Socialismo burocrático, anti-critica y Policía

Mas allá de las reacciones marcadas por el “efecto de agenda” de los dispositivos mediáticos capitalistas, y de algunos espacios que pretenden marcar una lógica policial (en el estricto sentido dada a esta reflexión, por ejemplo en Foucault o Ranciere), es importante aclarar definiciones. Dice Foucault: “A partir del siglo XVII, va a comenzarse a llamar “policía” al conjunto de los medios por los cuales se puede hacer crecer las fuerzas del Estado manteniendo al mismo tiempo el buen orden de este Estado. Es decir la policía, va a ser el cálculo y la técnica que va a permitir establecer una relación móvil, pero a pesar de todo estable y controlable, entre el orden interior del Estado y el crecimiento de sus fuerzas.”(Foucault; “Seguridad, Territorio, Población”). Se trata fundamentalmente de acciones guiadas por una voluntad reguladora: disciplina, estabilidad, control y normalización. Por otra parte, Ranciere plantea: “Para que una cosa sea política, es preciso que dé lugar al encuentro de la lógica policial y la lógica igualitaria, el cual nunca está pre-constituido.” Para Ranciere, la política surge cuando el orden de la dominación es interrumpido por lo que Rancière denomina “el desacuerdo” entre iguales. Éste no es ni el desconocimiento ni el malentendido. Más bien, es una situación en la que está en pugna la misma significación. Como expresa Rancière, el desacuerdo no es entre quien dice blanco y quien dice negro, sino entre dos formas distintas de entender el significado de la blancura. Y no es extraño que un debate sobre “Intelectuales, Democracia y Socialismo” permita que la política entre en escena: ¿Cual socialismo? ¿Socialismo democrático y revolucionario? ¿Socialismo burocrático? ¿Se ha asimilado críticamente la experiencia del Socialismo Realmente Existente (Bahro)? Obviamente, la policía no entiende nada de esto: “[...] generalmente se denomina política al conjunto de los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución. Propongo dar otro nombre a esta distribución y al sistema de estas legitimaciones. Propongo llamarlo policía.”(Ranciere; El Desacuerdo. Política y Filosofía). Lo que funda la política no es un marco normativo comunitario imaginado como totalidad sin tensiones, sino el reconocimiento de la diversidad, de desacuerdos entre iguales. La política, a diferencia de la policía, percibe el debate como normal, deseable y hasta necesario. Para la policía, el debate es “peligro”, “sospecha” y “amenaza”. La policía trata de distinguir el “discurso” del “ruido”, la “norma” de la “desviación”, mientras la política hace escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como “ruido”. Esto ocurre con frecuencia con las instancias de poder, simplemente no escuchan; y si lo hacen, escuchan “desviación” y “amenaza”; es decir: los fulanos “anarcoides”, “reformistas”, “pequeño-burgueses”, ultraizquierdistas”, “habladores de paja” e “infiltrados”. Posturas donde domina evidentemente la “lógica de la policía”, no el horizonte de la política. El contacto de la política y la policía es un encuentro de heterogéneos: entre quienes articulan la regulación social, y quienes articulan los potenciales de emancipación. Pues hay una estrecha relación entre la palabra insumisa y la emancipación social. Ni el estalinismo ni el marxismo soviético constituyen ya marcos normativos comunitarios para pensar el imaginario crítico socialista en Nuestra América. Podrán fundar una lógica policial, tal vez consignas de un engranaje propagandístico, pero no pensamiento crítico y revolucionario. Uno podría decirle a la policía: ¡Bienvenidos al debate! Lo que no está garantizado, es que quieran o puedan debatir, que toleren el desacuerdo, la gestión de la diferencia. La hegemonía de la policía sobre la política conduce a la suspensión del pensamiento crítico y revolucionario. De allí, que sea importante otorgarle significación a las “líneas de Chávez” publicada el día domingo 14 de junio; por cierto, el mismo día en que enfiló su legítima crítica a algunos tópicos del Seminario sobre “Intelectuales, Democracia y Socialismo”. Chávez reconoce el papel del Che en la crítica a los dogmas. Cualquier comprensión dialéctica implicaría reconocer que las ideas del Che no son tampoco dogmas, “calco y copia”, simple caligrafía de un pensamiento. Tampoco los planteamientos de Rosa Luxemburgo pueden leerse como dogmas. Chávez dice que el socialismo “es un producto histórico, surgido de sus propias experiencias, en el curso de su concreción", no hay dogma, receta o fórmula que sirvan para implantar su dinámica”. Habla de la importancia del ejercicio critico colectivo como hecho permanente, que no tiene sustitutos y es indelegable. Dice que “la crítica garantiza la fluidez que el socialismo necesita en el curso de su concreción: si la crítica fuera desplazada por el dogma, éste se estancaría irremediablemente.”. Allí, Chávez plantea: “El socialismo, lo sabemos, no puede decretarse: tiene que construirse y crearse colectivamente. Es la capacidad crítica y creadora, constructora y liberadora del pueblo, la que le da vida a una nueva sociedad.” Como dice Luxemburgo, “es la experiencia la que puede corregir y abrir nuevos caminos, ésta, la experiencia, es sustantivamente crítica.” Dice Chávez: “Si el socialismo se decretara, esto es, si deviniera en dogma, receta o fórmula, los intentos equivocados, los errores, no se corregirían verdaderamente y terminarían multiplicándose. Bienvenidos, entonces, todos los espacios de discusión crítica sobre nuestra experiencia socialista.” La democracia socialista no es una “democracia gobernable”, sino una democracia insumisa, una democracia de alta intensidad, conformadas por subjetividades que luchan contra la opresión y la sumisión (Del lat. submissĭo, -ōnis); al menos en estas acepciones: 1. f. Sometimiento de alguien a otra u otras personas; 2. f. Sometimiento del juicio de alguien al de otra persona; 3. f. Acatamiento, subordinación manifiesta con palabras o acciones. Socialismo democrático y revolucionario es lo contrario al retorno trágico y compulsivo de los regímenes despóticos, una mezcla de burocratismo policial con culto a la personalidad infalible e indiscutible. El estalinismo y sus derivados no son excusas. Son una tragedia real que no pueden ni deben repetirse. Es indispensable maximizar la política del debate en la construcción de la revolución democrática y socialista. ¡Insumisos e insumisas del mundo, uníos!

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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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