Ya las aproximaciones preliminares, descriptivas y esquemáticas sobre la transición hacia el "Socialismo del siglo XXI", comienzan a tomar forma. Diversos posicionamientos comienzan a plantear observaciones, acuerdos y desacuerdos, ideas e incertidumbres, con sus puntos fuertes y débiles. Viejas certezas lucen derruidas, nuevas cajas de herramientas son apenas esbozos, no hay recetas, guiones ni manuales, se activa una matriz generativa de ideas desde multiples nodos intelectuales y políticos.
Es muy positivo el debate, asumido como polémica dialógica en el campo nacional-popular en América Latina y el Caribe, tan cargado de una variopinta muestra de recepciones político-culturales del ideario socialista, y en particular de las ideas marxianas y sus diversas codificaciones.
Un debate que traspasa muros intelectuales, que coge calle, que se hace rumor y género de discurso-otro, que toma por asalto espacios mediáticos vedados, que se disemina entre las propias fuerzas armadas. Los factores de poder reconocen al nuevo fantasma, tratan de controlar sus perfiles con diversas estrategias. El Imperio activa la alarma, y despliega sus conocidas tácticas de contención. El socialismo del siglo XXI aparece como un nuevo fantasma que recorre el mundo. Oliver Stone difunde otra narrativa audiovisual, la oligarquía luce preocupada.
Desde el pensamiento comunero nuestro-americano articulado al ethos de las comunidades indígenas, cimarronas, incluyendo la inculturación del cristianismo liberador que incluye la seminal postura de indignación del Bartolomé las Casas ante la bestial conquista y colonización, empujando siempre el espiritu de la teología de la liberación, pasando por el utopismo socialista del siglo XIX, asimilando las primeras recepciones del anarquismo, el socialismo liberal y el marxismo de la II internacional, hasta llegar al debate que fecunda las corrientes radicales de la Revolución mexicana, hay un claro proceso de diálogo polémico sobre la posibilidad de las utopías concretas como corrientes históricas de nuestra América.
El impacto de la Revolución Rusa sobre el mundo, y específicamente sobre América Latina, con la bolchevización creciente de los sectores de izquierda radical, unos mas ortodoxos, otros mas heterodoxos, ilustrado en los pensamientos de Ponce, Recabarren y el joven Mella, así como en la construcción autónoma del lenguaje del “marxismo latinoamericano” (batiéndose en la encrucijada entre el Europeísmo y los populismos reformistas como el APRA) en la obra de José Carlos Mariátegui, significaron un cuadro de tendencias, los actores fuerzas y movimientos del tránsito en medio de la primera crisis de 1930.
Ya ahondadas las diferencias entre la II internacional y la III internacional, en medio de la terrible "primera guerra mundial", las proyecciones de este debate tendrán poderosos condicionamientos sobre el campo nacional-popular latinoamericano y caribeño, cuyas matrices político-culturales siguen atravesadas por las contradicciones de la dialéctica entre civilizaciones, culturas, naciones y clases sociales. La Guerra, la Revolución Rusa, el ascenso del fascismo, la consolidación del estalinismo y el estallido de la "segunda guerra mundial", conforman un cuadro de grandes dificultades para seguir la senda abierta por el marxismo heterodoxo, crítico y revolucionario de Mariátegui. Predomina la burda conversión de los partidos comunistas a apendices subordinados a las exigencias de la URSS estalinista.
En Venezuela, las disputas por la construcción de un “partido único de izquierdas” expresan la compleja dialéctica entre corrientes culturales y tendencias ideológicas para darle forma a un Proyecto Nacional que responsa a exigencias de democracia, soberanía y justicia social, en las cuales la conformación del PDN y del PRP son solo pequeñas muestras de lo que serán a la postre los partidos históricos del país: PCV, AD, URD y COPEI, para dar luego paso a tantas recomposiciones y divisiones de la izquierda política, que han marcado no solo herramientas teóricas o conceptuales, sino afectos y pasiones, encuentros y desencuentros, simpatías y antipatías.
No puede olvidarse el impacto que juega desde 1924 la reorganización de la estructura de mando en la URSS, el exilio y posterior asesinato de Trotsky, las disputas internas en el seno del PCUS hasta llegar a la hegemonía estalinista, tan cara a los movimientos populares de América Latina y el Caribe. El debate sobre el socialismo del siglo XX estuvo marcado hasta la entrada en escena de la Revolución china por los alineamientos y distanciamientos con los grandes debates del socialismo en el continente europeo entre 1920 y 1935.
La lucha entre la hegemonía estalinista y el emergente maoísmo tuvo sus expresiones en partidos comunistas latinoamericanos, cuya eclosión coincide con los antecedentes inmediatos de la Revolución Cubana, los sucesos de Yugoslavia, Hungria, y luego de la muete de Stalin, las políticas del XX congreso del PCUS en 1960. En América Latina y el Caribe, la hegemonía estalinista significó la diseminación teórica de la dogmatica del marxismo-leninismo en las versiones ya constituidas por Bujarin, Stalin y los funcionarios de la lucha contra cualquier marxismo heterodoxo, crítico y revolucionario (como Lukacs, Korsch, Luxemburgo, y posteriormente Gramsci), en la pluma de Deborin y tantos otros, así como la persecución de cualquier síntoma de trotskysmo.
Es la Revolución cubana, con la eclosión del movimiento nacional-popular antiimperialista del 26 de Julio quien crea un clima propicio para que diversas corrientes revolucionarias se articulen bajo nuevos parámetros de unidad, conservado sus perfiles diferenciados. Ya no es tiempo de los frentes populares, sino de las coordinadoras revolucionarias de masas, de la proyección del castrismo y del guevarismo, del mensaje a la Tricontinental de la incorporación del cura Camilo Torres a la lucha armada.
En Chile se ensaya las más inédita transición pacífica, electoral y democrática al socialismo bajo el liderazgo de Allende y, con la experiencia de gobierno de la UP, que será ahogada en sangre por el imperialismo y sus lacayos oligárquicos, siguiendo los pasos que desde 1964 inauguraron las Dictaduras de Seguridad Nacional en América Latina. Sin embargo, en el trasfondo de la lucha política, el cuadro de fragmentación de tendencias ideológicas, las inculpaciones sobre retrocesos y derrotas, debilitó las fuerzas políticas revolucionarias y la unidad del campo nacional, popular, democrático. Comienza la larga noche de los Terrorismos de Estado, el reconocimiento y aprendizaje de los núcleos perdidos de la democracia política en el proyecto socialista, que tantas debilidades mostraba desde la propia liquidación de Lenin de las fracciones internas, de la consolidación de una revolución sin democracia socialista. Se había perdido desde muy atrás el “hilo de Ariadna” de la emancipación. El trabajo era arduo entonces y arduo ahora.
Por otra parte, las nomenclaturas social-reformistas y conservadoras capitalizaron las fracturas, retrocesos y la descomposición ideológica de las izquierdas revolucionarias latinoamericanas. Desde 1935 hasta el golpe militar contra Allende el 11 de septiembre de 1973, el movimiento democrático, nacional, popular, revolucionario llevaba a cuestas el pesado morral del estalinismo. Con ese lastre era muy difícil luchar.
Y fueron las luchas populares, democráticas, antiimperialistas y revolucionarias centroamericanas en los años 80, el aliento de esperanza de una época de repliegue, de desencanto, de Terrorismo de Estado (abierto o encubierto contra la izquierda insurgente), con una extensión de reconversiones ideológicas, que pasaron por los peajes del eurocomunismo hasta aterrizar en los nichos ideológicos de la II internacional socialdemócrata. Los vientos de cambio de los 60, los sucesos de 1968 en la propia América Latina, hasta llegar al colapso de la URSS no solo significo rupturas de paradigmas, de certezas y herramientas, sino que aceleró descentramientos, desafiliaciones y reconversiones.
Luego, de los aparentes aires revisionistas del eurocomunismo se pasó a la cooptación neoliberal y sus reformas del Estado, con sus cambios estructurales del modelo económico populista-redistributivo. La larga noche neoliberal significó para el campo nacional-popular, el paso a una latencia en los valores refugio ya milenarios, patrimonios que han acompañado la memoria de luchas y de esperanzas nacional-populares. Los movimientos sociales, de derechos humanos, estudiantiles, de mujeres e indígenas, a pesar y más allá de las nomenclaturas políticas de antaño, con sus resquemores, mezquindades y sectarismos, lograron labrar la multitud popular emergente de las luchas anti-neoliberales.
El estallido zapatista, el Caracazo, triunfos electorales en municipios y departamentos en toda América Latina, y luego las rebeliones militares bolivarianas reforzaron una corriente insurgente ante el descalabro de las izquierdas históricas, muchas derrotadas, otras divididas, otras buscando cargos y prebendas, a punta de delaciones burdas o académico-sutiles, bajo el mecenazgo de las clases dominantes.
Es allí donde los llamados giros a la izquierda, la significación del trabajo desplegado por el Foro de Sao Paulo desde antes, el reagrupamiento de tendencias y fuerzas en nuevas esperanzas de emancipación, da lugar a un nuevo terreno ideológico, político, social y cultural que es la plataforma de cualquier discusión sobre el “Socialismo-siglo XXI”. Y ha sido en el contexto de la "Revolución Bolivariana" impulsada por el gobierno del presidente Hugo Chávez Frías en Venezuela, que el término “Socialismo” cobro renovada actualidad, más allá de los eufemismos que circunnavegan con muestras de sutil repudio el imaginario socialista: post-capitalismo, tercera vía, centro radical, etc, y más allá de las evidentes debilidades, deficiencias y desvaríos.
Mientras algunos abandonan cualquier narrativa de emancipación, de justicia, de liberación, en Venezuela la multitud popular que impulsó el proceso constituyente incorporando las demandas del nacionalismo democrático, revolucionario y antiimperialista en la agenda alternativa bolivariana. La radicalidad de la prefiguración del Socialismo del siglo XXI está justamente en el movimiento nacional-popular, radical-democrático y antiimperialista. Es allí donde está la fortaleza del llamado proceso, abajo, adentro, en lo profundo del proceso constituyente.
La multitud se logra convertir en fuerza colectiva-material en tanto se articula necesidades, demandas y aspiraciones de sectores, grupos y clases subalternas, dominadas y excluidas, en pos de la superación de la globalización neoliberal capitalista. Desde allí comienza un nuevo ciclo de luchas, con nuevas composiciones sociales y de clase, que tratará ser revertido violentamente con el intento golpista del 11 de abril. Queda claro que cualquier alternativa al capitalismo neoliberal pasa no por los carriles de reformas sociales neo-desarrollistas, sino por una reinvención del socialismo.
Léase bien, reinvención de nuestro socialismo para Nuestra América nacional-popular profunda. Sin recaídas en calcos y copias, sin reminiscencias a las fracturas, desventuras y errores de la izquierda histórica revolucionaria latinoamericana. Es allí donde nace la posibilidad histórica del nuevo socialismo. No en los calcos y copias. Se trata de la conversión de la diversidad polifónica y policromías de la multitud en fuerza social y política, bajo diversas modalidades de mediación e interlocución. El reto del socialismo-siglo XXI es un reto de memoria, esperanza, utopía, pero ala vez de eficacia política, social, económica y militar. El debate comienza a tomar fuerza en medio de la ofensiva oligárquico-imperial. No es casual, ellos leen "división". Nosotros debemos leer "encuentro y madurez en las diferencias".
Es tiempo de redes, de coordinaciones, de auto-organizaciones, de círculos y colectivos articulados a plataformas unitarias, de agenciamientos mucho más ricos y fecundos, incluso es tiempo de repensar la concepción del "frente único revolucionario" de Mariátegui. El Amauta de Nuestra América sabía porque lo hacia. Había que enfrentar una nueva y mucho más agresiva, ofensiva de la reacción.
¿Aprenderemos la lección de cara al 2010?