Fue tanto el empeño de Rodríguez Ochoa, el General, que por fin logró
sacarme de aquellas profundidades del Cajón de Arauca, allá en las
sabanas de Alcornocal, por donde pasa el caño Cubarro entre profundas
barrancas, rumbo al Capanaparo. "Ya te me pareces a Lorenzo Barquero",
me había dicho un día cuando me consiguió por allá metido entre los
Cuivas y los Yaruros, comandando una patrulla de soldados que más bien
parecían guerrilleros. Y fue así como, de un día para otro, y sin que
los Generales Alliegro ni Heinz Azpurua ni Peñaloza Zambrano, quienes
me la tenían jurada, pudieran evitarlo, llegué al Palacio Blanco de
Miraflores, como Mayor Ayudante del Secretario del Consejo Nacional de
Seguridad y Defensa. Corría para entonces el mes de agosto del año 1988
y ya el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 era una extensa red,
que tenía más de una década penetrando en profundidad la conciencia y
el alma de la juventud militar venezolana; y desde 1982, a partir del
juramento del Samán de Güere, mis camaradas de armas me habían
reconocido y designado Comandante del Directorio Revolucionario.
De allí en adelante vendrían para mí unos meses tumultuosos, lejos
de la tranquilidad de la linda población de Elorza y el heroico llano
Apureño. A las pocas semanas me sacaron del país y fui a parar a
Guatemala, como producto de las componendas del alto mando militar de
entonces. En octubre ya estaba de regreso y la campaña electoral
presidencial había entrado en la recta final. "El Gocho" y "El Tigre"
eran los principales contendores en aquellos carnavales puntofijistas,
donde la izquierda, mayormente atrapada por la pequeña burguesía y su
pensamiento reformista, estaba relegada a jugar en el banco y sin la
más remota esperanza de salir a coger ni un solo turno al bate. Apenas
habían pasado dos o tres semanas de mi retorno al país, cuando ocurrió
el hecho aquel, nunca aclarado, de los tanques de guerra que rodearon
Carmelitas y llegaron a la esquina de Miraflores.
A pesar de que esa noche estábamos jugando una partida de softbol
en el campo de Pagüita, sin embargo fui señalado como uno de los
responsables de aquel movimiento de tropas sobre puntos sensibles del
gobierno. Por aquellos días ocurrió también la masacre del caño Las
Coloradas, por allá en el alto Apure.
Así andaban las cosas, pues, en plenos estertores del nefasto
gobierno de Jaime Lusinchi, el Presidente que logró "el mejor
refinanciamiento del mundo", el mismo de "la sonrisa más simpática de
nuestra era". Me tocó vivir en el mismo vientre del monstruo esa época
y ser testigo cercano de acontecimientos que comenzaron a marcar el fin
de una era y el comienzo de otra. Llegó diciembre y Carlos Andrés Pérez
ganó las elecciones presidenciales, para iniciar el llamado "gran
viraje" el dos de febrero de 1989.
Necesario es ahora que recordemos el contexto internacional en medio del cual ocurrían esos eventos políticos internos.
La Perestroika marcaba la asombrosa ruta del fin de la Unión
Soviética y ello constituía un verdadero golpe mortal a casi todas las
luchas revolucionarias en el planeta. Se tambaleaba el gobierno
Sandinista en Nicaragua como consecuencia del terrorismo y la
contrarrevolución planificada, financiada y dirigida por el imperio
yanqui; y en nuestra América Latina, con la excepción honrosa de la
Cuba revolucionaria y socialista, todos los gobiernos caían
arrodillados ante el llamado "consenso de Washington" y sus políticas
colonialistas neoliberales impuestas a través del Fondo Monetario
Internacional.
Para el momento de iniciarse el gobierno de CAP, habían pasado ya
casi seis años del "viernes negro", Venezuela era un país quebrado y
endeudado y además con un pueblo hundiéndose en la pobreza y en la
miseria más espantosa.
Y sobre tan espeluznante realidad vino a caer, inclemente, la plaga neoliberal y sus políticas de "shock".
Y ocurrió entonces lo que tenía que ocurrir: se desató la tormenta,
apenas veinticinco días después de la llamada "coronación". Yo lo
recuerdo clarito, como si hubiese ocurrido ayer.
Ese domingo 26 de febrero lo habíamos pasado en casa y nosotros, la
familia Chávez Colmenares, andábamos de lo más felices, pues por fin,
después de quince años de andar juntos, la negra Nancy y yo, ya para
entonces con los tres muchachos, Rosita, María y Huguito, habíamos
conseguido comprar una modesta casa en San Joaquín de Carabobo, con
sendos créditos del IPSFA y de Seguros Horizontes. Apenas nos habíamos
mudado unas semanas atrás y era como si comenzase una nueva vida. Claro
que siempre supimos que aquella placidez familiar estaría amenazada por
futuras tempestades, pues nadie lo dudaba: andábamos sembrando vientos.
Sólo que había una novedad en casa: nuestros hijos tenían lechina y
yo me vine por la noche a Caracas ya contagiado y sintiendo los
primeros malestares.
El lunes 27 comenzaron las protestas, las que para nada eran
extrañas, pues se habían convertido en el pan nuestro de cada día.
Cerca de las 4 de la tarde salí del Palacio y me dirigí por la Av.
Sucre hacía Flores de Catia para tomar por allí la autopista a Tazón y
llegar por Sartenejas, a la Universidad "Simón Bolívar", mi muy querida
y recordada Universidad, donde había comenzado la Maestría de Ciencias
Políticas. Se podía percibir en el ambiente algo así como el rumor de
un ejército moviéndose sobre el campo de batalla. Yo no lo sabía a esas
alturas. Nadie podía saberlo. Pero en esos precisos instantes estaba
iniciándose en esta Caracas de tantos aconteceres históricos, desde los
lejanos días en que el Cacique Guaicaipuro dirigía magistralmente la
resistencia aborigen contra la invasión de la España Imperial, un
proceso que estaría destinado a convertirse en vanguardia de un
verdadero cambio epocal que hoy, veinte años después, recorre con
intensidad creciente toda la tierra Latinoamericana.
Si, realmente fue así. Manejando un modesto carro por la Av. Sucre,
con la lechina incubada a través del amor sublime de las hijas y el
hijo, casi bebé todavía, aflorando ya con la fiebre aquella enfermedad,
el Mayor Hugo Chávez Frías, Ayudante del General Secretario del Consejo
Nacional de Seguridad y Defensa y Comandante del Directorio
Revolucionario del MBR 200 a la vez, vio con sus propios ojos el
parto de los tiempos y de los pueblos: ¡¡El inicio de la Revolución
Bolivariana!! Después vino la masacre, el genocidio.
Aquel día, al pueblo rebelde le hizo falta su Ejército, sus soldados y sus fusiles.
Tres años después, el 4 de Febrero de 1992, al Ejército Bolivariano, a los soldados rebeldes, les faltó su pueblo en la calle.
Hoy, veinte años después, aquí estamos juntos pueblo y soldados,
construyendo el camino que comenzó entonces, haciendo posible la
Venezuela Socialista.
Y ahora, después de la gran victoria revolucionaria del pasado 15
de febrero, hemos sellado el nacimiento del tercer ciclo histórico de
la Revolución Socialista Bolivariana, que abarcará el periodo
2009-2019.
Como dijo Jorge Eliécer Gaitán, te lo digo yo hoy, compatriota
venezolana, venezolano que me lees: ¡¡Siempre adelante, nunca atrás; y
lo que ha de ser, que sea!!