El
capitalismo se perpetua incesantemente, en parte, por la legitimación
de las representaciones ideológicas que naturalizan sus relaciones
sociales dominantes; generando además, una “conciencia de los límites”,
la tesis de la imposibilidad práctica de transformar, superar o liquidar
al capitalismo como régimen social.
Así
el capitalismo se convierte en una “segunda naturaleza”, en una
cosa “supremamente metafísica”. En esta cosa “supremamente metafísica”,
nos encontramos rodeados de “opiniones-bagatelas”, prenociones que
pretenden circular como “argumentos irrefutables”, generados aparentemente
por supuestos “expertos-intelectuales”.
Sin
duda, estos sujetos-agentes sociales son “médiums” de “agenciamientos
de enunciación” que los desbordan. Estos sujetos-agentes son portadores
y portavoces de formaciones de discurso de legitimación del capitalismo.
Pero, en cierta medida, son sus “victimas”.
Como
“átomos liberales” se comportan de acuerdo a un “conformismo
social”: el individualismo posesivo; creen ser productores de discursos,
sus creadores ideológicos, cuando lo que hacen efectivamente es reproducir
guiones, scripts, variaciones de fragmentos ideológicos de un proceso
social, cuya tarea consiste en sancionar el orden existente como el
“único orden posible”. Se trata de sujetos-agentes que se comportan
como simples “fontaneros del sistema”: como presuntos “intelectuales”
anti-socialistas.
Efectivamente,
las ideologías-bagatelas pretenden legitimar los regímenes
sociales del tardo-capitalismo, los que el filósofo marxista crítico
Henry Lefebvre llamó en alguna ocasión “Sociedades Burocráticas
de Consumo Dirigido”, o como Guy Debord y el “Situacionismo”
designaron: “Sociedades del Espectáculo”. En fin, “Sociedades
del Espectáculo-Consumo”, inducidas por dispositivos de control
y naturalización de modos de vida.
Capitalismo
tardío, capitalismo de organización, capitalismo de consumo, “capitalismo
mundial integrado”, reproducen con una amplitud in-imaginable para
los analistas del siglo XIX, algo que Marx señaló: el mundo se ha
convertido en un “enorme arsenal de mercancías”. Pero con un añadido:
“enorme arsenal de estupideces”, mundo preñado de la “inmediatez-espectáculo”.
Para
nadie es un secreto que el proceso ideológico es la base del pensamiento
de una sociedad de clases en el curso conflictual de la historia. No
es el determinismo económico, ni tecnológico, ni histórico, el aporte
fundamental del pensamiento crítico marxiano, sino el análisis de
la relación conflicto-explotación en el corazón del modo de
producción material, conflicto-dominación en el corazón del
modo de producción de la alienación política, y el conflicto-hegemonía
simbólica en el modo de producción de formaciones ideológicas.
Por
tanto, los fenómenos ideológicos no han sido sólo simples quimeras-bagatelas,
sino la conciencia deformada de las realidades hegemónicas; y como
tales, factores ideales operantes ejerciendo a su vez una real acción
de distorsión, reproduciendo la “ilusión de armonía” del “único
orden posible”. Se trata de la dictadura efectiva de la “ilusión
capitalista”, del imaginario-mundo capitalista en la sociedad
moderna, pues la pretensión ideológica adquiere una especie de llana
exactitud positivista: ya no se trata de una elección histórica condicionada
por el conflicto de clases, sino la más indubitable "evidencia".
La
parte misma del trabajo propiamente ideológico al servicio del sistema
ya no se concibe más que como reconocimiento de un "pedestal o
fundamento epistemológico", que aspira a estar más allá de todo
posicionamiento ideológico. Los fundamentos ideológicos del sistema
se asientan como premisas, presupuestos, como gramáticas o reglas de
generación de los discursos.
Pero
para los “Fontaneros del Sistema”, su posición es no-ideológica.
Como ha planteado la teoría crítica, esta posición equivale a decir
que la historia de las ideologías ha terminado. Así el mundo post-ideológico,
es justamente el mundo del éxtasis de la hegemonía ideológica del
discurso capitalista.
De
esto se trata con los fetiches-bagatelas, cuestionar el socialismo
para ratificar el orden del discurso capitalista. Y así observamos
como la producción, circulación y consumo de las ideas, pueden convertirse
en un espectáculo de bagatelas-fetiches. Hoy reconocemos que el acto
de consumir no es un simple acto utilitario, sino un acto donde se ponen
en acto signos-objetos con valor ideológico.
Se
trata de actos marcados por la identificación en el cruce de registros
imaginarios y simbólicos, al mismo tiempo actos realmente coaccionado
por dispositivos de control mass-mediáticos, propagandísticos y publicitarios.
Así, se consumen objetos, imágenes, signos y representaciones. Desmontemos
entonces algunas de las bagatelas más difundidas.
Hay quienes suponen que “inequívocamente” lo que se llama socialismo es un desarrollo del pensamiento de Carlos Marx y de Federico Engels.” Afirmación históricamente falsa. El imaginario socialista no solo precedió la teoría y práctica de Marx y Engels, sino que los desborda con amplitud.
Hay
múltiples proyectos socialistas, y dentro de lo que se conoce como
“teoría marxista”, existen diversas interpretaciones de Marx.
Adicionalmente,
el “marxismo” es solo una de las posibles interpretaciones de las
vías de construcción del socialismo. Dentro del “marxismo” solo
podemos encontrar “marxismo(S)” y no “Marxismo”. Pues hoy hay
chorros de tinta reconociendo las “principales corrientes del marxismo”,
chorros de tinta reconociendo distintos “modelos de socialismo”,
chorros de tinta reconociendo que hay semejanzas y diferencias entre
los planteamientos de Marx y Engels.
Lo
que nuestros expertos anti-socialistas ignoran olímpicamente, es que
hay múltiples ideas contrastantes en Marx, que no hay un solo Marx,
petrificado, convertido en objeto-fetiche, en doctrina, sino ideas criticas
de Marx.
Pero
la bagatela anti-socialista necesita construir a un “hombre de paja-Marx”,
una suerte de “objeto-malo” Marx, para luego ejercer su operación
de destrucción una a una de partes artificialmente montadas, en una
operación que simplemente muestra en que consiste una fórmula ideológica.
Esto se ha intentado hacer desde el siglo XIX: declarar muertas las
ideas de Marx. No hay novedad en el intento. Pero en las premisas del
intento esta implícita la trampa ideológica. Ratificar el discurso
capitalista y su forma de vida como único modo legítimo de vida.
Otra
bagatela ideológica consiste en afirmar que antes de Marx y Engels,
la doctrina socialista, “no pasaba de ser una mera especulación o
curiosidad”. Nueva afirmación históricamente falsa y teóricamente
inconsistente.
Marx
y Engels no transformaron al socialismo en una fuerza política, pues
ya existían corrientes políticas socialistas. Lo que hicieron Marx
y Engels, fue contribuir a la formación de la “Liga de los Justos”,
primero, luego a la “Liga de los Comunistas”, y finalmente a la
primera Internacional de los trabajadores y trabajadoras. Una corriente,
entre otras, del socialismo revolucionario y del comunismo.
El
llamado “socialismo científico” fue realmente una fórmula de Engels.
En Marx hay abundantes referencias a la ciencia histórica-crítica,
pero el modelo de crítica radical desbordaba cualquier ciencia burguesa,
cualquier economía vulgar, cualquier economía política capitalista,
cualquier modelo de ciencia social positivista.
Allí
hay una abundante polémica sobre la crítica marxiana, su método de
investigación y exposición, su círculo concreto-abstracto-concreto,
su relativización de leyes específicas del régimen de producción
capitalista, su desmontaje de las apologías de la sociedad capitalista,
su análisis de la negatividad que opera en los cimientos del
metabolismo del Capital.
Por
otra parte, lo falaz de las bagatelas anti-socialistas es reducir el
socialismo a una visión empobrecida de la teoría crítica marxiana;
y reducir el pensamiento marxista a un modo de concebir la “historia
como una sucesión lineal de etapas que inevitablemente conducirían
a la construcción del socialismo y del comunismo”.
Al
parecer, los expertos en criticar al marxismo son en realidad, "personajes"
formados bajo los parámetros teórico-ideológicos del estalinismo;
es decir, del “marxismo burocrático” de los manuales soviéticos.
Convendría derrumbar esta imagen con los enunciados del propio Marx
en su auto-reflexión crítica sobre El Capital:
“El capítulo sobre la acumulación primitiva no pretende más que trazar el camino por el cual surgió el orden económico capitalista, en Europa Occidental, del seno del régimen económico feudal. Por ello describe el movimiento histórico que, al divorciar a los productores de sus medios de producción, los convierte en asalariados (en proletarios, en el sentido moderno de la palabra), al tiempo que convierte en capitalistas a quienes poseen los medios de producción. En esa historia hacen época todas las revoluciones que sirven de palanca al avance de la clase capitalista en formación; y sobre todo las que, después de despojar a grandes masas de hombres de sus medios tradicionales de producción y subsistencia, las arroja súbitamente al mercado del trabajo. Pero la base de todo este desarrollo es la expropiación de los cultivadores. "Esto sólo se ha cumplido radicalmente en Inglaterra…pero todos los países del Occidente Europeo están yendo por el mismo camino", etc. (El Capital, edición francesa, 1879, p. 315). Al final del capítulo se resume de esta manera la tendencia histórica de la producción: que ella misma engendra su propia negación con la inexorabilidad que preside las metamorfosis de la naturaleza; que ella misma ha creado los elementos de un nuevo orden económico al darle de inmediato el mayor impulso a las fuerzas de producción del trabajo social y al desenvolvimiento integral de cada uno de los productores; que la propiedad capitalista, al fundarse como ya lo hace en realidad, sobre una forma de la producción colectiva, no puede hacer otra cosa que transformarse en propiedad social. En este punto no he aportado ninguna prueba, por la simple razón de que esta afirmación no es más que el breve resumen de largos desarrollos dados anteriormente en los capítulos que tratan de la producción capitalista. Ahora bien, ¿qué aplicación a Rusia puede hacer mi crítico de este bosquejo histórico? Únicamente esta: si Rusia tiende a transformarse en una nación capitalista a ejemplo de los países de la Europa Occidental -y por cierto que en los últimos años ha estado muy agitada por seguir esta dirección- no lo logrará sin transformar primero en proletarios a una buena parte de sus campesinos; y en consecuencia, una vez llegada al corazón del régimen capitalista, experimentará sus despiadadas leyes, como las experimentaron otros pueblos profanos. Eso es todo. Pero no lo es para mi crítico. Se siente obligado a metamorfosear mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en el Occidente europeo en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo, cualesquiera sean las circunstancias históricas en que se encuentre, a fin de que pueda terminar por llegar a la forma de la economía que le asegure, junto con la mayor expansión de las potencias productivas del trabajo social, el desarrollo más completo del hombre. Pero le pido a mi crítico que me dispense. (Me honra y me avergüenza a la vez demasiado). Tomemos un ejemplo. En diversos pasajes de El Capital aludo al destino que les cupo a los plebeyos de la antigua Roma. En su origen habían sido campesinos libres, cultivando cada cual su propia fracción de tierra. En el curso de la historia romana fueron expropiados. El mismo movimiento que los divorció de sus medios de producción y subsistencia trajo consigo la formación, no sólo de la gran propiedad fundiaria, sino también del gran capital financiero. Y así fue que una linda mañana se encontraron con que, por una parte, había hombres libres despojados de todo a excepción de su fuerza de trabajo, y por la otra, para que explotasen este trabajo, quienes poseían toda la riqueza adquirida. ¿Qué ocurrió? Los proletarios romanos se transformaron, no en trabajadores asalariados, sino en una chusma de desocupados más abyectos que los "pobres blancos" que hubo en el Sur de los Estados Unidos, y junto con ello se desarrolló un modo de producción que no era capitalista sino que dependía de la esclavitud. Así, pues, sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de este fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante el pasaporte universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser supra-histórica.” K. Marx. Al director de Otiechéstvennie Zapiski [Fines de 1877]
No
es Marx entonces el que concibe la historia “como un pasaporte universal
de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste
en ser supra-histórica.” En 1844, ya Marx había planteado:
“La
historia no hace nada no “posee ninguna riqueza inconmensurable”,
no “lucha en ninguna batalla” Es, antes bien, el ser humano, el
ser humano real, vivo, el que todo lo hace, posee y lucha; no es, por
ejemplo, la “historia” la que utiliza a los seres humanos como medios
para realizar -como si fuese una persona particular- sus propios fines,
sino que es sólo la acción del ser humano que persigue sus fines".
(Marx; La Sagrada familia, 1844)
Por
tanto, los supuestos analistas críticos de Marx, son en realidad quienes
realizan una actividad práctica de distorsión de sus enunciados por
ignorancia, manipulación o mala fe. No hay determinismo histórico
sino a lo sumo “filosofía de la praxis”, teoría crítica radical
de la concepción apologética y metafísica de la historia del capitalismo,
de sus modo de producción material.
El
nacimiento y extinción del capitalismo dependen, no de una “Ley natural
de necesidad historia” (esas extrapolaciones las realizaba Engels,
pero no Marx), pues esto liquida la dialéctica entre la “estructura
de posibilidad objetiva” y la “praxis de la subjetividad revolucionaria”.
Son
bagatelas anti-marxistas, y no solo anti-socialistas, las que circulan
como argumentos de expertos, mostrando el patético estado del arte
en la compresión del pensamiento marxiano, y peor aún, del imaginario
socialista. Una “batalla de citas” lo que muestra es que hay lecturas
e interpretaciones disimiles del pensamiento marxiano. Pero no solo
esto, muestra que tras estas lecturas disímiles hay una batalla ideológica
y política.
Pues
desde el anti-socialismo se prefigura un método de lectura de Marx,
que lo convierte en un determinista, mecanicista y reduccionista; además
de un mal economista…obviamente de un “economista capitalista”.
Pues los economistas capitalistas, tanto vulgares como cercanos a una
compresión de la economía política, no comprenden que Marx y ellos
parten de fundamentos epistémicos e ideológicos antagónicos. Marx
no hace economía vulgar, ni técnica económica ni política económica
burguesa. Marx plantea una crítica radical de la economía política
capitalista. Su problemática teórica y práctica es distinta de la
problemática del modo de producción, validación y legitimación del
saber burgués.
Es
completamente falso que “es a partir de esa teoría del valor-trabajo
marxista, que se construye la explicación que deriva en el socialismo
como sistema político”. El socialismo no existe para Marx, sino como
socialismo revolucionario, como comunismo. Y este no es un sistema político,
sino un nuevo modo de producción asociativo basado en la propiedad
social generalizada.
Y
aún en este, no se hay una relación directa con una supuesta teoría
laboral del valor marxiana, pues esta teoría quedó a medio camino
en la obra abierta, crítica e inconclusa de Marx. Marx no completó
su proyecto teórico, como muchos plantean aún, no redactó finalmente
los tomos II y III de “El Capital”.
De
allí que existan controversias teóricas en el propio terreno
del pensamiento marxista sobre las llamadas teorías del valor/trabajo,
como por ejemplo, la de quienes plantean una lectura radicalmente política
de “El Capital”, en la cual las categorías económicas deben interpretarse
como categorías sociales y políticas cualitativas, y no como conceptos
sometidos al cálculo de magnitudes económicas (problema de la transformación
de valores en precios, de la plusvalía en ganancia, etc).
Incluso,
la teoría de la explotación no puede dejar de interpretarse en el
trasfondo de una teoría crítica de las relaciones de poder/dominación,
así como el papel de la subjetividad antagónica, del trabajo vivo
politizado como auto-valorización proletaria.
Los
economistas vulgares reproducen en sus premisas las bases ideológicas
del régimen de producción y distribución capitalista. Reproducen
la idea de un "mercado de fuerza de trabajo" sometido a condicionamientos
puramente económicos, cuando allí hay determinaciones políticas,
institucionales y la propia lucha entre subjetividades sociales. De
allí se desprenden tendencias y contra-tendencias, pero nada de “leyes
de la gravedad”, “leyes de necesidad histórica” del sistema capitalista.
La verificación de estas tendencias y contra-tendencias depende de la dialéctica entre las “estructuras de posibilidad objetiva”, y la praxis de la subjetividad política, en su dialéctica revolución/contra-revolución. La conversión de este proceso cualitativo en un cálculo de magnitudes o de estadísticas económicas, depende de la correlación entre comportamientos de masas y estadísticas, pero estos procesos cuantificables sólo son "medidas aproximadas" de una conflictividad social, política, económica en curso. Es allí donde se define la dirección, contenido y alcance de la tendencia hegemónica del Capital.
Las
previsiones de Marx se cumplieron en gran medida en el siglo XIX; por
eso, hay que volver a insistir que Marx murió en 1883. La responsabilidad
de lo que se decía con relación al capitalismo del siglo XX es responsabilidad
no de Marx, sino de quienes revisaron, interpretaron o trataron de continuar
su obra en el siglo XX.
Por
ejemplo, Marx no participó directamente en el debate Bernstein-Luxemburgo-Kaustky-Lenin.
Estaba simplemente muerto. Tampoco en el debate contra los marginalistas,
ni con relación al Imperialismo. Solo una aproximación religiosa a
los textos de Marx, puede suponer que culquier teoría o conjetura de
Marx, no debe contrastarse con tendencias y contra-tendencias del sistema
histórico mundial; y que por tanto, sus ámbitos de validez son supra-históricos.
Pero, sólo una verdad revelada, religiosa, se asume desde criterios
dogmáticos.
Criticar
a los marxistas es una cosa, criticar a Marx en su contexto histórico
es otra. El capitalismo posterior a 1930, a 1945, a 1971 no tiene los
mismos rasgos que el capitalismo vivido por Marx, ni a aquel tomado
en consideración como laboratorio de sus investigaciones de crítica
a la economía política burguesa. Si Marx fuese un “perro muerto”
como plantean los fontaneros del sistema y los propagadores de bagatelas
ideológicas anti-marxistas y anti-socialistas, no estarían tan
preocupados por estabilizar y regular la recurrencia de las crisis económicas.,
sociales y políticas en el capitalismo, no propagarían todo un conjunto
de dispositivos de contención de oleadas o ciclos revolucionarios
(el actual caso de Grecia no es poca cosa), no tratarían de canalizar
el conflicto por vías reformistas, pues cualquier marxista reconoce
que después de cada episodio de crisis el capitalismo es otro, distinto
del anterior.
De
la gran depresión de 1929, lo que surgió fue un arsenal de mecanismos
interventores y reguladores, un arsenal de técnicas y políticas fiscales,
laborales, monetarias y cambiarias, transformando los marcos de regulación
de las llamadas “economías de mercado”. Pero el capitalismo de
monopolios nacionales ha dado paso a un capitalismo mundial integrado
de transnacionales y oligopolios, con una hegemonía financiera que
coloca la competencia inter-capitalista y los desajustes entre economía
especulativa y economía productiva, en los límites de los instrumentos
convencionales de intervención/regulación.
El
Keynesianismo Global, la Macroeconomía neo-clásica, la economía de
oferta o el neoliberalismo tratan de contener la crisis estructural
del Capital en los límites del capitalismo. Pero el asunto va más
allá de los “estabilizadores” y “reguladores”, de las técnicas
económicas y los asuntos de gobernabilidad política.
La
alternativa Socialismo o Barbarie, no es un asunto de “leyes naturales”,
sino de subjetividad anti-capitalista o pro-capitalista. Es un asunto
de supervivencia del planeta y de bio-política; en fin, de transformación
de un mudo inviable en uno viable. dsde nuestro punto de vista, la bagatela
anti-socialista reproduce el mundo inviable, reproduce el bio-poder
capitalista.
El
punto de quiebre, de bifurcación histórica del sistema capitalista
está en las alternativas anti-sistémicas, en los movimientos
contra-sistémicos, en las teorías críticas radicales.
El
anti-capitalismo es solo la protohistoria de los modos de producción
asociativos, de los regímenes sociales y políticos emancipatorios,
de una revolución cultural que rompe con la lógica de dominación
entre sociedad y sistemas ambientales; así como entre grupos, sectores,
etnias y clases sociales.
El
imaginario socialista es la ruptura de la sociedad espectáculo-consumo
y una reapropiación del horizonte existencial de las tres ecologías
políticas radicales: la que se rea-propia del metabolismo entre sociedades
con sus sistemas ambientales, las que relacionan a los seres humanos
entre sí, y las que definen el espacio subjetivo, los afectos, sueños,
mitos y esperanzas, junto a la ecología de las ideas, valores y sentimientos.
Allí se juegan los registros afectivos, estéticos y cognitivos para
"cambiar la vida".
La
crítica a la bagatela anti-socialista es solo una ventana para asomarse
a la tesis que define la existencia de la vida social misma en el siglo
XXI. Sin ecología política radical, sin democracia socialista, sin
descolonización, sin modos de producción y distribución asociativos,
se reproduce la barbarie.
¡Otro mundo no es solo posible, es cada vez más urgente y necesario!
jbiardeau@gmail.com