Pocos dudan del carácter revolucionario del proceso popular insurgente que se canalizó a través de la Asamblea Nacional Constituyente en el año 1999. Diez años después de su convocatoria para refundar la República desde la “democracia social y participativa”, no se han logrado asentar aún significados inequívocos sobre la dirección, contenido y alcance de la revolución bolivariana; es decir, si se trata:
a) De una radicalización de un proyecto hegemónico democrático para la sociedad venezolana, incorporando una dimensión socialista renovada para el siglo XXI; o si por el contrario:
b) Se crea un muro infranqueable entre la transición al socialismo y el proyecto hegemónico democrático sedimentado en la socialización política del país, lo cual vuelve a plantear la posibilidad de errar, si se asume dogmáticamente la “ruptura revolucionaria”, guiados por herramientas teóricas y referencias que respondieron a otros momentos y circunstancias.
En el debate sobre por qué incluir a todos los cargos de elección popular en la propuesta de enmienda, se publicaron las razones para apoyar la enmienda, y en su punto siete se plantea: “1) La Revolución precisa de un liderazgo colectivo, 2) El Presidente solo no puede asumir la gran responsabilidad que implica la continuidad del proceso de transformación de la sociedad venezolana. 3) Para cumplir con las expectativas y necesidades del pueblo requiere del apoyo y la participación de todos los dirigentes que son respaldados democráticamente por el pueblo. El líder de la Revolución necesita estar acompañado por los mejores cuadros a todos los niveles. 5) Nada más alejado de la intención personalista y totalitaria que se pretende achacar al Presidente. 6) Todos los ciudadanos tenemos los mismos derechos consagrados por la Constitución. 7) Se rectifica el concepto anterior por uno más incluyente lo cual nos fortalece, hace más coherente la democracia revolucionaria. No hay temor a admitir cuando nos equivocamos.”
Este punto siete reconoce algunas debilidades fundamentales de lo que se ha dado por conocer como “hiper-liderazgo”. En entrevista concedida a Marta Harnecker en agosto de 2002, Chávez dice refiriéndose al golpe de abril 2002: “(…) recuerdo las ideas de John Kennedy, ex presidente de los Estados Unidos, quién dijo: Los que le cierran el camino a la revolución pacífica, le abren el camino a la revolución violenta. Nosotros escogimos hacer la revolución constitucionalmente, por un proceso constituyente de incuestionable legitimidad. Si en algún momento del 11 y 12 de abril dudé que una revolución democrática y pacífica fuera posible, lo que pasó el 13 y 14 de abril cuando esa inmensa cantidad de gente salió a la calle, a rodear Miraflores y varios cuarteles, exigiendo mi regreso reafirmó en mí con mucho vigor la idea de que sí es posible. Claro que la batalla es dura, y será dura y difícil. Se trata del arte de hacer posible lo que ha parecido y sigue pareciendo a muchos como un imposible.”
Incluso, revolución democrática y democracia revolucionaria se mantenían como términos intercambiables hasta que comenzó el debate sobre los contenidos de la transición al socialismo:
“Tenemos y vamos a mostrar hoy una exposición de empresas que están entrando en el camino de la transformación del modelo productivo venezolano a través de la figura de las Empresas de Producción Social y las Unidades de Producción Comunitarias. Pasos estratégicos importantísimos en la transformación, repito, del modelo económico, del modelo productivo que es esencia del proyecto de la Revolución Bolivariana, la revolución democrática, la democracia revolucionaria rumbo al socialismo del siglo XXI, el socialismo bolivariano, el socialismo nuestro, el socialismo que requerimos para que haya justicia, para que haya libertad, para que haya igualdad y para que haya paz plena en nuestro país.”
Desde nuestro punto de vista, allí reside una encrucijada crítica del proceso político venezolano. Diversas apreciaciones acerca de la actual situación de la revolución bolivariana comienzan a deslizar la posibilidad de abandonar la significación de la “revolución democrática”, para comenzar a hablar exclusivamente de “democracia revolucionaria”. Incluso, en pleno contexto de debate sobre la reforma constitucional, aparece este giro del discurso en el propio Presidente Chávez, quién estuvo tentado de abandonar definitivamente el concepto político normativo de la “revolución democrática”, que aparecía en su programa de Gobierno de 1998. En el programa “Aló presidente Nº 210” del 9 de enero del año 2005, Chávez afirmó:
“Bueno, dialogando, pensando, esta nueva etapa de este proceso la vamos a comenzar a llamar, y esto refleja mucho lo que aquí está ocurriendo, "la democracia revolucionaria", pensamiento y acción democrático revolucionario. De eso hablaremos a lo largo de estos días, de estos meses y de estos años. Hemos entrado en esa nueva etapa, la democracia revolucionaria, que no es lo mismo que decir, "revolución democrática", es otro concepto, es otra orientación, tomada en profundidad del pensamiento revolucionario de Simón Bolívar y de muchas otras corrientes universales, de todos los tiempos y de muchos lugares.”
Así mismo planteó: “(…) el proyecto de la democracia revolucionaria, lo expresó Simón Bolívar en Angostura, 15 de febrero, 1819: el mejor sistema de gobierno, o más bien dijo Bolívar: el sistema de gobierno más perfecto es aquel que le proporciona a su pueblo la mayor suma de estabilidad política, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de felicidad posible.”
Chávez asume un giro terminológico en la concepción político-ideológica de la revolución bolivariana, que también se produjo de manera reiterada desde entonces. El 29 de abril del año 2005 en La Habana junto a Fidel Castro, en el contexto del IV Encuentro Hemisférico de la lucha contra el ALCA, donde también planteó el clivaje revolución democrática/democracia revolucionaria. Así mismo, durante el acto de instalación de la nueva directiva de la AN el 13 de enero del año 2006, Chávez señaló que hay que distinguir entre los conceptos de “revolución democrática” y “democracia revolucionaria”: “El primer concepto es conservador, el segundo es libertario, como un caballo sin freno”:
“La democracia, hemos hablado de la democracia revolucionaria; no es ésta una “revolución democrática”, no. No es lo mismo hablar de revolución democrática, que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno, como el caballo: es revolución, ¡ah!, pero es democrática. Es un freno conservador. El otro concepto es liberador. Es como un disparo, es como un caballo sin freno: Democracia Revolucionaria, democracia para la revolución.”
¿Se abandona entonces la estrategia de la revolución democrática? Al parecer, el año 2008 y 2009 muestran que reaparece el discurso de la revolución democrática. En su mensaje a la Nación en la AN el 13 de enero de 2009, Chávez planteó refiriéndose a la evaluación del índice de desarrollo humano: “el rumbo de Venezuela, el rumbo que ahora hemos retomado y el rumbo ahora se llama ¡Socialismo! Ese es el rumbo, la Venezuela socialista, el rumbo de Venezuela, el socialismo democrático, la revolución democrática”. Frente a las Fuerzas Armadas el 6 de marzo de 2009 planteó: “ no somos más que el pueblo venezolano en uniforme y con las armas de la República en las manos para defender a este pueblo, sus intereses, su Constitución y a esta revolución democrática y legítima".
Fue Rosa Luxemburgo la más aguda crítica de esta falsa distinción, y quién prefiguró los riesgos de anular contenidos fundamentales de los derechos democráticos en un proceso de transición hacia el socialismo. En el tradición del pensamiento socialista Lelio Basso, Arthur Rosemberg, Edgar Morin , Castoriadis, Miliband, Laclay y Mouffe han analizado los problemas de separar el imaginario democrático de la soberanía popular del imaginario socialista de contestación a la estructura de explotación, desigualdad y exclusión capitalista.
Es justamente a partir de esta ruptura que entra en escena una concepción elitista revolucionaria, cuyo imaginario corresponde a la democracia dirigida de las tendencias jacobinas y al blanquismo. Pues no es lo mismo una revolución de multitudes que una revolución dirigida desde arriba por un nuevo cogollo, una “nueva clase”, o peor aún, por las nuevas elites del siglo XXI: la tecno-estructura económica, política, científica y militar.
No resulta anecdótico lo relatado por Sean Penn, de una respuesta de Chávez a Hitchens: “Fidel es comunista, yo no. Yo soy socialdemócrata. Fidel es marxista-leninista. Yo no. Fidel es ateo. Yo no. Un día discutimos sobre Dios y Cristo. Le dije a Castro: “Yo soy cristiano. Creo en los Evangelios Sociales de Cristo”. Él no. Simplemente no cree. Más de una vez Castro me ha dicho que Venezuela no es Cuba, que no estamos en los años sesenta. Ya ve. Venezuela tiene que tener un socialismo democrático. Castro ha sido un profesor para mí. Un maestro. No en ideología, sino en estrategia.”
Más de una vez Fidel Castro le ha dicho a Chávez que Venezuela no es Cuba, y que no estamos en los años sesenta. Una lección para muchos interpretes dogmáticos de las palabras de Castro y el Che.