Todos los estudiosos, a favor o en contra del capitalismo o del socialismo, coinciden, independientes del poder creador de la síntesis o de la cosecha aislada y severa del análisis, en que la población del planeta para el año 2025 estará por el orden de los ocho mil trescientos millones de habitantes. ¡Qué barbaridad! Sin embargo, eso no nos dice nada aunque mucho nos asuste. Lo más grave está más allá de las fronteras de esos ocho mil trescientos millones de personas. Siete mil millones –óigase o entiéndase bien: siete millardos- vivirán en pobreza crítica, con profundas limitaciones de energía, con escasez de agua y de servicios públicos fundamentales, con niveles de carestía de la vida que harán que el hambre –sin necesidad de pogromos- produzca suicidios masivos, con un porcentaje ahora inimaginable de prostitución y delincuencia, con epidemias espantosas por los efectos que causarán –especialmente- en las regiones más empobrecidas del planeta. Sencillamente: ¡terrible y catastrófico el sólo pensarlo! Y nadie vaya a creer que el resto de mil doscientos millones de personas van a vivir en condiciones semejantes de riqueza y de privilegio. No, unos novecientos millones vivirán en situación regular, sin abundancia pero sin llegar a la hambruna. Sólo unos cuatrocientos millones disfrutarán, aunque no medidos con el mismo rasero, de la vida en condiciones de satisfacción y podría decirse: como debería vivir toda la humanidad sin distingo de ninguna naturaleza. En fin: sólo el 6,02% de la población podrá decir que vive bien y confortable, mientras que el 9,63% medio vivirá, y –ojo con esto que es lo catastrófico- el 84,45% se desplazará entre el sufrimiento y la agonía llegando a querer más a la muerte que a la vida. Y lo más peor, escribiendo al estilo de algunos mexicanos, es que ese 6,02% no escatimará esfuerzos y recursos en continuar depredando a la naturaleza, contaminándola, recalentando el planeta, por afán de más y más riqueza monopólica e individual. ¿De dónde saldrán los alimentos y la materia prima para que vivan bien en justicia social ocho mil trescientos millones de habitantes en el año 2025? Creo, que ni Dios ni el Diablo podrían darnos una respuesta satisfactoria y correcta. Eso nos obliga a buscarla en el hombre mismo y en la mujer misma, pero desde el punto de vista de clase social y no de individualidades.
Según los estudiosos de la demografía y no los demócratas burgueses, según los investigadores de la sociología y no los pragmáticos burgueses, según los analistas de la economía y no los reformistas del capitalismo, según los defensores del medio ambiente y no los depredadores de la naturaleza, coinciden en datos estadísticos para el 2025 que no sólo nos asombrarán, sino que causarán verdaderas catástrofes sociales en diversos aspectos. Veamos, simplemente veamos, los datos siguientes que se creen ciertos como crecimiento demográfico: Nigeria tiene –estamos en 2008- una población actual cercana a los cien millones de habitantes, mientras que en los próximos 17 años llegará, nada menos y nada más, a los trescientos veintinueve millones, es decir, se incrementará en unos doscientos veintinueve millones. Es como pensar que cada mujer nigeriana en vez de una matriz tiene diez o más al mismo tiempo y da a luz en vez de cada nueve meses cada tres meses. ¿Es o no es una catástrofe para un país que depende –primordialmente- del petróleo? La India superará a China en población sacándole alrededor de unos trescientos millones de cuerpos de ventaja, y eso gracias a que en la primera se aplican ciertas medidas rígidas de control a la natalidad. Dos países, China e India, tienen y tendrán una población, para el 2025, mucho mayor a la cantidad de poblaciones sumadas de lo que antes fue la Unión Soviética (339 millones), y lo que son Estados Unidos (286 millones), Europa (540 millones), Brasil (243 millones), Nigeria (329 millones) y Egipto (86 millones). Démonos cuenta que en los países subdesarrollados se produce un incremento demográfico muy superior a las pocas naciones altamente desarrolladas, y son éstas quienes –valiéndose de muchos elementos donde se destaca la fuerza bélica y el terrorismo de Estado- las que llevan a cabo la explotación indiscriminada de los recursos naturales de los países menos desarrollados o llamados también atrasados o neocolonizados. Se cree, con serios y casi irrefutables argumentos, que para el 2025 se producirán matanzas colectivas por compra de alimentos y uso de medios de transporte como producto del congestionamiento excesivo e insoportable en ciudades como Ciudad de México, Shanghai, New York, Calcuta, El Cairo, Sao Paulo, Hong Kong, Tokio y algunas de Bangladesh, Corea del Sur, Indonesia y Pakistán. Fijémonos que no hemos hablado ni escrito, para nada, de las crisis económicas que producirán hecatombes cuyas consecuencias no son predecibles con exactitud por los contempladores o analizadores del crecimiento demográfico como “causa” de catástrofes sociales.
El imperialismo tiene a la mano una teoría o una idea para llevarla al pragmatismo tan pronto el crecimiento demográfico en el mundo ponga en peligro sus intereses económicos. Es la del extinto sacerdote y filósofo Malthus, quien proponía guerras de exterminio masivo ante el crecimiento de la población como peligro social, ya que, según él, la producción de alimentos no crecía al ritmo de aquel. Por supuesto, hay que aclarar que en el tiempo en que vivió Malthus las ciencias no estaban tan avanzadas como en la actualidad. Ahora, en poder del imperialismo, se hallan científicos que preparan virus que producen enfermedades de exterminio masivo; otros, se dedican a la elaboración de armas sofisticadas de destrucción masiva mientras imponen a los países subdesarrollados no dotarse de las mismas; algunos se concentran en la creación de componentes que pueden alterar radicalmente los fenómenos de la naturaleza y destruir toda una región ya previamente planificada por los verdugos del mundo.
Hay otro aspecto importante que promoverá crisis y más crisis sociales o de todas las naturalezas. Vayamos a un ejemplo que tocará las fronteras o el territorio de Venezuela. Primero, preguntemos ¿qué hará el Estado nigeriano con una población de trescientos veintinueve millones de habitantes en 2025 con una extensión geográfica similar a la venezolana? Segundo, mostrándose incapaz de dar garantías necesarias para enfrentar las crisis y al no poder dar solución a las mismas tendrá, obligatoriamente, que obligar a un elevadísimo porcentaje de su población a la migración. ¿Hacia dónde? Bueno, Europa tendrá que vivir y responder a esa realidad inevitable. Pero, igualmente, preguntemos ¿qué hará el Estado brasileño con doscientos cuarenta y tres millones de habitantes en 2025 aun tomando en consideración su extensa y prodigiosa geografía? Seguro, se mostrará incapaz de poder brindar satisfacción a las múltiples y agobiantes necesidades sociales de esa población, lo cual le obligará a impulsar una política de migración. ¿Hacia dónde? Bueno, creo, que Venezuela, Colombia, Uruguay y Argentina serán los escenarios mayormente seleccionados para tratar de fijar residencia y obtener trabajo los millones y millones de brasileños y brasileñas destinados a desertar o desplazarse de sus regiones de origen. Eso, sin duda y sin xenofobia y sin antihumanismo, creará o contribuirá a incrementar crisis en los diversos servicios públicos, habrá conflictos por desplazamiento de mano de obra criolla por foránea, conducirá a nuevas y más costosas depredaciones de la naturaleza, aumentará los niveles de la contaminación, habrá un desgaste más acelerado de las materias primas. Basta con preguntarnos, queriendo aplicar el mayor sentido del humanismo marxista en una solución favorable para esos millones y millones de personas que quedarán desamparadas y desprotegidas por el gobierno brasileño y buscarán abrigo en Venezuela, ¿cómo y qué podría hacer el gobierno de ésta para solventar favorablemente la crisis demográfica, de alimentación, de viviendas, de salud, de educación, de trabajo, que se le creará? Matar o desplazar a millones de venezolanos y venezolanas no podría hacerlo ni sería la solución recomendable, pero tampoco lo sería dar la espalda o ser completamente indiferente ante el drama social que verá con sus propios ojos.
¿Cuál, entonces, sería la solución? Ninguna que no sea el socialismo, y esto pasa porque los pueblos del mundo –en general- y los pueblos de América –en lo particular- hagan su revolución, le arranquen el poder político a los imperialistas y a los burgueses, den apertura al tiempo de la transición –ahora y no lo dejen para mañana- del capitalismo al socialismo; establezcan el principio de la solidaridad revolucionaria internacionalista; impongan una economía planificada que vaya desplazando por completo a la gran propiedad privada sobre los medios de producción; que cada Estado se convierta en el más poderoso monopolio bancario, industrial y financiero; pasar a manos del Estado los principales servicios públicos; que se empiece a transmitirle el poder a las organizaciones populares y, especialmente, al proletariado. Si eso no se hace, no podrá haber, con planificación y conciencia humanas, un verdadero control demográfico que ponga fin a ese crecimiento –en muchas regiones- irracional de la población que puede poner en peligro de catástrofes al planeta.
Pero existe algo que no se puede pasar por alto, porque la marcha de la historia depende, fundamentalmente, de los factores económicos. Eso nos lleva a pensar en que el socialismo –como régimen construido propiamente dicho- requiere de manera inevitable del triunfo de la revolución en las naciones del capitalismo altamente desarrollado. Cuando el proletariado conquiste el poder, por ejemplo, en Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania y Japón, más unas sacudidas políticas en Rusia y China que les hagan recordar las luchas y propósitos de sus revoluciones, la primera en octubre de 1917 y la segunda en 1949, entonces se le podría decir, en coro terrenal, al capitalismo: adiós luz que te apagaste, y lloverán a cántaro los procesos revolucionarios en el resto del mundo anunciando el triunfo definitivo del socialismo.
Está, primeramente, en el proletariado sin patria ni fronteras, la misión de evitar que sean las guerras imperialistas, los desastres naturales planificados, las enfermedades programadas y la mortalidad infantil, los sucesos que mermen la población mundial con el argumento de hacer que sólo así podrá la humanidad vivir en condiciones razonables. Eso significa en poquísimas palabras: urgencia del triunfo del socialismo sobre el capitalismo, y punto, ya que de lo que se trata es de transformar el mundo y no seguir como filósofos de plazas y cafetines pidiéndole a la gente que lo interpreten.