ejemplo algunos de sus elementos subjetivos y objetivos. El Odio ocupa el espacio superior de su código. Son duros de sentimiento, como dirían los abuelos, y su capacidad para ubicarse en las necesidades y derechos del “otro” es inexistente. Por eso el Prefecto de “Santa Cruz” habla con desprecio de Evo y su “indiada”, pues para él esos rostros de gestos dulces, buenos y hasta hoy sumisos, pertenecen a sub-humanos que sólo concitan su desprecio y la necesidad de su extinción. Son capaces de odiar los fascistas, créanme; yo vi las lecciones de odio que daban a sus hijos cada noche, durante el paro empresarial venezolano. Pasaban frente a mi ventana, junto con sus niños, batiendo tambores de guerra a grito y a paso de muerte.
Son violentos también, los fascistas. La “noche de los cuchillos largos” y la de “las vidrieras rotas” en la Europa hitleriana, son hitos épicos en su Historia. Vean hoy a los neo nazis que resurgen en Alemania y Polonia, y compárenlos con la “Unión Juvenil Cruceñista” en Bolivia.
La imagen de Capriles Radonsky y sus allegados ante la Embajada de Cuba, aquel día de acción ominosa que ahora no quieren pagar, es testimonio gráfico reciente. Es la misma gente, amigos, con igual mandato genético.
Son clasistas también, los fascistas. El fascio criollo está hoy de pláceme por lo que considera un fracaso deportivo nacional en Beijing. Hacen chistes, burlas y toda clase de mofa por la derrota sufrida por Venezuela en cualquier disciplina deportiva. Ya el “Nazional” había anticipad el jolgorio en editorial conocido; y hace unos minutos oí, a viva voz, el siguiente comentario que un vecino “cartonista” dirigía a sus nietos: “¿Qué podían hacer ese poco de negros que mandó el zambo Chávez para allá?”
Son miserables entonces, los fascistas. Y ese es el componente subyacente a todo su ADN.
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