Desde que el termino izquierda de posicionó en la agenda política de la Modernidad Occidental, luego de la Revolución Francesa, se ha partido del supuesto que ser de “izquierda” es ser “socialista”. Pero el asunto no es tan simple. Es una confusión similar a aquella que plantea que ser “socialista” es ser “marxista”, o que ser “marxista” es ser “leninista”.
Hay que romper con pesados estereotipos para repensar radicalmente el imaginario crítico socialista y sus instrumentos auxiliares, sus máquinas de lucha. Así como hay múltiples izquierdas, hay diversos socialismos, así como diversos instrumentos de lucha, movilización, organización y catalizadores de nuevas formas de conciencia. No se trata, por cierto, de la falacia maniquea entre partido/anti-partido ni de las “dos izquierdas”.
Se trata de repensar la genealogía histórica de las constelaciones socialistas, revolucionarias y democráticas de cara a los retos, escenarios y problemas previsibles en el siglo XXI. El debate y desafío que ha lanzado Chávez en Venezuela sobre el “socialismo bolivariano del siglo XXI”, no puede encallar en la idea de que “otro gobierno es posible”. Que se trata solo de “gobierno” y de “partido”.
Se trata más bien de la construcción de la voluntad colectiva, a escala local, nacional, continental y mundial, de las fuerzas político-culturales para una vasta iniciativa de transformación de las estructuras históricas de dominación, injusticia, explotación y exclusión.
Llámese “Socialismo del siglo XXI”, “Socialismo en el siglo XXI”, “Socialismo para el siglo XXI” o simplemente “Socialismo. Siglo XXI”, el asunto remite a la actualidad, vigencia y relevancia del imaginario socialista para superar la crisis civilizatoria del régimen del capital.
Ante esta ambiciosa idea-fuerza, hay que pasearse por las mediaciones históricas y teóricas concretas para llegar a tal horizonte (no se trata de ideas mágicas, ni se “soplar y hacer botellas”), sino de referirse a las condiciones, circunstancias, fuerzas sociales, ético-culturales y políticas que pudieran encarnar tal posibilidad.
Desde nuestro punto de vista, cualquier ruptura o desconexión entre el modelo socialista posible y la revolución democrática, anti-imperialista, ecológica y descolonizadora conduciría a una repetición de modelos análogos al socialismo burocrático, del colectivismo despótico o del estatismo autoritario, a los regímenes de partido único y a las economías estatizadas del siglo XX.
Cuando hablamos de revolución democrática hablamos de la centralidad del proceso popular constituyente, que genera novedosas formas de democracia participativa y protagonismo popular; es decir, que no enquistan cogollos ni instituciones que suplantan el ejercicio participativo del autogobierno.
Cuando hablamos de antiimperialismo hablamos de considerar el necesario debate sobre imperio/imperialismo en el siglo XXI, así como el papel de la hegemonía norteamericana y del G-8 en este asunto.
Cuando hablamos de descolonización, planteamos que mientras las codificaciones marxistas y socialistas del siglo XX fueron fundamentalmente tributarias de la modernidad euro-céntrica, será imprescindible superar el colonialismo intelectual en los propios esquemas, teorías y marcos ideológicos disponibles.
Un diálogo polémico entre marxismos heterodoxos, teorías críticas, estudios culturales y subalternos, posmodernismos oposicionales, corrientes de descolonización intelectual, teologías liberadores y ciencias sociales emancipadoras ofrecen un panorama más alentador que cualquier doctrinarismo de aparato, que el monolitismo ideológico derivado de la clausuras dogmática de la revolución teórica inconclusa de Marx. Allí reside el núcleo profundo cuando dijo: “yo no soy marxista”.
Liberar el pensamiento crítico socialista de las “revoluciones desde arriba”, de los “decisionismos de aparato”, que como plantearía Guattari, son verdaderas contra-revoluciones moleculares.
Los partidos pueden ayudar, pero más ayuda al cambio de vida sustantivo, la construcción de la multitud popular como permanente potencia constituyente.
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