“Napoleón quería gobernar el género humano: Bolívar quería que se gobernara por sí y Yo quiero que aprenda a gobernarse”.
(Simón Rodríguez.
Sociedades Americanas)
En 1931 le advertía
Mariano Picón Salas a Rómulo Betancourt con relación al “marxismo”
y “comunismo” lo siguiente: “Sería una tontería predicarle
a gente tan arraigada al suelo y de imaginación concreta la abstracción
comunista, esa especie de algebra espiritual que ellos no pueden entender”
(1). Llama la atención en esta suerte de “consejo al futuro príncipe”,
las consideraciones sobre la eficacia material de los
enunciados, formaciones discursivas e ideologías en el terreno
de intervención propiamente política.
También llama la
atención tres atribuciones que identificarían el “sujeto popular”
como “masa de maniobra” y “audiencia política”: “gente
tan arraigada al suelo”, de “imaginación concreta”,
un “algebra espiritual que ellos no pueden entender”. El
terreno de la sujeción/sometimiento por el discurso y los
afectos adecuadamente implementados comenzaba a preparase. El
efecto sofistico del partido de masas entraba en escena.
Y la entrada de las masas a la historia venezolana se hacía como
vagón de cola, como masa disponible para la movilización
contra Gómez y el gomecismo.
Por cierto, allí
se anidaba un tema típico de la política reaccionaria: ¿cómo
“instrumentalizar políticamente” una “psicología de masas”,
para beneficio de una “minoría dirigente”? No se trataba de impulsar
la auto-emancipación, la autonomía revolucionaria de masas,
el auto-gobierno democrático, sino la institución de las “elites
dirigentes”, un imaginario jacobino-radical, tentado por la terminología
leninista como herramienta política, pero sin las implicaciones anticapitalistas
de la “Revolución Rusa”. Por un lado, los “intelectuales revolucionarios”;
por el otro, las “masas depauperadas moral e intelectualmente”.
Obviamente, se requería
una adecuada estrategia de anclaje de pasiones revolucionarias
y discursos bien ensamblados en consignas, para ser anclados en el imaginario
popular; es decir, consignas concretas incardinadas a las estructuras
de sentimiento de los sectores populares. Pues las masas debían ser
conducidas (muchas veces por otros grupos, capas, clases y sectores).
Este axioma termina
bloqueando la radicalidad de la tesis marxiana, siguiendo a Flora Tristán:
la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores
mismos. ¿Es posible una dirección proletaria sin concurso protagónico
del proletariado? ¿Es decir, por “obra y gracia” del “espíritu
de los profesionales de la política revolucionaría, por la acción
de los expertos de la razón burocrática y del aparato político”?
Fe en el burocratismo. Superstición ante los sujetos del “supuesto
saber infalible” de la política: el marxismo como “socialismo científico”,
como discurso del estrato de los “intelectuales revolucionarios”.
Gramsci a su manera,
trataba de cerrar el hiato entre el “sentimiento” y los “conceptos”,
poniendo en juego el “espíritu de escisión”, entre los efectos
de la ideología dominante en las clases subalternas, el “sentido
común”, el “buen sentido” y la “teoría revolucionaria”,
pero su horizonte fue de nuevo reducido, a una burda teoría de los
“intelectuales revolucionarios”. Ellos, siempre arriba; los expropiados
del saber, abajo. Así se liquidaba la veta libertaria de Gramsci.
En medio de las implicaciones
políticas de la reflexión del lenguaje y las ideologías en el campo
del poder social, el semiólogo Roland Barthes (2), decía en su lección
inaugural en el Colegio de Francia, que el problema no era un asunto
de sustraerse del Poder en mayúscula (pues hay una multiplicidad de
poderes, lo mismo diría Michel Foucault), sino colocar sobre la mesa
el asunto de no someter a nadie. Esta línea de fuga de la lógica
de la dominación, vía violencia simbólica era bloqueada por las “teorías
de la reproducción”. El asunto clave es si partiendo de la noción
de reproducción se puede imaginar y pensar la transformación revolucionaria.
Pienso que no.
Esta inquietud puede
ponerse en contacto con la problemática de Gramsci, en sus “Elementos
de política” (3): ¿Es posible superar la barda entre gobernantes
y gobernados? Si no fuese posible, se naturalizaría la “servidumbre
voluntaria”. Existiría una voluntad de sumisión, de sometimiento.
¿Y para que la revolución, entonces?
Hay que aligerar la
carga de los llamados “intelectuales”. No podemos hacer fuerza para
apalancar a los sacerdotes del “Capitalismo de Estado” o del “Socialismo
de Estado”. El Estado genera sus propias supersticiones para auto-reproducirse.
Una de ellas, instituir la más pesada alienación política.
De ser servidores de los intereses públicos, se convierten en dominadores
incontrolados. Mentalidad de funcionarios de partido y aparato, una
verdadera casta de capataces políticos, con sus látigos y incentivos.
Los intelectuales
han sido cuna de muchas “Nuevas Clases” (Goldner dixit).
Elegir desmantelar evidencias incontestables comporta riesgos, así
como aburrirle la fiesta a los poderosos, a quienes aspiran en su lecho
imaginario a gobernar-nos sin fin, en vez de crear las condiciones
para el auto-gobierno de masas. De eso trata la democracia participativa
y protagónica: Impedir que nos gobiernen nuestras vidas.
Si se trata de definiciones, no esperen una “línea correcta” sino una actitud de contestación. Hay demasiadas curvaturas y ondulaciones en los “territorios existenciales”. De líneas rectas y correctas hablan los geómetras del orden. Si los pueblos pueden aprender a auto-gobernarse, ¿por qué dejan que los gobiernen? ¿Anarquismo? A 100 años de la Revolución Mexicana (una auténtica revolución social indo-americana inconclusa), será hora de releer a los hermanos “Flores Magón” (4):
“Bendito momento aquel en que un pueblo se yergue. Ya no es el rebaño de lomos tostados por el sol, ya no es la muchedumbre sórdida de resignados y de sumisos, sino la hueste de rebeldes que se lanza a la conquista de la tierra ennoblecida porque al fin la pisan hombres. El derecho de rebelión es sagrado porque su ejercicio es indispensable para romper los obstáculos que se oponen al derecho de vivir. Rebeldía, grita la mariposa, al romper el capullo que la aprisiona; rebeldía, grita la yema al desgarrar la recia corteza que cierra el paso; rebeldía, grita el grano en el surco al agrietar la tierra para recibir los rayos del sol; rebeldía, grita el tierno ser humano al desgarrar las entrañas maternas; rebeldía, grita el pueblo cuando se pone de pie para aplastar a tiranos y explotadores.”
Un socialista libertario
contemporáneo, Noam Chomsky (5) escribió algunas palabras polémicas
que todavía hoy son censuradas por las mentalidades de aparato: “La
Unión Soviética vs el Socialismo” (http://kamita.com/misc/nc/textos/urss01.html). Hay quienes quieren reactivar la pureza
del legado leninista como si por allí fuesen los tiros de nuevos
socialismos democráticos, plurales y libertarios. Lo diremos,
siguiendo a Maurice Brinton1, y sin pedido de disculpas:
esta vía es una “estafa ideológica”.
También Betancourt
trato de inspirarse o identificarse en una suerte de “Leninismo criollo”,
como si la “ortodoxia bolchevique” (el Manual de Materialismo Histórico
de Bujarin, por cierto) representara los más avanzado del pensamiento
revolucionario. ¿“Betancourt leninista”?: una seria advertencia
para las recientes “conversiones” de miembros de la alta dirección
del PSUV. ¡Cuidado si siguen los pasos de Betancourt, hasta aterrizar
en el “social-reformismo anticomunista”, con su inevitable subordinación
a Washington! Pero supongamos que se convierten más bien, en “ortodoxos
post-leninistas”. ¿Donde aterrizarán? ¿En el leninismo que codificó
el Estalinismo? El imaginario jacobino-blanquista está
lleno de trampas. Allí están las semillas de los “sacerdotes
del Estado” y su veneración supersticiosa. Gracias Karl Marx, por
hacerlo presente, a pesar que desaparezcan a gente como Riazanov.
Por tanto, quedémonos
con Simón Rodríguez. Si, viremos sin temor del Socialismo real, el
del los burócratas de Estado, hacia el “utopismo socialista”, hacia
la creación heroica de la multitud popular. Sin horizonte utópico,
solo quedan los contables de la revolución, los que suponen que se
trata de cambiar “sistemas”, sin cambiar la vida misma, la fibra
existencial misma, con sus registros afectivos, estéticos y éticos.
Hay que catalizar
que un aprendizaje liberador: que el pueblo se auto-gobierne. La “izquierda
leninista” reclama una suerte de monopolio de la “voz revolucionaria”.
Escuchemos a Chomsky:
“En la revolución
Rusa, el Soviet y los comités fabriles se desarrollan como instrumentos
de lucha y liberación, con varios defectos, pero con un rico potencial.
Lenin y Trotsky, asumiendo el poder, inmediatamente devotos a ellos
mismos destruyeron el potencial liberador de esos instrumentos estableciendo
el mando del Partido, en práctica su Comité
Central y sus Máximos líderes, exactamente como Trotsky había predicho
años antes, como Rosa Luxemburgo y otros Marxistas advirtieron al mismo
tiempo, y como los anarquistas siempre habían entendido. No
únicamente las masas, sino también el Partido deben ser sujetos a
‘vigilante control desde arriba’, así
Trotsky realizó la transición desde intelectual revolucionario a Sacerdote
del Estado.”
El problema no era
solo Stalin. Malas noticias. Rosa Luxemburgo lo decía con claridad
extrema. Estimados Lenin y Trotsky, en el jacobinismo perdura una
actitud existencial burguesa.
También Betancourt
cometió el error de plantear una suerte de Leninismo sin profundizar
en el “marxismo crítico” o en el imaginario libertario. Obviamente
deseaba gobernar-nos. Llevaba bajo el brazo el Manual de Bujarin
como una receta. Algunos plantearon que todo esto olía a Petróleo.
Y es cierto. Betancourt (6) mismo parece confirmarlo:
“Es hora de decirle
concretamente a los venezolanos de Venezuela que nuestro país con Gómez,
es una factoría yanqui y sin Gómez dejará
de serlo sólo a costa de un gesto heroico, de una radical actuación
colectiva, semejante en la cantidad de sacrificio que reclama a la lucha
por la independencia política. Que hasta ahora no hemos tenido un solo
Sandino y sí que en muchos mandatarios nuestros se ha perfilado la
cara aindiada de Adolfo Díaz y que mientras negociaban con los musiúes
de la Standard Oil concesiones y royalties, ha bailado en los labios
de nuestros innumerables vende-pueblo
—abogados y capitalistas, gomecistas o seudorebeldes, aún
«revolucionarios» de última hora— la misma cínica sonrisa del
nicaragüense Chamorro, cuando suscribía con Bryan el tratado canalero
de 1916, pacto del vasallaje centroamericano; o la del antillano Menocal,
cuando gestionaba ante el cónsul Steinhart la tercera intervención
de Cuba.”
Uno tiene que tener
cuidado con lo que plantea. Sobre todo de escupir, como decimos en lenguaje
coloquial, pa´arriba. El ejemplo de quien escupe para arriba es evidente
en el anti-imperialismo de Betancourt. Usted puede verbalizar hoy consignas
rabiosas extraídas del “El Estado y la Revolución”, mañana recibirá
un premio, beca o incentivo de una “Fundación” que hace engranaje
con la “plutocracia yankee”.
El campo político
e intelectual no es ajeno a un análisis de las trayectorias en
el espectro ideológico. Rigoberto Lanz ha planteado las vicisitudes
de una “intelectualidad radical”, que pasa por un proceso de
desprendimiento para aterrizar en una conversión en el
credo de Margaret Thatcher: TINA (“There is no alternative”:
No hay ninguna alternativa, al capitalismo obviamente). Yo diría que
son sujetos-agentes de una política transformista (Gramsci dixit),
plagada de cooptaciones hacia el universo político e ideológico de
derechas. Nombres sobran en nuestro paisaje intelectual y político-cultural.
Pero lo fundamental
no son las biografías singulares, sino la dinámica del poder, las
pasiones, identificaciones y enunciaciones (Guattari o Foucault dixit).
Betancourt puede ser un ejemplo en el campo político. Pero sobran nuestros
ejemplares intelectuales. ¿Quien puede comprender los procesos
que llevan a furibundos “trotskistas” a convertirse en apóstoles
neocons de Reagan o Bush? Prefiero seguir el consejo de Marx: evaluar
a los sujetos-agentes no por lo que dicen, se representan o se
imaginan, sino por lo que hacen (o dejan de hacer) efectivamente.
Un análisis de Betancourt
desborda la tradicional justificación retórica: del “sarampión
revolucionario” a la “madurez pragmático-conservadora”. A su
vez, un análisis de Lenin nos lleva a la trágica imposibilidad de
detener el burocratismo y despotismo que Lenin mismo sembró. No hay
excusas, habrá que leer con pinzas críticas el legado Leninista, como
aprendimos a de-construir el imaginario político del “Padre de la
Democracia”. Betancourt decía:
“Que el gobierno
yanqui no es «democrático» ni es
«grande», sino que esa oligarquía de cuáqueros y de judíos aventureros
e inescrupulosos, ha cometido, comete actualmente y está
dispuesta a cometer en toda época, los peores actos de bandidaje contra
nuestros desorganizados pueblos de América Latina.”
Sería bueno recordarle
esta frase a Manuel Caballero. También decía:
“Expondremos
nuestra tesis y marcaremos la brecha que estamos resueltos a defender.
La hora es de definirse. Y definiéndonos estamos. Encuadra nuestro
sector su posición política, fiel al método del materialismo histórico,
dentro del campo de la lucha de clases. Descubre en la raíz de todos
nuestros problemas sociales sólo aspectos del conflicto universal entre
las fuerzas que crean las riquezas de los pueblos
—las trabajadoras— y las que explotan esas riquezas y a sus productores
en beneficio de minorías parasitarias
—las capitalistas—. Colocados sobre este
ángulo de doctrina vemos en Gómez y su régimen a los defensores armados,
dentro de las fronteras del país, de un vasto sistema internacional
de explotación organizada. Derivamos como primera consecuencia
—de esa concepción teórica -no apriorística ni sentimental, sino
dialécticamente extraída de nuestra realidad— una activa posición
de lucha no sólo contra el transitorio régimen político denominado
«Gómez», sino también contra los fundamentos económicos constantes,
contra los determinantes permanentes, de gobiernos de su tipo. Por eso,
perseguimos por vías revolucionarias la destrucción del despotismo,
mas, destruyendo al mismo tiempo su base social -la alianza capitalista-caudillista.
En consecuencia, son nuestros enemigos irreconciliables, en el plano
de la acción política, y contra ellos estamos y estaremos: a) La burguesía
imperialista internacional, mediatizadora de nuestra economía, y su
aliada nativa, la clase nacional de latifundistas y de grandes señores
del comercio y de la industria, y b) el caudillaje militar.”
Al parecer, hay quienes
simulan seguir la retórica leninista del mismísimo Betancourt (Betancourt:
Con quien estamos y contra quien estamos-1932). ¿Quieren definiciones
hoy?: no le entreguemos ni una gota más de petróleo a la Chevron ni
al Imperio.
Nuestra alianza con
las transnacionales del petróleo se parece a la hipócrita denuncia
de Betancourt de la burguesía imperialista internacional. Después
de dejar atrás la trampa del populismo ventrílocuo (mimetizando los
códigos de nuestras audiencias-objetivo), podremos sentarnos a
hablar de la pureza revolucionaria de Lenin.
Por mi parte, y sin
pedido de disculpas, planteo: Ni Lenin ni Betancourt. ¡Que viva Simón
Rodríguez!
(1) Carta de Mariano Picón Salas a Rómulo Betancourt. El Libro Rojo. 1931. Pp. 223
(2) Roland Barthes. Lección inaugural a la cátedra de semiología literaria del Colegio de Francia.1977.
(3) Antonio Gramsci. Elementos de Política
(4) Artículos Políticos de Ricardo Flores Magón. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/politica/ap1910/caratula_ap1910.html
(5) Noam Chomsky. La Unión Soviética vs El Socialismo. (http://kamita.com/misc/nc/textos/urss01.html).
(6) Maurice Brinton. (http://www.klinamen.org/textos/brinton_losbolcheviquesyelcontrolobrero.pdf)
(7) Rómulo Betancourt. Con quien estamos y contra quién estamos. 1932.
jbiardeau@gmail.com