Las “transiciones
al socialismo” requieren no solo de consignas, sino de auténtico
estudio histórico, de sensibilidad y reflexión crítica, sobre todo
si consideramos las condiciones de los países periféricos, sus graves
desequilibrios y heterogeneidades estructurales, producto de sistemas
económicos altamente vulnerables y dependientes de los vaivenes en
los precios de materias primas, de las corrientes financieras, comerciales
o de inversión cada vez más internacionalizadas. El Imperialismo clásico
ha devenido Imperio Global del Capital.
Las transiciones
al socialismo en las condiciones de la periferia no se asemejan en nada
a las previsiones marxianas, y no pueden ser objeto para decisiones
e ideas temerarias hacia “modelos de socialismo”, que terminan siendo
“calcos y copias” de las experiencias del socialismo burocrático.
No es
lo mismo audacia que temeridad. Desde una agenda que repita bajo el
esquema de propaganda analizado por Tchakhotine (“La violación de
las multitudes”), un consignismo propio de las escuelas de agitación
y propaganda estalinista, no hay futuro alguno para la reinvención
socialista; y lo menos malo en estas circunstancias, es cualificar un
“programa mínimo de conquistas sociales” propio de un avanzado
“Estado Democrático y Social”, análogo a los países con “alto
desarrollo humano”.
Otro
camino, sería facilitar lo peor, hacer realidad las distopias del imaginario
orwelliano, mejor retratada por la novela “Nosotros” de Yevgeni
Zamiatin. Los tiempos de la transición son tiempos de aprendizaje,
maduración y de construcción de viabilidades. No hay necesidad de
indigestiones doctrinarias, ni de sacar esta o aquella receta de baúles
enmohecidos.
Hay que
aligerar la carga de los sectarismos, para enfrentar los retos civilizatorios
del siglo XXI: la cuestión ecológica, puesta en evidencia en
los recientes informes internacionales sobre el desarrollo, advertida
por comunidades intelectuales de pensamiento crítico y movimientos
sociales desde décadas atrás; la cuestión del desarrollo a escala
humana, pues no hay alternativa post-capitalista sin “desarrollo
humano sostenible”, superando la exclusión, la terrible desigualdad,
la miseria y privaciones que restringen capacidades y opciones de vida
para millones de “condenados de la tierra”; la cuestión democrática
como asunto de participación y empoderamiento popular, sin la cuál
la democracia termina siendo un “teatro de sombras” manejado por
“elites de poder”; la cuestión intercultural para el diálogo
de civilizaciones, culturas y naciones; y la cuestión socioeconómica,
por modelos de economía social y humana, dejando atrás falsos dilemas
entre planificación centralizada y mercado, entre monopolio estatal
o supremacía de las corporaciones privadas de los recursos productivos,
entre la falacia desarrollista, su imaginario de opulencia, y quienes
son aprendices del Ministerio orwelliano de la Abundancia (Minindacia),
encargado de que la gente viva en escasez, al borde de la subsistencia,
presionados por la clientelización de sus necesidades fundamentales.
El asunto
de la transición no remite a debates estériles entre sectarismos trotskistas,
estalinistas, leninistas, maoístas, guevaristas, y demás variantes
derivadas de la revolución teórica marxiana. El asunto es la reinvención
del patrimonio crítico del ideario socialista, democrático y libertario
en su conjunto. Para provocar no solo un movimiento de “aceleración
evolutiva” en los términos de Darcy Ribeiro, sino un salto civilizatorio
frente a la barbarie, que se ha instalado imperceptiblemente y a cámara
lenta desde tiempo atrás.
El balance
de inventario sugiere la necesidad de la articulación de “capacidades
políticas, científicas, técnicas y humanísticas”, del acuerdo
de actores, movimientos y fuerzas sociales mostrando disposición al
aprendizaje, a la creación, a la crítica. La existencia de premisas
políticas e institucionales para abordar el debate socialista es solo
un diminuto eslabón de esfuerzos más amplios, para ampliar los espacios
de libertad, de cara a principios y valores irrenunciables presentes
en la Constitución de 1999.
El eslabón
clave de este proceso no es el adoctrinamiento difusionista, ni el monopolio
estatal de medios de producción, ni la degradación de la esfera pública
y del espacio político a simple politiquería de ventajas tácticas
y cortoplacismo. Las ideas para una democracia socialista son eslabones
claves de la transición. No es lo mismo un proceso popular constituyente,
participativo y protagónico, que la “acción de gobierno”, pues
los limites del aparato administrativo (incluso funcionando como una
aceitada burocracia weberiana) no pueden sustituir jamás la construcción
de una voluntad colectiva nacional-popular para el cambio.
Sin la superación del imaginario del colectivismo burocrático, despótico, oligárquico, retratada en el 1984 de Orwell, o en el originario “Nosotros” de Yevgueni Zamiatin, cualquier transición socialista no deja de ser una simple impostura.