Ir más allá de Marx para renovar el pensamiento crítico socialista. Este enunciado es un lugar común para las múltiples corrientes del campo de la izquierda mundial, en momentos de crisis financiera, de intentos para reposicionar la regulación del capital a favor de la función de mando del Imperio, y probablemente afinar los “reguladores” de la turbulencia financiera. Aquí reside la actualidad de Marx: la crisis del capital es objetiva, pero a la vez requiere de agenciamientos subjetivos, si se plantea no su gestión, sino su superación. No hay derrumbe automático ni colapso del capitalismo, hay depuración-socialización de pérdidas de la crisis capitalista. No olvidemos la lección del 29: New Deal, Corporativismo, Fascismo y Welfare. La función de mando del capital afina sus dispositivos de regulación. No hay lugar para ilusiones ilimitadas. Hay que recomenzar la tarea de constitución de la subjetividad antagónica al Capital. Este es el meollo de la elección entre Socialismo o Barbarie. Y para tal fin, hay que ir más allá del dogma-Marx, aunque operando sobre el terreno de la problemática constituida por la crítica radical al metabolismo del Capital. Marx abre una revolución teórica inconclusa, no una doctrina ni un dogma. Los textos de Marx son obviamente insuficientes e inactuales en múltiples sentidos, pero son imprescindibles para elaborar una caja de herramientas que permita pensar, transformar y superar las relaciones sociales dominantes. Sugiero pensar a Marx en el seno de la tradición del pensamiento crítico socialista (con las limitaciones del magma moderno=colonial); y no a la inversa, es decir, reforzar el dogma-Marx. En sus textos encontramos un programa de investigación-acción abierto a la renovación, rectificación y refutación, de cara a las exigencias de la realidad. Así mismo, encontramos un imperativo ético-político: “(…) echar por tierra aquellas relaciones en que el hombre (ser humano) es un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable” (Manuscritos Económico Filosóficos). Rubel no se equivocó cuando planteó esta relación estrecha entre una ética de la utopía concreta y una nueva ciencia de lo histórico. Una tensión que recorre lecturas que apuntalan el “utopismo”, por una parte, y el “cientificismo” por otra. Sin embargo, no hay una obra cerrada, ni la apelación a una doctrina, un “marxismo religioso” o una “filosofía total”, eso es harina de otro costal, esto es interés de “marxistas” y “antimarxistas”. Marx incluso llego a decir: “Yo no soy marxista”. Su amigo, Engels planteó: “Desgraciadamente, ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido, totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis fundamentales. De este reproche no se hayan exentos muchos de los nuevos “marxistas” y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado…” (Engels; Carta de Engels a J. Bloch, Londres. 1890). Mucho después, Umberto Cerroni llego a plantear: “Hay un marxismo que entra en los manuales y se convierte en tradición antes de captarse en su plenitud”. Se plantea el crudo dato de que el “marxismo” se constituyó antes de conocerse efectivamente el grueso de los escritos de Marx. Lo que hemos recibido es un “marxismo” dosificado, filtrado, seleccionado por la cultura de los partidos-aparatos, o por la captura domesticada del “marxismo universitario”, un conjunto de interpretaciones que divergen del camino intelectual de Marx, como conjunción del pensamiento crítico y de la praxis revolucionaria. Solo una crítica radical del marxismo cientificista=contemplativo, puede articular la potencia de la subjetividad como acción colectiva, como movimiento real. No hay un Marx, ni dos Marx (el joven filósofo y el adulto científico), sino una multiplicidad de fuerzas-sentidos que pueden agenciar o no, una política transformadora. Marx ofrece una mirada a la vez compleja, y a la vez reductora de la realidad. Compleja en la captación de las tendencias y contra-tendencias del devenir del Capital como sistema-mundo, tanto desde el punto de vista de las “estructuras históricas” como de los agenciamientos colectivos. Reductora por su énfasis del homo faber, por un productivismo claramente etno-socio-céntrico (Morin), por el economicismo. La libertad por construir es social, intercultural e igualitaria, a diferencia de la libertad de la subjetividad capitalista, que hoy luce presa de pánico. Gramsci fue claro, el individualismo es un tipo-social de “conformismo” ético-cultural elaborado en el marco de principios hegemónicos en conflicto. La subjetividad es un centro de fuerzas tensadas por cuadros estratégicos de relaciones de poder. Por ello, la crisis financiera interpela a la subjetividad, pasa por el pánico del individualismo y por la esperanza de la reagrupación de la experiencia de lo común, por formas superiores de cooperación social. En esto consiste la revolución teórica inconclusa de Marx: inspirar la experiencia de lo común, derrumbando la función de mando-regulación capitalista. “Socialismo” no es fundar Bancos, ni gestionar la “arquitectura financiera” del capital, es construir la inteligencia general de una modalidad superior de cooperación social. En fin, ir más allá del Capital.
La crisis del magma ideológico de la modernidad ha sepultado los fundamentos. Nos enfrentamos al factum de “antro-políticas” en conflicto. También los anti-marxistas requieren “hombres de paja” y “fabulas teóricas” para someterlas a una crítica falaz: primero construyen un montaje textual de tesis, luego presuntamente las demuelen.
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