El Dr. Eduardo Fernández y el socialismo que no funciona…

El doctor Eduardo Fernández es, sería mezquino negarlo, uno de los políticos más reconocidos en el país y con un respetable nivel de intelectualidad. Se puede estar en desacuerdo con sus opiniones o ideas, pero no se puede borrar de un solo plumazo su carrera política como sus aportes al campo de la ideología socialcristiana que, por cierto, no la profeso como tendencia del pensamiento social. Sin embargo, con todo el respeto que merece el doctor Eduardo Fernández, me permito dar una opinión en contraposición a la suya, aparecida en prensa escrita donde, entre otras cosas, sostiene que “La experiencia histórica enseña que el modelo socialista no ha funcionado en ninguna parte…”, y, al mismo tiempo, señala que “La caída del muro de Berlín en 1989 fue el símbolo del colapso del modelo real que se instauró en la Unión Soviética…”.

No pocos han sido los políticos –incluso- bien formados en base a su creencia doctrinaria que han fallado en su síntesis o conclusión de un determinado fenómeno, porque no se propusieron, científicamente, analizar las causas que producen específicos efectos. En otros casos, como creo es el del doctor Eduardo Fernández, llega a conclusiones –debemos reconocerlo- correctas sin explicarnos al detalle la situación objetiva que condujo a tales afirmaciones.

La experiencia histórica enseña que el modelo socialista no ha funcionado en ninguna parte”. Esto es una gran verdad, aunque no nos agrade reconocerla. ¿Por qué lo es? Vayamos a las causas verdaderas y no a las suposiciones que se obtienen de una literatura que nunca se ocupó de desnudar las realidades, tal y como eran, sino que se fundamentó en los deseos o voluntades, en el surrealismo y no en el realismo, en la teoría y no en la práctica, en la ficción y no en los acontecimientos verdaderos. La historia, lo sabe mucho el doctor Eduardo Fernández, no depende de las buenas voluntades de los hombres y mujeres, sino de factores principalmente objetivos de carácter económico que determinan el curso de los acontecimientos y, de aquellos, fundamentalmente los internacionales sobre los nacionales. No estamos negando que los factores superestructurales (política, ideología, religión y otros) tengan influencia en los hechos y hasta contribuyan a darle forma.

El mercado mundial o la llamada economía de mercado está por encima y decide el destino de los supermercados de una nación, de las bodegas y carnicerías de cualquier región de la Tierra, de las librerías y ferreterías de los países, del transporte y el turismo, de la industria de una nación, de la división del trabajo, de los capitales constante y variable, de los precios, de la distribución, de los salarios; en fin, de la vida diaria de un pueblo, de la política de su gobierno. Incluso, esas realidades determinan la conciencia de un tiempo específico. El capitalismo, en su edición salvaje, es el abuelo de la miseria y el sufrimiento de la mayoría de la humanidad. Los nietos y millones de hijos de aquel, esos que quieren ver un mundo redimido de todo rasgo o vestigio de esclavitud material y espiritual, tienen el deber de rebelarse por un mundo pleno de libertades. Eso sólo es obra de la lucha de clases y no de las buenas intenciones de la filantropía.

Si las buenas voluntades decidieran todo eso, por consenso ampliamente mayoritario sobre la minoría que explota y oprime en el capitalismo y que el Papa Juan Pablo II aseguró ser salvaje, ya no habrían injusticias y desigualdades sociales que hagan a muchos infelices y a pocos felices. Este mundo, lo reconozca o no el doctor Eduardo Fernández, sigue siendo, de manera más aguda y crítica, una verdadera expresión de lucha de clases, donde no puede haber una reconciliación eterna y cristiana como esa que plantea “ama a tu prójimo como a ti mismo”, porque ningún rico o burgués –en la generalidad sin negar que existan casos muy particulares- va a repartir su plusvalía (que por cierto se la produce el obrero y éste no obtiene remuneración económica por esa actividad) con los trabajadores que explota en su industria o empresa. Un mundo donde no podrá haber una paz duradera, porque la existencia de un capitalista que invierte y gana mucho y la de un obrero que trabaja mucho y gana poco, lo desmiente categóricamente. Un mundo donde no podrá haber verdadera justicia social, porque la ley del desarrollo desigual otorga una ventaja suprema a las naciones de capitalismo altamente desarrollado y una desventaja desmesurada a los países denominados subdesarrollados. Un mundo en que pocas naciones cuentan con armas sofisticadas de exterminio masivo y a la mayoría se le niega la misma posibilidad, vive dependiendo de un hilo siendo los desarmados las víctimas de intervenciones militares y de dominaciones expoliadoras. En un mundo que anda patas arriba en que unos pocos son los amos del capital y la mayoría tiene que vender su fuerza de trabajo, no puede haber una conciliación de clases para siempre, porque jamás habrá igualdad de oportunidades y siempre se incrementará el hambre, el desempleo, la prostitución, la delincuencia, el egoísmo, la usura y la perversión social.

No es, doctor Eduardo Fernández, que el modelo socialista no ha funcionado en ninguna parte, sino que el modelo capitalista, en su condición de salvajismo en la explotación y en la opresión de clases y del ser humano por el hombre-lobo como lo señala “El Leviatán” de Hobbes, sigue siendo el amo del mercado mundial, de casi todos los mercados nacionales, de las fuerzas productivas, de los grandes capitales para la inversión, de las políticas económicas que se le imponen a la mayoría de la humanidad, del poder político en la aplastante mayoría de los Estados, y de todo cuanto tiene que ver con las realidades que caracterizan un modo de producción determinado como el capitalista. Y en esas condiciones, ninguna nación o ningún pueblo pueden darse el lujo de construir el socialismo como fin en sí mismo. Eso lo explicaron con claridad meridiana no sólo Marx y Engels sino, en la viva experiencia revolucionaria de tener el poder político en sus manos, Lenin, Trotsky y quienes en lo que fue la Unión Soviética creyeron en el marxismo y, especialmente, en el socialismo que conduce indubitablemente a la fase comunista de producción y de vida económico-social. Se sabe hoy día, y creo que lo conoce bien el doctor Eduardo Fernández, que el régimen soviético, muerto Lenin y exterminados los dirigentes marxistas resteados con el pensamiento marxista sobre el comunismo respetando sus fases obligatorias, trató de construir el socialismo de manera aislada del dominio del capitalismo altamente desarrollado en el mundo entero. Incluso, se cometió el exabrupto histórico y antimarxista, de parte de los altos funcionarios de la Unión Soviética, de decir que ya se había entrado a la fase comunista porque el socialismo estaba totalmente construido y se alegaba para ello, que todos los miembros del comité central del partido podían ir a las reuniones y desplazarse en limosinas. O, también lo dijeron, que ya la Unión Soviética estaba lista para entrar a la fase comunista, porque el movimiento stajonov así lo garantizaba, y éste se caracterizaba por el hecho que una elite de obreros ganaba un salario varias veces superior al resto de los trabajadores. Eso fue lo que se denominó, como un golpe por la espalda a la concepción marxista de la historia, “socialismo en un solo país”. El modelo socialista, tal como lo concibieron los gobernantes de la Unión Soviética posterior a la muerte de Lenin, no podía, de ninguna manera, funcionar, porque no era, de verdad verdad, socialismo sino cesarismo.

Pretender, por ejemplo, que en Cuba se construya el socialismo (como régimen donde desaparecen las clases sociales y se extingue el Estado) es una utopía mientras exista tan cerca el país imperialista más poderoso y belicoso del mundo (Estados Unidos) sometiéndola a un criminal bloqueo económico; existiendo Inglaterra, Francia, Alemania, Japón que son naciones de capitalismo imperialista; existiendo Rusia y China como naciones que se disputan con otras naciones supremacía económica en el mundo; existiendo un campo de países subdesarrollados donde sus gobiernos son acólitos del imperialismo; existiendo un mercado mundial dominado por los más grandes y poderosos supermonopolios de la economía imperialista. Cierto es que Cuba tiene mil y más dificultades, especialmente de orden económico, pero es injusto y falso negar que ha tratado, sobre la base de grandes sacrificios, mejorar las condiciones socioeconómicas de su pueblo y, en varios aspectos, lo ha logrado. Mientras en Estados Unidos o en otras naciones de capitalismo altamente desarrollado, por ejemplo, miles de miles de personas se han acostado o se acuestan con hambre, en Cuba nadie puede alegar esa realidad aunque no coman exquisiteces; mientras en naciones que ostentan cuantiosos recursos económicos los pobres tienen que morirse sin prestación de servicios de salud gratuitos, en Cuba nadie puede alegar esa realidad aunque el gobierno estadounidense le prohíbe envío de materia prima para la elaboración de medicinas; mientras en naciones de capitalismo avanzado el desempleo es elevadísimo y cada día se acrecienta más, en Cuba ningún trabajador por empresa cerrada (debido al cerco estadounidense o carencia de energía o materia prima para su funcionamiento) se queda sin salario o sin protección del Estado; mientras en países de ciencia y tecnología altamente desarrolladas la tasa de mortalidad infantil es elevada, la de Cuba es la más baja del mundo; mientras en países de capitalismo avanzado y de muchos recursos económicos millones y millones de personas no tienen acceso a la educación gratuita en todos los niveles, en Cuba eso está más que garantizado aun en los tiempos de períodos especiales por falta de recursos económicos. En esas condiciones, no hay reino en este planeta donde se pueda construir el socialismo si no se produce la revolución proletaria a escala mundial y, especialmente, en las naciones de capitalismo altamente desarrollado. Creo y hasta lo aseguro, la dirigencia cubana, comenzando por Fidel, no sólo entienden correctamente la realidad internacional y la nacional de la isla, sino que no se atreverían jamás decirle al mundo: el socialismo está construido en Cuba. No le están mintiendo a la opinión mundial sino que, constantemente, exponen abiertamente las dificultades y necesidades de la revolución para que el pueblo cubano esté consciente de las mismas, aunque mucho quisieran mejorar al extremo, mientras no haya socialismo en el mundo, las condiciones socioeconómicas de la sociedad cubana.

La caída del muro de Berlín en 1989 fue el símbolo del colapso del modelo real que se instauró en la Unión Soviética…”. Esta verdad expuesta por el doctor Eduardo Fernández es irrefutable como conclusión, pero no lo es como análisis que la hizo posible. Expliquémonos mejor y en pocas palabras: en lo anteriormente expuesto está la esencia, las causas y verdades que produjo la síntesis hecha por el doctor Eduardo Fernández, pero jamás eso quiere decir que el modelo real no que se instauró sino que se desarrolló en la extinta Unión Soviética tenga que ver con el modelo socialista propuesto por Marx, Engels, Lenin y todos aquellos que fueron o son fieles seguidores o continuadores de su pensamiento científico marxista. Marx entendía por la fase socialista, como estadio inferior del comunismo, una formación económico-social más avanzada a la del capitalismo altamente desarrollado. En eso hay una diferencia abismal y no debe ser confundido jamás con el modelo socialista que se intentó desarrollar en lo que fue la Unión Soviética luego de la muerte de Lenin.

Más que una utopía resulta una ilusión extremadamente fantasiosa pretender construir el socialismo (expuesto en la doctrina marxista y que es el que realmente corresponde realizarlo al proletariado revolucionario mundial) sin recursos económicos, sin una alta tecnología, sin dominio de las ciencias, sin un sistema avanzado de organización social y menos en un país rodeado de naciones imperialistas muy poderosas e influyentes que dominan todos los factores del mercado o de la economía de mercado mundial y nacionales. No nos olvidemos, y esto debe saberlo muy bien el doctor Eduardo Fernández como estudioso de una doctrina social (socialcristiana), que el mundo actual está regido por la ley del desarrollo desigual y eso favorece esencialmente a las naciones cuya producción cuenta con la más alta tecnología y desfavorece a las naciones atrasadas y subdesarrolladas. Sin embargo, para hacer posible el socialismo, necesariamente la ley del desarrollo desigual debe ser superada por la ley del desarrollo combinado; es decir, la tecnología o las fuerzas productivas de las naciones de capitalismo altamente desarrollado serán puestas a la orden y en beneficio de aquellas sociedades atrasadas o subdesarrolladas para que lleguen a un estadio de desarrollo altamente avanzado y el mundo entre, de forma definitiva, en igualdad de condiciones de cultura y arte, a una fase superior -en todos los dominios- al capitalismo.

En fin, pretender que en este tiempo el modelo socialista haya demostrado, basándonos en la experiencia de la Unión Soviética, una funcionalidad altamente productiva y de superación definitiva de las injusticias y desigualdades del régimen capitalista seria lo mismo, por ejemplo, que pensar que los cristianos, en su lucha contra el imperio romano, hubiesen hecho posible la construcción de una sociedad bajo los términos del comunismo primitivo que para entonces planteaban o pregonaban.

Tal vez, el doctor Eduardo Fernández -de leer esta opinión- no comparta mis argumentos, pero me perece un deber haberlos expuestos. De paso, nada digo que debe ser considerado como verdades absolutas. Simplemente, la opinión es para reflexionar sobre una materia de importancia capital su estudio en este tiempo.



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Freddy Yépez


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