Hemos planteado la necesidad de renovar el ideario socialista, junto a la revisión, rectificación y reimpulso de las políticas de la revolución bolivariana, en tanto se defina como revolución nacional-popular, democrática y socialista. Y lo hacemos con el declarado propósito de escapar de las trampas del “socialismo burocrático-despótico”.
Hemos planteado la importancia de repensar los vínculos entre socialismo, democracia y revolución, enmarcando estas relaciones en las consideraciones sobre la especificidad histórica y las particularidades nacionales. Existen opiniones y planteamientos que consideran que la transición al socialismo consiste en la aplicación de recetas y manuales, en calco y copia, en la adopción de modelos revolucionarios de otras experiencias históricas. Allí hay poco espacio para la creación, para la invención y la renovación.
Para ellos, la enorme contra-revolución despótica que operó en los comienzos de la URSS, nunca existió. Tampoco existió la impronta que la experiencia soviética dejó sobre otras experiencias, como la cercana revolución cubana. Estos temas, simplemente se barren debajo de la alfombra, para mantener la “buena conciencia revolucionaria”, para practicar la “política del avestruz”. Para ellos, pensar críticamente es darle terreno al adversario, y colocarse en la acera del reformismo liberal-socialdemócrata, en la acera del capitalismo.
Sin embargo, desde allí no hay posibilidad alguna ni de des-dogmatización ni de descolonización del pensamiento crítico socialista. Dogma y colonialismo intelectual constituyen auténticos obstáculos epistemológicos y políticos. Sin embargo, a la luz de las promesas de la utopía concreta del socialismo, como liquidación del trabajo asalariado, como abolición de la estructura de mando capitalista, como profundización de la revolución democrática; suponer que el curso que siguió la revolución bolchevique, incluso antes de la muerte de Lenin, es el evento decisivo a emular, constituye desde nuestro punto de vista un grave error teórico, estratégico y de táctica política.
Seguir esta línea de acción y pensamiento generará profundos impases, sellará el destino de la posibilidad de construir modelos de socialismo factibles en Venezuela y en el continente. Y es así, porque ya es imposible ignorar que a la experiencia de transformación de las relaciones capitalistas operada en Rusia, le acompañó una liquidación de la democracia socialista, que se suprimió en el curso de la democracia de consejos, y por tanto, que sacrificó el espacio de las libertades públicas, prefigurando desde la cuna un “régimen burocrático y despótico”. Este estatismo autoritario, profundizó la prehistoria de la necesidad, sin abrir el horizonte de la liberación social.
Nadie pone en duda hoy, la gigantesca contra-revolución bonapartista que significó el estalinismo. En contraposición a esta figura del despotismo político, es indispensable plantear la renovación radical del ideario socialista, imaginar y pensar el terreno existencial de prácticas no despóticas, de un imaginario post-estalinista del socialismo.
La posibilidad del socialismo para el siglo XXI se trenza en la superación no solo del capitalismo neoliberal hoy vigente, sino en la superación de los “modelos de socialismo” que demostraron haber fracasado en la lucha contra la explotación, la coerción, la hegemonía ideológica, la negación cultural y la exclusión social.
Quién no supere el bloqueo revolucionario, teórico y práctico, que hunde sus raíces en las experiencias revolucionarias entre 1900 y 1935, donde abundan pasajes y personajes que no pueden olvidarse, seguirá replicando error tras error, pues en gran medida allí se encuentra muchos de los enigmas que impiden renovar el ideario socialista. Allí se encuentran preguntas y tentativas de resolución, que permiten pensar nuevas perspectivas para abordar los retos contemporáneos de la crisis de los fundamentos epistémicos de la modernidad occidental, la grave crisis ecológica, los límites del capitalismo frente a la exclusión, el paro estructural, diversas formas de marginación social, así como el socavamiento de la revolución democrática, sustituida hoy por ofensivas moleculares en función de legitimar una “democracia gobernable”; una biopolítica de las elites del poder.
El futuro del socialismo no se juega exclusivamente en la edificación de nominales “estados socialistas”, que a la postre abandonan la forma-estado democrática, sino además en la revolución de la vida cotidiana, en la hegemonía ético-cultural de los movimientos populares y sociales emancipatorios. Es la construcción de una nueva esfera pública profundamente democrática, incluyente, más diversa, la que permita abrir las compuertas para transformar el cuadro estructural de la explotación salarial capitalista, pues este es el meollo de un proceso revolucionario.
Socialismo implica superar del tiempo muerto capitalista (tiempo de plus-trabajo material e ideológico para la reproducción ampliada del Capital, como relación social); superación de los estados de necesidad y precariedad social, como pre-requisitos indispensables para nuevas experiencias y espacios de libertad, para la singularización de las experiencias revolucionarias.
En esto consiste “cambiar la vida”, no en que nos cambien la vida desde arriba, por decretos, resoluciones y reglamentaciones dispuestas por una “nueva clase” burocrática, sino en la apertura a la singularización de nuevos territorios existenciales, a espacios de libertad, superadas las barreras de las precariedad, necesidad, los cuadros impuestos de explotación y miseria social.
Existen momentos de esperanza de la humanidad en los cuales es posible acariciar de modo tangible el fin de la degradación humana. Ningún partidario y partidaria del socialismo puede escapar a la responsabilidad de entender las consecuencias de la destrucción de ese logro social monumental. Por eso es preciso analizar, estudiar y aprender de las transiciones. Allí se juega el dilema entre Socialismo o Barbarie.
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