Adiós a la santa semana

Estamos al final de la llamada semana mayor, bastante distinta a aquella semana santa de nuestra niñez cuando el temor a Dios nos impedía volcar la alegría en las aguas de la mar, ni siquiera podíamos gozar de una quebrada llena de agua en Cerro Atravesao, por allá, por la Península de Paraguaná.

Pero todo va cambiando en la vida, y en el caso de nuestro atormentado y preocupante país los cambios en la Semana Santa han venido en los últimos tiempos no por los lados en que vienen en el resto del mundo, sino por derroteros distintos, producto de nuestra realidad, de esa dictadura que nos azota desde hace más de diez años y que la mayoría de nosotros renueva cada cierto tiempos con ese mecanismo tan tiránico: el voto.

En el caso particular del año 2010 la terrible hambruna que azota a todos los venezolanos, obligó a que unos quince millones de habitantes de la desolada tierra que alguna vez liberaron un pocotón de hombres bajo el mando de un caballero de apellido Bolívar, se movilizaran a lo largo y ancho del territorio nacional, con miles que huyeron despavoridos al exterior a tomar aire fresco por siete días, tras los cuales retornarán a sus lugares de origen a continuar el padecimiento bajo el símbolo de la miseria.

Fueron unos quince millones de seres humanos, macilentos, desnutridos, harapientos que prepararon cavas, carpas, morrales, dvd´s, pantallas planas, aguardiente, comida, preservativos, anti ácidos, equipos de sonido, automóviles de todo tipo y muchos humildes y destartalados utensilios y enseres más útiles para este exilio de una semana.

Unos quince millones de seres miserables, encaramados en sus vehículos, cantando para no gimotear, riendo para no llorar, saltando de presunta alegría para no mostrar la tristeza del hambre ante el mundo que recorrieron kilómetros de carretera para ir a parar a terribles playas, desérticas montañas, secos ríos o a cualquiera de esos parajes propios para un exilio producido por la pobreza.

Millones de seres humanos, de venezolanos pobres, hambrientos, que se agolparon en las cuentas de los bancos para sacar de sus cuentas el producto del hambre y la miseria que el gobierno chavista ha sembrado a lo largo de diez años.

Quince millones de venezolanos que en una semana han hablado, gritado, chillado, cantado en un país donde nadie puede hablar; un país donde nadie ríe, pues estamos en luto activo o desactivo, como usted lo prefiera, para hacerle honor a la tristeza que nos embarga.

Millones de venezolanos que han ocupados discotecas, restaurantes, casinos, bingos, clubes playeros, clubes de montaña, hoteles, moteles, casas con un gran bullicio, con algarabía, con ese relajo propio de los seres desahuciados ante un gobierno que los hambrea, los martiriza y los atosiga.

Millones de venezolanos que espantados por la realidad se ven inmersos en ese marginado mundo de los VIP, combos, todos incluidos, lleve tres y pague dos, compre hoy y pague mañana, sólo para gente exquisita, sólo para seres especiales, etc.

¡Qué realidad tan terrible!



psalima36@gmail.com


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Pedro Salima


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