El gobierno de Estados Unidos se auto-otorgó, sin consultar absolutamente a nadie y gracias a sus poderes bélicos destructivos, la potestad divina, todopoderosa e inmutable de decidir o de poseer la verdad-única y verdadera sobre quién combate o no combate al narcotráfico, quién o no debe ser certificado o desertificado por cuestiones de drogas, quién o no merece ser subsidiado en la lucha antidrogas, quién o no debe ser condenado por su posición frente al narcotráfico, quién o no debe ser derrocado por su visión sobre las drogas. Y a quien no le guste, que se calle la boca y se someta a los dictámenes del Estado estadounidense.
Para el gobierno de Estados Unidos, contrariando a todo estudio o recomendación de la psicología social o de la ciencia en general, mira el problema de las drogas con el ojo perverso y usurero de la bolsa de valores y no con el que observa las realidades socioeconómicas de las sociedades. Por eso nunca ve ni cree en que el mundo de las drogas es producto de la gran propiedad sobre los medios de producción, de la miseria social, del sufrimiento social, del incremento cada vez más grave del desempleo, del enriquecimiento cada vez más grande de los pocos monopolios que dominan la economía de mercado, sino como una empresa de la libre concurrencia o competencia de países subdesarrollados que disputa capitales al imperialismo financiero. Eso, para el imperialismo, es inaceptable.
Los gobernantes de Estados Unidos, salvo muy raras excepciones, ven a los países productores de narcóticos o países puentes del narcotráfico, desde sus oficinas lujosas en Washington, se guían por el pragmatismo de su corta y deshumanizante visión del mundo, su movimiento y su objetivo es la obtención de riqueza ajena por el método que más le duela a los pueblos sometidos a la explotación y la opresión. Su misticismo siempre va acompañado del misionero con bayoneta calada. La amenaza es la única “razón” de alerta para activar su andanza de guerrerista e invasor.
El gobierno de Estados Unidos la única ley de la economía de mercado que domina es la del valor del trabajo, que si bien no determina de manera inmediata los precios pero, al fin y al cabo, los determina. De allí que sabe que si no hay demanda, la oferta sufre los embistes de la soledad y por eso se ve en la necesidad de bajar los precios y eso conduce a la quiebra y la ruina de unos cuantos inversores de capitales. Pero, además, eso quiere decir, tratándose del tema de las drogas, que si no hubiesen tantos millones de consumidores en Estados Unidos, muy poco campo tendría la oferta del narcotráfico para penetrar sus predios. Y como eso lo conocen los expertos de la economía imperialista, nunca recomiendan métodos o fórmulas efectivas de combate contra el consumo o demanda de estupefacientes o narcótico para la sociedad estadounidense. Si no nos quedamos simplemente en la percepción, nos daremos cuenta que de lo único que hablan y escriben es sobre el narcotráfico de cocaína y de heroína. Siempre se ha dicho que el mayor productor de marihuana en el planeta es Estados Unidos y en varios estados de la Unión estaba –no sé si lo sigue estando- legalizado su consumo y, por consiguiente, su venta.
¿Pero podría el régimen imperialista capitalista aplicar esos métodos o fórmulas efectivas de combate contra las drogas? No, no puede ni tampoco se lo propondría. Los ideólogos del imperialismo limitan sus estudios o análisis sociales al esqueleto o a los músculos de la persona, y creen que allí queda agotada la anatomía del ser humano. De allí que vean el combate al narcotráfico como un órgano y no como una función de la sociedad, es decir, principalmente de la clase que domina la economía. No se detienen nunca en determinar el órgano que produce o germina al narcotráfico, porque eso los conduciría a tener que estudiar, primero y fundamentalmente, la estructura general del organismo de toda la sociedad, del modo de producción capitalista. No entienden que, por ejemplo, los músculos y los huesos vienen siendo las fuerzas productivas mientras que las relaciones de producción están determinadas por la forma de propiedad sobre los medios de producción.
¿Qué queremos decir con lo anterior? Para un marxista o para un buen demócrata que promueva justicia social, si pretende combatir el grave problema de las drogas, sabe que el punto de arranque sociológico de su análisis de la sociedad y sus males pasa, primero, por una definición correcta de clase de un fenómeno determinado (en este caso: producción, oferta y consumo de narcóticos o estupefacientes); y, en segundo lugar, también estudiar y analizar los diversos estratos sociales de clase, sus múltiples estados de desarrollo, las condiciones socioeconómicas de los mismos y hasta el nivel de influencias que tiene otra clase sobre aquellos. Si eso lo hicieran los ideólogos del imperialismo, lo más seguro, es que llegaran a la conclusión que la forma de propiedad privada del capitalismo sobre los medios de producción es la causa primera y más importante del nacimiento, producción, desarrollo del narcotráfico, de la oferta y el consumo de drogas, narcóticos, estupefacientes o cómo quieran llamarle. ¿Por qué?: concentra en poquísimas manos las riquezas y globaliza en muchísimas manos y estómagos la pobreza. Y de ésta tienen, de manera obligatoria, que nacer tantos vicios que el mismo régimen capitalista de tanto incentivarlos jamás creará mecanismos para combatirlos con el éxito de reducirlos a cero manifestación. A nadie, como al imperialismo, le conviene tanto la existencia masiva y globalizada de la delincuencia, de la prostitución, del consumo de drogas pero teniendo específicos monopolios imperialistas el dominio de la producción y del tráfico de las mismas. Todo el mundo sabe que la producción, el tráfico y la venta al por mayor de las drogas es un negocio redondo, de altas ganancias, de enriquecimiento rápido como el vuelo de las golondrinas. Estados Unidos es el primer productor del mundo de marihuana, y nunca los grandes medios de comunicación se han ocupado de andar interrogando a los altos funcionarios estadounidenses sobre el tráfico de esa especie de droga, porque –lo saben demasiado los unos y los otros- no es negocio rentable como la cocaína o la heroína. Pero en Estados Unidos existen más de cuarenta millones de consumidores de drogas y el porcentaje que consume cocaína o heroína es elevado, lo cual implica que el no producirlas, traficarlas y venderlas por parte de monopolios imperialistas nacionales reduce las ganancias a la mínima expresión, se escapan los capitales a naciones subdesarrolladas, y eso está en contra de las normas de la bolsa de valores de New York.
¿Bueno: qué es lo que se quiere decir con todo lo narrado anteriormente? Que hace unos pocos años atrás decíamos y lo escribimos que el gobierno de Estados iba a vincular al presidente Chávez con cosas de drogas, específicamente con complicidad en narcotráfico. No nos equivocamos. Sin embargo, los ideólogos de tal exabrupto y de tan cínica mentira confundieron el momento en que el general Noriega gobernó a Panamá con el que está viviendo Venezuela bajo el gobierno del presidente Chávez y eso hizo, que muy pronto, se les derrumbara la careta y modificaran la táctica siguiendo de utilidad para su estrategia: derrocar o situar a su completo servicio y de rodillas al gobierno bolivariano.
Actualmente hablan de que Venezuela debe ser más efectiva en el combate al narcotráfico de drogas pero no de mercancías provenientes de Estados Unidos y que allá son prohibidas por dañinas para la salud; que debe comprometerse lo más posible con los organismos de seguridad estadounidenses en la lucha antidrogas y antiterrorista. Pero por mucho que se combata, en Venezuela, al narcotráfico de drogas y al terrorismo, siempre el gobierno estadounidense –mientras no se le de pruebas de verdadero servilismo al imperialismo- inventará nuevas y nuevas acusaciones o mentiras que contribuyan al derrocamiento del gobierno venezolano. Si no fuera así, ya hubiese abierto una apertura de diálogo productivo con el gobierno cubano, por saber demasiado que éste sí combate de verdad verdad no sólo el tráfico de drogas, sino también el consumo o cualquier manifestación de producción de narcóticos con fines lesivos a la economía nacional o a la salud del pueblo. ¿Acaso el gobierno de Estados Unidos no sigue acusando al gobierno cubano de complicidad con el narcotráfico y con el terrorismo? Nadie, ningún gobierno que se proponga crear verdadera justicia social para su pueblo queda o quedará exonerado de acusaciones y de mentiras inventadas por el gobierno estadounidense no sólo en relación con cuestiones de drogas, sino de muchas otras naturalezas buscando su caída y vuelta al sistema de epígonos que necesita para mantener su arbitraria y cruel dominación sobre el mundo entero.
Si esos grandes cínicos, si esos grandes mentirosos, como lo son los altos funcionarios del gobierno y de la política estadounidenses fueran capaces, un día, de motivarse por leer “Los miserables” de don Víctor Hugo, es posible, -sólo es posible muy remotamente- no que cambien de visión de mundo, pero sí ver aunque sea una pequeña parte de la realidad a través del ojo del órgano de la vista y no del ojo de la figura inmutable del dólar, para que comparando a New York o Washington con París o con Londres, o con Caracas, o con Río de Janeiro, o con Buenos Aires, o con Lima, o con Bogotá, o con Ciudad de México, puedan sólo medio entender que en “… los arrabales es donde principalmente se presenta la raza parisiense; allí conserva su pureza de sangre; allí está su verdadera fisonomía; allí el pueblo trabaja y padece, y el padecimiento y el trabajo son las dos figuras del hombre. Allí hay cantidades inmensas de seres desconocidos en que hormiguean los tipos más extraños, desde el descargador de la Râpée hasta el desollador de Montfaucon. Fex urbis (hágase la luz), dice Cicerón; mob (heces de la ciudad) añade Burke indignado; turba, multitud, populacho. Estas palabras se pronuncian muy fácilmente. Sea; pero ¿qué importa?, ¿qué importa que anden con los pies descalzos? No saben leer, tanto peor, ¿los abandonaréis por eso? ¿Haréis de su desgracia una maldición? ¿Acaso la luz no puede penetrar en esas masas? Volvamos a este grito: luz; obstinémonos en él: ¡luz, luz! ¿Quién sabe si esos seres opacos se harán transparentes? ¿No son transfiguraciones las revoluciones? Andad, filósofos, enseñad, ilustrad, iluminad, pensad alto, corred alegres hacia el vivo sol, fraternizad con las plazas públicas, anunciad las buenas nuevas, prodigad los alfabetos, proclamad los derechos, cantad las Marsellesas, sembrad el entusiasmo, arrancad verdes ramas de la encina, haced de la idea un torbellino. La multitud puede llegar a ser sublime. Sepamos utilizar esa vasta hoguera de principios y de virtudes que chisporrotea, estalla y se conmueve a ciertas horas. Esos pies descalzos, esos brazos desnudos, esos harapos, esa ignorancia, esa abyección, esas tinieblas, pueden emplearse en conquistar lo ideal. Mirad al través del pueblo y descubriréis la verdad. Esa vil arena que oprimís bajo los pies, echadla en el horno, se fundirá, cocerá, se hará brillante cristal; y gracias a él, Galileo y Newton descubrirán los astros”.
Si esos grandes cínicos, si esos grandes mentirosos, ni siquiera llegan a medio entender el juicio de don Víctor Hugo, entonces, sus guerras serán inevitablemente vencidas por los pueblos decididos a emanciparse de toda forma de explotación y opresión sociales. No nos olvidemos que el socialismo es el único régimen que al avanzar en satisfacción de las necesidades materiales y espirituales del género humano hará posible no sólo acabar con la producción y el tráfico de estupefacientes, drogas o narcóticos, sino también con el consumo de las mismas y también con todas las manifestaciones de terrorismo. Pero para llegar a ese estadio es imprescindible, primero, derrocar o aniquilar al imperialismo hasta sus tuétanos.
Por último analicemos lo siguiente: el gobierno estadounidense critica, exige y condena a otros gobiernos argumentando que no combaten con eficiencia el narcotráfico que utiliza sus espacios para trasladar las drogas a Estados Unidos. De allí nace una interrogante que no tendrá respuesta de parte de él: ¿qué medidas tan efectivas aplica el gobierno estadounidense para evitar que los narcotraficantes desembarquen las drogas en Estados Unidos y lograr que sus más de cuarenta millones de drogadictos dejen de consumir estupefacientes o narcóticos?