En otros textos hemos hablado de la importancia de una teoría crítica contra-hegemónica para ir a la raíz de la separación entre gobernantes y gobernados, promoviendo formas y prácticas activas de auto-gobierno. Frente al fetichismo institucional del Estado Representativo, se impulsan formas institucionales, así como prácticas de democracia participativa, que incorporen la multiplicad de expresiones organizativas y ético-culturales del bloque histórico de la multitud subalterna. El Estado democrático participativo es la forma de gobierno del sistema socio-económico basado en formas de propiedad, predominantemente colectivas, sociales y alternativas a la propiedad privada capitalista, ya que esta última reproduce la explotación y enajenación del trabajo vivo. La lucha contra la cesura entre gobernantes/gobernados, contra la división capitalista del trabajo, la explotación y la enajenación del trabajo vivo son parte del horizonte socialista. Sin embargo, hay un terreno ético-cultural, epistemológico en el cual poco se enfatiza que es el de la superación del debate modernidad-posmodernidad en clave euro-céntrica. Se trata de comprender a la multitud subalterna en tanto que multitud intercultural. Mientras el Socialismo Histórico ha servido de instrumento para el euro-centrismo, en la medida en que reproduce los arquetipos mentales de la modernidad occidental (Sujeto, Razón, Historia, Progreso), el nuevo socialista está sometido a las inquietudes de la inter-culturalidad. El giro descolonizador introduce una torsión en las concepciones heredadas del Socialismo, replanteando muchas de sus tesis, sobre todo aquellas asociadas a la “racionalidad instrumental”, el “predominio de la oposición civilización/barbarie” extraída de las lecturas del evolucionismo de Morgan y a la neutralidad axiológico-política del “desarrollo de las fuerzas productivas”. La ecología política radical y el giro descolonizador desmontan y reorganizan un nuevo paradigma de teoría crítica contra-hegemónica, que afecta profundas presunciones sobre el contenido y dirección de las transformaciones sociales. Pero la Transmodernidad ofrece una verdadera discontinuidad con relación a los cuadros mentales de la colonización de los imaginarios y matrices simbólicas en los territorios del Sur. La Transmodernidad es la apertura histórico-cultural que intenta recoger críticamente en su mismo concepto la herencia de los retos abiertos del debate Modernidad-Posmodernidad tras la quiebra del proyecto ilustrado, sin renunciar a analizar la contra-cara colonialista y racista del mismo. Enrique Dussel utiliza el concepto en el marco teórico emanado de la filosofía intercultural de la liberación, y la reflexión sobre la identidad latinoamericana. Se trata de colocar la inter-culturalidad como matriz del saber, la reflexión y el conocimiento para la liberación. Para Dussel la Modernidad Occidental es un concepto hegemónico basado en el dominio y la exclusión del Otro: la periferia, los indígenas, el pueblo, las mujeres, los pobres; y la filosofía intercultural de la liberación pretendería ejercer razones utópico-concretas desde el respeto a las alteridades. La ana-dialéctica representa una interpelación de la modernidad occidental desde su exterioridad, ensayando nuevas modalidades de hermeneutica y comprensión de diferencias, mientras la razón dialéctica moderna y la contra-dialéctica posmoderna niegan la posibilidad de exterioridad alguna subordinando toda diferencia a la voluntad de “lo Mismo” (todos hemos sido completamente subsumidos al colonialismo global). Transmodernidad y poscolonialidad son momentos teóricos de los procesos de descolonización parciales y aún inacabados, son instrumentos de autonomía político-cultural, vehículos para el reconocimiento de diferencias y alteridades en la construcción de identidades. En este sentido se entenderían por teorías transmodernas todas aquellas que, procedentes del Sur, reclaman un lugar propio frente a la modernidad occidental, constituyendo nuevas subjetividades contra-hegemónicas. Existe pues para Dussel un talante crítico de defensa de los excluidos, aunado a la percepción de una necesaria incorporación de las voces de los otros, ante la hegemonía de la voz del mundo occidental, incluso en sectores progresistas articulados a la razón comunicativa (Habermas-Appel). La emergencia de los estudios subalternos, de las epistemologías nómadas, protagonizan la reflexión del giro descolonizador latinoamericano, que se manifiesta también en denominaciones como razón post/imperial/occidental/colonial (Mignolo) o la noción de Modernidad/Colonialidad de Anibal Quijano. La noción de “transmodernidad” comienza su resonancia en encuentros internacionales de diálogo intercultural, la filosofía del derecho y la cultura de la paz, orientadas por el horizonte del mundo multipolar. Se trataría pues de profundizar en el dialogo intercultural, para replantear no solo los vínculos entre epistemología y poder, sino entre culturas, epistemologías y poderes. La Transmodernidad apunta a un quiebre epistémico-cultural-político que afecta sobre todo a los discursos de las ciencias históricas y sociales. Al fín y al cabo, se trata de la “descolonización” de ciencias que tienen profundos efectos de “normalización” y “disciplinamiento social”, sin supeditación al criterio europeo de la modernidad-postmodernidad. La subalternidad exterior, o “el otro” presentarían ciertos márgenes de movilidad, en tanto el sistema como sociedad-mundo maleable, pretende incorporar parámetros de reconocimiento (multiculturalismo liberal), dentro de la jerarquía, sin desligarlos de su condición de subalternos, pero al interior de la totalidad dominante. En cambio, Provincializar Europa, significa sobre todo, abrir la historia a la interculturalidad, sin caer en el nacionalismo atávico, para nuevas formas de solidaridad y justicia humanas, más allá de la modernidad-posmodernidad en clave euro-céntrica.

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