Gradualmente se vienen clarificando distintas posiciones, corrientes y tendencias acerca del debate sobre la “transición rumbo al Socialismo”. Algunas tendencias, como decimos coloquialmente, se “quedaron en el aparato” (en el doble sentido “hípico” y “político” de la frase), es decir, encallaron en el viejo Socialismo Burocrático del siglo XX, en sus dogmas, en sus afirmaciones apodícticas, en su incapacidad de renovación del pensamiento crítico socialista, en la imposibilidad para construir nuevos horizontes de revolución democrática, socialista, descolonizadora y ecológica para el siglo XXI.
Se trata nada más y nada menos que del viejo “Socialismo de Aparato”, completamente funcional al Capitalismo de Estado y a una revolución administrada “desde arriba” (recuerden el oxímoron del PRI: “Partido Revolucionario Institucional”), a la elevación como nueva capa dirigente y dominante a la tecno-burocrática del Estado (una suerte de “burguesía de estado”), quienes ejercen el verdadero control y apropiación del “excedente económico”. Aquí es fácilmente detectable la relación entre justificaciones doctrinarias, y el asegurarse una función dominante en la estructura de poder en “nombre de la revolución”. Básicamente, no han comprendido las discontinuidades entre el pensamiento crítico de Marx, y la interpretación sesgada, imparcial y doctrinaria de la ortodoxia bolchevique de la obra abierta y crítica de Marx.
Sin embargo, cabe advertir que no hay garantía absoluta para que una lectura más rigurosa, con mayor examen filológico de la obra abierta y crítica de Marx (algo que no hizo la dirigencia bolchevique), permita el éxito de las tareas en la construcción del Socialismo. Pero se trata al menos de clarificar, cómo ideas extraordinariamente significativas para debatir las transiciones al socialismo, que se cuelan en textos como los Manuscritos de Paris, la Ideología Alemana o los Grundrisse, son olímpicamente ignoradas, por quiénes repiten como una letanía dogmática, las frases extraídas de Lenin, o incluso más recientemente, del Che Guevara.
La temprana muerte de Guevara, prácticamente liquidó lo que se anunciaba como una crítica radical de la ortodoxia marxista-leninista en cuestiones teóricas, comenzando con su cuestionamiento del Manual de Economía Política de la URSS. Pero el voluntarismo blanquista de Guevara, ejemplar sin duda en cuestiones de coraje revolucionario (nadie lo duda), no opaca que su horizonte teórico de comprensión de la obra de Marx era parcial y limitado.
El asunto es más sencillo, en gran medida Lenin o el Che, no pueden llamarse a si mismos continuadores del pensamiento de Marx en sentido estricto, sino revisadores e intérpretes de un aspectos parciales de la obra crítica de Marx; aspectos que parecían ser, desde sus interpretaciones condicionadas históricamente, concluyentes en algunas de las tesis acerca de la transición al socialismo, pero que eran solo indicaciones parciales; es decir limitadas y fragmentarias.
En gran medida la dialéctica entre “heterodoxia” y “ortodoxia” en cuestiones de interpretación del pensamiento de Marx, parece haberle jugado una mala pasada a quienes partieron de la falsa premisa de extraer los núcleos esenciales del pensamiento marxiano en cuestiones de transición al socialismo, cuando sobre la obra abierta de Marx operaban índices muy graves de desconocimiento e incluso de censura oficial desde la propia URSS (No olvidemos el destino trágico de Riazanov).
Lo que Gramsci omitió cuando escribió aquel trabajo optimista sobre “La Revolución contra el Capital” (Un verdadero opúsculo de anti-dogmatismo pro-leninista), era que se trataba además, de una revolución contra los planteamientos marxianos de los Manuscritos, contra la Ideología Alemana, contra los Grundrisse; e incluso contra la crítica al Programa de Gotha. En fin, que era una revolución bastante alejada de los planteamientos de Marx.
El Socialismo para el siglo XXI, requiere entonces alejarse de formulas simples, de cánones recibidos y prefabricados, de “calcos y copias”, de letanías del “credo revolucionario”, que sencillamente ya no da para más. En fin, partir de una lectura religiosa del “marxismo burocrático heredado”, es simplemente una postura reaccionaria. En reconocer esta elemental situación, reside la verdadera irreverencia en la polémica revolucionaria para el siglo XXI.
Una primera consecuencia de este debate es clara. El primer eslabón de una revolución teórica que mantenga una filiación con la herencia del Marx revolucionario, si de verdad quieren escapar del impasse del socialismo burocrático, es romper con el Imaginario estatista-burocrático de la transición rumbo al socialismo; imaginario completamente ajeno a la tesis marxiana de la “economía social del trabajo libre asociado” (textos sobre la Comuna de París); enunciado que define con precisión, el horizonte de prefiguración de una economía socialista.
Se trata de comprender la elemental observación de Engels de que las nacionalizaciones y estatizaciones, no pueden confundirse con las “socializaciones” ni con la “propiedad social”; así como una formaulación cada vez mas olvidada, una precondición del Socialismo Revolucionario es que si y solo si la clase trabajadora, el proletariado como clase para sí, controla efectivamente los resortes estratégicos del Estado de transición (Manifiesto Comunista), puede generarse un pasaje desde las nacionalizaciones (que pueden caracterizar sin problemas una capitalismo de estado) hacia una “economía social del trabajo libre asociado”.
No se construyen espacios de economía socialista desde la propiedad estatal o desde la planificación burocrática de comando estatal. Los espacios de economía socialista deben coordinarse a partir de una estructura de dirección política, que asegure la integración del Plan social de “unidades económicas” basadas en el trabajo libre asociado; pero desde prácticas de planificación estratégica, democrática, desconcentrada y descentralizada, que no recaigan en los errores de las cibernéticas de primer orden (por tratar de controlar todos los detalles, terminan descontrolando todo el proceso).
Se requiere una ruptura de paradigmas en las visiones tanto de la “economía social”, que no es “colectivismo estatista”, como en la “planificación democrática y social estratégica”, que no es “planificación burocrática”. Confundir “plan social” con “plan estatal”, confundir “propiedad social” con “propiedad estatal”, confundir “capa burocracia en el poder” con “proletariado como clase para si” controlando el Estado de transición, es parte del legado del Socialismo Burocrático. Ni siquiera es eslabón leninista clave del “partido revolucionario de masas”, puede impedir que estas confusiones, no conduzcan a una “degeneración burocrática del Estado obrero” o a una deformación de la “dictadura obrera-campesina”, mientras el “partido revolucionario de masas”, como advirtió Rosa Luxemburgo, liquide la democracia socialista, en su seno y fuera de éste.
Por tanto, existe una considerable referencia a precondiciones políticas de una transición al socialismo, que definen justamente el espinoso asunto de la democracia socialista, que no pueden soslayarse para pasar directamente a aplicar las medidas canónicas de un “Socialismo Burocrático”. Sin democracia socialista, lo que implica democracia deliberativa, participativa y protagónica de la multitud popular (del proletariado en los términos marxianos), no hay construcción alguna de socialismo.
Si el bloque social de las clases, capas y sectores subalternos, no ha construido espacios de ejercicio participativo del poder (consejos autónomos del poder popular), no ha reconocido la democracia socialista en la inter-acción entre unidad y diversidad (la unidad no se decreta ni se impone) de actores, movimientos y fuerzas del campo popular-subalterno, no ha sedimentado una cultura democrática socialista en su espacio de contra-hegemonía (ruptura de la separación fetichizada entre gobernantes y gobernados), entonces existen las tentativas de construir una revolución administrada desde arriba, que rompe la palanca fundamental de una revolución: el poder constituyente de la movilización popular organizada desde las iniciativas del poder de base, articuladas en un frente amplio, democrático y revolucionario.
Nada más diferente, por otra parte, que la concepción política de alianzas entre partidos y movimientos que elaboró históricamente el pensamiento de Marx, de las tácticas sectarias de cooptación y control vertical del modelo de un “partido-único”. Lo que colapsó como horizonte de emancipación en 1989 con el derrumbe del socialismo real, ya estaba podrido en su semilla desde aproximadamente 1920, cuando ya se ha liquidado no solo la posibilidad de un pluripartidismo soviético (como tardíamente Trotsky lo reconoció), o de los espacios para libertades políticas elementales (como Luxemburgo lo remarcó), sino la liquidación de tendencias en el propio partido de Lenin (abriéndole las compuertas al espíritu estalinista).
Se trata de nada más y nada menos que abordar la siguiente cuestión: ¿Cómo pudo la revolución liberadora de 1917 haber creado una sociedad tan regresiva como la construida desde la contra-revolución burocrática estalinista, que permitió el control capilar del aparato del partido por Stalin, en vida del propio camarada Lenin? ¿Donde de rompe la filiación del pensamiento marxiano con el horizonte de emancipación social, económica, cultural y política en la revolución rusa? No son preguntas banales.
El asunto vital no se encuentra en las actuales experiencias de China, Viet-Nam, Corea del Norte o Cuba, sino en la capacidad de irradiación e influencia determinante de los dogmas consolidados por la experiencia bolchevique en la construcción del socialismo a lo largo y ancho del mundo (El comunismo de consejos había denunciado toda la parafernalia leninista mucho antes).
Sin romper con la pantalla auto-protectora sobre la memoria de la experiencia bolchevique (auto-engaño colectivo que le reduce muchas angustias y preguntas a algunos camaradas “bien-pensantes”), no hay posibilidad de avanzar en la construcción del nuevo socialismo para el siglo XXI. Pues el asunto de la degeneración burocrática de la revolución rusa, no está en la cosecha perdida, sino el grano podrido. Hay que pasearse por Marx y el legado del marxismo crítico, para salir del pantano del socialismo burocrático.
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