La patraña contra Piar estaba preparada con premeditación y alevosía. El odio mezclado con envidia es el peor camino para avanzar hacia una meta enaltecedora del género humano. Los falsos y oportunistas tienen siempre la máscara que les cubre la intimidad del rostro y del sentimiento. Piar era de cara abierta a todo su pueblo y su lucha. Nada escondía, porque todo lo ponía de manifiesto (con valor, audacia e inteligencia) en cada combate o batalla, donde demostró ser el mejor de todos los militares de su tiempo. Sucre en distintas distancias del continente y Piar, por lo limitado de su vida, en el Centro y Oriente venezolanos. Dos Abel caídos por las manos ingratas y egoístas de sus detractores.
Todo estaba bien calculado. La acusación era una epítrope al odio y la envidia. El final de los argumentos de los enemigos de Piar recoge la falacia, la organiza, sistematiza y la hace risible pero valedera para la condena y el fusilamiento. Así dice: “ El general Piar con su insensata y abominable conspiración sólo ha pretendido una guerra de hermanos en que crueles asesinos degollasen al inocente niño, a la débil mujer, al trémulo anciano, por la inevitable causa de haber nacido de un color más o menos claro. El general Piar ha infringido las leyes, ha conspirado contra el sistema, ha desobedecido al gobierno, ha resistido la fuerza, ha desertado del ejército y ha huido como un cobarde; así pues él se ha puesto fuera de la ley: su destrucción es un deber y su destructor un bienhechor ”. ¡Qué barbarismo tan grotesco: acusar a Piar de cobardía, cuando fue el único que casi sale invicto en sus más de 20 combates y batallas que le tocó dirigir sin objeción de parte de ningún oficial, suboficial y soldado bajo su mando! La falacia queda para después del triunfo, porque en el escenario de la guerra no hay tiempo para negar la suprema gloria del que se la gana y se la merece.
Tres meses antes de Simón Bolívar, lamentablemente, avalar con su firma el crimen contra Manuel Piar, dijo en carta a Leandro Palacios: “ La victoria que ha obtenido el general Piar en San Felix, es el más brillante suceso que hayan alcanzado nuestras armas en Venezuela ”. Tres años después del injusto fusilamiento del general Manuel Piar, nuestro Libertador Simón Bolívar -quizá bastante arrepentido-, le diría a Francisco de Paula Santander (autor de varias conspiraciones contra el Libertador y nunca fusilado): “ Es necesario ser justos , sin el valor de Piar la República no contara tantas victorias ” . Dice el doctor Omar Duque, estudioso prolongado y minucioso de la obra del general Piar, que el primero en poner en práctica la táctica de ¡ vuelvan cara ! , el 20 de marzo de 1813, tiene nombre y apellido propios: Manuel Piar .
Ningún otro patriota pasaba victorioso, por tantos escenarios de la guerra y en desigualdad de condiciones en relación con las fuerzas y recursos de sus adversarios, como Manuel Piar. Lo testimonian mudos y en silencio pero con ardor de historia: Pantanero, Güiria, Los Magueyes, Los Corocillos, Cumaná, Cumanacoa, Barcelona, Valle de la Pascua, Quebrada de los Frailes, Aguas de la Blanquilla, Carúpano, Paso del Caura, Morro de Valencia, Puga, Maturín en tres oportunidades, El Juncal y San Felix. ¡Qué horrible denominar, a un hombre de esa estatura, cobarde y a sus detractores bienhechores!
Los múltiples jefes del realismo (fieros, valerosos y malignos en la victoria o en la derrota), no tuvieron tiempo de llevarse en secreto el temor que les infundía la intrepidez, la audacia y la inteligencia del genio héroe que murió fusilado por la envidia y el odio de los que estaban convencidos que jamás llegarían a la altura gloriosa del general Manuel Piar, Libertador de Oriente. Zuasola, Monteverde, Cajigal, La Hoz, Morales, Ceruti, y el curtido brigadier Miguel de la Torre (lo más granado del realismo) se hirieron el pecho de resignación ante aquel indómito joven que les truncaba la carrera militar produciéndole derrotas continuadas y contundentes.
Los soldados amaban, admiraban y respetaban a Piar. Lo consideraban como un Dios invencible. El delito de un Dios humano, visible e invencible es lo que pareciera no darle oportunidad al desarrollo de la ambición personal de los que lo secundan y quieren gloria a cómo de lugar. Carlos Soublette, tenido por un gran demócrata, era el hombre de mayor confianza para el Libertador y presintiendo la indignación de la soldadesca por aquel atroz y vil acto que se iba a cometer sobre el general Manuel Piar, se apresuró a pronunciar estas desgraciadas e infelices palabras: “ Pena de muerte para el que pida por el reo ”. Soublette tenía no sólo miedo a la vida de Piar, sino también a su muerte. Carlos Soublette es quien instruye el proceso contra el general Piar. La acusación involucra: “insubordinación”, “conspiración”, “sedición” y “deserción”. Cuatro falacias. Cuatro insultos. Cuatro manchas en la historia jurídica de la patria.
El tribunal estaba integrado, sin desmeritarlos en lo que fueron grandiosos, por los que sabían odiar y envidiar la bravura, la inteligencia y la cadena de éxitos del reo. Lo preside el almirante Luis Brión y lo acompañan: los generales José Antonio Anzoategüi y Pedro León Torres, el coronel José María Carreño y los teniente coroneles José Ucroz y Francisco Conde. José Ignacio Pulido era el secretario del Consejo de Guerra.
Trece cartas son suficientes, como indicios “creíbles”, aunque risibles, para que se determinara la prueba de la sentencia y condena de muerte del general en jefe, Carlos Manuel Piar. Cuatro son firmadas por su peor y más furioso enemigo y envidioso: general José Francisco Bermúdez. El doctor Omar Duque narra en su interesante libro “ Piar: notas sobre el Libertador de Oriente ” , ocho expresiones de odio de Bermúdez contra Piar. Bermúdez nunca pudo olvidar que Piar lo había amenazado con llevarlo a juicio por sedición contra Simón Bolívar. Un mulato estando por encima y amenazando a un blanco en ese tiempo, no era cosa olvidable para una razón de racismo del segundo contra el primero. Piar lo había hecho general de brigada.
Cuatro cartas tenían la firma del general Andrés Rojas. Este, valeroso republicano sin duda, tenía hechas todas sus partes de encono y el celo, como lo dice Omar Duque, le trabajaba como una carcoma en el ánimo. Odiaba a Piar sólo por los méritos y lo indomable y la gloria alcanzada en tan poco tiempo por éste. El que lucha por su patria pensando, exclusivamente, en las estrellas que puede alcanzar sobre sus hombros, nunca llega a ser prócer bienaventurado por muchos méritos que haya conquistado.
Dos cartas contienen la firma del general Manuel Cedeño. Hombre valiente y arriesgado, pero de larga falta deformación política e ideológica. Terrible para ejercer el odio y la envidia. Fue segundo de Piar en la batalla de Chirica (San Felix). El Libertador de Oriente sospechó, en una oportunidad, de muy mal manejo de recursos de guerra por parte de Cedeño. Este también gustaba recurrir a la mentira y el engaño buscando gloria personal. Piar lo hizo general de brigada.
Otra carta tiene estampada la firma de José Lara, quien sólo se limita a un supuesto, que nunca observó ni mucho menos comprobó, para llegar a esta conclusión: presumo era la mujer de Manuel Piar . Un supuesto en manos de fiscales y jueces que odian al enjuiciado, termina por ser indicio valedero o una verdad procesal para la sentencia condenatoria y, muy rara vez, absolutoria.
Y dos cartas del coronel Juan Francisco Sánchez. Este personaje oscuro, intrigante, hipócrita, falso y desmeritado, fue el más incisivo diestro para el injusto juicio contra el general Piar. Cambiaba de color como el camaleón. Fue “patriota”, luego realista. Posteriormente vuelva a las filas patriotas de donde es execrado acusado de indisciplinado y disociador. En sus manos no cabía la cantidad de pelos arrancados en su jalismo a los testículos del Libertador en espera de una oportunidad para vengarse del Libertador de Oriente. Participó en conjuras (al lado de Mariño, Arismendi y otros deponiendo al vicepresidente Zea después del Congreso de Angostura y no fueron fusilados) contra el Libertador Bolívar. Murió con su trastorno mental a cuesta y la historia se encargó de recoger sólo su odio y su envidia, enconados y activados en perjuicio del más brillante de los generales venezolanos en la tierra venezolana, para alumbrar nuevos espíritus de lo que no debe prevalecer en las pugnacidades por la dignidad de la patria y la gloria de sus hombres más eméritos.
Tres soldados analfabetos y aterrorizados (José Peralta, Timoteo Díaz y José Claro Sixto) atestiguan contra Piar, buscando engrandecer y hacer creíble la mentira de Manuel Cedeño. Dos coroneles (Juan Francisco Sánchez y Pedro Hernández) forjaron la mentira para que venciera a la verdad. Hernández, profesaba un odio tan alargado y profundo contra Piar, que lo llevó a cometer el asesinato de Liborio, ordenanza del Libertador de Oriente. Un teniente coronel (José Manuel Oliveros), quien acostumbrada azotar a patriotas de menor rango que él. Tres generales (José Francisco Bermúdez, Manuel Cedeño y Andrés Rojas), enemigos acérrimos del excelso genio de la guerra independentista. Allí están las caras, visibles en aquel tiempo e invisibles para nosotros hoy día, de los culpables directos de aquella perfidia y trágica sentencia de fusilamiento contra el general José Manuel Piar.
El coronel Galindo fue el defensor de Piar. Convencido estaba de las calumnias atroces que llevaron al paredón, en un juicio jurídico que no resiste ninguna apelación del Derecho, a Piar por obra y gracia de sus perseguidores, esos que odiaban y envidiaban con la irracionalidad de un animal hambriento incapaz de despojar de la presa a otra fiera que la devora. Para la historia dejó dicho Galindo: “ En todo esto debe haber un gran misterio que yo no puedo penetrar ”. El misterio era el odio y la envidia frente a la gloria conquistada con méritos por el general Manuel Piar.
El soldado analfabeta Timoteo Díaz, como testimoniando ese misterio, desertó del ejército para que no siguieran haciendo uso de su ignorancia en un juicio amañado, plagado de falacias y donde los intrigantes tenían la voz y el voto para decidir el destino del victorioso general de muchos combates y batallas en procura de la independencia venezolana. Igualmente muchos otros soldados y oficiales intermedios desertaron indignados por el triste suceso, premeditado y alevoso, que culminó con la vida del genio de la guerra Manuel Piar. El Libertador Bolívar, apresurado a reparar las consecuencias de su no recomendable participación en el juicio, decretó repartición de bienes raíces e inmuebles no enajenados del Erario Nacional. Varios de los que atestiguaron contra Piar, entre ellos Manuel Cedeño -por sus servicios a la patria-, terminaron su vida siendo ricos mientras que el pueblo siguió en la miseria. La independencia sirvió a los oligarcas y caudillos militares en demasía desproporción beneficiosa en relación con el incremento de las necesidades y adversidades del glorioso pueblo venezolano (soldados eternos de la patria).
La sentencia estaba echada de antemano y sólo el día 15 de octubre de 1817 la comunicaron. El Libertador Bolívar cometió el grave error de ratificarla, aunque en el fondo de sus sentimientos quería conmutarla para que Piar quedase con vida. Quizá, esto para reflexión hipotética de la historia, si Bolívar lo hubiese hecho como pensaba, hubiera sido la próxima víctima de los intrigantes y detractores de la gloria de otros. La historia juzga ese día como indigno de las épicas y epopeyas realizadas por los republicanos.
El fatídico día del fusilamiento
16 de octubre de 1817. Piar se levantó temprano. Ya no más sangría ni más juego de ajedrez con el capitán Juan José Conde, su carcelero. Dijo a éste: “... mi corazón nunca ha sido malo como los que me han vendido y condenado ”. Piar marcharía a su injusto fusilamiento convencido que las falacias injuriosas contra él, no contenían nada de serio. El sacerdote Remigio Pérez Hurtado sirve de confesor. Piar, dice el doctor Omar Duque, “... fija su mirada en el crucifijo de plata que hoy se encuentra en el calabozo y se despide de Dios con las palabras siguientes: “¡Hombre salvador! Esta tarde estaré contigo en tu mansión, ella es la de justos. Allá no hay intrigas, no hay falsos amigos, no hay alevosos... A ti, los judíos te sacrificaron: Tú sabes por qué, y yo... y yo... simplón voy a ser fusilado esta tarde ...”.
Piar no tuvo tiempo de entender que los judíos no fueron los que sacrificaron a Jesús. Los romanos hicieron el papel de Bermúdez, de Cedeño, de Hernández, de Sánchez, de Olivares, de Machado, de Díaz, de Rojas y de los otros que levantaron bien alto la voz y el voto para condenarlo a fusilamiento. Ni Brión, ni Soublette ni Bolívar se lavaron las manos. Los soldados analfabetos, ignorantes de lo que hacían, también tienen su pedazo de culpa. Fueron muchos los culpables de aquella ingrata e infeliz determinación de fusilarlo.
Bolívar, para hecho feliz de la historia, no aprobó la degradación. Los triunfos de Piar eran demasiado evidentes y gestores de libertad para degradarlo. La muchedumbre miraba aterrada aquel episodio donde el odio y la envidia habían catapultado la verdad histórica de los hechos. El Derecho era sólo una pantomima en manos de los intrigantes. El viejo árbol de la plaza quería morir antes de mirar, por sus poros inocentes, aquel trágico suceso. La pared dio la espalda para no sentirse comprometida en el delito.
Piar besó la bandera. Su pecho era gigante y glorioso para que la descarga le pasara por un lado. Su grito lo escucharon sus verdugos más comprometidos en la criminal sentencia: ¡ Viva la patria ! Su cuerpo cayó sin odio ni envidia pero sí adolorido por la vileza de los intrigantes. Su corazón estaba hecho para las grandes proezas. Las pequeñas estaban destinadas a sus detractores. La Mesa de Chirica sabía que había hecho una historia para la Tercera República y Piar era su arquitecto. Piar estaba muerto y su gloria la había salvado la historia para castigo de sus inquisidores. El comandante Jorge Meleán, recto y varonil y leal, envolvió aquella gloriosa figura inerte con una bandera de guerra. Lo miró fijamente. Sus sentimientos estaban profundamente heridos y se largó condenando, con su silencio, aquel horrible acto de la envidia y el odio enconados de los enemigos del general Piar.
El general Soublette, con su mano comprometida en la ignominia y prócer sin duda, vilipendió la memoria de Piar al instante de su fusilamiento. ¡Injustas siempre sus palabras! Dijo: “ Perdona, ¡ Oh Dios! a este insigne criminal ”. Luis Brión, presidente del tribunal inquisicional y prócer sin duda, escribió tres meses después su media culpa en la insólita decisión del fusilamiento. Dijo: “ El Capitán General Manuel Piar, después de haber ascendido a ese rango por sus distinguidos servicios, fue asesinado hace unos días por estar envuelto en traición en contra del bien y la suprema autoridad de la República. Yo formé parte de la Corte Marcial ”. Nadie como Brión sabía que todo era injuria y difamación contra Piar y aun así, avaló la injusta condena. En cambio el temible general Pablo Morillo, había dicho, en referencia a Piar, “... fuera de él todos sus jefes, oficiales y tropa, no valen un pito . ..”. No es cierto, por supuesto, pero sus palabras sirven para medir el odio y la envidia que generaba el carácter activo, la audacia perspicaz, el talento y la maestría sorpresiva del Libertador de Oriente y forjador de la Tercera República. ¡Malditas balas! que le mataron. Así se premió la victoriosa carrera del joven y brillante militar Manuel Piar, iniciada el 3 de agosto de 1806 en la Vela de Coro y concluida con la proeza y pieza clave para la total independencia de Venezuela, un 11 de abril de 1917 en la Mesa de Chirica (San Felix).
La mayoría de sus acusadores se negaron a asistir al tribunal, temerosos de ratificar sus falacias. Allí queda el testimonio irrefutable de las mentiras, de los odios y las envidias. Para un intrigante mirar el rostro del reo inocente, es como brotarle del fondo de su entraña su culpabilidad en el crimen que se pretende quede en secreto eterno para la historia. Esta, en su tribunal inapelable e inequívoco, no contempla esa gracia a los usurpadores de la verdad.
A casi dos siglos de aquel tétrico y maligno fusilamiento, nada mejor que concluir -por ahora- diciendo que la vieja Angostura permanece indignada reclamando la justicia para el prócer vilipendiado e injustificablemente fusilado. Las aguas del Orinoco persisten bravías y el aún más viejo árbol de la plaza contiene su rencor natural contra el tribunal y acusadores inquisicionales que llevaron al paredón al perínclito guerrero y Libertador de Oriente, como lo bautiza con acierto el doctor Omar Duque.
Para José Manuel Piar: general de hombres libres y fusilado por la obra del odio y de la envidia : ¡siempre presente, general en jefe !