Con especial atención al Ministro Soto

Transiciones hacia el socialismo

En este tiempo de grandes debates, polémicas, meditaciones, análisis, estudios, investigaciones y reflexiones sobre las realidades y el destino del mundo actual o de la gran batalla de las ideas como lo dice Fidel, algunos eventos caen como anillo al dedo de un comprometido o una comprometida en matrimonio. Si alguna materia de importancia trascendental en esta difícil, dramática y trágica era de globalización capitalista salvaje ha sido magistralmente sintetizada como lema para un evento internacional de intelectuales y artistas en defensa de la humanidad, es el realizado por el Ministerio Popular para la Cultura: “Transiciones hacia el socialismo”, en plural –como debe ser- y no en singular. Demás está decir que ya ha habido múltiples experiencias de transición del capitalismo al socialismo, aunque lamentablemente, por muchos factores ajenos a las voluntades de millones de proletarios y de comunistas y de religiosos, han concluido –la mayoría- en el fracaso, en la derrota, sin que ello signifique que el socialismo científico, genialmente expuesto por Marx y Engels en la doctrina marxista, haya sido el culpable del trasnocho, desviaciones y derrumbes de regímenes que ofrecieron el socialismo y redujeron toda la perspectiva de grandeza solidaria internacionalista de emancipación social de la revolución proletaria al interior de los límites fronterizos, donde el aparato burocrático se fortaleció a tal extremo que se aisló de los factores, que incluso en la necesidad y en la casualidad, determinan en última instancia la marcha de los acontecimientos históricos, los de carácter económico y, especialmente, los del mercado mundial.

Se sabe, lo dijeron hace décadas atrás los forjadores del ideal marxista, que existe un período de transición entre el capitalismo y el socialismo –como lo hubo del feudalismo al capitalismo y se llamó Renacimiento- que no se puede saltar, que no se puede evadir, pero –igualmente- que no se puede identificar en los hechos como lo mismo para todo tiempo y lugar; es decir, de la misma manera para todas las naciones o países en que se produzca la revolución proletaria en el sentido de toma del poder político. La transición hacia el socialismo depende de múltiples factores tanto de carácter internacional como nacional, donde el desarrollo de las fuerzas productivas (técnica y ciencia) juegan un papel de importancia capital, pero también la organización y capacidad del proletariado, y -de manera muy especial- el avance de la revolución a nivel mundial.

Lo más importante, lo decisivo y primario, para comprender la necesidad de la transición hacia el socialismo es que éste no puede ser construido jamás y nunca en un solo país independiente de las realidades del contexto internacional. Ya eso está suficientemente demostrado y comprobado por la experiencia histórica si creemos que el socialismo es: la socialización de todos los medios de producción, la desaparición de las clases, la extinción de casi todo los elementos de Estado y la administración por la sociedad de todas las expresiones de la vida económico-social. Si el capitalismo, por ejemplo, se hubiera reducido a las fronteras de Inglaterra o Francia exclusivamente, el mundo seguiría atado a las realidades del feudalismo y la Inquisición no hubiera dejado vivo a ningún libre pensador en la faz de la Tierra. Ahora, si llegásemos a creer que el socialismo es una mezcla o una unión ecléctica, armoniosa y solidaria de elementos de capitalismo con elementos de socialismo no habría necesidad de preocuparse de la lucha de clases como motor de la historia ni del comunismo como modo de producción que sustituye por completo al capitalismo, porque esto sería como luchar contra el viento. Todo quedaría reducido a esperar que las reformas bernstenianas indiquen siempre el recto y celestial camino de la humanidad, porque el movimiento siéndolo todo el objetivo final termina por no ser nada; es decir, no importa la felicidad del ser humano siempre y cuando sepas vivir la pobreza y el sufrimiento con resignación mística.

Lo otro de mucha importante, lo segundo, es el análisis –lo más objetivo y exacto posible- de las realidades del campo internacional en relación con lo nacional, cómo influye la correlación de fuerzas, el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, el grado de las contradicciones de clases interiormente, el porcentaje de pueblo a favor o en contra del programa socialista, la fortaleza del Estado revolucionario, la existencia de recursos económicos nacionales, el nivel de conciencia de la clase obrera y la fortaleza del partido político de vanguardia revolucionaria.

Lo otro también de importancia, lo tercero, es el estudio y la reflexión sobre las diversas experiencias de todos los procesos revolucionarios en que se ha puesto de manifiesto la transición del capitalismo al socialismo, porque allí se encontrarán las mejores enseñanzas, en aciertos y en errores, de lo que quisiera hacerse y no se puede hacer, lo que se hizo y no debió hacerse, sin que ello implique jamás una copia textual de los experimentos; sin que ello signifique que lo que tiene validez para un determinado momento y lugar lo tenga igual para otro momento y otro lugar; sin que ello implique que una cosa debe hacerse siempre en todas las circunstancias de tiempo y espacio. No, simplemente, como una guía para el pensamiento y la acción de la revolución.

Y lo cuarto de importancia es la concepción que tenga el partido y el gobierno de la revolución; la claridad política de que el aspecto internacional es el esencial; que el triunfo de la revolución en las naciones de capitalismo altamente desarrollado es la clave fundamental para que pueda construirse el socialismo en toda la faz de la Tierra; que la garantía del desarrollo del socialismo es el establecimiento como guía esencial de la ley del desarrollo combinado entre el capitalismo avanzado y el capitalismo subdesarrollado durante el proceso de la transición del capitalismo al socialismo. La revolución socialista es como un lenguaje o idioma universal que para ser asimilado y ser aprendido es necesario traducirlo a los idiomas nativos pero moviéndose dentro de él sin reminiscencias, invirtiendo el mayor tiempo en hablar y escribir en él, hasta que llega ese momento en que los pueblos tengan que olvidarse para siempre de sus idiomas nativos por la universalidad de una misma lengua.

Sin los elementos anteriores no vale la pena ni siquiera dedicarle una idea a la posibilidad del socialismo. Ahora viene una verdad tan clara como la que separa a la Tierra del Sol sabiendo que es imposible que la primera exista sin el segundo o como la noche sin el día o la vida sin la muerte. La historia ha demostrado –desde la Rusia de 1917 hasta el 2008 de manera irrefutable- que es mucho más fácil tomar el poder político en un país de capitalismo subdesarrollado que en una nación altamente desarrollada, porque la ley del desarrollo desigual ha tenido como consecuencia que el choque entre la técnica y las relaciones de propiedad del capitalismo produzca rompimientos de la cadena en eslabones más frágiles. Hasta ahora no se ha logrado arrancarle el poder a la burguesía en ningún país imperialista. De la misma forma está demostrado que la transición del capitalismo al socialismo en una nación subdesarrollada será –siempre- más difícil, cruenta, dramática y hasta trágica que en un país de capitalismo altamente desarrollado. Y eso se debe a una razón fundamental: las fuerzas productivas de un país subdesarrollado no poseen el nivel elevado de una nación desarrollada; el proletariado de una nación subdesarrollada no tiene la capacidad técnica de los obreros de un país capitalista desarrollado; y –hasta ahora- la ley general del capitalismo es la del desarrollo desigual por encima del desarrollo combinado. Lo máximo que pueden hacer uno, dos, tres, cuatro, cinco o diez países subdesarrollados –repartidos en dos o tres continentes- donde la revolución se haya hecho del poder político en sus manos, aun aplicando todas las políticas programáticas de carácter socialista, es mantener la transición del capitalismo al socialismo en un estado de coexistencia pacífica sin que ello implique dejar de desarrollar el internacionalismo proletario, sin dejar de incentivar la revolución en otros países, y, mucho menos, aislarse del mercado o la economía mundial. ¿Cuánto tiempo durará eso? Dependerá, en primera y última instancia, del proletariado de los países de capitalismo altamente desarrollados; de que se dispongan hacer la revolución en esos momentos de crisis en que se conforma una situación revolucionaria y el asalto al poder político juega el primer punto en el orden del día.

Ahora, lo que sí es muy importante en este momento de la historia humana en que se están presentando crisis caóticas para el capitalismo desarrollado es –lo repetimos- discusiones y reflexiones sobre la transición del capitalismo al socialismo sin descuidar, ni por un segundo, la condición sine quo non de toda revolución: arrancar el poder político a la burguesía para ponerlo a disposición de todas las fuerzas sociales que claman por la emancipación social.

Debido a la valiosa aportación de ideas de los intelectuales y artistas en defensa de la humanidad en el recién finalizado evento “Transiciones hacia el socialismo”, ojalá que al señor Ministro Soto se le ocurra la idea, con el mismo lema, realizar un nuevo evento donde los invitados principales sean representantes obreros y de partidos políticos comprometidos con el internacionalismo revolucionario socialista. Ello no execra de ninguna manera la invitación a intelectuales identificados con doctrinas que vean en la redención del hombre y de la mujer la única posibilidad de la redención del mundo de toda expresión de esclavitud social; es decir, invitar no sólo ponentes que apoyen al gobierno del presidente Chávez, sino también de ese campo que le hace críticas constructivas al proceso bolivariano y que nadie duda son revolucionarios. Lo importante es el caudal de conocimientos que pongan a disposición de la audiencia, de los movimientos de masas y para la profundización del proceso mismo. Toda la historia ha verificado que el conocimiento se nutre de opiniones, conceptos, juicios y razonamientos contradictorios, de hipótesis diferentes venciendo la que pase las pruebas de su comprobación en los laboratorios de la práctica social. Por algo dijo un filósofo –y no estuvo equivocado- que la discusión es la madre de todas las cosas, debido a que comprendió que sin choque de las ideas no puede haber nuevas creaciones posibles.

Se me ocurre nombrar, por ejemplo y sin consultarlos, a pensadores valiosos –ya de más de seis décadas de edad todos menos dos- y perseverantes revolucionarios que gozan de un rico contenido ideológico y político aunque pocos o unos cuantos que apoyemos al proceso no estemos de acuerdo con ellos en algunos puntos de sus concepciones sobre la transición o de cómo interpretan el propio socialismo: Douglas Bravo, Francisco Prada, Carlos Betancourt, Pablo Hernández Parra, Carlos Lanz, Rigoberto Lanz, Máximo Canales, Ramón Moreno, Alí Rodríguez, Orángel López, Dimas Petit, Morales Rossi, Guaitero Díaz, Octavio Beaumont…¿Y por qué no?: a algún admirador de Proudhon y Bakunin y algún miembro del pensamiento opositor que expresen sus ideas al campo revolucionario para ser debatidas y tomar de ellas el ingrediente que contribuya al conocimiento. ¿Acaso puede considerarse eso una proposición contrarrevolucionaria? ¿Cómo hubiese podido Engels combatir a Bernstein si no hubiera estudiado de éste su pensamiento opositor al marxismo? ¿Cómo hubiese combatido Lenin, alegando su condición de comunista marxista, negándose a estudiar el pensamiento revisionista de Kautsky? ¿Acaso es suficiente para ser revolucionario leer o escuchar nada más que las exposiciones del ideal en que uno cree execrando para siempre aquellos pensamientos que no compartimos pero poseen elementos de importancia para el conocimiento? ¿Cómo se hubiese sabido el contenido del ideal nazista si los comunistas se hubieran negado a estudiar el Mein Kampf de Hitler? Y si fuera posible –si fuera posible- que se invitara y asistiera para una ponencia especial al camarada Raúl Castro para que nos hable de la experiencia de Cuba en la transición, de cuánto ha querido hacerse que no se ha podido hacer, qué cosas se hicieron que no han debido hacerse; en fin, sería una riquísima enseñanza producto de la más importante y valiosa experiencia que ha tenido bastante cerca y en su `propio seno una nación de América Latina en materia de transición del capitalismo al socialismo. No importa que el evento sea mucho más largo –en días- que el de los intelectuales y artistas, lo que vale es el legado de conocimientos que aporte al proceso bolivariano. Uno se pregunta: ¿quiénes no desearían asistir como oyentes a un evento de esa naturaleza? Creo, sin ningún rasgo de burla o de sátira, hasta unos cuantos animales asistirían para también exponer que la fauna y la flora comparten la transición del capitalismo al socialismo para que llegue el tiempo en que puedan convivir en armonía y solidaridad con el ser humano sin que les depreden las venas que les llevan la sangre al corazón.

Sin embargo, existen algunos principios prácticos valederos para una transición del capitalismo al socialismo bien sea en un país subdesarrollado como en uno desarrollado. Ninguna revolución anticapitalista o socialista puede ofrecer, desde su comienzo, a las personas que trabajen de acuerdo a sus capacidades ni recompensarlos de acuerdo a sus necesidades. Pero no adelantemos ninguna sugerencia, ninguna idea sobre medidas que son indispensables en una transición de un régimen hacia otro y, especialmente, cuando el nuevo intenta arrancarle de raíz todos los aspectos negativos al viejo. Dejemos que salgan de la polémica, de la meditación, del debate, de la discusión, de la contemplación, del estudio, del análisis y de la reflexión de muchos, y con marcada preferencia de los cuadros obreros. Nadie, absolutamente nadie y ni siquiera Marx y Engels o Lenin y Trotsky, pudieron profetizar con exactitud, por deducción lógica, todo lo que debe o no hacerse en una transición, porque son las realidades objetivas –fundamentalmente en lo internacional y lo nacional- lo que determina las políticas concretas de cada momento y lugar.



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Freddy Yépez


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