Ciertamente, si se requiere
profundizar la irreverencia del debate socialista, sin necesidad de
funcionar como simples “antenas repetidoras” de fracciones de la
dirección burocráticas del “monopolismo de estado”; es decir,
de las experiencias del socialismo realmente inexistente del siglo XX;
de sus oligarquías políticas, nomenclaturas o agentes de disciplina
policial, en el estricto sentido dado a esta función por Jacques Ranciére
(El desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos
Aires, 1996), hay que asumir las implicaciones de las intervenciones
y posiciones intelectuales, teóricas, reflexivas en el debate sobre
la revolución democrática y socialista venezolana. La revolución
democrática, socialista, descolonizadora, bolivariana no tiene porque
recaer en las posturas dogmáticas de los “apparatchik”,
o de quienes pretenden serlo, pues esta es una servil reproducción
de la cultura de izquierda estalinista.
Uno de los errores históricos de los “sicofantes históricos” (desde Grecia hasta la actualidad), es precisamente su puesta al servicio de una estrategia política velada de dominación; en este caso, de “calco y copia”, como si las revoluciones fueran simples guiones trasplantados desde los laboratorios de la “propaganda bancaria”, del dirigismo vertical, impositivo y alienante, ya cuestionado por Freire en su análisis del liderazgo revolucionario en su ya clásico trabajo: “Pedagogía del oprimido”. Creemos en la importancia de los órganos democráticos y revolucionarios de la dirección política, pero no en la cultura del partido/aparato, monolítico, sin democracia interna, y basado en formas de centralismo autoritario y burocrático. No se trata, por tanto de ultra-democracia, sino de no temerle a la iniciativa de masas, a su autonomía de clase, ni intelectual, ni política ni ético-cultural. Pues, las lealtades ciegas en las revoluciones, cuando son revoluciones democráticas y socialistas, solo conducen a la derrota.
Las revoluciones no algo
distinto de “calcos y copias”, son construcciones colectivas, puestas
en acto por la intervención decisiva y la iniciativa de las masas populares,
de las clases trabajadoras, de las multitudes populares, a través de
la guía ideológica y orientación de sus órganos democráticos y
revolucionarios de dirección política. En momentos en que los movimientos
sociales y populares venezolanos comienza a asumir tareas de profundización
de herramientas de reflexión y orientación socialistas, es preciso
referirse a la crítica de Marx y Engels hacia el blanquismo y
el jacobinismo político tanto en 1891 Engels: Introducción a La guerra civil en Francia de Carlos Marx., como en 1895, Engels: Introducción a la edn. de
1895 de Las
luchas de clases en Francia de 1848 a 1850
de Marx.
Estas, son importantes referencias que enriquecen el debate político, y que aclaran muchas de las dudas que surgirán en polémicas posteriores, a comienzos de la Revolución Rusa, y sobre todo para comprender las críticas de voces, como las de Rosa Luxemburgo a las claras tendencias autoritarias de la dirección revolucionaria bolchevique encarnadas en Lenin. Y como lo hemos planteado polémicamente, decisiones y estilos del propio leninismo prefiguraron el estalinismo.
En aquella poca leída,
intencionalmente ignorada, o muchas veces peor recordada: Introducción
de Engels a la “Lucha de la clases sociales en Francia de 1848 a 1850”
de Carlos Marx, reaparece un hilo conductor del pensamiento crítico
y revolucionario marxiano: la crítica del imaginario “jacobino-blanquista”.
Pocos reconocen la forma como Marx y Engels se fueron desprendiendo
gradualmente de las mitologías revolucionarias que proyectaron los
acontecimientos de la Revolución Francesa, como modelos de orientación
para las clases populares y subalternas. No hay que olvidar que la “Revolución
Francesa” fue una revolución burguesa, no una revolución bajo una
dirección popular o proletaria. Tampoco hay que olvidar un enunciado
clave de los fundadores de la filosofía de la praxis colectiva del
proletariado: “la emancipación de los trabajadores debe ser obra
de los trabajadores mismos”. No se puede suplantar la acción colectiva
de clase, del pueblo, de las masas, de la multitud, por diversas cadenas
de sustitución que terminan generando “nuevas clases”, “nomenclaturas”,
“oligopolios de poder” y ficciones reaccionarias como el “principio
del caudillo”, de cuño claramente fascista.
Lo planteamos sin ambigüedades,
solo es posible comprender las condiciones y causas históricas de la
presencia del “cesarismo progresivo” en la dialéctica entre revolución
y restauración, por la ausencia orgánica del “príncipe moderno”
en el proceso revolucionario, por la debilidad de los espacios y órganos
democráticos de dirección política de las clases, grupos y sectores
populares y subalternas, por la inexistencia del “intelectual colectivo”.
El fenómeno transitorio del “cesarismo progresivo” no puede devenir en suplantación, en sustitución del movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. Si fuese así, solo estaríamos en una simple tesis de “circulación de las elites”, de cuño políticamente reaccionario, no en una revolución democrática y socialista; es decir, en la acción colectiva de clase, de masas, del pueblo para la transformación completa de la organización social. El “momento del líder” no puede desfigurar, sustituir, suplantar el protagonismo popular, la iniciativa de masas, el ejercicio del poder proletario como clase gobernante, sin caer en una u otra variante del populismo.
Recordemos palabras del
Manifiesto Comunista de Marx y Engels: “Hasta ahora, todos los
movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría
o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento
autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.
El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual,
no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde
los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad
oficial.” (Manifiesto Comunista-1848).
En la Introducción de
1891, Engels plantea: “(…) los blanquistas partían de la idea de
que un grupo relativamente pequeño de hombres decididos y bien organizados
estaría en condiciones, no sólo de adueñarse en un momento favorable
del timón del Estado, sino que, desplegando una acción enérgica e
incansable, podría mantenerse hasta lograr arrastrar a la revolución
a las masas del pueblo y congregarlas en torno al pequeño grupo dirigente.
Esto suponía, sobre todo, la más rígida y dictatorial centralización
de todos los poderes en manos del nuevo gobierno revolucionario.”
Y en la Introducción
de 1895, Engels vuelve sobre el mismo punto: “Cuando estalló la revolución
de Febrero, todos nosotros nos hallábamos, en lo tocante a nuestra
manera de representarnos las condiciones y el curso de los movimientos
revolucionarios, bajo la fascinación de la experiencia histórica anterior,
particularmente la de Francia. ¿No era precisamente de este país,
que jugaba el primer papel en toda la historia europea desde 1789, del
que también ahora partía nuevamente la señal para la subversión
general? Era, pues, lógico e inevitable que nuestra manera de representarnos
el carácter y la marcha de la revolución «social» proclamada en
París en febrero de 1848, de la revolución del proletariado, estuviese
fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.”
Y más adelante, Engels
reconoce: “Pero la historia nos dio también a nosotros un mentís
y reveló como una ilusión nuestro punto de vista de entonces. Y fue
todavía más allá: no sólo destruyó el error en que nos encontrábamos,
sino que además transformó de arriba abajo las condiciones de lucha
del proletariado. El método de lucha de 1848 (Barricadas y la insurrección)
está hoy anticuado en todos los aspectos, y es éste un punto que merece
ser investigado ahora más detenidamente.”
La revolución socialista
no deja de ser en su contenido esencial
“el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una
mayoría inmensa”, pues “la época de los ataques por sorpresa,
de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la
cabeza de masas inconscientes, ha pasado”. Y sintetiza Engels: “Allí
donde se trate de la transformación completa de la organización social
tiene que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido
ya por si mismas de que se trata (…)”.
Por tanto, una revolución
socialista, como transformación completa de la organización social
no es asunto de “minorías”, de “individuos o vanguardias”,
por más conscientes que sean, a menos que se pretenda repetir aquella
trágica experiencia y expresión del Libertador con relación al proceso
de independencia: “He arado en el mar”.
En el caso de las revoluciones
socialistas, lo decisivo no son los individuos excepcionales, ni las
minorías conscientes, sino la comprensión del papel de la iniciativa
de las “masas populares”, de las clases subalternas”, de la multitud
popular, en las tareas de la transformación completa de la organización
social.
Sobre todo, si se trata
de superar el dogmatismo, el seguidismo ideológico, la compulsión
a repetir errores históricos: “La tradición de todas las generaciones
muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando
éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar
las cosas, a crear algo nunca visto, en estas
épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos
en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres,
sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez
venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la
historia universal.” (Marx. 18 Brumario)
¿Cuáles son los espíritus
del pasado, sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, sus disfraces
de vejez venerable, el lenguaje prestado? Justamente, en esto consiste
la actitud de “calco y copia”, frente al llamado de creación heroica
de Mariátegui, o el lema de Inventamos o erramos de Simón Rodríguez.
O reproducimos servilmente
los detalles de las revoluciones que dieron lugar al estatismo autoritario,
con sus sistemas de partido único y su burocratización generalizada,
o asumimos la necesidad de crear figuras de socialismo que profundicen
la democracia sustantiva, el poder popular y la socialización del poder
en todos los espacios de una sociedad en plena transformación. Estos
son asuntos que involucran a los movimientos sociales y populares, a
todas las clases y sectores populares y subalternos, a los sectores
medios, profesionales, militares, estudiantes, indígenas, mujeres,
a los pequeños y medianos empresarios de la ciudad y el campo, a los
intelectuales En fin, al bloque históricos nacional-popular emergente.
Una revolución democrática y socialista, descolonizadora, profundamente
libertaria, no se puede dar el lujo de repetir los profundos y graves
errores del socialismo y del comunismo de Estado.
No queremos repetir la barbarie, construyamos en multitud la democracia socialista.
jbiardeau@gmail.com