Nadie puede poner en duda que ha sido Chávez quién ha re-lanzado el debate en Venezuela y en Nuestra América, sobre el Socialismo del siglo XXI, en un momento en el que las luchas anticapitalistas y alter-mundialistas requieren cierta clarificación de horizontes ideológicos.
Existe toda una tradición de luchas antiimperialistas y contra las estructuras históricas de injusticia social, explotación y marginación social, que indudablemente forman parte del proyecto bolivariano, que desde nuestro punto de vista puede calificarse como un caso particular del “nacionalismo popular revolucionario”.
Sus opositores y detractores lo descalifican en el plano de la lucha ideológica como neo-totalitarismo, castro-comunismo del siglo XXI, populismo militar de izquierda, e incluso como fascismo. Sin embargo, la mayor parte de estos calificativos muestran una profunda ignorancia acerca de la historia de Nuestra América, donde pueden rastrearse desde la revolución mexicana hasta la actualidad, sistemas de movilización social, regímenes políticos, patrones de politización y formas de liderazgo, que presentan claras analogías con el proceso bolivariano, constituyendo sus procedencias más claras. El mismo Chávez no ha dejado de exaltar las figuras históricas de representantes del nacionalismo radical: Cárdenas, Perón, Torrijos, Velazco Alvarado, Sandino, Gaitán, Fidel Castro, han sido de una manera u otra, con todas sus particularidades, figuras emblemáticas de movilizaciones nacional-populares.
Sin embargo, a pesar de sus diferencias y especificidades de los nacionalismos populares revolucionarios, hay desafíos y problemas que deben encararse: ¿Qué mundo posible queremos, es acaso deseable, posible y factible? ¿Cómo funcionaría la sociedad de justicia, igualdad sustantiva, solidaridad y libertad real para las mayorías populares por la que luchamos? ¿Qué principios, criterios y valores presiden las relaciones sociales de una sociedad en ruptura con el capitalismo? ¿Cómo fundamentar ecológicamente nuevas relaciones sociales en la producción, en la distribución y en el consumo? ¿Cómo asegurar que la abolición de la explotación capitalista garantice una auténtica emancipación individual y colectiva? ¿Cómo acabar con opresiones específicas y discriminaciones seculares? ¿Cómo superar los dilemas de la radicalización democrática cuando muchas de estas experiencias derivaron en sus procesos de institucionalización del régimen político, en formas de corporativismo social, cuando no en claras propensiones o manifestaciones autoritarias? Obviamente, con “calcos y copias” de socialismos burocráticos, será muy difícil acertar en estas cuestiones.
Para avanzar en la construcción de nuevos horizontes socialistas, democráticos, libertarios hacia el siglo XXI, hay que reconocer el significativo giro eco-político que requiere el nuevo proyecto socialista, dejando atrás los códigos ideológicos de la modernización refleja (industrialización acelerada y compulsiva, bajo el dogma del “desarrollo de las fuerzas productivas”), así como el imaginario del colectivismo oligárquico-despótico, sedimentado por los monstruos políticos de la modernidad euro-céntrica.
Cuando nociones como modernización industrialista, desarrollismo y modernidad colonial-liberal entran en crisis, no basta relanzar una tradición socialista sin agotar una profunda auto-reflexión crítica sobre sus posibilidades y límites. ¿Es el nuevo socialismo “soviets + electrificación”? ¿Es el nuevo socialismo el viejo “Estado Socialista” presente en la Constitución estalinista de 1936? ¿Es el socialismo para el siglo XXI un proyecto inspirado en el marxismo-leninismo ortodoxo de la III internacional bolchevique? ¿Es el nuevo socialismo una aproximación indirecta al viejo socialismo burocrático y a los regímenes de “partido único”? ¿Qué hay de “nuevo” en el “socialismo bolivariano” del siglo XXI?
Este debate no es intrascendente. Si el socialismo-siglo XXI no se articula a discursos, prácticas de empoderamiento popular y políticas de emancipación para el desarrollo humano sostenible no tendrá chance alguno. Por más mitos, epopeyas, épicas, héroes y leyendas que se proyecten en la pantalla del imaginario colectivo, sin la concreción del desarrollo humano sostenible, concepto incorporado a la constitución de 1999, todo este señuelo ideológico correrá el riesgo de convertirse en una suerte de boomerang contra el proceso bolivariano.
El gobierno revolucionario venezolano da claras muestras de acelerar la lucha contra la pobreza y la exclusión, pero aún muestra un escaso impacto en derrotar las desigualdades estructurales. El 20 % de los hogares con mayores ingresos (de acuerdo al anuario estadístico de la CEPAL-2008) concentra el 48 % de los mismos, mientras el 60 % de los hogares más pobres concentra sólo el 29,6%. Lo que oculta para el común de las personas el coeficiente de Gini, con sus ecuaciones matemáticas, se revela en un coeficiente sencillo de desigualdad, donde se comparen quintiles de ingreso inferiores y superiores, colocando en la agenda lo mucho que queda por hacer, ya que gran parte de la riqueza se sigue concentrando en pocas familias, que aún siguen practicando modalidades de acumulación capitalista garantizadas por el marco legal vigente, o a través de la soterrada “acumulación delictiva de capital” que succionan, directa o indirectamente, parte del presupuesto público.
Es completamente cierto que el actual informe del PNUD (2009 con datos de 2007) ubica a Venezuela en una mejor posición (en el puesto 58 del desarrollo humano alto), pero también es cierto que dentro de este grupo de 44 países con desarrollo humano alto, hay vulnerabilidades en los indicadores como la paridad de poder adquisitivo en dólares per capita (PPA per capita) en gastos en salud y educación. Otro dato es que 13,7 % de la población Venezolana vive con menos de 2 $ al día. Más allá del los avances que hay que reconocer (y que solo una derecha histérica puede desconocer), hay mucho trecho por recorrer para justificar miradas autocomplacientes.
No puede existir un nuevo socialismo en medio de desigualdades ni engordando el reciclaje de dólares en las fracciones del capital financiero. Hay verdades que duelen, entre ellas, la conjunción del capital financiero, el presupuesto público y la nueva burguesía “roja-rojita”. Para nadie es un secreto, la complejidad de las contradicciones sociales y políticas del proceso. Entre ellas, las contradicciones y discriminaciones de clase, género, etnia y color de piel.
Las desigualdades estructurales muestran los límites de la retórica revolucionaria. Hay quienes prefieren hablar del “proletariado” de los manuales soviéticos, en vez de reconocer el sistema de dominación y desigualdad social específico de nuestras realidades sociales: sus rostros, actores, movimientos y fuerzas sociales.
Por tanto, hay que encarar nuevos y viejos retos. Hay tres torsiones fundamentales en el horizonte ideológico para reinventar nuevos socialismos que nos parecen indispensables: la eco-política radical, la crítica al paquete ideológico de la modernidad euro-céntrica y la democracia participativa, dejando atrás las fórmulas ideológicas simples (ancladas paradigmas de la simplicidad), rompiendo con la falacia desarrollista, el productivismo y el consumismo; y con aquellas mentalizaciones de los “regímenes de partido único”, tan propensas a descalificar la critica radical como “traición” y “confusión”.
El socialismo que promueve e impulsa la democracia participativa tiene poco o nada que ver con el socialismo burocrático. Eso si, siempre que exista efectiva participación y protagonismo popular. No se trata entonces de confundir el pensamiento crítico con “traición y confusión”, se trata de evitarles, incluso a los propulsores de viejas “nomenclaturas” y “nuevas clases”, la pesadilla del “campo minado”, el “callejón sin salida” y el previsible colapso de cualquier “calco y copia” del Socialismo de Estado, del colectivismo oligárquico.
Es conveniente mirarse en el espejo de la implosión del socialismo burocrático, incluso de aquellos modelos que se mantienen por “respiración artificial”, o en “salas de terapia intensiva”. Quienes desde temprano olieron el colapso, como el pragmatismo neo-desarrollista en China y sus “cuatro modernizaciones” (1979), o el Doi Moi de Viet Nam (1986), dejan pocas dudas que tratan de salvaguardar, al menos, formas de nacionalismo antiimperialista, que inspiraron algunas de las mayores gestas de movilización popular a lo largo de la historia del siglo XX. Para algunos, son simples restauraciones capitalistas. Para otros, son vuelcos pragmáticos ante reflujos revolucionarios de alcance mundial.
Desde coordenadas radicalmente distintas de su marco político-institucional, las experiencias más avanzadas de Estado Social y Democrático de los países escandinavos, muestran que el desarrollo humano y la calidad de vida, requieren de menos discurso y más esfuerzo político-institucional para alinear recursos, capacidades y acciones hacia objetivos y metas dirigidos hacia el desarrollo del potencial humano de las personas, familias y comunidades; desarrollando capacidades humanas para la equidad compleja. No es mentira plantear que entre los países con mayor índice de desarrollo humano (IDH-PNUD), esté Noruega, Islandia, Suecia y Dinamarca, junto con los Países bajos, Australia, Canadá, Japón, Francia y Finlandia. Obviamente, no se trata de copiar estos modelos, sino de comprender de manera selectiva cómo lograron institucionalizar regímenes de bienestar que se acercan a los objetivos de desarrollo humano.
Sin necesidad de apelar a las etiquetas simples, sin los maniqueísmos que impiden agudizar el análisis. Cuando uno escucha simplismos maniqueos sobre capitalismo/socialismo, autoritarismo/democracia, reforma/revolución, basta salirse de las plantillas, y analizar más de cerca las políticas y experiencias que impactan efectivamente en la calidad de vida, en función de aprender a construir proyectos de desarrollo humano sostenible, sin dejar de atraparse tampoco por los espejismos estadísticos o sus sesgos ideológicos implícitos. Socialismo para el siglo XXI y desarrollo humano deben cruzarse en múltiples dimensiones.
Lo que estamos planteando es la necesidad de enterrar los pies en las raíces históricas propias, pero tener una visión estratégica, analizando y comparando las experiencias más exitosas de transformación social en función del desarrollo humano, la calidad de vida y la escala ambiental del mismo. No se trata de terceras vías ni nada parecido, se trata de traducir en su sentido exacto, el significado del término Doi Moi Vietnamita: renovación. Renovación socialista para el siglo XXI, para salir de la trampa del socialismo burocrático.
El renacimiento del imaginario crítico socialista pasa por experiencias de renovación radicales de los marcos desde los cuales se viene construyendo el horizonte del socialismo posible. Cualquiera que esté medianamente informado sobre los pormenores del debate acerca de los “enfoques unificados del desarrollo” desde los años 70, puede reconocer la necesidad de un nuevo orden económico internacional de justicia e igualdad sustantiva, analizando las brechas entre Norte y Sur, así como la necesidad de nuevas perspectivas del desarrollo humano que dejen atrás todo el vocabulario del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial e instituciones similares, que se reclaman promotoras de la concepción capitalista del crecimiento económico.
La catástrofe a cámara lenta de la crisis ambiental, alimentaria, energética y económica, junto a las revueltas sociales, sepultará en el siglo XXI toda la retórica capitalista del desarrollismo y el imaginario de la modernidad euro-céntrica. Si de nortes se trata, desde el Sur pueden construirse modelos propios de desarrollo, con discernimiento selectivo de los criterios para el empoderamiento popular y el desarrollo humano de las mayorías sociales, hasta ahora empobrecidas y excluidas, sin acceso al ejercicio efectivo de la democracia protagónica y la participación en la toma de decisiones reales.
Basta recordar que fue por ausencia de democracia desde las bases sociales, que fracasó la experiencia de los socialismos burocráticos, por carencia de una democracia radical, que no podía estar supeditada a la cultura del partido/aparato y sus funcionarios. No era la planificación per se la que garantizaba el desarrollo humano, sino el tipo de planificación que debía incorporar el protagonismo efectivo y la democracia participativa como ejes del poder popular. No es en definitiva el estatismo autoritario, tan característico de los socialismos burocráticos, el que puede relanzar un proyecto de emancipación social.
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