Quien no bebe en la fuente de su memoria, corre el riesgo de extraviarse en el laberinto del olvido. Si andamos huérfanos de ella, estamos condenados a emprender la marcha de nuevo cada día, como una pena eterna, al igual que los que adversaban los designios divinos en Grecia. Por eso quiero abrir las Líneas de este domingo de la Cruz de Mayo, con unas palabras de José Martí:
“Acaba el corredor y ponen el pie en la trampa, las cuerdas colgantes, las cabezas erizadas, las cuatro mortajas.
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Plegaria en el rostro de Spies; en el de Fischer, firmeza; en el de Parsons, orgullo radioso; a Engel, que hace reír con un chiste a su corchete, se le ha hundido la cabeza en la espalda”.
Y continúa Martí:
“Y resuena la voz de Spies, mientras están cubriendo las cabezas de sus cuatro compañeros, con un acento que a los que lo oyen les entra en las carnes: ‘la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora’”.
Así reseña el apóstol en enero de 1888 para el diario argentino La Nación, la ejecución de los cuatro mártires de Chicago aquel luctuoso 11 de noviembre de 1887: mártires porque fueron fieles, hasta dar la vida, a la justa indignación que los llevó a rebelarse el 1° de mayo de 1886.
Día trágico aquel 11 de noviembre, herida difícil de restañar, símbolo de la memoria histórica de los trabajadores y de sus luchas: consecuencia directa de la multiplicación de los desmanes y atropellos a partir de que la Revolución Industrial, en funesto matrimonio con el capital, se entronizara en el poder. Pero la voz de Spies sigue entrando en nuestras carnes: es la voz de la dignidad de quienes han creído y siguen creyendo en un evangelio de justicia e igualdad traducido en vida: de todos aquellos que apostaron y siguen apostando a la redención terrena: de todos los leales a la vida y adversarios de la muerte.
Para nosotros, comulgando con los más elevados intereses de la Humanidad, el Día Internacional del Trabajador tiene no sólo el sentido del inexorable homenaje a la memoria de la prolongada lucha de los pueblos: es reafirmación del compromiso de seguir en la brega para ver al sol del socialismo encarnado entre nosotros.
Quiero recordar las palabras de una mujer de nuestro pueblo, en la concentración de trabajadores socialistas del pasado 1° de mayo: “Hoy es el día de Juan albañil, de Juana la cocinera. Hoy es el día de su dignificación en Venezuela”. Por Juan albañil y por Juana la cocinera, dieron su vida los mártires de Chicago: por Juan albañil y Juana la cocinera, por su dignificación total, es nuestra lucha.
Y como para buscar aliento en uno de los mártires de Chicago, me refiero a Albert Spies, traigo a esta página unas luminosas palabras, dichas en su defensa y en la de sus compañeros, frente al tribunal que le condenaría a muerte: “Pero si creéis que ahorcándonos podéis contener al movimiento obrero, ese movimiento constante en que se agitan millones de hombres que viven en la miseria, los esclavos del salario; si esperáis salvación y lo creéis: ¡ahorcadnos…! Aquí os halláis sobre un volcán, y allá y acullá y debajo y al lado y en todas partes fermenta la Revolución. Es un fuego subterráneo que todo lo mina”.
Cruzando los tiempos de aquel Chicago hasta la Venezuela de nuestros días, tenemos que decir que nuestra Revolución Bolivariana también está atravesada por ese mismo fuego subterráneo que alentó a los trabajadores y obreros de aquella gloriosa jornada.
De allí nuestro compromiso con nuestros hombres y con nuestras mujeres que en cada jornada salen a los campos y a las fábricas a hacer Patria. A ustedes mi reconocimiento, ya que sin su incansable esfuerzo la transformación radical y revolucionaria que nos proponemos sería imposible. A ustedes que son fuerza viva, fuerza crítica y fuerza soberana de la Venezuela socialista que estamos construyendo, vaya pues mi homenaje.
La crisis económica mundial, que es una crisis estructural del capitalismo, no detendrá el avance hacia el socialismo en Venezuela.
Debemos ser un Gobierno real y verdaderamente obrerista, un Gobierno de los trabajadores y trabajadoras, en las palabras y en los hechos: no pueden haber prácticas institucionales, gubernamentales, que contradigan nuestra definición obrerista.
Primero que nada: no puede haber relación de tutela con respecto a los trabajadores dentro de la construcción de nuestro modelo socialista. No es ni al Estado, ni al Gobierno, ni al PSUV, a quienes les corresponde organizar y dirigir a los trabajadores: toca a los propios trabajadores asumir esa responsabilidad histórica, clasista, que les pertenece.
León Trotsky para definir al Estado despótico que se había consolidado con el estalinismo, lo llamaba Estado obrero degenerado. Por el contrario, un verdadero Estado obrero, de los trabajadores y las trabajadoras, debe ser capaz, no sólo de generar nuevas relaciones de producción y nuevas categorías y condiciones de tiempo y trabajo, sino de impulsar el proceso de transferencia de poder que vaya extendiendo el control de los obreros, de los trabajadores, sobre todo el proceso de producción. Ciertamente, es un proceso que lleva tiempo pero su dinámica tiene que iniciarse ya.
Tenemos que fundar y consolidar una nueva conciencia laboral que, según una gran luchadora y filósofa francesa llamada Simone Weil, debería estar marcada no por los groseros dividendos del capital ni por mezquinos intereses personalistas, sino en y por la proporción cada vez mayor de libertad. Y yo agregaría: de la auténtica libertad, esto es, la que se conquista en la batalla cotidiana contra la exclusión y la desigualdad.
¡Trabajadores y trabajadoras de mi Patria!: sepan que tienen en mí un inquebrantable aliado. Mientras en el planeta ya van apareciendo los 190 millones de desempleados que vaticinaba la OIT en el 2008, aquí estamos en una lucha sin cuartel por, para decirlo con Bolívar, la suprema felicidad social.
¡No habrá Revolución sin clase obrera!
¡No podremos profundizar la Revolución sin la clase obrera!
¡No habrá socialismo sin la participación y el protagonismo de la clase obrera!
Un gran objetivo histórico sigue pendiente: convertir a Venezuela en un país de lectoras y lectores; de lectoras y lectores activos y críticos y con sentido de pertenencia. Y a ello responde el Plan Revolucionario de Lectura que ya comenzó a establecer su dinámica creativa y liberadora por todo el territorio de la Patria, luego de su lanzamiento el pasado 25 de abril.
Se trata de leer para transformarse: para que cada hombre y mujer, a través de este nuevo proceso de formación para la lectura, se convierta en sujeto de la transformación de la realidad nacional rumbo al socialismo.
Hay que leer y leer, no sólo en los libros, sino en la realidad circundante. Es innegable la poderosa incidencia de la lectura en la formación de una nueva subjetividad: la que necesitamos para construir de verdad verdad nuestro socialismo. Recordemos que en la batalla mediática de cada día, cada uno de nosotros es un medio de comunicación y difusión. En este sentido, el Plan Revolucionario de Lectura va a optimizar nuestra estrategia comunicacional porque va a convertirla en un asunto real y verdaderamente colectivo.
El Plan Revolucionario de Lectura ha sido pensado y concebido para quienes padecieron secularmente la más atroz exclusión cultural y cognoscitiva: quienes padecieron la violencia de la ignorancia. El proceso que va a convertirlos en lectoras y lectores, lo que ya son potencialmente, está en función de elevar su capacidad como constructores y constructoras de una nueva sociedad y un nuevo mundo de vida.
Ser cultos para ser libres, decimos con Martí. La cultura es la base fundamental de nuestra libertad. La buena lectura es el camino maravilloso hacia la liberación definitiva.
¡Cruz de Mayo, Cruz de Cristo, Cruz de todos, Cruz de todas!
Contigo vamos, Cruz bendita de los oprimidos.
Y vamos cantando:
¡Patria, socialismo o muerte!
¡Estamos venciendo!
¡Venceremos!