Es un factum comprobable, y no solo una deriva semiótica, que en la derecha venezolana habitan como funcionarios orgánicos de la hegemonía capitalista, los llamados ex “marxistas”. Una breve investigación sobre trayectorias intelectuales, que investigue a fondo textos, intervenciones teóricas, tesis de ascenso, artículos de opinión, posiciones en partidos y organizaciones diversas, mostrará los perfiles, las figuras más destacadas, las referencias teóricas e ideológicas principales, las más apasionadas conversiones e identificaciones con el “marxismo”.
Por otra parte, la gran confusión que existe en el análisis de los procesos y acciones hegemónicas en el terreno político-cultural, ha dado pié a una literatura sobre el “totalitarismo ideológico”, que impide comprender que a pesar de la escena pluralista en el plano del consenso manufacturado de la “opinión pública” y en los sistemas políticos, en la esfera cruda de las relaciones de producción, control, propiedad y mercados, opera la más burda y mezquina hegemonía capitalista.
No hay que olvidar que la hegemonía no nace exclusivamente en lo que algunos han llamado aparatos hegemónicos, sino en la propia organización del régimen social de producción, distribución, cambio y consumo; en la condiciones materiales de existencia social. La hegemonía nace en la fábrica, nos recordaba Gramsci.
Los cuerpos humanos no hacen la digestión con espejismos ideológicos, sino con materia orgánica, con producción material, aunque sean soporte de códigos, signos y valores ideológicos, como cualquier sociología del consumo lo reconoce. Aunque algunos “intelectuales” supongan que la hegemonía se genera en exquisitos circuitos, círculos, salones o espacios culturales, en las universidades, espacios educativos o en los medios de diseminación de mensajes masivos, no hay que perder de vista que la hegemonía nace también en el lugar de la producción, la distribución, el cambio y consumo material. Como dirán algunos antropólogos, en el propio entramado de la cultura material y simbólica.
En la producción material hay luchas hegemónicas, articuladas sin duda con la organización de la dominación simbólica o política. Los sindicatos que defienden convenciones colectivas, salarios y jornadas de trabajo son un indicador de la lucha económico-corporativa de clase, pero la aparición del control obrero y de los consejos de trabajadores son momentos de la lucha contra la estructura de mando y explotación capitalista. Hay planos y momentos reivindicativos con planos de lucha política en el mundo del trabajo que son perfectamente complementarios. Pero el “despotismo económico” del régimen social de producción dominante tiene nombre y apellido: estructura de mando y explotación capitalista.
El poder y la dominación no son exclusivos asuntos de las esferas políticas, sino de las relaciones sociales e institucionales que organizan la producción de medios de vida. Separar la economía de la política es justamente colocar bruma sobre los ojos de quienes ocupan relaciones específicas en la división social de trabajo. Pues las organizaciones económicas, talleres, fábricas y empresas están atravesadas por relaciones de poder.
Si de totalitarismos se trata, es el discurso capitalista (relaciones de producción, de apropiación, de propiedad y de mercados) el que organiza el mundo económico en las sociedades contemporáneas. Quién tiene control total sobre el mundo económico es la lógica de reproducción ampliada del Capital, su metabolismo social. Así que podremos debatir incansablemente sobre la significación de la democracia política, del pluralismo ideológico, de pesos y contrapesos, de control del poder político, pero en materia de regímenes sociales de producción, no existe democracia económica ni social, sino totalitarismo capitalista.
De manera que las relaciones entre capitalismo y democracia no son tan transparentes como las pintan. Habrá democracia representativa en el plano de lo político, pero despotismo capitalista en el plano económico-social. Marx lo decía de manera muy sencilla: trabajo asalariado formalmente libre. No es casual que todavía hoy, el polo asalariado se organice en contra de su conversión a simple mercancía sometida a los vaivenes de la “oferta” y la “demanda”. Pues el “trabajo vivo” no es una mercancía como justifican los defensores de la “flexibilización y precarización laboral”, ni su precio es el “salario de subsistencia”, sino en condiciones de derrota política, cuando se somete política e ideológicamente como “trabajo muerto”.
De allí la importancia de la hegemonía de la fábrica: de visibilizar la estructura de mando y explotación capitalista. Allí hay una dictadura social, allí no hay libertad económica ni social. No olvidemos que la hegemonía capitalista organiza un régimen social de producción y de cambio. Socialismo es justamente transformar la dictadura social del capitalismo por la liberación del trabajo libremente asociado.