¿De dónde sacó Churchill eso de que “La guerra es una invención de la mente humana”? Sin duda, sólo de la mente de un “sabio” –que sabe todo de todo- puede salir a la luz pública esa conclusión tan nefasta para la conciencia humana. Porque de allí es, igualmente, fácil llegar a la otra conclusión churchillana: “La mente humana también puede inventar la paz”. ¡He allí la negación más burda de la concepción materialista de la historia! Pero no sólo esto, Churchill fue mucho más allá de donde todos los ideólogos del capitalismo retrocedieron en concepción histórica en relación no con Engels, sino a Santo Tomás de Aquino, que siendo enemigo de toda ciencia terminó convencido que “habet homo rationem et manum” (la mano liberó a la razón y produjo la conciencia humana) y a Anaxágoras, quien dijo: “El hombre piensa porque tiene mano”. Era mil veces menos atrasado, mil veces perdonado si fuera posible, que el genio de Churchill hubiera llegado, por prueba de su propio empirismo salvaje y de su repudio a encontrarse con la verdad que determina la fuerza, a la conclusión que “la guerra fue una invención de las manos” y que “las manos podrían inventar la paz”. No, no lo hizo, porque Churchill cree que es la fuerza bruta la que determina la verdad. Tal vez de allí salió esa tan famosa y célebre idea churchillana de que “la verdad es tan valiosa que debe ir acompañada por toda una escolta de mentira”.
Si “la guerra fuese una invención de la mente humana”, sería terrible y catastrófico pensar en la sola existencia del género humano. No valdría la pena la humanidad, porque mucho más de la mitad viviría sólo para responder satisfactoriamente a esa mente –perversa y atroz- que cada cierto período de la historia inventa una guerra sólo para decirle a la “paz” que no tiene vida; que la fuerza del mal es, y será siempre, la única capaz de hacer avanzar el género social; que nunca el ser humano podrá diferenciarse del animal que no razona y que su única lógica es la violencia; que el odio nunca podrá desaparecer o extinguirse en la conciencia humana, ya que siempre el destino del mundo dependerá de la mente de un fabricante de armas de la guerra. La esencia de la idea de Churchill no es otra que vendernos, como conclusión de ciencia exacta, un principio universal eterno que la propiedad privada –exculpada de todos sus pecados por la sacrosanta monarquía inglesa- es sagrada, es divina, es inmutable, y que nada, absolutamente nada, tiene que ver con la mente que “inventa” la guerra. ¡He allí el peor de todos los idealismos: la conciencia social determina el ser social! Se jodió Marx y todo su legado de marxismo, de ciencia, de materialismo, de dialéctica y, por supuesto, de socialismo y comunismo científicos. ¡Viva el capitalismo!, pero al estilo churchillano. ¿Cómo es posible que en un mundo de más de seis mil cuatrocientos millones de habitantes, no haya nacido una mente capaz de “inventar la paz” y vencer, luego de más de dos mil años de nuestra era, a la mente que “inventa la guerra”? ¡Ah!, ahora se puede entender, si creemos en Churchill, el sufrimiento de Ghandi –rodando por carreteras y alimentándose sólo con leche de cabra- y la experiencia de Dante viajando por el purgatorio, el infierno y el paraíso detrás del alma de Beatriz. Menos mal que Dante, para beneplácito del proletariado mundial, alertó a éste de que en el Infierno hay que “perded toda esperanza”, y, tal vez, por ello Marx le dijo a los obreros: “Vuestra lucha y felicidad está en el Tierra y no el Cielo. Conquístenla.”
Una simple razón humana, por basarse en resultados científicos inobjetables, no sólo rechaza sino que derrota para siempre la conclusión de Churchill, y lo desenmascara ante la verdad: la historia no la hacen los hombres y mujeres, hasta ahora ha sido así y no de otra manera, en base a su voluntad, aunque sí la hacen pero, sépase que lo demostraron científicamente Marx y Engels, “… con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan su papel, aunque no sea decisivo, las condiciones políticas, y hasta la tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres”. ¡Claro!, entendemos muy bien que la guerra es una tradición del imperialismo que actúa como un duende en la cabeza de cada mandatario como en la de cada fabricante de armas para la muerte. Eso es verdad, pero es insólito creer que cada vez que le venga en gana a un gobernante hacer o inventar una guerra, lo hace y le imprime su sello eterno al destino del mundo. Si ello fuese así, estaríamos viviendo la era del primer imperio económico, político e ideológico que conoció el género humano. Y si una mente “inventa una guerra”, es porque factores económicos, profundas contradicciones sociales y no de otra naturaleza, se la han hecho realidad en su cabeza. ¡He allí el verdadero duende! En verdad, en este mundo patas arriba, ningún Ghandi –ni siquiera con todos los pacifistas a su favor- está en capacidad de derrotar a Bush.
Winston Churchill, sin estudiar las realidades y contradicciones del capitalismo como lo hace un atleta saltando con garrocha lo que a otros resulta casi imposible salvar como escollo, llegó a la conclusión y aunque no lo haya dicho, que “Hitler inventó la segunda guerra mundial”. No se percató –o mejor no quiso por carecer de tiempo y de visión científica para ello- que Hitler fue, simplemente, la personificación de los múltiples factores malignos y destructivos del capitalismo, porque éste se encontró sin salidas en un momento determinado, y la lucha era por los jirones del mercado, el espacio vital, por las fuentes de materia prima, por el dominio del mundo. No, no pudo entender Churchill que Hitler, en su intento de someter a los viejos y ricos imperios a la política alemana, no hizo otra cosa que “… dar expresión más acabada a la voluntad imperialista de poder” (Trotsky). Lo que sí sabía Winston es que sin la intervención de la Unión Soviética el fascismo hubiese impuesto una “paz alemana” al resto del mundo a cambio de vivir la esclavitud sirviéndole a la raza pura. Churchill también sabía que la burguesía imperialista no defendía patria, sino sus dominios, sus influencias, sus mercados y fuentes de materia prima. ¿A quién defiende, en verdad, el capitalismo o la burguesía? Sencillamente: a la propiedad privada y sus enormes privilegios de toda índole.
Nadie hace una guerra para no conseguir la paz en su propio beneficio. Esto, si nos guiáramos por el dicho o la conclusión churchillana, tendríamos –sin dificultad alguna- que terminar también creyendo que la misma mente que inventa la guerra lleva en su entraña el invento de la paz. Si buscáramos la causa de la segunda guerra mundial, no en la mente sino en la realidad histórica que Winston nunca quiso reconocer, la tendríamos “… en la rivalidad entre los viejos y ricos imperios coloniales, Gran Bretaña y Francia, y los tardíos explotadores imperialistas Alemania y Japón” (Trotsky). Y si buscamos la contradicción económica de la primera guerra mundial (1914-1918), la hallaremos en la “… rivalidad entre Gran Bretaña y Alemania”. Por esa razón, y no por otra, Estados Unidos intervino de manera preventiva, ya que si los alemanes llegaban a dominar Europa, se hubiese visto en serios problemas de dominio e influencia de mercado y obtención de materia prima. Pero qué cosa tan curiosa: en todas las guerras imperialistas aparecen Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos disputándose el dominio del mundo. ¿Dónde, entonces, están las mentes que inventan la guerra?
Y como ya estamos viendo los primeros reflejos de una tercera guerra mundial, nos podemos adelantar, en respeto a la verdad verdadera y no procesal, a la mente de algún mandatario o empresario imperialista –creyéndose inventor de esa guerra- para decirle al mundo que la causa –principal y no secundaria- de la misma está tan clara como el agua de manantial: Estados Unidos necesita organizar –fundamentalmente la economía capitalista a su favor- el mundo, y eso requiere de un nuevo reparto donde los imperialismos menores se sometan (como también todas las demás naciones) a los designios del imperialismo mayor y más poderoso: el estadounidense. Por eso será no una guerra entre países imperialistas, sino entre continentes. La historia del género humano tiene que enfrentarse a la convulsión turbulenta y catastrófica que representa el imperialismo estadounidense. ¿Sabemos por qué? Porque la nueva tecnología no puede tener como espacio vital los límites de las fronteras nacionales y el régimen imperialista, que representa Estados Unidos, busca dar solución a esa contradicción principal de nuestro tiempo. ¿Sabemos cuál será su resultado?: la guerra, no por invento de la mente humana sino por las realidades históricas que ponen a la aplastante mayoría de la humanidad a escoger entre la esclavitud o la libertad. Es, además, por eso que los marxistas ni los pueblos que ansían su emancipación social pueden guiar una guerra fundamentándose en las “… consideraciones morales o sentimentales, sino en su concepción social de un régimen y sus relaciones con los otros” (Trotsky).
Cuando las fuerzas alemanas atacaron a Gran Bretaña, bombardearon a Londres, comenzaron a producirles bajas a los ingleses, la mente del señor Winston Churchill no inventó la paz, sino que llamó a la guerra no para derrotar la mente de Hitler sino al régimen nazista que ponía en peligro al mundo capitalista ante la amenaza de la revolución proletaria internacional. En fin, la invención inventada –valga la quijotada- por sir Winston Churchill, en base a las experiencias de tantas guerras que ha vivido el mundo, nos conduce a creer que el Diablo, luego de ser lanzado desde el Cielo y caer todo estortillado sobre la Tierra y haciéndose vengativo, inventó la guerra para defender sus propiedades del Infierno y, por eso, no existe mente humana que sea capaz de inventar la paz, lo cual nos lleva a la siguiente conclusión: sólo el proletariado –en contra de la propiedad privada y por el imperio de la propiedad social- será posible que conquiste la paz y acabe por siempre con la violencia social. Y para ello, no inventará una guerra, sino que responderá a la violencia imperialista con violencia revolucionaria. Es todo. Sólo, entonces, todas las mentes humanas ya no tendrán, por amar tanto la paz, que prepararse para la guerra.