El jesuita Luis Ugalde, máxima autoridad de la universidad UCAB, como es su costumbre semanal, publicó, en el matutino El Nacional, su artículo de opinión titulado: “Dios no es gendarme” (El Nacional, jueves 8 de octubre de 2009, Opinión.9). Totalmente de acuerdo, Dios no solo no es gendarme sino que respeta, en toda Su Esencia, la libertad personal de cada una de sus creaturas además de tener esa particularidad de no tener que pedirle permiso a humano alguno para estar en todas y cada uno de los lugares existentes en el Universo, al mismo tiempo y sin contradicción alguna a Su Esencia. En ese sentido, mal se podría confundir los “asuntos divinos” con los “asuntos humanos” terrenales (decimos terrenales por aquello de la posibilidad de vida fuera de esa “nave” que todas las noches nos recuerda Walter Martínez en su programa por VTV, “Dossier”).
Si nos recordamos, Jesús de Nazareth, le dio algunas “nalgadas” a aquellos que mezclaban los asuntos de Su Padre con los asuntos más pedestres de los intereses humanos, como son la vanidad, usura, lujuria, gula, por mención; es evidente, que Jesús de Nazareth, en ese preciso momento, con su accionar, instituyó las profundas diferencias entre los intereses de los fariseos con las obligadas virtudes humanas que debían, diariamente, vivir sus “hermanos en Dios”. Pero con la institución de la lógica formal por aquellos que se olvidaron de la Patrística a partir de los comienzos de la Edad Media (750 n.e.) junto a las tesis que el “poder terrenal” era el reflejo del Poder Celestial, es decir, que la testa coronada que pudiera ejercer ambas instituciones, terrenal y la supuesta celestial, en la desgastada Europa post-Imperial Romana, competía, vis a vis, con el Hijo del Cielo. Frente a esa realidad histórica era una necesidad, sine qua non, colocar a Jesús de Nazareth en el Sagrario de la institución arquitectónica de las iglesias en cualesquiera fueran sus estilos en los tiempos humanos.
¿En qué momento de la Historia del creado por Dios, la Doctrina contenida en los Santos Evangelios se convirtió, transformada y acomodada, en ideología del Poder terrenal? Es conocido que con Carlomagno, la Iglesia, no la institución terrenal que sustentaba su existencia en la Cristología, comienza caminos hacia su consolidación como poder terrenal; proceso histórico que se profundiza con la institución de la Santa Inquisición como “aparato policial” necesario para dominar, eliminar y, en casos, desplazar aquellas realidades que se comenzaron a desarrollar con la “intelligentsia” en la Córdoba de los “moros”. Quizás Umberto Eco lo describe, perfectamente, en su magnífica obra; es decir, las expresiones en tiempos pretéritos de las diferencias entre los “pobres” y los “aristotélicos” fueron una etapa histórica cuando las virtudes fueron desplazadas por las más básicas de las aspiraciones inherentes al Poder terrenal, es decir, los vicios.
Entre los mea culpa que el jesuita Luis Ugalde debería expresar, públicamente, serían los errores históricos, que, desde comienzos de la Compañía, sustentaron su “raison d´Etat”. Para tranquilidad de los obedientes al Papa Negro, en nuestras conversas con jesuitas que dirigen una de las Iglesias en China, a pesar de los graves errores históricos, sus actuares actuales son de alta dignidad y entrega a las comunidades más necesitadas, resaltando, diariamente, el “vivir las virtudes” humanas, incluyendo, aquella virtud denominada como “patriotismo” en su verdadero y profundo significado; para decirlo con una frase muy llanera: “quien le tira a su familia, se arruina” y ello, respetado Ugalde, es lo que usted, con la cotidianidad asombrosa, vive, es decir, ni vive la virtud del patriotismo y, además, le “tira a la familia”. Nos explicamos, por si las moscas. Vivir el patriotismo no significa ser laxo en la crítica pública a lo público mientras ésta se sustente en “objetivas realidades” y no en discursos lógicos formales para justificar las necesidades que implica “tener o no tener” el Poder. No estamos en los tiempos históricos de aquel Presidente criollo que tanto hizo por la Compañía en detrimento de otras instituciones eclesiales en aquel y permanente juego del Poder eclesial y terrenal. No es un asunto de “hablar con Dios” sino de “vivir en Dios” a través de Su Hijo, Jesús de Nazareth.
Pero ¿Por qué decimos lo expuesto sin demostrar nuestros argumentos sobre lo escrito por Luis Ugalde? Comienza el texto informándonos que “…durante milenios los gobiernos fueron confesionales y las autoridades imponían obligatoriamente su religión y visión de la vida…” (Idem) En virtud de la verdad, Ugalde debería informar el por qué de los “gobiernos fueron confesionales” y por qué Su Santidad, en cada tiempo histórico, “coronó al sucesor” del Sacro Imperio Romano Germánico por aquello de la objetividad, honestidad y ética del comunicador. Los gobiernos cristianos confesionales, nos dice Ugalde, “…discriminaban y perseguían a los no cristianos…”, además de que nos consta en lo familiar, debemos precisar que la profunda relación entre el Poder Público, es decir, el Gobierno y la Iglesia conformaban una sola unidad de criterio en su relación con las sociedades urbano-campesinas buscando su necesario control por el intermedio de la represión del Poder/Gobierno y la mancilla de la conciencia desde los púlpitos eclesiales. Por tanto, tanto el Poder y/o como los califica Ugalde, “los gobiernos confesionales”, y la Iglesia actuaban como un solo ente-Poder sin contradicciones y en temporal unidad, según las necesidades de uno u otro como sucedieron en el Renacimiento y/o durante los tiempos pre-Revolución Francesa.
El desarrollo del texto de Ugalde sigue enseñándonos el camino de la “verdad católica” cuando nos ilustra diciéndonos que “…hoy, en los países de raíces cristianas no queda ningún Estado confesional, y en éstos no hay persecuciones políticas por razones religiosas…” (Ibidem). Definitivamente, deberíamos seguir con nuestros intentos de comprender el mundo internacional pero la Religión no nos deja escapar de ese muy interesante mundo de contradicciones. Permítasenos, lectores(as), divagar por el mundo onírico de la perfección perfecta del mundo cristiano. Durante las décadas de los años 60 y 70 en Venezuela, se perseguían a las personas por ser comunistas, es decir, ateos y, por ello, a esos perseguidos se les acosaban por vivir en comunión con sus principios doctrinarios ateos. Actualmente, el Poder (Müller Rojas dixit), las instituciones públicas y muchas privadas norteamericanas, la ideología norteamericana giran alrededor de creencias cristianas y, por esa vía, se han tomado decisiones como las persecuciones a musulmanes norteamericanos por la simple razón de sostener y practicar sus creencias en el Islam.
Continúa su enseñanza y demostración exponiendo que “…laicos que no imponen en la escuela una fe religiosa, sino que organizan políticas para…fomentar la educación de los niños y jóvenes en valores…” (Idem) Estamos de acuerdo en ello pero Ugalde condiciona, sutilmente, esa realidad cuando nos dice que “…se firman convenios con las iglesias para dar en la escuela…formación religiosa, de acuerdo con la libre escogencia de los padres…” (Idem). Nos trataremos de explicar.
Si la base fundamental de la sociedad, cualesquiera sea su gobierno y la ideología imperante, es la familia, le corresponde a la familia, como obligación moral y ética, la formación de sus hijos en los valores fundamentales, es decir, las virtudes humanas sostenidas en la Religión que cada familia practica según sus tradiciones ancestrales. En segundo lugar, si Jesús de Nazareth dijo aquello de ir por el mundo propagando la fe y la institución de la Iglesia ha asumido que es la representante de la Cristológica en esta “nave” referida, lo más lógico es que, como primera obligación, debería usar el púlpito y los espacios eclesiales para enseñar algo que es fundamental para cualquier católico como es el Catecismo cuyo contenido permite consolidar aquellas responsabilidades de los padres en las enseñanzas de las virtudes. Entonces ¿Dónde radican las evidentes fallas de la falta de valores en los miembros de las sociedades consumistas? No podemos “lavarnos las manos” y acusar al Gobierno de desidia, inoperancia, politización y represión de los Derechos Humanos cuando es en la propia célula de la sociedad, es decir, la familia y en las obligaciones teologales de la Iglesia Católica donde comienzan a violarse descaradamente esos Derechos Naturales que Dios nos imprimió en el alma.
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