Sería conveniente que los portavoces de la “vieja izquierda” se paseara por la polémica que emerge del artículo de Boaventura de Sousa Santos titulado: ¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda? (disponible en http://www.kaosenlared.net/noticia/cuba-ha-vuelto-problema-dificil-para-izquierda). Sería un excelente pretexto para repensar las relaciones entre democracia y socialismo en las tradiciones de izquierda. La democracia socialista no puede ser un tabú. Lo que ocurre con las tradiciones de izquierda en el mundo y en nuestra América no puede ser un tabú. A pesar del pertinente seminario sobre “Intelectuales, Democracia y Socialismo” en el Centro Internacional Miranda, el debate no se focalizó suficientemente en este tópico, profundizando en una agenda imprescindible. Se inició un debate y el debate debe continuar. ¿Puede existir transición al socialismo sin pensamiento crítico de izquierda? La respuesta es negativa. No hay cesarismo progresivo, directriz ideológica, decisionismo político o replica de modelos de “calco y copia”, que pueda sustituir instancias de debate que fecunden el pensamiento crítico socialista. Desde nuestro punto de vista, el nuevo socialismo del siglo XXI implica una reinvención radical del imaginario socialista, más allá de los callejones agotados de las dos izquierdas, tanto la socialdemocracia reformista (Bernstein y sus derivados) como del marxismo-leninismo (Stalin y sus derivados). La vía venezolana al socialismo democrático y revolucionario (denominación acertada del historiador británico Thompson) ganaría mucho en densidad teórica, en apalancamiento de la praxis de los movimientos sociales y de las políticas del gobierno bolivariano si asumiera la relevancia del debate, un auténtico balance crítico de inventario de las experiencias históricas de transición en el socialismo burocrático del siglo XX, para comprender los retos singulares y específicos de la propia transformación venezolana. Ganaría mucho si por ejemplo, superase la colonización de la mentalidad revolucionaria por la idiotización del dogma. No existe posibilidad de apelar a un “socialismo científico” de cuño euro-céntrico, positivista y determinista, frente a las realidades del post-cientificismo, de crisis de la modernidad, del post-racionalismo, como lo denominó en su momento José Carlos Mariátegui (Defensa del marxismo), recolocando el lugar de la revolución teórica inconclusa de Marx, entre los programa de investigación-transformación que fecundan nuevos modos de reflexión crítica y revolucionaria para un nuevo socialismo. Ya no hay “gran teoría” revolucionaria, hay múltiples nodos de pensamiento crítico que pueden reinventar nuevos socialismos. Aunque muchos repiten como loros que el socialismo debe ser “creación heroica”, sin especificar los lugares epistémicos, teóricos, metódicos, de intervención social de esta “creación heroica”, es imprescindible exigir a los loros dogmáticos que dejen de errar. Crear es configurar nuevas expresiones, formas, contenidos y experiencias. Nuevas prácticas, discursos y agenciamientos. Doctrinarismo, calco y copia, liturgias, colonialidad del saber, consignismo y empirismo dominan aun el clima del “Socialismo del siglo XXI”. El asunto vital es reconocer qué territorios existenciales son novedosos para hablar del “socialismo del siglo XXI”, demarcarse efectivamente del socialismo burocrático del siglo XX en diferentes ámbitos interdependientes: económicos, sociales, políticos, militares, culturales, territoriales, ambientales e internacionales. Es imprescindible la transición, pero no al viejo proyecto socialista estatista del siglo XX, al sovietismo tropical. Hay quienes quedan encallados en la polémica Kaustky-Lenin al abordar la democracia socialista. Este es el guión de la vieja izquierda, tanto reformista como marxista-leninista. El asunto está en si se asume o no la democracia radical, la democracia participativa como nuevo paradigma de la democracia socialista. Demasiada evidencias teórica e histórica permitiría una relectura de Marx desde la idea de democracia radical, no desde el estatismo autoritario ni desde la el fin de la historia de la democracia liberal. Hay planos de consistencia que permiten repensar el socialismo como democracia sustantiva, más allá del elitismo liberal-conservador y del arquetipo de la “nueva clase”. Existe un campo posible para repensar la democracia económica y social, más allá del fundamentalismo de mercado o de la planificación burocrático-centralista, que no confundan “nacionalizaciones” con “socializaciones”, ni “corporativismo estatista” con la “autogestión” y “control obrero de la producción”. No es posible confundir hoy la contra-hegemonía cultural liberadora con el monopolio de la información-comunicación, con el despotismo del “gran hermano ideológico, cultural y comunicacional”. Marx planteó convertir la democracia de “instrumento de engaño en medio de emancipación” (Maximilien Rubel investigó este matiz fundamental). En la actualidad, trabajos de D. Held, C.P. Mcpherson, Toni Negri, Frank Cunnigham, Ellen Meiksings Wood, Chantal Mouffe permiten el reconocimiento de las insuficiencias del liberalismo político para repensar la democracia radical. Es necesario imaginar opciones distintas a la sumisión al modelo Rawls, Bobbio, Arendt o Habermas desde lugares, mundos y subjetividades de Nuestra América, sin necesidad de empantanarse con un remix de la ortodoxia bolchevique ni del eurocentrismo. Creación heroica es potenciar a fondo la democracia participativa, exigirle al socialismo burocrático que “descanse en paz”, para hacer y decir nuevas formas, expresiones, contenidos y experiencias socialistas, hechura de un proceso popular constituyente. Pues burocratismo es la expresión concentrada del hábito constituido.
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