Sin democracia socialismo, no podrá edificarse una transición al socialismo que no recaiga en los errores del socialismo burocrático. La revolución bolivariana, desde que comenzó a hablarse de socialismo del siglo XXI en el año 2004 hasta el intenso proceso de definiciones del año 2007, parece estar atrapada en dos campos minados, que le impiden repensar las relaciones entre el proceso popular constituyente y la construcción de nuevos referentes socialistas de contenido radicalmente democrático, libertario, participativo, descolonizador, ecológico y pluralista:
a) el campo minado del Capitalismo de Estado, por una parte, que apoya una matriz desarrollista-patrimonialista-populista-clientelar, con fuertes inercias de la subcultura de la “Adequidad”, que aún plantea la búsqueda de prebendas materiales,
b) el campo minado
del Socialismo Burocrático, con una matriz que asume una mezcolanza,
entre el estalinismo más ramplón y el seguidismo ideológico-político
de aspectos de la Revolución Cubana, que aún plantea la búsqueda
de privilegios políticos.
Desde nuestro punto
de vista, para salir de este doble campo minado, hay que romper con
la actitud del “calco y copia”, para pasar a debatir tanto las raíces
originales y específicas de la revolución bolivariana como su proyección
como utopía nacional-popular. Se trata de plantear su “diferencia
específica” con otras experiencias de construcción del socialismo,
reconociendo obviamente sus luchas comunes contra el imperio, el colonialismo
y el capitalismo histórico. Pero además se trata de una renovación
radical del ideario socialista, de un aprendizaje creativo y crítico
de las experiencias del socialismo real, para no repetir sus errores,
para complementar la política cada vez más necesaria de revisión,
rectificación y reimpulso revolucionario.
Por otra parte, no
se puede desconocer el momento embrionario de construcción de la transición
socialista. Se trata no del momento del alumbramiento socialista definitivo,
sino de retomar la senda perdida, el hilo conductor del movimiento de
emancipación política y social de la mayoría, de la multitud, del
pueblo. Más aún, cuando el proceso de transición nace de circunstancias
específicas, de un proceso bolivariano comprendido como revolución
pacífica, democrática, electoral, y que pretende mantener la coherencia
doctrinaria con los postulados fundamentales de la Constitución de
1999, hecho que la coloca como una revolución sui generis, para
el abordaje de la relación entre democracia constitucional y modelo
socialista.
El embrionario proceso
de construcción socialista en Venezuela no puede recaer en el
proceso de encuadramiento y burocratización política por la conversión
del partido revolucionario en partido-aparato de Estado, en nombre de
la edificación socialista como “calco y copia”.
Rosa Luxemburgo tuvo
la lucidez de plantear es sus escritos: “Problemas de Organización
de la Socialdemocracia Rusa” y “La Revolución Rusa”, una crítica
sin ambigüedades a la reactivación del imaginario jacobino-blanquista
en el seno de la socialdemocracia revolucionaria rusa. Sus enseñanzas
deber ser analizadas a la luz de la crítica socialista del imaginario
jacobino-blanquista de la revolución, y de todas aquellas corrientes
que cultivan una predisposición por la “pureza revolucionaria”;
por tanto, por el sectarismo y el despotismo.
Por ejemplo, Marx desconfiaba
de quienes proclamaban una revolución de minorías audaces y conscientes,
de quienes propagaban propagan una revolución “desde arriba”, y
con un carácter “vanguardista” y menos “personalista”; de quienes
no colocaban el acento en una revolución de multitudes populares, de
las clases trabajadoras, dirigida desde abajo, desde órganos democráticos
de dirección política revolucionaria. Obviamente existe dirección
revolucionaria, liderazgo y organización, pero de carácter colectivo
y democrático.
Rosa Luxemburgo, en
su texto: “Problemas organizativos de la socialdemocracia rusa”
que apareció simultáneamente en Neue Zeit y en Iskra en 1904, elabora
una respuesta al ¿Qué hacer? y a “Un paso adelante, dos pasos atrás”,
ambos de Lenin. Para Luxemburgo, era claro que la prefiguración del
nuevo Estado de transición hacia el Socialismo, se realizaba desde
la conformación del propio partido revolucionario. Si el partido nacía
con un carácter ultra-centralista o despótico, esto sellaría la construcción
del Estado de transición. Esto fue lo que ocurrió en la URSS, una
organización partidaria con un carácter ultra-centralista, generó
condiciones necesarias y facilitadoras de un liderazgo despótico. Dice
Luxemburgo:
“El libro (…)
escrito por el camarada Lenin, uno de los dirigentes y luchadores más
notables de "Iskra" en su campaña preparatoria del congreso
ruso es la exposición más sistemática de la tendencia ultra-centralista
en el partido ruso. La concepción que se manifiesta en esta obra del
modo más penetrante y exhaustivo es la de un centralismo sin contemplaciones.
Su principio vital es, por un lado, poner claramente de manifiesto la
separación entre los destacamentos organizados de revolucionarios decididos
y activos y el medio que los rodea, desorganizado pero activo revolucionariamente;
por otro lado, la disciplina férrea y la injerencia directa, decisiva
y determinante de las autoridades centrales en todas las manifestaciones
de las organizaciones locales del partido.”
Para Lenin, es el comité
central del Partido el que resulta ser el núcleo realmente activo,
el espacio donde se diseñan efectivamente las decisiones del partido,
mientras que las demás instancias de la organización, se limitan a
ser instrumentos de ejecución de sus decisiones. Para Lenin, se trataba
idealmente de la unión entre el centralismo de la organización y el
movimiento socialdemócrata de masas, de allí la fórmula de “centralismo
democrático”, una suerte de dogma organizativo de la ortodoxia soviética,
que fluctuó entre el “centralismo conspirativo” leninista y el
“centralismo burocrático” estalinista. Frente a esta posición,
Luxemburgo planteó:
“La socialdemocracia
origina una forma de organización completamente distinta a la de los
movimientos socialistas anteriores, por ejemplo, los de carácter jacobino-blanquista”.
Mientras Lenin sostiene
que el revolucionario socialdemócrata no es otra cosa que un "jacobino
inseparablemente unido a la organización del proletariado con conciencia
de clase", Luxemburgo cuestiona esta concepción partidaria
de la “conjura de una minoría”. Esto implica “una valoración
distinta de los conceptos de organización, un contenido completamente
nuevo para el concepto del centralismo y una concepción también novedosa
de la relación mutua entre la organización y la lucha.
Luxemburgo parte de
la diferencia específica entre Marx-Engels y el método jacobino-blanquista
de organización. El blanquismo no precisaba de ninguna organización
de masas populares para llevar a cabo la “conjura de una minoría”,
y la táctica y las tareas inmediatas de la actividad se podían determinar
con todo detalle de antemano, fijándolas y prescribiéndolas con arreglo
a un plan determinado. Por esta razón los miembros activos de la organización
solían transformarse en órganos ejecutivos puros de una voluntad ajena
a su campo de actividad y determinada previamente, es decir, en instrumentos
de ejecución del comité central.
Esto producía a su
vez la segunda característica del “centralismo conspirativo”: la
supeditación ciega y absoluta de los órganos inferiores del partido
a las autoridades centrales y la ampliación de las atribuciones decisorias
de éstas, hasta alcanzar la periferia más extrema de la organización
del partido. Luxemburgo habla de “centralismo conspirativo” para
caracterizar el leninismo organizativo, no de “centralismo burocrático”,
pues lo sustantivo era el carácter ultra-centralista del espacio donde
se diseñaban las decisiones, no el tamaño del aparato, su pesadez,
inercia, o complejidad organizativa.
Para Luxemburgo, el
centralismo socialdemócrata que ella justificaba a diferencia del “centralismo
conspirativo”, no se puede basar en la obediencia ciega o en la supeditación
mecánica de los miembros más combativos del partido a un poder central.
Tampoco puede levantarse un muro de separación entre el núcleo de
proletarios conscientes, ya organizados en cuadros fijos del partido,
y el medio circundante, la base de masas, afectada por la lucha de clases
y que se encuentra en proceso de ilustración respecto a sus intereses
de clase.
Por tanto, el “centralismo
socialdemócrata” no puede ser otra cosa que “la concentración
impetuosa de la voluntad de la vanguardia consciente y militante de
la clase obrera frente a sus grupos e individuos aislados”; es decir,
el "auto-centralismo" del sector dirigente del proletariado,
el dominio de la mayoría dentro de su propia organización de
partido.
Luxemburgo enfatiza
el “dominio de la mayoría” dentro de la propia organización del
partido, esto significa: “órganos democráticos de la dirección
revolucionaria”, y por tanto, “democracia interna”. De allí la
critica al ultra-centralismo de Lenin:
“Conceder a la
dirección del partido ese poder absoluto de carácter negativo que
Lenin propone, implica elevar a una potencia peligrosísima el carácter
conservador que tiene esencialmente toda dirección. Si es todo
el partido, o aún mejor, todo el movimiento el que
determina la táctica socialdemócrata, en lugar de un comité
central, cada organización del partido precisará
el margen de maniobra que le permita la utilización completa de todos
los medios para la intensificación de la lucha, así
como la extensión de la iniciativa revolucionaria que cada situación
ofrece. El ultra-centralismo que propugna Lenin, sin embargo, no nos
parece impregnado en su esencia por un espíritu positivo creador, sino
por un espíritu de vigilante. Su razonamiento se orienta, fundamentalmente,
a conseguir el control de la actividad del partido y no a su enriquecimiento;
a su restricción y no a su ampliación, en perjuicio y no en beneficio
del movimiento”.
Y es a partir de este
espíritu de vigilante central (una suerte de panoptismo político,
siguiendo a Foucault), no de las cualidades que promueve Luxemburgo
de espíritu creador, crítico, fecundación del debate, ampliación
de su influencia social en la opinión pública, de enriquecimiento
del movimiento de masas, que Lenin justifica la tutela de un “comité
central omnisciente y omnipresente”.
La crítica de Luxemburgo
reside en la crítica de una modalidad de combinación entre ultra-centralismo
y el decisionismo político encarnado en un pequeño grupo de decisión:
“el mismo subjetivismo que ya ha jugado con frecuencia alguna mala
pasada a la idea socialista en Rusia”. Dice Luxemburgo:
“El Yo destruido
y despedazado por el absolutismo ruso toma su revancha en su mundo revolucionario
imaginario, instalándose en el trono y declarándose omnipotente, como
un comité de conspiradores y en nombre de una "voluntad popular"
inexistente”.
Justamente allí
reside el imaginario jacobino-blanquista, En vez de masas populares
organizadas y conscientes, de la multitud popular, de la puesta en
acto de la democracia ilimitada, se proyecta en el plano de la fantasía
un “mundo revolucionario imaginario”, un desdoblamiento que es a
la vez disociación de la experiencia de un movimiento de masas real,
movimiento que depende de correlaciones de fuerzas, de flujos y reflujos,
con planos de consistencia material determinables. Así mismo, para
Rosa:
“(…) aparece
en el cuadro un hijo aún más legítimo del proceso histórico, esto
es, el movimiento obrero ruso, cuya hermosa tarea será
la de crear una voluntad popular real por primera vez en la historia
rusa. El "Yo" del revolucionario ruso aprovecha para
dar un viraje rápido y declararse de nuevo dirigente todopoderoso de
la historia, esta vez bajo la forma de la majestad suprema de un comité
central del movimiento obrero socialdemócrata. Este acróbata
audaz olvida que el único sujeto al que corresponde esta función dirigente
es el Yo-masa de la clase obrera, empeñada por todas partes en cometer
errores y en aprender por sí misma la dialéctica de la historia.”
El Comité central,
el secretario general o presidente del partido se declaran dirigentes
todopoderosos de la historia, una suerte de semblante de la majestad
suprema del absolutismo que se pretendía derrocar. La sombra de la
monarquía absolutista se interiorizaba como sombra de poder, como contra-identificación
por parte de la “majestad del comité central”.
En vez de la vieja
corte absolutista, se enarbola una nueva corte de revolucionarios profesionales,
que no logran realizar una ruptura paradigmática con el imaginario
del opresor. No es casual, entonces, que Luxemburgo hable del carácter
conservador de toda dirección política, pues teme perder el control
de los acontecimientos, al pretender fundir la voluntad de saber
con la voluntad de orden. Se trata de ordenar y controlar desde arriba
los acontecimientos revolucionarios, en vez de abrir las compuertas
a las dinámicas instituyentes.
Se trata de aspectos
no solo de orden político, sino también de orden epistemológico que
el leninismo no logró desmantelar de raíz, pues presupone la fusión
de la “vanguardia intelectual” con la “vanguardia política”
(la herencia de Kaustky en el leninismo), hecho que justifica un posición
autoritaria en el terreno del saber y el conocimiento, fundando el
monopolio de la decisión en la garantía dialéctica de un saber basado
en la subjetividad ultra-centralista.
El “acróbata audaz”
reaparece en su dimensión estrictamente epistemológica y no solo política,
como “monopolio de la verdad”. La centralización de la autoridad
epistémica es correlativa a la centralización de la autoridad
política, fundamento del imaginario jacobino-blanquista. De allí que
sea posible comprender el desplazamiento de la autoridad desde la mayoría
del partido a la mayoría del buro político, y de esta a la mayoría
del comité central, hasta llegar a una mayoría imaginaría, encarnada
en el caso del estalinismo, en la fantasía del líder de poseer el
“saber absoluto” sobre la “voluntad popular”.
Esta cadena de sustituciones
desde la fuerza motriz a la minoría dirigente se explica por la aversión
que el imaginario jacobino-blanquista tiene por las instituciones democráticas
y por la presencia de voces múltiples, con acuerdos y desacuerdos circunstanciales.
De allí la crítica de Luxemburgo:
“(…) el medicamento
que han encontrado Lenin y Trotski, esto es, la supresión de la democracia,
es aún peor que el mal que pretenden curar, puesto que en realidad,
sepulta el manantial vivo que permite corregir todas las insuficiencias
natas de las instituciones sociales, es decir, la vida política activa,
libre y enérgica de las masas populares más amplias”.
Rosa Luxemburgo plantea
su diferencia explícitamente frente a Lenin y a Trotsky:
“(…) digámoslo
claramente: desde el punto de vista de la historia, los errores cometidos
por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son infinitamente
más fructíferos y valiosos que la infalibilidad
del mejor "comité central".
No hay ni comité
central infalible, ni mucho menos, Líder infalible y supremo. Se trata
de repensar la dictadura del proletariado como dictadura de clase, no
como dictadura de camarillas o personalista:
“Una vez conquistado
el poder, el proletariado (...) debe -y a eso está
obligado- aplicar medidas socialistas inmediatas del modo más enérgico,
inflexible y sin contemplaciones, es decir, tiene que ejercer la dictadura,
pero la dictadura de la clase y no la de un partido o una camarilla;
dictadura de la clase que supone la publicidad más extensa, la participación
más activa y sin trabas de las masas populares, la democracia ilimitada.”
Y esta participación
más activa, esta publicidad más extensa, esta supresión de trabas
de las masas populares, contrasta con la dictadura de un partido, una
camarilla o una persona, como en el caso del estalinismo. Una democracia
ilimitada de masas populares se enfrenta al imaginario jacobino-blanquista
de la dictadura revolucionaria de la minoría consciente. Dice Luxemburgo
en su crítica a Lenin y a Trotsky:
“Sin sufragio
universal, libertad ilimitada de prensa y de reunión
y sin contraste libre de opiniones, se extingue la vida de toda institución
pública, se convierte en una vida aparente, en la que la burocracia
queda como único elemento activo. Al ir entumeciéndose la vida pública,
todo lo dirigen y gobiernan unas docenas de jefes del partido, dotados
de una energía inagotable y un idealismo sin límites; la dirección
entre ellos, en realidad, corresponde a una docena de inteligencias
superiores; de vez en cuando se convoca a una asamblea a una minoría
selecta de los trabajadores, para que aplauda los discursos de los dirigentes,
apruebe por unanimidad las resoluciones presentadas. En definitiva,
una camarilla, una dictadura, ciertamente, pero no la del proletariado,
sino una dictadura de un puñado de políticos, o sea, una dictadura
en el sentido burgués, en el sentido del jacobinismo (recuérdese la
prolongación de los plazos entre los congresos de los soviets, de tres
a seis meses).”
Una dictadura de un
“puñado de políticos”, dictadura en sentido burgués, plantea
Luxemburgo. Los jacobinos podrán ser revolucionarios, pero lo son de
una revolución burguesa. La alternativa es otra. Más exactamente:
“Una vez en el
poder, la tarea histórica del proletariado es sustituir a la democracia
burguesa por la democracia socialista, y no abolir toda clase de democracia.
La democracia socialista, sin embargo, no se puede dejar para la tierra
prometida, cuando se dé la economía socialista, como un regalo de
Reyes para el pueblo obediente que, entre tanto, ha sostenido fielmente
al puñado de dictadores socialistas.”
Frente a la dictadura
de minorías (“revolucionarias” o no), frente a la forma de gobierno
y paradigma político de las democracias restringidas, del elitismo
en política, de la dominación espiritual de las clases dominantes,
Luxemburgo plantea:
“Pero esta dictadura
(del proletariado) tiene que ser la obra de una clase y no la de una
pequeña minoría dirigente, en nombre de una clase; esto es, tiene
que ir resultando paso a paso de la participación activa de las masas,
asimilar su influencia inmediata, someterse al control de toda opinión
pública, surgir de la educación política creciente de las masas populares.”
Más allá del
reconocimiento a los logros del Bolchevismo en múltiples aspectos económico-sociales
de la Revolución rusa, Luxemburgo logra articular una crítica abierta
al ultra-centralismo y al jacobinismo, elementos que inhiben la construcción
de una democracia socialista.
Luxemburgo cuestiona
la “democracia dirigida” desde arriba, la concepción de que una
minoría revolucionaria podría conquistar el poder político y mantenerlo
en sus manos, y que esto es la conquista de la dominación por el proletariado.
El rechazo a la doctrina de la “minoría revolucionaria”, se hace
pues conduce a un poder aparente, a victorias aparentes y con ello a
graves derrotas. Pues el imaginario jacobino-blanquista, a pesar de
sus defensores, es parte de la vida espiritual burguesa que ha
empapado el conjunto de la sociedad, que ha creado una organización
y una disciplina espirituales que, a través de miles de canales, penetraron
en las masas y las dominaron. Que se resume en: Pocos arriba, mandando;
muchas abajo, gentes obedeciendo. No hay revolución socialista en el
plano de las conquistas económico-sociales sin democracia socialista
en el terreno político. Para Luxemburgo: la revolución solamente puede
venir de las masas, y solamente por las masas es llevada a cabo:
“La práctica
del socialismo exige una transformación espiritual completa de las
masas, degradadas por siglos de dominación burguesa de clase.
Instintos sociales en lugar de instintos egoístas, iniciativa de las
masas en lugar de la desidia; el idealismo, que hace superar todos los
sufrimientos, etc.. (...) La
única posibilidad de un renacimiento reside en la escuela de la propia
vida pública, en la democracia más amplia y más ilimitada, en la
opinión pública. Lo único que hace el terror es desmoralizar.”
Finalmente, el uso de medios represivos, coactivos o del terror es signo de la debilidad y no de la fortaleza. Es signo de ausencia de democracia socialista. Esta fue la lección que el socialismo burocrático no aprendió, que el socialismo no es el terror sino la democracia ilimitada. Como para seguir aprendiendo…