Hay que enfatizar las diferencias entre el pensamiento de Marx, los marxismos críticos y el marxismo burocrático-despótico; éste ultimo consustanciado con una política de liquidación del proyecto libertario de Marx, proyecto que supone el fin de la explotación, la dominación y la hegemonía ideológica. Ludovico Silva, con la prosa que lo caracterizaba, desmontó el mito de las etapas en los procesos de transición: El comunismo no es, como tantos creen, una “presunta fase superior del Socialismo”. El comunismo es el movimiento, el socialismo es el proyecto histórico.
La apropiación-deformación del pensamiento marxiano por parte del campo revolucionario ruso generó una particular doctrina de las etapas de la transición, que es extraña al pensamiento de Marx. Llamar marxista a esta doctrina es parte de la falsificación interpretativa, una falsificación teórica con implicaciones políticas prácticas: el despotismo, la reproducción de la lógica de la dominación.
Quienes repiten que “hay tres fases conocidas que se suceden objetivamente la una a la otra: el período de transición, que comienza con la revolución socialista, el Socialismo, fase inferior de la formación comunista, y el comunismo”, reproducen un pensamiento despótico, refuerzan una tesis contraria al pensamiento de Marx. No se trata de que la doctrina de las etapas, es un aporte creador a la tesis de Marx, se trata de una deformación que justifica la “Dictadura sobre la mayoría”, y que liquida la transición al socialismo como revolución democrática desde abajo. Al romperse la articulación entre revolución democrática y proyecto socialista queda abierto el camino al despotismo-burocrático.
El modelo revolucionario marxista-leninista, reproduce en su paradigma revolucionario, prefigura en su modelo de partido-único y de revolución desde arriba, la dictadura de una nueva capa burocrática, sobre y contra el trabajo asalariado. El derrumbe de la fantasía organizada del Socialismo realmente inexistente, permite introducir la significación histórica del debate sobre las transiciones, un debate que tiene múltiples aristas: internacionales, políticas, jurídicas, ideológicas, económicas y técnicas.
Por ejemplo, en Marx queda claro el carácter de universalidad de la revolución socialista, descartando la posibilidad de una revolución socialista culminada en un solo país. Esto es incorrecto para Marx. En todo caso, se trataría de una transición cercada pero no de una revolución socialista, con un sistema socioeconómico socialista, con sus correspondientes formas políticas, jurídicas y de conciencias social.
En Marx quedaba meridianamente clara una crítica radical al Estado como aparato burocrático, aparato que se pretende colocar por encima de la sociedad (generando relaciones de sumisión-servidumbre), y que en vez de asumir la administración de las cosas, reproduce y refuerza la lógica de la dominación, generando una nueva capa de privilegiados del poder y de la riqueza, que confunde groseramente “nacionalizaciones” con ·”socializaciones”, un “capitalismo de estado” antes que un “socialismo de consejos”. Toda transición auténtica al Socialismo implica una socialización, democratización y desalienación del poder social: económico, jurídico, ideológico, cultural. Sin socialización/democratización/desalienación no hay Socialismo, sino un régimen de transición que asume perfiles burocráticos y despóticos.
Marx estaba conciente del carácter sincrético de las primeras fases de la transición, pero no justificó en ningún caso la existencia de una “Dictadura de una nueva minoría privilegiada (nueva clase) sobre la mayoría”. Más bien esta tesis corresponde a una teoría política elitista, más acorde a los principios ideológicos de la “revolución conservadora”, que al socialismo revolucionario. Marx reconoce que en las primeras fases, habrá defectos inevitables, ya que el legado y las inercias de la sociedad capitalista se mantienen después de un largo y doloroso alumbramiento. El proyecto socialista plantea el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos y potencialidades, un crecimiento de las fuerzas productivas producto de nuevas relaciones de trabajo y de producción (un nuevo y superior modo de cooperación social), nuevas formaciones de poder radicalmente democráticas, que permitan nuevos modos de producción, distribución y consumo de la riqueza colectiva. Se trata además de un proyecto de lucha contra la alienación de dimensiones ético-culturales, afectivas, estéticas, sensoriales del modo de vida. Es solo allí donde la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!”.
Esta frase no es hechura de Marx, sino de Louis Blanc, quién contribuyó al establecimiento del imaginario Socialista de la época. Queda claramente establecido que “de cada cual” implica un tipo superior de propiedad personal, y que “a cada cual” implica un reparto basado en la satisfacción de necesidades humanas. La lucha contra la miseria social, contra la explotación del trabajo, contra la dominación y la influencia ideológica de las clases dominantes, generó toda una discusión sobre los valores y principios de la nueva sociedad. Fue un Marx falsificado el que sirvió a una política de subordinación de la multiplicidad de corrientes, tendencias y colectivos socialistas a un dogma marxista-leninista. Por eso reiteramos la necesidad de liberar a Marx del marxismo burocrático-despótico. Para comprender la importancia histórica de “la naturaleza de la URSS” como “sociedad de transición”, hay que superar el aprisionamiento del imaginario socialista por el marxismo burocrático-despótico. Solo así es posible responder a los interrogantes: ¿Capitalismo de Estado?, ¿Socialismo de Estado?, ¿Dictadura obrero-campesina? ¿Democracia de todo el pueblo? ¿Estado Obrero Degenerado?, ¿Colectivismo Burocrático?
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